Marc Saint-Upéry, en su libro El sueño de Bolívar, hace alguna referencia a las razones por las que Latinoamérica es tan interesante para sectores importantes de la izquierda (o autodenominada tal) de Europa. La razón fundamental viene bajo la etiqueta «exotismo familiar». Añado lo que algunos amigos mexicanos llaman «zapatista tours» extensible a otras revoluciones […]
Marc Saint-Upéry, en su libro El sueño de Bolívar, hace alguna referencia a las razones por las que Latinoamérica es tan interesante para sectores importantes de la izquierda (o autodenominada tal) de Europa. La razón fundamental viene bajo la etiqueta «exotismo familiar». Añado lo que algunos amigos mexicanos llaman «zapatista tours» extensible a otras revoluciones en marcha, sean o no reales. Lo que los europeos incapaces de hacer la revolución en su propio país encuentran allí es la posibilidad de ver revoluciones en directo y hasta de sentirse partícipes de las mismas. Por eso algunos de dichos sectores se quedan encandilados con lo que ven (normalmente, con lo que se imaginan o, en la menos mala de las hipótesis, con lo que pueden ver) y llegan a adoptar actitudes bien lejanas de lo que tendría que hacerse de cumplir con la definición (no sé si leninista o estalinista) de marxismo: análisis concretos de situacines concretas. Lo que hacen, entonces, es buscar sistemáticamente, como si de un abogado defensor se tratase, los datos que sirven a su causa adoptada mientras rechazan como «burda maniobra» (mediática, imperialista etc.) cualquier dato que no encaje con su visión más o menos beatífica incluso si los datos los proporcionan gentes poco sospechosas de estar contra el respectivo régimen (un excelente ejemplo). Sin embargo, ese enamoramiento puede tener otras connotaciones.
En la Utopía de Tomás Moro hay una referencia inicial a Américo Vespucio. Con éste habría hecho los viajes el narrador de lo visto en aquella isla y que Moro reproduce. Latinoamérica, en este sentido, puede ser un buen instrumento, como lo pretendía ser el libro de Moro, para hacer ver los defectos de las sociedades europeas (u occidentales, si se prefiere algo más de etnocentrismo): su rapiña, su doble moral, su lucha de clases de «los de arriba» contra «los de abajo», su maltrato a las minorías supuestamente inexistentes, su politiqueo vacío que se queda en el poder por el poder y algunas cosillas más.
Si esto fuese así, la utopía latinoamericana podría tener las características que Galeano le daba a las (buenas) utopías:
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar.
Esa sería una evidente utilidad, pero no tanto por los enamoramientos producidos hacia un régimen u otro, sino por los objetivos que plantea, se logren o no. Es el caso de la iniciativa ITT-Yasuní producida en el Ecuador (hoy es su Día Nacional, aunque se ha trasladado al 13) de dejar el petroleo bajo tierra, respetar el ambiente y respetar a los pueblos que desean mantener su independencia (me refiero a los indígenas). Se han dado pasos hacia esa utopía que, sin embargo, se aleja. Sólo para los que siguen los detalles de aquella política adjunto la viñeta de El Comercio.
El fideicomiso para dejar en tierra el petróleo se firmó recientemente. Ha sido un paso adelante. Lo que, en mi inveterado pesimismo, temo, es que el horizonte se haya corrido un poco más. Pero han caminado y eso es mucho, pues creen que la utopía es guía. No así para sociedades como las europeas que no tienen hacia dónde caminar, más allá de enviar empresas y soldados a medio mundo (eso sí, sin llegar al nivel de los Estados Unidos en el segundo caso, ni al de la China en el primero). Constato que no hay utopías europeas.
Fuente: http://mundomundialtortosa.blogspot.com/2010/08/utopia-latinoamericana.html
rCR