En el taller «Nuevas formas de solidaridad», convocado por la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, el papa Francisco sostuvo que la deuda no se debe pagar con «sacrificios insoportables». «Las personas empobrecidas en países muy endeudados soportan cargas impositivas abrumadoras y recortes de los servicios sociales, mientras sus gobiernos pagan deudas contraídas que son […]
En el taller «Nuevas formas de solidaridad», convocado por la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, el papa Francisco sostuvo que la deuda no se debe pagar con «sacrificios insoportables». «Las personas empobrecidas en países muy endeudados soportan cargas impositivas abrumadoras y recortes de los servicios sociales, mientras sus gobiernos pagan deudas contraídas que son insostenibles», precisó. Citó a Juan Pablo II, quien afirmaba que no es lícito exigir el pago de las deudas cuando ese pago «vendría a imponer de hecho opciones políticas que llevaran al hambre y la desesperación a poblaciones enteras». Luego, dirigiéndose «a los líderes financieros y expertos económicos del mundo, que conocen cuáles son las injusticias de nuestra economía», Francisco les pidió trabajar juntos «para poner fin a las desigualdades globales».
Asentían, Kristalina Georgieva, titular del FMI; Martín Guzmán, ministro de Economía argentino; Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía; además de varios ministros de Economía, cancilleres, presidentes de organismos internacionales y bancos públicos.
En su intervención Georgieva habló de la creciente desigualdad y polarización de la riqueza que se está operando en el capitalismo. Dijo que desde 1980 el 1% más rico de la población mundial se quedó con el doble de las ganancias del crecimiento que obtuvo el 50% más pobre; que crecen las diferencias de ingresos al interior de los países; que la brecha entre los países más ricos y más pobres está creciendo; y que «la actual estructura económica está dañando nuestro planeta». Para hacer frente a estos males propuso «la cultura de la solidaridad»; la «globalización de la esperanza»; y el cuidado del planeta. Lo cual vino a reforzar la idea, adelantada por analistas políticos y defensores del gobierno de Fernández, de que «este es otro FMI, preocupado por los pobres, y distinto del que presidía Lagarde y trataba con Macri». Según estos enfoques, estaríamos ante cambios fundamentales: al frente del Vaticano hay un Papa progresista, crítico del capitalismo; y al frente del FMI una economista «sensible a los problemas sociales».
El discurso del Vaticano y el desarrollo del capitalismo
Con respecto al supuesto cambio introducido por Francisco en el discurso vaticano sobre el capitalismo, debemos decir que no es novedoso. De hecho, en 1931, en plena depresión económica, Pío XI había criticado este sistema económico en el que «no solo se acumulan riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos de unos pocos» (citado por B. Pérez Andreo, «¿Iglesia vs Globalización?» Veritas, vol. III, Nº 18, 2008; también las citas que siguen). Pero más todavía, después del Concilio Vaticano II (en 1959) el señalamiento de algunos de los males del capitalismo pasó a ser parte de la «Doctrina social de la Iglesia» y del discurso más o menos estándar de los papas.
Así, Pablo VI (fue Papa entre 1963-78) decía que «en mala hora se ha estructurado un sistema en que el provecho se considera como el motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción sin límites y obligaciones sociales que le correspondieran. Ese liberalismo sin freno conducía a la dictadura, justamente denunciada por Pío XI como generadora del imperialismo internacional del dinero. Nunca se condenarán bastante semejantes abusos, recordando una vez más solemnemente que la economía se halla al servicio del hombre.
Juan Pablo II (1978-2005) sostenía que «si la globalización se rige por las meras leyes del mercado aplicadas según las conveniencias de los poderosos, lleva a consecuencias negativas. Tales son, por ejemplo, la atribución de un valor absoluto a la economía, el desempleo, la disminución y el deterior de ciertos servicios públicos, la destrucción del ambiente y de la naturaleza, el aumento de las diferencias entre ricos y pobres, y la competencia injusta que coloca a las naciones pobres en una situación de inferioridad cada vez más acentuada. La Iglesia, aunque reconoce los valores positivos que la globalización comporta, mira con inquietud los aspectos negativos derivados de ella». La globalización debía «orientarse al bien de las personas, y no a la explotación de los recursos naturales y de la fuerza laboral». El ser humano debía ser la meta.
Benedicto XVI (2005-13) incluso sostuvo que la relación entre el capital y el trabajo «se ha convertido en la cuestión decisiva» y que, dado que los medios de producción y el capital «eran el nuevo poder, que estando en manos de pocos comportaba para las masas obreras una privación de derechos contra la cual había que rebelarse».
Y por supuesto, también Francisco; por ejemplo: «…estamos en un sistema mundial económico que no es bueno. En el centro de todo sistema económico debe estar el hombre y lo demás debe estar a su servicio. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro. Hemos caído en un pecado de idolatría. La economía se mueve por el afán de tener más y, paradójicamente, se alimenta una cultura del descarte» (Clarín, 14/06/2014). De manera que son ya muchas décadas con la misma cantinela, sin que por ello se hayan alterado las cosas.
FMI, ¿qué cambió tanto?
Tampoco parece correcto decir que el FMI ha cambiado sustancialmente su orientación. Por ejemplo, el discurso sobre la desigualdad atraviesa gran parte de las intervenciones de Christine Lagarde, por lo menos desde 2013. Así, por caso, en el Foro Económico de Davos, de 2017, la por entonces titular del FMI pidió a los líderes políticos que actuaran para frenar el aumento de la desigualdad; y que las desigualdades excesivas dificultaban conseguir un crecimiento sustentable.
De la misma manera, al menos desde 2012 Lagarde alertaba que el mundo enfrentaba el riesgo de ingresos en baja, daño ambiental y descontento social a menos que los países adoptaran un enfoque para el crecimiento económico más sustentable. Y agregaba que «los ricos deberían restringir sus demandas de mayores ingresos mientras todavía hay 200 millones de personas en el mundo buscando un trabajo y la pobreza está en alza» (The Guardian, 12/06/2012). Aunque este tipo de declaraciones no impidió que el FMI apoyara los programas de ajuste aplicados en Portugal, España, Irlanda o Grecia, cuando la crisis económica.
Discursos y leyes del capitalismo
Pero por encima de los discursos, lo que decide son las leyes naturales -en el sentido de socialmente objetivas- del capitalismo, y los conflictos y luchas de las clases sociales, o de las fracciones de clase. Las actitudes morales, o éticas, no cambian las tendencias de fondo. Así, la brecha creciente en las desigualdades de riqueza e ingresos no se cierra proclamando que el ser humano debe ser la meta del crecimiento económico; o lanzando condenas morales «a los banqueros y los especuladores» (al pasar, discurso preferido también de la mayor parte de la izquierda argentina).
Lo central es que el capitalismo es un modo de producción de plusvalía. La propiedad privada de los medios de producción determina una relación de dominio sobre los que solo poseen su fuerza laboral. Y la concentración de la riqueza es inevitable en la medida en que se genera plusvalía que se reinvierte para explotar más trabajo, que genera más plusvalía (véase la discusión sobre Piketty, aquí y siguientes). Este impulso tenderá a sostenerse en la medida en que las relaciones capitalistas se hagan más puras. Por eso también las frustraciones de los reformismos «a lo Stiglitz», y diversas expresiones del socialismo burgués. Frente a la concentración del capital, a la lógica mercantil y de la ganancia penetrando todos los poros de la visa, hablar de «globalizar la esperanza» o «la cultura de la solidaridad», es palabrerío vacío.
Para verlo más en concreto, recordemos que en su intervención Georgieva dijo que en las últimas cuatro décadas el flujo global de capitales se multiplicó por 13, y el comercio global aumentó 11 veces. Esto significa que los países son cada vez más dependientes del mercado mundial, y están más condicionados por la competencia entre los capitales. Pero por esto mismo, la amenaza de huelgas de inversiones, y de crisis provocadas por el retiro rápido y violento de capitales, pone presión sobre gobiernos y políticas económicas. Lo cual explica que, por encima de reclamos morales, termine imponiéndose la lógica de la valorización del capital. Así, cuando en el Vaticano se discurseaba sobre el amor a la humanidad del «nuevo FMI», los tenedores de bonos emitidos por Buenos Aires exigían el pago completo del capital vencido, bajo amenaza de desatar un proceso de default cruzado. ¿Los discursos del Papa? ¿Los de Giorgeva? Bien gracias, muy bonitos para que «la gilada» siga tragando los sapos del ajuste (y diga, además, que los sapos están buenísimos, faltaba más). Pero en temas de dinero, capital e intereses, las cosas son un poco más «concretas». En ese mundo «sin corazón», las razones del corazón cuentan poco y nada.
Por supuesto, no se trata solo de Argentina y los tenedores de sus bonos. Existen muchas experiencias al respecto. Por caso, recordemos lo que ocurrió durante la crisis griega: En 2015 el gobierno de Syriza convocó a un referéndum acerca de las condiciones que imponían el FMI, el BCE y la UE para renovar los créditos y mantenerse en el euro. La mayoría rechazó esas condiciones, y mucha gente, entusiasmada, saludó el «triunfo del pueblo». Pero a los acreedores -y a los organismos- les importó poco y nada ese resultado, y mantuvieron su exigencia «de la libra de carne». Sobre el asunto, escribí: «Las relaciones sociales ejercen una coerción objetiva que, en situaciones de crisis capitalistas, solo se vencen con la fuerza. … no hay referéndum griego [tampoco discurso papal] que obligue a un banquero alemán o francés a poner euros en un banco griego, si no está decidido a hacerlo. Y no hay forma de enfrentar una crisis del nivel de la griega con papeletas electorales» (aquí).
En este punto, la diferencia fundamental entre el análisis marxista y el análisis del reformismo burgués o pequeñoburgués pasa por el hecho de que el primero hace eje en las relaciones sociales imperantes, y en los límites que imponen a las buenas intenciones de los amigos de la humanidad y aledaños. El segundo, en cambio, pone el acento en lo subjetivo, en las personas y sus intenciones. Así, por ejemplo, la reciente renuncia de David Lipton, el número dos del FMI, y el funcionario que más apoyó el otorgamiento del crédito al gobierno de Macri por 56.300 millones de dólares, es interpretado como señal de cambios fundamentales en el Fondo. El mensaje que se transmite desde algunas usinas del pensamiento «nacional» es que «ahora sí» se puede acordar y colaborar con el FMI, porque «está en ascenso el ala productivista, en contra de los banqueros de Wall Street» (no falta quien ubica a Trump en esa corriente renovadora). De manera que el «nuevo FMI, productivista y preocupado por los pobres» encajaría a la perfección con un Papa «nacional y popular». Con relatos de este tipo se busca entretener y confundir a la opinión pública.
Por supuesto, no podemos negar que haya matices y acentos diferentes en las políticas económicas. Sin embargo, los lineamientos fundamentales no cambian, y esto es lo que deberían tener presente militantes y activistas progresistas o de izquierda. En última instancia, lo que estoy planteando es la necesidad de romper con el criterio «frentepopulista», aplicado ahora al FMI, o al Vaticano (el frentepopulismo no tiene límites). Esto es, la idea de andar siempre distinguiendo entre el ala «progresista», sea en el Vaticano (Bergoglio es muy distinto, y está a la izquierda de Ratzinger), sea en el FMI (Giorgeva es muy distinta y está a la izquierda de Lagarde). Pero la realidad es que tanto el FMI, como el Vaticano modifican aspectos de superficie, para conservar lo esencial. Incluso en el caso de la renuncia de Lipton, hay que señalar que su sucesor será designado por Trump. Como si Trump hiciera alguna diferencia cualitativa en lo que atañe a las leyes de la generación de plusvalor y de la acumulación de capital, o el bienestar de las masas trabajadoras.
Contención, opio para el pueblo y políticas reaccionarias
En su discurso en el Vaticano la presidenta del FMI también se refirió al creciente descontento de buena parte de la población con el estado de cosas existente. Dijo que en un estudio global reciente más de la mitad de los que respondieron afirmaron que el capitalismo «hace más mal que bien». Agregó: «Las implicaciones son alarmantes: de la caída de la confianza en las instituciones tradicionales al aumento de la polarización política y de las tensiones sociales» (véase aquí sobre las luchas sociales en el último año).
Este creciente descontento y elevación de las «tensiones sociales» ayudan a explicar el rol ideológico y político del discurso papal que hemos criticado. Se trata de efectos de contención y consuelo. Es que, como afirmaba Marx en «Crítica de la filosofía del derecho de Hegel», «la religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo». El opio sirve para mitigar dolores; en este caso, para soportar los males de la explotación, la opresión, la marginación. Y sirve también para que los pueblos, con humildad ovejuna, acepten las instituciones establecidas. ¿No es acaso el Vicario de Dios en la Tierra quien condena a los capitalistas «sin corazón», pero elogia el «corazón» de la sensible Georgieva? ¿Por qué no confiar entonces en las intenciones de todos los que peregrinan a Roma para ayudar a los pobres? ¿Quién dijo que en cuestiones de dinero el FMI no pueda tener su «corazón», y llenar los espíritus de esperanza?
Resumiendo: autoridad papal + FMI + gobiernos capitalistas comprometidos con los sufrimientos «soportables» (al pasar, y sin molestas «cláusulas gatillo» para las discusiones salariales). El camino de la liberación nacional parece despejado. Con un último elemento: el discurso «social» del Papa legitima y potencia su defensa de posturas extremadamente reaccionarias en temas como el aborto, la sexualidad o el matrimonio entre homosexuales. ¿No es el mejor de los mundos?
Fuente: https://rolandoastarita.blog/