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Una reflexión

Fuentes: Rebelión

Teresa Forcades i Vila, doctora en medicina y monja benedictina, publicó en julio de 2006 un trabajo titulado: «Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas»[i], y documenta que «en el breve periodo que va de 2000 a 2003, casi la totalidad de las grandes compañías farmacéuticas pasaron por los tribunales de EEUU, acusadas de prácticas […]

Teresa Forcades i Vila, doctora en medicina y monja benedictina, publicó en julio de 2006 un trabajo titulado: «Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas»[i], y documenta que «en el breve periodo que va de 2000 a 2003, casi la totalidad de las grandes compañías farmacéuticas pasaron por los tribunales de EEUU, acusadas de prácticas fraudulentas. Ocho de dichas empresas han sido condenadas a pagar más de 2,2 billones de dólares de multa. (Por cierto en ese tiempo y con la venta de esos mismos medicamentos por los que fueron condenados obtuvieron mayores beneficios que la multa pagada. ¡Vaya que les resultó rentable la jugada!). En cuatro de estos casos las compañías farmacéuticas implicadas -TAP Pharmaceuticals, Abbott, AstraZeneca y Bayer- han reconocido su responsabilidad por actuaciones criminales que han puesto en peligro la salud y la vida de miles de personas. Analiza las actuales estrategias de esta industria farmacéutica y el impacto directo que éstas tienen en la forma en que concebimos la salud y la enfermedad y en los recursos que tenemos para promocionar la primera y prevenir o curar la segunda.

Yo ni soy médico, ni biólogo, ni virólogo, ni farmacéutico, ni enfermero, ni ministra de la salud, ni monja benedictina, ni responsable de hospital alguno, ni tampoco me han detectado el virus del Ébola como ocurre con Teresa Romero. Pero soy lo suficientemente viejo como para examinar las cosas y las noticias a cierta distancia y con cierto escepticismo. No me creo del todo lo que dicen, y menos si insisten y repiten machaconamente, y más si exageran y teatralizan. Como diría el bueno de Antonio Álvarez-Solís, os ofrezco una reflexión de viejo ante este gran circo del Ébola.

Hace poco recordaba Teresa Forcades, mujer analítica y razonable, que a menudo y con frecuencia se dice que la libertad de uno termina allí donde comienza la de los demás, que mi libertad se contrapone a la de los demás, que los demás son los enemigos, quienes restringen mi libertad. Que mi libertad se abre paso a codazos con los demás. Y ella misma anotaba que los anarquistas nos dejaron ya otra definición y práctica de la libertad más sugerente, aquella tan suya de que «yo no seré libre hasta que no sean libres todos los demás». Aquí mi libertad es cooperación con el otro, participación de su libertad. Aquí mi libertad no se abre paso a codazos sino de la mano del otro. Pero hay más, existen otros talantes, otras concepciones. Rosa de Luxemburgo estaba harta de una libertad solamente para seguidores sumisos del gobierno o para miembros de su partido y sostenía que «la libertad siempre es libertad de quienes piensan distinto y no es cuando se convierte en un privilegio[ii] . No, tampoco los africanos son europeos, ni casi humanos; África sigue siendo campo de rapiña y saqueo, trastero, basurero de inhumanidad y abandono. Escupitajo de países ricos y de gente idiota. Mientras nuestros gobiernos criminales se lamentan del muro de Berlín y de la acampada de Hong Kong construyen muros de alambre de espino y policías con un ancho foso de agua salada como trampa y cementerio de muerte a lo largo del Mediterráneo.

Desde hace muchos meses se oye entre nosotros un rumor, un grito y una reivindicación muy extendida en la calle de queja y en defensa de la sanidad pública, en contra de la privatización, de una sanidad para todos, desligada del negocio y del lucro, del beneficio máximo. Vieja lección que viniendo de USA y entrando por Inglaterra está ganando suelo en Europa: una sanidad concebida como negocio privado siguiendo los pasos de la teoría «del coste de oportunidad», es decir del derecho de los accionistas a exigir que sus acciones rindan como si la empresa u hospital se ubicara allí donde las condiciones laborables fueran las mínimas y los derechos laborables los más pisoteados, las más favorables para su lucro.

Por lo que voy leyendo en trabajos serios, en autores marginados, independientes, críticos, con poca voz en los grandes medios, censurados y vilipendiados por empresas farmacéuticas, es que detrás del Ébola y su terror, detrás de sus cuarentenas y vacunas pulula el olfato de un buen negocio, en su trastienda no se debaten tanto problemas humanitarios, de alimentación, de sanidad pública o asistencia a la población pobre cuanto una bolsa repleta de dólares e intereses farmacéuticos.

«A principios del pasado mes de septiembre el gobierno de Sierra Leona decretó una cuarentena total de tres días (19, 20 y 21 de septiembre) prohibiendo a sus casi seis millones de habitantes circular por las calles -salvo el personal sanitario y las fuerzas de seguridad- «para tratar de contener el avance de la epidemia del Ébola» Y uno se pregunta ¿por qué se anunció algo así como con dos semanas de antelación? ¿Acaso para que durante esas dos semanas siguieran contagiándose y la gente saliera del país?». La cuarentena es la versión sanitaria del «estado de sitio», que se inició allí en la oscuridad negra de la Edad Media y da lugar a una gestión militarizante que permite actuar a quienes la decretan con la misma impunidad que en tiempos de guerra. El principal dogma de la medicina moderna es la teoría microbiana de la enfermedad, versión militar de la sanidad en la que la salud se pierde a causa de una serie de «enemigos» externos -los microbios (virus, bacterias, hongos…) a los que hay que «aislar» y «combatir» con todo el «arsenal» de «armas» posible. «Microbios patógenos que constituyen el «enemigo» y la «amenaza mortal», que justifica su «destrucción» y «aniquilación». El lenguaje sanitario se ha convertido en un lenguaje bélico y lo más importante de esta concepción es que permite justificar «medidas extraordinarias» como la autorización de vacunas y fármacos insuficientemente testados, experimentados con ellos sin las debidas garantías».

Dice la profesora Allyson Pollock, una de las científicas y expertas de la sanidad pública más reconocida en este campo en el mundo, «de verdad que lo que esos países [Liberia, Sierra Leona y Guinea] necesitan no son vacunas, sino medidas adecuadas de redistribución y sanidad pública. No aprendemos nada de la historia, eso es lo realmente desesperante. Todas las grandes reformas, todo el gran colapso de epidemias de enfermedades infecciosas no se redujeron con medicinas y vacunas, sino con medidas redistributivas, que incluyen saneamiento, nutrición, vivienda digna y, sobre todo, una verdadera democratización. Y con eso llega la educación y todo el resto de medidas que necesitamos. Ahora bien, no estoy diciendo que no necesitemos vacunas pero uno de los grandes problemas es que esos desarrollos de vacunas están ahora en manos de grandes fundaciones muy poderosas, de ONG, como GAVI (siglas en inglés de Alianza Global para la Iniciativas de Vacunas), que junto con grandes firmas como GSK y Merck, están dispuestas a imponer patentes y la razón por la que les gustan las vacunas… es porque las vacunas significan inmunización masiva, lo que implica grandes cifras y esos cifras entrañan dinero.. Y el dinero de los gobiernos occidentales debiera emplearse en la construcción de sistemas sanitarios, en reconstruir la infraestructura de la sanidad pública, en introducir atención sanitaria primaria en la comunidad, sistemas comunitarios de sanidad, unidades de control de las infecciones a nivel comunitario, construir hospitales y formar a enfermeras y doctores… Y el otro gran problema en todos estos países es el de la fuga de cerebros, …porque hay allí pocos doctores y enfermeras y muchos de los que hay quieren marcharse, y así se va vaciando completamente todo el sistema de la sanidad pública» (Rebelión).

Cultivan un trasfondo de miedo, como ingrediente fundamental. Tratan de intimidar y anular la reflexión, favorecer la obediencia y transformar la población libre en masa aborregada dispuesta a aceptar una solución rápida y cómoda aunque implique ello renunciar a derechos fundamentales. El miedo facilita el control. Esos traslados de los europeos afectados desde la profunda África a sus países, acompañados de personas embutidas en trajes aislantes sacados de Expediente X, más que gesto de humanidad es teatro de calle y espectáculo de terror. Y más si se nos dice y recalca que no se contagia por vía aérea sino sólo por contacto físico.

«En este tipo de montaje hay un ingrediente fundamental: la cifra de afectados. E incluso más que el número es la forma de presentarlos. Decir que en un determinado lugar la tasa de mortalidad fue del 100% y comprobar luego, consultando la tabla correspondiente, que allí hubo sólo un infectado. Así que no «mienten»: hubo un solo afectado que murió, luego es verdad que la mortalidad fue del 100%. Otro recurso es sumar muertos que no se han producido realmente, pero que son posibles y probables y no sé hasta donde deseables para ellos» (Discovery Salud).

Murió aquel hombre, sacerdote, médico, Miguel Pajares, ¿y de qué? ¿Se le hizo la autopsia? Es más, ¿cómo saber en los casos como él, que recibieron fármacos experimentales, que no murieron por estos y no por el Ébola? ¿Por qué se incineró de inmediato al sacerdote español Miguel Pajares que falleció muy poco después de recibir el fármaco que se probó con él? ¿Por qué no se practicó la autopsia para ver cómo había afectado al organismo? ¿Se intentó ocultar algo al hacerlo? Ellos mismos sostienen que no se contagia por vía aérea y por tanto el riesgo de contagio es controlable y bajo. Demasiadas preguntas sin respuesta. No es desechable que los problemas de salud achacados al virus del Ébola en realidad puedan estar provocados por fármacos en mal estado, por vacunas o medicamentos experimentales y pesticidas cuyos efectos se vean agravados por una pésima higiene, agua contaminada, desnutrición y, por ende, un sistema inmune debilitado. Y eso cuestionaría los dogmas de la medicina moderna farmacológica, y por tanto no se resuelve vendiendo material sanitario, vacunas y fármacos, dice Jesús García Blanca en el nº 175 de Discovery Salud[iii] .

Leía hace poco que el servicio de salud estadounidense controla todos los sistemas sanitarios del planeta, que es el que define las estrategias de salud mundiales -la OMS hace lo que le dictan los norteamericanos, las industrias farmacéuticas, depende en más de un 50% de su financiación, siendo claves varias agencias: entre otras la FDA, que es la agencia encargada en Estados Unidos de autorizar la venta de alimentos, complementos alimenticios, cosméticos, medicamentos, productos biológicos, dispositivos médicos, técnicas de análisis y otros productos similares =Food and Drugs Administration). Y una de las cosas que debe hacer es la regulación y vigilancia de los experimentos biomédicos que aportan la evidencia en la que basará sus autorizaciones. Pero gran parte de los «fondos de investigación» que recibe la FDA proceden de las compañías farmacéuticas a las que debe regular. Y son famosas sus puertas giratorias: comisionados de la FDA terminan ocupando con cierta frecuencia puestos claves en empresas farmacéuticas y viceversa, altos cargos farmacéuticos terminan en cargos directivos de la FDA. Como dice el chiste: «Nos hemos investigado a nosotros mismos y hemos concluido que no hicimos nada incorrecto«.

Notas:

[i] Cuadernos CJ x25 Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas, 141, Teresa Forcades i Vila

[ii] Luxemburg, Rosa. «Sobre la Revolución rusa» en Obras Completas (OC), tomo 4, p. 359.

[iii] Discovery Salud, nº 175, «Ébola: ¿otra falsa pandemia?, Jesús García Blanca.

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