Hace algunos años, cuando leí el conocido libro de E. F. Schumacher «Lo pequeño es hermoso» hubo una idea que me impactó. En el capítulo dedicado al problema del desempleo en la India, Schumacher plantea una pregunta ciertamente pertinente a la que hasta la fecha yo no había prestado demasiada atención: ¿Para qué es la […]
Hace algunos años, cuando leí el conocido libro de E. F. Schumacher «Lo pequeño es hermoso» hubo una idea que me impactó. En el capítulo dedicado al problema del desempleo en la India, Schumacher plantea una pregunta ciertamente pertinente a la que hasta la fecha yo no había prestado demasiada atención: ¿Para qué es la educación?. Al responderla el célebre economista alemán comentaba que el coste de una carrera universitaria de cinco años para un hindú equivalía a ciento cuenta años de trabajo de un campesino. Esta respuesta daba lugar a un cuestionamiento no menos importante. «¿Ha de ser la educación un «pasaporte al privilegio» o algo que la gente pueda tomar casi como un voto monástico, una obligación sagrada de servir a la gente?«. Ni que decir tiene que la primera opción es la elegida mayoritariamente por la mayor parte de las personas que pasan por la universidad en todos los países del mundo. Según Schumacher, este «egoísmo innato por parte de la gente que está bien preparada para recibir pero no para dar«, lleva a que esta minoría privilegiada desee ser educada «de una manera que los mantenga aparte e inevitablemente aprenderán y enseñarán las cosas equivocadas, es decir, cosas que los mantienen aparte, con desprecio por la mano de obra, desprecio por la producción primaria, desprecio por la vida rural, etc…«.
Tiempo después encontré similares críticas a la falta de implicación de las personas instruidas en autores como Iván Illich o el ensayista mexicano Gabriel Zaid. De este último autor mantengo vivo el recuerdo de la lectura de algunas obras suyas como «La feria del progreso» (1982), donde no escatimaba críticas contra los trepas universitarios, preocupados únicamente de obtener beneficios económicos, prestigio social y poder. Me ha alegrado comprobar, -leyendo algunos de sus recientes artículos en la prestigiosa revista Letras Libres-, que no ha variado un ápice su postura al respecto de la mayor parte de la clase universitaria. Así, en un artículo titulado «muros profesionales» (02/01/2012), comenta cómo en la actualidad contamos con suficientes recursos económicos y técnicos para acabar con el hambre en el mundo, «pero los universitarios en el poder de los países capitalistas, comunistas y del Tercer Mundo siempre han tenido cosas más importantes que hacer. Los muros que impiden acabar con el hambre no son físicos, ni están sostenidos por intereses económicos ni políticos. Por el contrario, facilitar que los pobres salgan de pobres sería un gran negocio económico y político. Los muros invisibles son las convicciones profesionales impermeables a la realidad. Desde que el poder está en manos de universitarios, las necesidades sociales están sujetas a las necesidades intelectuales de los expertos, funcionarios, políticos y comentaristas. Si hay ideas que no les entran en la cabeza, que no encajan en sus marcos teóricos y consensos profesionales, no pasan a la práctica«.
Sin lugar a dudas, la crítica más conocida a la falta de compromiso social de los universitarios proviene del famoso discurso que dictó Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara (México, 2 de diciembre de 1972). Allende hacía un llamamiento a los universitarios para que entendieran que los cambios estructurales económicos necesarios para salir de la situación de penuria que afectaba a los países suramericanos « se requiere un profesional comprometido con el cambio social; se requiere un profesional que no se sienta un ser superior porque sus padres tuvieron el dinero suficiente para que él ingresara a una universidad; se necesita un profesional con conciencia social que entienda que su lucha, si es arquitecto, es para que se construyan las casas necesarias que el pueblo necesita. Se necesita un profesional que, si es médico, levante su voz para reclamar que la medicina llegue a las barriadas populares y, fundamentalmente, a los sectores campesinos …Se necesitan profesionales que no busquen engordar en los puestos públicos, en las capitales de nuestras patrias. Profesionales que vayan a la provincia, que se hundan en ella «.
Podríamos seguir citando a cientos de autores con críticas similares hacia lo que suele denominarse el «tejido social culto» de nuestros respectivos países. De entre ellos, pocos son los universitarios de todo tiempo y lugar que han sentido esta obligación moral de devolver a la sociedad el esfuerzo colectivo de trabajo y dinero que ha costado su carrera universitaria. Muy distinta sería nuestra sociedad si se adquiriera esta conciencia colectiva sobre la necesidad de devolver a la sociedad su inversión en la educación superior de un reducido y privilegiado grupo de jóvenes. Los universitarios tendrían que reflexionar en torno a esta idea y pensar qué pueden hacer para mejorar las expectativas de vida de los ciudadanos de la localidad en la que viven. Y esto no sólo afecta a los estudiantes en curso o a los recién titulados, sino al conjunto de las personas que cuentan con un título universitario.
Necesitamos, -en la misma línea que reclamaba Salvador Allende-, médicos que se preocupen no sólo de curar a los enfermos, sino de evitar que enfermen denunciando las causas ambientales que hay detrás de la proliferación de enfermedades como el cáncer, la diabetes, la fatiga crónica; abogados que no se ocupen de salvar de la cárcel a los corruptos que han hundido la economía española, sino que se impliquen en la persecución de los ladrones de guante blanco y asesoren a las ONG en sus denuncias contra los delitos ambientales o financieros; arquitectos que no se vendan a los espurios intereses de promotores y constructores, sino que aporten su conocimiento para avanzar en la sostenibilidad ambiental de nuestras ciudades; historiadores que hagan frente al nihilismo antihistórico de los políticos en nuestro país, para quienes la memoria histórica, aún la más inmediata, es un pesado lastre del que quieren deshacerse para no asumir responsabilidades por su ineptitud y negligencia; científicos que dejen de trabajar para las empresas de armamento que se lucran con la muerte y trabajen para las se preocupan en salvar vidas humanas; economistas que desarrollen alternativas más sostenibles que el vigente sistema capitalista; periodistas independientes que informen con veracidad de los acontecimientos locales, nacionales e internacionales; profesores con vocación en la formación de ciudadanos despiertos, lúcidos y críticos…
Sí, es verdad. Todos conocemos a algunos universitarios comprometidos con el más noble ejercicio de su labor profesional. Pero son una minoría entre el amplio número de jóvenes que han pasado y pasan por las universidades. La actual situación de crisis multidimensional (económica, ecológica, social y ética) requiere la implicación activa y comprometida de toda la sociedad, en especial de aquellos que han alcanzado los niveles más elevados de formación académica. Afortunadamente, movimientos como el 15M, entre cuyos integrantes abundan estudiantes o licenciados universitarios, nos hace albergar esperanza sobre un mayor compromiso social de la clase universitaria española.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.