Con ‘El vano ayer’, Isaac Rosa acometió la necesaria tarea de impugnar el discurso heredado sobre el Franquismo. Ahora, con ‘¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!’, vuelve a reflexionar sobre cómo la ficción forjan nuestra imagen del pasado reciente. DIAGONAL ha tenido la oportunidad de charlar con Isaac Rosa sobre el oficio de […]
DIAGONAL ha tenido la oportunidad de charlar con Isaac Rosa sobre el oficio de escribir, sobre política y literatura, pero fundamentalmente sobre sus dos últimas novelas: El vano ayer, colmada de premios nacionales e internacionales, y Otra maldita novela sobre la guerra civil. Dos aproximaciones diferentes pero paralelas sobre la representación de la Guerra Civil, la posguerra y el tardofranquismo. En la segunda, en un ejercicio formal curioso, el autor recupera su primera novela para convertirse en crítico feroz de la misma. El texto original es la base de un diálogo con el lector poco habitual en nuestro panorama literario.
DIAGONAL: ¿Por qué volver a presentar un libro ya escrito en un nuevo formato?
ISAAC ROSA: Lo que hay detrás de este libro, y se cuenta abiertamente en el prólogo, es hacer una reedición de la que fue mi primera novela. Tras la buena acogida de El vano ayer, y visto que tardaría en tener novela nueva, mi editorial quiso reeditar La malamemoria y yo les dije que no, que me resultaba muy ajeno, no me reconocía en esa escritura, es una obra de un momento inmaduro, no creía que aportase nada a los lectores satisfechos con El vano ayer; era claramente un paso atrás. Decidí convertirlo en otra cosa, me convertí en mi propio lector crítico: lápiz en mano, empecé a señalar debilidades, a reírme de mi libro. No quería hacer una mera crítica de mi libro, quería ir más allá, quería convertirlo en otra cosa. Por ejemplo, en una reflexión más global sobre la literatura que se hace ahora mismo sobre la Guerra Civil. Parto de La malamemoria para reflexionar sobre otras cosas: cómo ha reescrito la Guerra Civil desde la ficción, cómo se escribe hoy en general y cómo se lee, que ésa es la otra parte del ejercicio que me proponía.
D.: ¿ Cuándo se publicó la novela original?
I.R.: En 1999, pero yo la había escrito antes, cuando tenía 22 o 23 años. Tenía una idea equivocada de lo literario, uno piensa que cada párrafo tiene que ser una obra maestra.
D.: Guerra Civil, Franquismo, tardofranquismo, Transición… Reflexionas sobre cómo se ha reconstruido la imagen de esto, ¿no es raro para alguien de tu generación, en general más preocupada con temas de actualidad?
I.R.: Es un interés personal. De todas formas, no creo que el Franquismo no sea algo actual, no tengo ninguna obsesión especial, yo escribo desde el presente y para el presente. Hay que entender el tardofranquismo y la Transición para ver de dónde venimos, para poder actuar sobre el presente. Me llamaba la atención una distorsión grande entre el discurso que se construye desde la ficción, novelas, cine, televisión; y el discurso que se construye desde la investigación histórica. En la ficción presenta muchos huecos, no se ha facilitado la comprensión del Franquismo, pero a cambio tiene mucho más peso en la construcción del imaginario colectivo del pasado reciente. Los lectores nos construimos la imagen del Franquismo a partir de novelas y películas más que de ensayos históricos. Un ejemplo es La colmena de Cela. Sigue siendo leída como un documento de época, como la mejor imagen de la posguerra, y no es verdad, La colmena oculta mucho, no cuenta cómo era el Madrid de los años ’40. Sin embargo, insisto, la novela es aceptada como un fiel reflejo. De hecho, Cela ha confesado que en La colmena él está escribiendo historia y la gente lo lee como tal. Muchos lectores tienen fijada la imagen de la posguerra por este libro. Es curioso, porque en la larga trayectoria de malentendidos de la obra de Cela, La colmena aparece como un libro censurado, lo que le arroja mayor credibilidad al texto, pareciera que la censuraron por su incomodidad para el régimen. La realidad es que el informe del censor indica que su problema es de tipo moral, por las escenas sexuales y el lenguaje soez; de hecho, se subraya que no atenta contra el régimen, que es políticamente inocua. Curiosamente, ahora se están volviendo a escribir muchas novelas sobre la posguerra y a mí lo que me interesa de verdad es el tardofranquismo, del que se está escribiendo poco. Además, son años muy molestos para ciertas ideas que tenemos sobre nuestra democracia.
D.: En general, se ha mirado esos años con ojos complacientes, ¿no crees?
I.R.: Sí, además, escribir hoy sobre los años ’30, por mucha controversia que haya, no le molesta a nadie, no se hace ningún daño. Pero escribir sobre los años ’60 y ’70, escribir sobre el comportamiento de ciertas personas, de ciertas empresas, de las complicidades que había en ciertas esferas, es mucho más complicado, y no sólo porque algunos protagonistas estén todavía vivos. Una novela muy recomendable que trata esa época es La fea burguesía, de Miguel Espinosa. Es la mejor novela para comprender el Franquismo, el tardofranquismo y nuestra democracia, porque nos expone muy bien cómo se generan esas clases gozantes que sostienen al último Franquismo, la llamada clase media. Eso que va más allá del Franquismo sociológico y que es lo que seguimos teniendo hoy como tejido social acrítico.
D.: ¿Qué te lleva a abordar esas décadas desde una visión tan política?
I.R.: Es imposible escribir sobre esos años y no hablar de política. No puedes plantear una visión puramente sentimental. En el fondo, una visión nostálgica de los años ’60 es también una visión política, no nos engañemos.
D.: Cuándo te dieron el premio Rómulo Gallegos por El vano ayer hubo cierta polémica sobre el jurado…
I.R.: Sí, es cierto que hubo una pequeña polémica, hubo un artículo que se publicó en El País. Cuando gané el premio, ese periódico sacó un artículo largo de un editor venezolano, Gustavo Guerrero, que arremetía contra el galardón argumentando que era un premio político. Decía que El vano ayer era una buena novela, pero que mi triunfo se debía a méritos políticos. Cuando fui a Venezuela a recoger el premio esperaba un ambiente hostil porque allá esta todo muy polarizado: chavismo-antichavismo. Mi sorpresa fue grande cuando vi que nada de eso ocurría, incluso la prensa llamada antichavista celebraba mi libro. Parece ser que las últimas ediciones del premio habían sido un toma y daca entre las grandes editoriales, y con mi libro se volvía a premiar una novela por su valor literario, escrita por un desconocido.
D.: ¿Existe algo así como un frente literario republicano?
I.R.: Creo que al final nos conocemos todos y los manifiestos circulan. Hay cierto oportunismo por parte de algunos autores. Reivindicarse republicano es una etiqueta, sin duda inofensiva, para acercarse a cierto público. El compromiso literario es algo que compromete de verdad al autor. Hoy, la reivindicación republicana puede convertirse en un barniz, incluso atractivo en ciertos ambientes.
INTELECTUALES MEDIÁTICOS
D.: ¿Qué papel tienen los intelectuales? ¿Te consideras un intelectual con capacidad para influir y marcar una agenda política?
I.R.: Buena parte de la responsabilidad de que haya un batallón de ‘intelectuales’ escribiendo columnas y artículos la tienen los medios, que tienen que rellenar huecos de opinión. Por ejemplo, Juan Manuel de Prada es uno de los escritores más comprometidos que hay, con unas ideas y una agenda política muy definidas. Se ha creado la figura del intelectual, y uno que escribe y publica parece que ya tiene cosas interesantes que decir. Al final se acaban convirtiendo en columnistas- tertulianos. El intelectual parece que tiene una capacidad de comunicación superior, aunque muchas veces su fuente es Google. Cuando he escrito en El País, me lo he planteado como una posibilidad de intervenir socialmente, de abrir algún debate oscurecido. También, la tentación de los escritores de utilizar estas tribunas para prolongar su imagen, alimentar su capital simbólico como escritores, es grande.
CRÍTICA Y PROMOCIÓN
En España existen grandes grupos mediáticos que, además, controlan el panorama editorial, una situación que provoca sospechas entre los lectores de suplementos culturales. Para Rosa, lo sorprendente es que los lectores hayamos acabado aceptando que estos suplementos sean puros espacios promocionales: «En ocasiones hay más promoción que crítica literaria». Él afirma que, de momento, se ha mantenido al margen de estos cambalaches. Sus obras han estado en todas las trincheras: «No me quejo, mis libros han sido bien tratados por la crítica de uno y otro lado».