En este artículo el autor reflexiona sobre la obra literaria de Vargas Llosa y su pensamiento político.
La periodista colombiana María Jimena Duzán publicó en El País, el 7 de julio de 2022, un excelente artículo sobre Vargas Llosa. Bajo el título «Vargas Llosa, el equivocado eres tú«, fue directamente al grano:
“El escritor y premio nobel de literatura Mario Vargas Llosa ha dicho a manera de sentencia que los colombianos votamos mal porque elegimos a un ex guerrillero del M-19 como nuevo presidente del país. ‘Si actúa en la legalidad, bienvenido’, dijo con un gesto de escepticismo y de profunda desconfianza y, como si ya hubiera hecho su juicio sobre lo que le va a suceder a Colombia, dejó caer su ultimátum al concluir que la elección de un ex guerrillero en la presidencia ponía en peligro la legalidad que por años ha tenido Colombia. ‘Hay una legalidad que se ha mantenido todos estos años a pesar de que la guerrilla representaba otra cosa’, remató en su diatriba.
El veredicto que hace el Nobel sobre Colombia puede sonar bien en Madrid, frente a sus áulicos, pero no en Bogotá. Aquí su dictamen resulta ligero, injusto e irrespetuoso para con los 11 millones de colombianos que ejercieron su derecho al voto. Su dictamen parte del estigma y de la descalificación moral y convierte a los colombianos que votaron por Gustavo Petro en seres sospechosos, que no son de fiar”.
Pero allí, al final del artículo, escribe: “Vargas Llosa es un escritor y ensayista que ha cautivado al mundo. Sin embargo, cuando se mete en la política casi nunca acierta”. Es a partir de este punto que continúo. Hay un pensamiento que parece ser dialéctico cuando expresa que los individuos reaccionarios, incluso de derechas, pueden ser buenos o grandes escritores. En el siguiente paso, hablan de que los escritores de izquierdas no siempre son buenos escritores. Esto es un paso necesario para la siguiente afirmación, «los escritores de izquierdas son panfletos». Y como escriben panfletos, estarían lejos de ser buena literatura. Ni siquiera se trata aquí de recordar la gran literatura panfletaria de Swift -que recomendaba a los padres pobres que vendieran a sus hijos pequeños a los ricos para que los niños se asaran- o de Mark Twain, que mató la hipocresía de los superhonestos en la novela «El hombre que corrompió Hadleyburg«. No, porque debo seguir. Es decir, sobre la sólida base de que la literatura no es un panfleto de izquierdas, se lanzan a insinuar que los escritores reaccionarios ¡escribirían magníficas novelas! Pero hay que ir más despacio, porque el santo es de barro.
Lo primero que hay que pensar es que no basta con exponer la contradicción para ser dialéctico. ¿Lo entiendes? Decir que un negro puede ser racista es exponer una contradicción. O, de otro modo, decir que un trabajador puede apoyar a un fascista es el momento flagrante de una contradicción. Pero la dialéctica sólo se realizará cuando la contradicción esté más que expuesta: hay que entenderla en su profundo movimiento contradictorio, nunca como el retrato fijo de un paisaje. Ah, los reaccionarios pueden ser buenos escritores (y, subrepticiamente, sin que uno se atreva a expresarlo, «cuanto más reaccionario, mejor»).
Ah, menos y más. Fíjese en la clásica afirmación de que Balzac era monárquico, pero revolucionario en sus novelas. Pero quedarse en eso es no ver que «de Balzac»: a) tenía su foco en los odiosos burgueses; b) que sus personajes monárquicos, o nobles, no poseían acciones loables. Y si acudimos a los escritores brasileños, siempre se dice -¡o mejor, se acusa! – que Machado de Assis en su vida fue alienado, conservador, y sin embargo el mayor escritor brasileño. Pero amigos, cómo necesitamos el Diccionario Machado de Assis, del gran José Carlos Ruy, para aclarar y restituir el lugar y el genio de Machado de Assis (Editora Anita Garibaldi, ¿por qué el retraso en la publicación de la última obra de José Carlos Ruy?) Por otro lado, o en el mismo lado, tenemos a Lima Barreto y Castro Alves, escritores de izquierda dignos de cualquier literatura del mundo. Y más recientemente, el fructífero Graciliano Ramos. ¿Dónde estaría entonces la «dialéctica» del ciudadano reaccionario, pero escritor de genio? Cuando salimos de Brasil, podemos ir al punto más alto donde encontramos a León Tolstoi. Este ruso hizo una obra maestra, o más bien obras maestras, todo ello movido por un profundo amor al campesino, y con el propio espíritu de las ideas anarquistas en su vida. ¿Dónde estaría la «dialéctica» que sólo ve el punto del terrateniente en la persona del escritor y del conde Tolstoi?
Dicho esto, vayamos a un escritor mucho más pequeño llamado Mario Vargas Llosa, que cautivó al mundo. Y vuelvo a lo que escribí antes sobre el escritor peruano. En 2010, cuando publiqué el texto «Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura«, de paso critiqué la desafortunada recreación que se hizo de él en el libro La guerra del fin del mundo. Aunque en su momento el comunicado de Estocolmo informó de que en la literatura de Llosa el tema central era la lucha por la libertad en su país, porque los premios, como las necrológicas, están en la proclamación de las virtudes, la mayor mentira fue la de la prensa brasileña al informar del libro sobre Canudos [N. del ed.: la Guerra de Canudos (1896-1897), fue un conflicto armado en el que se enfrentaron el ejército brasileño de la naciente república y los miembros de la comunidad socio-religiosa liderada por Antônio Conselheiro], como uno de sus grandes logros.
Por el contrario, ya me había dado cuenta de que al menos en La guerra del fin del mundo Mario Vargas Llosa había sido un gran fracaso al cometer un libro defectuoso, indigno de un creador un poco por encima de la media, porque no se sostenía en varios niveles: a) por la propia creación de personajes -y uno de ellos no era otro que Antônio Conselheiro-; b) por el abismo desproporcionado entre la dimensión humana/política de Canudos y el libreto producido; c) por la inevitable comparación con la obra maestra Os Sertões -el de Llosa y el de Euclides eran dos mundos extraños, antagónicos, que se repelían mutuamente-; d) por el vilipendio de Euclides da Cunha, un intelectual de absoluta honestidad. Pero, digamos, eso es el pasado.
El diablo es que el pasado en la literatura es un presente interminable. En la literatura no hay periódicos viejos ni productos caducados. En la literatura hay una eternidad muy superior a la de los diamantes, porque en lugar de las piedras es la humanidad la que brilla. Y si se le perdona el paso, el paso y la caída, queremos decir, ese pasado malo, precario y pretencioso de Mario Vargas Llosa vuelve de nuevo en La tía Julia y el escribidor. Así que digamos que está presente.
En el caso de Tía Júlia, poco importa que la narración se atribuya a un autor de radionovelas, Pedro Camacho, loco por las frases sonoras y las extravagancias, o a un escritor cuyos recuerdos se confunden con los del tenido como el Magnífico Mario Vargas Llosa. Lo que importa es el conjunto, la forma de la argamasa general del libro, y el sentimiento de lástima, de vergüenza que provoca incluso en los ojos de quienes sólo querían entretenerse, pero sin rebajar su propia inteligencia. Porque ¿qué diría un lector ante esta literatura cuya eternidad se parece más a los diamantes que a la humanidad?
El autor relata como un burócrata, cuenta incidentes sin reflejar en los personajes lo que cuenta de lo que hacen. En una novela, o más bien en el arte, esto es grave. Describe hechos, no narra personas. El reflejo del acontecimiento en la persona pasa de largo. Lo que aprendemos en el dibujo, en las imágenes del buen cine antiguo, que la sombra del personaje, en los momentos dramáticos, es más humana que la persona, y ni siquiera hace falta acudir a Eisenstein, porque lo que nos enseña el genial Kafka es suficiente cuando elude el prosaísmo que supone el simple relato de los hechos, olvídalo.
En la novela, el joven Vargas, de dieciocho años, y su tía, de más de treinta, se encontraban en plena explosión familiar, con amenazas de muerte por parte de un señor arbitrario, el padre del narrador, bajo el escándalo de la moral y las costumbres. Y sin embargo, se dirigían al centro del volcán de Lima para besarse y apretarse. Cualquiera que haya experimentado el amor y la pasión tensos y perseguidos sabe que las líneas citadas anteriormente están vacías de significado. Los amantes al borde de la disolución no actúan con tanta ligereza, por no decir otra cosa. En estos dos personajes defectuosos no hay muerte y renacimiento, muerte y renacimiento, como los latidos de un músculo en el pecho. Julia y Varguitas están lejos de dirigirse al centro de sus vidas con los ojos enrojecidos, porque desearían renacer, cuando en realidad harían un parto con fórceps, procedente de esa luz emitida por Goethe. «Hasta que no entiendas que todo muere y todo renace, seguirás siendo sólo un visitante de un planeta triste».
Que. ¿Por qué un clásico luminoso, por qué exigencias de humanidad en personajes cómicos y burlescos? En La tía Julia y el escribidor, Mario Vargas Llosa supera el escándalo, el trauma, la tormenta, la inexperiencia adolescente, por lo que cuenta en sus líneas. «El matrimonio con la tía Julia fue realmente un éxito y duró mucho más de lo que todos los familiares e incluso ella misma habían temido, deseado o pronosticado: ocho años». ¡Qué éxito!
Se trata del escritor Mario Vargas Llosa, que hace coincidir sus años de reaccionarismo con la decadencia artística. Pero puede ser que todo sea una coincidencia. O quizás una nueva dialéctica de la naturaleza.
Urariano Mota es escritor, autor de la novela A mais longa duração da juventude, aún sin traducción al castellano.
Traducción: el autor.
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