Atrás parece haber quedado la universidad de la legitimidad originada en la academia y de la que emanaban las reglas que sostenían un tranquilo orden interno y unos compromisos con la sociedad. El saber como referencia de la vida universitaria y como herramienta de transformación hoy parece estar al margen. Los hombres mas viejos producto […]
Atrás parece haber quedado la universidad de la legitimidad originada en la academia y de la que emanaban las reglas que sostenían un tranquilo orden interno y unos compromisos con la sociedad. El saber como referencia de la vida universitaria y como herramienta de transformación hoy parece estar al margen. Los hombres mas viejos producto del conservadurismo y la imposibilidad que tuvieron para acceder a una escuela solían decir que estudiar mucho enloquecía, descoordinaba y convertía en demonios a los jóvenes. Ellos sabían que no era cierto, pero servía para justificar su marginación social y en el fondo confiaban que sus hijos educados derribarían muros, por eso a la par creían que lo mejor de su transito a la ciudad era que por fin podrían tener un hijo doctor y que la herencia a dejarles sería educación en lugar de un pedazo de tierra o unos animales.
Las universidades formaban en las profesiones y en la conciencia social y algunos pocos de sectores populares podían irse a estudiar al exterior sus doctorados, luego de demostrar mas que nadie sus capacidades y su tesón para irse, dejar a su familia, a su terruño, a su pueblo. La entrada salvaje del mercado a las universidades impuso el valor de las mercancías sobre la vida humana y en el mundo del saber suplanto las esencia con las formas. Las universidades se desfinanciaron y el estado presiono el cambio del poder académico por el poder político. Estudiar se convirtió efectivamente en un asunto tan riesgoso para el bienestar y la vida misma como no hacerlo. Enloquecer, morir, enfermarse o ser encarcelado por el estudio se volvió cosa real. Buscar la ciencia que era una tarea colectiva de la universidad, fue relegada por la búsqueda insaciable, obsesiva, persistente de resultados formales y cumplimiento de ordenes y nuevas ordenes que invocan solo normativas sin contexto. Al profesor ya poco se le toma en cuenta por la legitimidad de sus acciones, lo que cuenta son sus paper (buenos o malos, poco importa), el numero de artículos, el numero de veces que lo citan (no importa cómo, ni quién, ni para qué), cuenta por publicaciones en revistas aunque estas no le importen al mundo o nazcan sin expectativas de vida. Poco importa lo ético ni los compromisos con la transformación real, ni la dedicación y esfuerzo, cuenta la formalidad, es un funcionario mas que recibe ordenes de sus superiores que también las reciben.
Humanamente las universidades eran el lugar privilegiado en el que la tranquilidad del cuerpo y del alma podían estar en equilibrio y renovarse cada siete años (año sabático) y en el que Trabajadores, empleados, Profesores, Estudiantes y Directivas hablaban, pertenecían a una misma clase de humanos y también social, compartían entre diferencias que superaban en la disputa verbal directa o la movilización, la universidad era el mejor escenario de razón, dialogo, franqueza, igualdad y respeto a toda prueba. La palabra sola bastaba para resolverlo todo. Hoy hay enjuiciamientos, verdugos, judicialización, amenazas, temeridad, acoso. Las paredes hacen silencio, dicen poco de la ciencia convertida en política para transformar y mucho de la política desviada a politiquería y clientelismos. Hay persecuciones abiertas y silenciosas, marañas y tretas, estratagemas, odios, venganzas, y se despliega como una maldición la idea de que el que piensa pierde. El poder calcula, todo o nada se puede por poder justificado con la norma, la democracia suma o resta por la cercanía a un poder de egos y adulación, adherirse al poder beneficia, aísla de males. Poco se gobierna en su lugar se manda, se impone, se traduce en autoritarismo la autoridad conferida por la academia, se cambia la vida de los otros por poder como si fueran fichas de un juego de ajedrez, y los cargos se enrocan entre los mismos elegidos que unas veces son torre, alfil o peón.
La universidad de hoy tiene grandes vacíos sobre todo éticos y políticos, déficits de democracia y de comprensión y respeto por la condición humana de los otros. La universidad esta convertida en una empresa que forma capital humano para producir mercancías entre ellas conocimiento y sus actores son maestros o aprendices cada uno en su rol en un mercado que según el calculo invoca la autonomía o le da la razón al estado. La racionalidad económica se ejemplica con nombres como los de Carol Natalia Claro; Benjamín López Naranjo; Eduard Abel Feo; Fernando Calao; que constituyen casos emblemáticos de estudiantes de pregrado Colombianos que recibieron un crédito de Icetex para cursar sus estudios y por enfermedades padecidas su vida y la de sus familias se convirtió en un infierno, por que la indolencia del prestamista hizo primar la lógica de que el sistema esta primero y sus operadores actuaron no en favor de estos jóvenes humanos que eran sus estudiantes, si no que le dieron totalmente la razón al sistema. Ocurre lo mismo en todos lados, por poder el sistema tendrá o no la razón.
La UPTC a partir de una publicación (elespectador.com/nación, febrero 7 de 2016) da cuenta de la situación humana de Heyder Carlosama López, quien por encima de toda consideración es un profesor universitario hoy destituido, investigado, enfermo, endeudado, destruido, por haber corrido el riesgo de los humildes de atreverse a alcanzar el sueño de saber cursando un doctorado en ingeniería en Berkeley. Es uno entre la larga historia silenciosa de decenas de profesores y profesoras del país que por perseguir un sueño de saber y traer un titulo de doctor, tienen la vida convertida en un infierno. Cada universidad tiene sus listas de tragedia, son profesores denominados deudores morosos, que vencido el tiempo regresaron sin el titulo, y se les ve en estrados judiciales, contraloría, y respondiendo a investigaciones disciplinarias para probar su inocencia. Aislados de la ciencia por el delito de arriesgarse por el sueño de saber y no haber terminado a tiempo su compromiso; otros con sus fiadores tienen sus sueldos embargados y unos menos optaron por jubilarse rápidamente para evitar el juicio. Otros acuden a estudiar por cuenta propia, casi clandestinamente, en sus mismas universidades, en ejercicio de actividades laborales de profesores y de estudiantes de doctorado, para evitar que el compromiso destruya sus vidas.
Las comisiones de estudio doctoral en el exterior, son un derecho ganado en la lucha sindical de profesores, y para acceder a ellas se requiere unas condiciones de merito y permanencia laboral y sobre todo del valor y preparación humana para arriesgarse a alejarse, a hacer vida solitaria y en completa dedicación de tiempo y concentración física y mental a aprender una ciencia en un país extraño, en condición de migrante, en tiempos que oscilan para el mundo occidental entre 4 y 8 años según el consenso de las academias científicas, para realizar una tesis doctoral y obtener un titulo de doctor, que responda al sueño y convicción ética y responsabilidad social con un país, una universidad y una familia. Los tiempos de estudio si bien están regulados, exigen poner en contexto las situaciones, cada doctorado es distinto, tiene su propia esencia temática, de profundización teórica y de complejidades especificas y las reglas de la democracia que homogeneiza aplicadas a las actividades de aprendizaje de la ciencia no son suficientes, a veces tampoco adecuadas, no cabe por ejemplo adelantar una votación entre delegados para decidir sobre como tratar una ciencia, una categoría o una practica doctoral y entender sus laberintos.
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