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Varas y Neruda

Fuentes: Rebelión

Neruda y Varas pertenecen a generaciones sucesivas. Uno nace en 1904, el otro en 1928. La disparidad cronológica no los separa, más bien los une en una clara y rara continuidad. Esta se debe en parte a la evolución histórica del país y, más que nada, a la comunidad de ideas y de posiciones sociales […]

Neruda y Varas pertenecen a generaciones sucesivas. Uno nace en 1904, el otro en 1928. La disparidad cronológica no los separa, más bien los une en una clara y rara continuidad. Esta se debe en parte a la evolución histórica del país y, más que nada, a la comunidad de ideas y de posiciones sociales que sustentaron de por vida. Experiencias nacionales y mundiales moldearon la personalidad de cada uno, incorporándose en sus obras respectivas. Al poeta le tocó vivir dos grandes derrotas, la de España en 1939 y la de Chile en 1973. El triunfo del Ejército Rojo entre Stalingrado y Berlín restableció de algún modo su confianza en un destino histórico mejor para Europa y otros pueblos. De ahí que expandiera España en el corazón con los poemas finales de Tercera Residencia, varios de ellos dedicados a la reciente guerra mundial. Varas, por su parte, empieza a narrar en los albores de la guerra fría; más tarde, ya en plena madurez biográfica y creadora, verá instalarse una nueva dictadura en su país. Ambos, tanto el poeta como el novelista, conocerán el exilio político, uno desde 1949 hasta 1952, otro del 73 al 88.

El segundo texto narrativo de Varas debe su nombre a un poema y verso de Neruda situados hacia el fin de la Residencia II . » No hay olvido ( Sonata)» figura completo en la apertura del libro, después de un prólogo algo belicoso. » Sucede» marca en su título una deuda con la visión temporal del poeta, en que el espectáculo caótico de las cosas convive con una tensa voluntad de resistencia. Es el doble sentido del verbo»durar», que Neruda percibe y poetiza con intensidad. En Varas, en un texto que tiene mucho de experimento vanguardista, el tiempo nerudiano que «sucede» irreparablemente cuaja en acontecimiento concreto, en noticia política y en hecho social de alcance nacional o internacional. Es su operación Dos Passos. La influencia del gran novelista norteamericano, que llegará tarde a América Latina en general ( La región más transparente , de Fuentes, es de 1958), da un giro significativo a la intuición poética de Neruda. La «duración» se transversaliza, abriéndose de par en par a lo que ocurre en el mapa de un presente colectivo. Si no por otras razones, vale la pena subrayar el detalle, porque muestra bien que al Neruda actuante hacia mediados de siglo, por lo menos entre escritores de izquierda, se lo veía en unidad y como un todo, sin distinguir al poeta residenciario del poeta político posterior. Lo sombrío de la metafísica en las Residencias echaba luz sobre las tinieblas dictatoriales del Canto General , prolongándose en ellas (1).

Hace tiempo comenté el notable escrito de Varas, Neruda clandestino (2003). Con una perspectiva de más de medio siglo, el narrador podía seguir bien lo que fueron los días y noches del poeta en clandestinidad, en refugios del puerto y de la capital, y su viaje posterior a través de la Cordillera. Se narraba así, casi paso a paso, la inmersión progresiva del poeta perseguido en lo hondo del pueblo y de su tierra, a la vez que la génesis y creación de las secciones que dan forma al poema monumental. Observaba en esa ocasión un detalle curioso, el que a las 15 grandes divisiones del Canto respondieran quince capítulos en la glosa narrativa de Varas – 13 unidades propiamente tales, más la » Introducción y un » Epílogo». Este extraño pitagorismo ( sepa Moya si consciente o no) me parecía un indudable homenaje al gran libro de base que funcionaba como intertexto y, a la vez, cual hipertexto. Con ello, Varas escribía algo que sin duda representa una destacada contribución a la bibliografía sobre la vasta epopeya americana.

Los textos explícita y específicamente dedicados a Neruda no son pocos en la obra de Varas. Ya he dicho que Neruda clandestino me parece el mejor y más sobresaliente. Entre los demás, se cuentan por lo menos tres, que se entrelazan y superponen a través de varias décadas. El núcleo es obviamente Neruda y el huevo de Damocles , de 1991, que incluye tres cuentos y una posdata escritos entre comienzos de los 70 e inicios de los 90, los que se multiplicarán en las colecciones siguientes: 10 textos en Nerudario , de 1999, y una docena de crónicas definitivamente agrupadas en Tal vez nunca (2008). Alguna vez sería interesante estudiar con pormenor la lógica con que se imbrican y barajan estas piezas. Por el momento, señalo solo un par de hechos significativos. En el último volumen la selección adquiere una inusitada simetría. El primer texto es ahora » Ho perduto la Formica», nuevo que yo sepa; el final no es otro que » La Patoja», que ya venía en el Nerudario previo. Con esto, las dos mujeres de Neruda, Delia y Matilde, fijan los contornos de la serie, dejando en medio al poeta y a sus amigos ( » Juvencio», » Acario»), superando así cierto desequilibrio en favor de los amores de una que se había filtrado en libros anteriores ( véase especialmente » Aquellos anchos días»). Justicia de gender , podríamos decir, tardía si se quiere, pero que permite rehacer el pendant entre las musas conyugales del autor. Junto a esto, y de un modo harto sugestivo, la » Posdata» que aumenta o se achica según las circunstancias, adquiere un poder inusitado. El origen del texto, ligado a un proyecto de publicación por la revista Hechos Mundiales , contenía ya la tensión entre vida y muerte, porque en 1971 se trataba de preparar un número en el caso de un deceso eventual del poeta, al que por esa fecha se sabía enfermo. Con la frase final de despedida, » Tal vez nunca», que el poeta pronuncia por teléfono el mismo día del golpe militar, la tensión se descarga en tragedia real, incluyendo también al director de la revista, Guillermo Gálvez, que desaparecerá luego de ser detenido por la dictadura en 1976. Varas narra todo esto con impecable e implacable economía de medios, haciendo vívidas las circunstancias que rodean la muerte de sus dos amigos.

Es posible que la mejor definición de esta materia nerudiana ( una docena de textos, en total) la dé el mismo autor, cuando define su proyecto como una «especie de choapino de colorido abigarrado» con que intenta retratar al poeta. Las hebras son muchas, pero el hilo y tema principal es el del humor. Comicidad, risas, ambiente de dicha en el amor y en la amistad permiten vislumbrar un sentido entrañable de la compañía humana, difícil de hallar en la experiencia de todos los días. Es su isla de poesía y felicidad . El folclor circulante sobre Neruda – repertorio de dichos, boutades, ocurrencias, etc. – lo recoge y enriquece Varas en un tour de force que casi siempre resulta eficaz. No es fácil hacer pasar el humor oral a un texto impreso; gestos, subentendidos, sonrisas se escabullen y escapan de la transcripción verbal. Solo maestros de valía internacional , como García Márquez, son capaces de trasladar, a un cuento como » Me alquilo para soñar» de Doce cuentos peregrinos , la simpatía y bonhomía que solía exhibir el poeta. Las «historias» que contaba Mario Céspedes, y que eran para morirse de risa, difícilmente pasarían al papel; perderían necesariamente parte de su gracia inolvidable. La anécdota, el juego de palabras, lo ingenioso, la frase viva e imprevista se dejan transcribir, no así el chiste, que es cosa de improvisación, pues irrumpe en situaciones imprevisibles. De ahí la eximia artesanía de Varas al trasmitirnos, por ejemplo, la famosa salida de Neruda con ocasión del poema » Al difunto pobre». Aquel acaba de leerlo y transcribirlo, y no puede dejar de expresar su sorpresa y admiración ante el poeta. Para romper la tensión así creada, este exclama: » Sí, es que yo a veces tengo mis reventones». De paso, no sé si hay un cruce de memoria, pero creo recordar que la frase la motivaba más bien el poema » El Pueblo», también de Plenos poderes; pero puedo equivocarme…

Neruda se fue en septiembre de 1973, Varas casi cuarenta años después. Este comienza a dar forma a sus recuerdos nerudianos en 1971. El enlace es casi simbólico, y tiene mucho de fraternal, porque a Varas siempre se lo ha visto como a un escritor representativo del umbral oscuro de este siglo. Ello, a pesar de volúmenes previos, que en esta óptica constituirían algo así como su prehistoria literaria: Cahuín , el ya mencionado Sucede , su memorable Porái , el testimonio relativo a Chacón , los cuentos de Lugares communes . No son pocos. Por sí mismos, compondrían la obra válida y darían mérito a cualquier autor. La fuerza de las cosas, sin embargo, que hizo entrar al país en dictadura y el fracaso notorio de la democracia posterior, han hecho que resulte ser el novelista prototípico de tres narraciones importantes ( entre ellas, El correo de Bagdad y Milico ) y el autor de una catarata de cuentos que escribió en la parte final de su vida. Narran estos en su mayoría experiencias de exilio o jirones de un país que ya se fue. En la actualidad es ese sector de su obra el que adquiere relieve y proyección, suscitando el interés del público lector. Y es evidente que, en este tránsito entre prehistoria local y el nuevo rostro internacional de Varas, los textos nerudianos se insertan y cumplen un papel, reforzando la articulación. Lo chileno, de círculo estrecho y limitado, se hace sudamericano en » Aquellos anchos días» por la amistad del poeta con el arquitecto uruguayo Alberto Mántaras; y en » Conversación de Praga» se anuncian ya los cuentos que a mí me gusta llamar «eslavos» por su tema ruso, soviético o checoeslovaco.

Con Neruda, con Teitelboim, con Varas, se está yendo un doble grupo generacional que ha sido parte viva de nuestra historia intelectual y política. Poesía, cultura, inteligencia, un sentido lúcido de la acción colectiva y una tenaz voluntad de participación cívica quizás sean su legado incuestionable. Han contribuido, cada uno a su modo pero en completa convergencia, al desarrollo democrático del país – al de una democracia real, incluyente, orgánica, activa y crítica. Sin ellos, sin su aporte que cruza todo el siglo xx, el país sería más pobre de lo que es y de lo que siempre ha sido. Ellos lo enriquecen, pues sus obras intentan dar dirección a la experiencia de una sociedad que se obstina en «marchar a la deriva».

*****

Vi a Varas por última vez el año pasado. Quedamos de encontrarnos en Providencia, a la salida de una estación de Metro. Llegó con solo un libro. – Libro en ristre – le dije. Sí – me dijo, y me pasó Los tenaces . Es lo último suyo que he leído. Colección de seis textos magníficos, que abarcan desde los días de Recabarren hasta el asesinato de Carmelo Soria en julio de 1976, comprenden un vasto período de resistencia y «tenacidad», dando testimonio sobre el crecimiento de las fuerzas populares, de su organización laboral y de sus luchas sociales. Empalman y entroncan perfectamente con secciones afines del Canto General , » La tierra se llama Juan» además de otras. Es una visión desde abajo, sin hojarasca ni hojas muertas, pero con las raíces palpitantes del bosque. Su fuerza aún nos dura: viene desde lejos y llega hasta las movilizaciones de hoy.

Esa vez conversamos largamente en torno a un café. Acababa de estar en el norte para escribir una crónica sobre el campamento cercano a la mina donde estaban enterrados los mineros. Hablamos de ellos, y también de los mapuches del sur, en huelga de hambre por esos días y de los cuales nadie hablaba ni quería hablar. Norte y sur: geograf ía de un país constantemente dividido.

Al separarnos, se alejó por Providencia abajo, perdiéndose en la estación del Metro.

(1) Un pequeño aparte. » Si me preguntáis en dónde he estado…»: así se abre » No hay olvido», en condicional; » Preguntaréis: Y dónde están las lilas» prorrumpe » Explico algunas cosas», en futuro frontal. Más allá del cambio, la reiteración de la pregunta pareciera encadenar dos etapas mayores de la poesía nerudiana. La interpelación común a un lector plural y la firme localización del tiempo son los signos visibles. Era su forma de «estar en el mundo».

Jaime Cocha es Profesor de la Universidad de California, San Diego.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.