Las denuncias formuladas en las últimas semanas por el presidente cubano Fidel Castro sobre la presencia del criminal Luis Posada Carriles en Estados Unidos y el amparo ofrecido a este por el mandatario George W. Bush, han puesto en la picota internacional a los verdaderos terroristas. El tema ya ocupa destacados espacios en principales medios […]
Las denuncias formuladas en las últimas semanas por el presidente cubano Fidel Castro sobre la presencia del criminal Luis Posada Carriles en Estados Unidos y el amparo ofrecido a este por el mandatario George W. Bush, han puesto en la picota internacional a los verdaderos terroristas.
El tema ya ocupa destacados espacios en principales medios de información en los Estados Unidos y en decenas de países.
Bombas contra aviones y vehículos en marcha, en embajadas, oficinas aéreas y de turismo; secuestros, desapariciones de funcionarios diplomáticos y ametrallamiento en plena vía pública, aparecen asociados ahora a la CIA, a la extrema derecha de origen cubano asentada en Miami y a algunas tiranías, entre ellas la Junta Militar chilena presidida por Pinochet.
Se trata, sin duda alguna, de una ruidosa historia, responsable de cientos de víctimas en que aparecen indistintamente militantes revolucionarios y ciudadanos inocentes, como lógico resultado de la violencia ciega e indiscriminada.
En la actual coyuntura resulta oportuno mencionar una de las variantes del terrorismo aplicada durante décadas contra Cuba, en las que el ruido de las explosiones dinamiteras y las detonaciones de pistolas y fúsiles cedieron su espacio a métodos más silenciosos.
No resulta difícil descubrir la referencia a la guerra biológica, cuya primera manifestación en la mayor de las Antillas tuvo lugar en el verano de 1971, con la introducción en el país de un recipiente con el virus de la fiebre porcina africana.
Las investigaciones realizadas entonces permitieron conocer que todo fue preparado en Fort Gullick, base militar norteamericana enclavada en la zona del Canal de Panamá. Las pérdidas económicas ocasionadas fueron enormes, pues hubo que sacrificar la mayor parte de la masa porcina de la ínsula.
En diciembre de 1977 se detecta el Carbón de la caña en el municipio granmense, de Pilón. Semanas después llega la Roya de la caña. En este caso el 30 por ciento de las plantaciones de la variedad Barbados 4362 fue demolida, razón por la cual Cuba dejó de producir un millón 355 mil toneladas de azúcar.
Casi inmediatamente aparece el Moho azul del tabaco. Los efectos de esta plaga produjo pérdidas cercanas a los 343 millones 700 mil pesos.
El 30 de junio de 1981 el terrorismo silencioso del imperio y la mafia miamense refleja una escalada. Sorpresivamente se desata una epidemia de dengue hemorrágico que afecta, en unas semanas, a cerca de 350 mil personas, mayoritariamente niños y ocasiona la muerte de 158 ciudadanos, entre ellos 101 infantes.
En las investigaciones realizadas quedó claro que esta variante de dengue pertenece a la cepa Nueva Guinea 1924, serotipo 02, única en el mundo en ese momento, lo cual demuestra que fue elaborada en un laboratorio. Tiempo después una indiscreción, provocada por una bravuconada de un mafioso, permitió conocer el origen miamense del crimen.
Cuatro años más tarde aparece la bronquitis infecciosa que ataca a la gallinas y provocó elevadas pérdidas en la producción de huevos, alta mortalidad y la inhibición en el desarrollo de las aves.
Abril de 1989 se estrena con la presencia de lesiones ulcerosas en las ubres de las vacas lecheras, con una morbilidad del 80 por ciento y una disminución del 25 por ciento en la producción lechera.
La epidemia se extendió de manera vertiginosa por la región oriental y alcanzó también La Habana y Pinar del Río. Fue identificada como Mamilitis ulcerativa de la vaca lechera.
Al igual que en muchos de los casos anteriormente señalados, una nueva enfermedad llegó de manera sorpresiva y se extendió simultáneamente a lo largo de toda la nación. Esta vez fue la Sigatoka Negra y afectó plantaciones de plátanos en lugares tan distantes entre sí como Holguín, Las Tunas y Pinar del Río. En toda el área del Caribe no existía tal manifestación.
A los cítricos le correspondió el turno en su cuota de terrorismo silencioso. Entre 1992 y el 93 fue atacado por el Pulgón Negro y el Minador de los Cítricos. En 1994 estaba causando estragos en la producción desde Pinar del Río hasta Camaguey.
Todas las sospechas acerca del origen de esta plaga fueron confirmadas cuando el 10 de febrero de 1995 se detectan en el Aeropuerto Internacional José Martí, en el equipaje de un científico norteamericano, cuatro tubos de ensayo con el virus de La tristeza del cítrico.
La Varroasis, letal para las abejas, es diagnosticado por esos días en tres apiarios privados del municipio de Limonar, en Matanzas.
Pasadas unas semanas, cuando la producción de papa, luego de grandes esfuerzos económicos, alcanzaba rendimientos récords de hasta ocho mil quintales por caballería, el tubérculo fue atacado por el Thrips Palmi, capaz de hacer desaparecer las plantas en unos días.
Como fue denunciado entonces, existían abundantes evidencias de haber sido regado por un avión que desde rumbo norte transitó por los corredores aéreos cubanos y fue avistado por otras aeronaves cuando rociaba una sustancia.
No es todo, aunque parece suficiente para demostrar que no por silenciosa esta modalidad de terrorismo sea menos criminal que las más clásicas, sobre todo por que en este caso tienen de común orígenes y responsables. (ain) Angel Rodríguez Alvarez