A pesar de lo trágico de la situación y del revuelo levantado en el mundo por esta real o prefabricada pandemia, también cabe aplicar una óptica inusual aunque para muchos política y médicamente sea incorrecta. Porque están cada vez más claras cuatro cosas. Tres para el ciudadano común: que el modelo económico occidental está agotado, que la moral tradicional está agotada, y que la que prevalece es la ética universal, ésa que nos dice que nuestra conducta debe tener validez universal. La cuarta es, que quienes controlan la suerte de las naciones y del mundo, esos que llevan a las guerras a las poblaciones mientras pierden la vida millones de personas y ellos la presencian desde sus búnkeres, se enriquecen enloquecidamente, y carecen de cualquier clase de moral y de escrúpulos que a menudo amargan la vida a los demás…
De modo que a distancia y abriendo lo más posible el obturador de la cámara de miras, quizá a todo esto pueda encontrársele ventajas y una justificación pragmática estimable. De momento la ventaja de que, por ser conforme a la naturaleza de las cosas y en este caso conforme a la deriva de la sociedad humana desde la noche de los tiempos, este percance planetario nos evita, de momento también, una tercera guerra mundial, que es lo que tocaba. La siguiente ventaja es quizá difícil de aceptar si, como sucede en tantas cuestiones, nos seguimos orientando por la más exquisita sensibilidad que hipócrita o sinceramente nos rige y está próxima al humanismo estricto. Quiero decir que nos parecerá un horror aceptar de buen grado o a regañadientes que aunque el virus que asola al mundo fuese prefabricado y utilizado con una intención genocida, el efecto sería parcial, limitado y puntual, aunque hubiera daños colaterales. Todo esto es horrible para una persona tallada en la rectitud de conciencia, pero no tanto para quienes gobiernan y controlan a las masas. Por aquí, puede encontrarse cierta lógica desde el punto de vista no moral ni ético, pero sí si consideramos a la sociedad humana como colmena, como rebaño o como especie biológica fundamental que se ha de proteger cuando la especie, sus responsables, no ha reaccionado a tiempo.
Vaya por delante que quien escribe esto tiene 81 años camino de los 82. Y por consiguiente, como en tantas aseveraciones o dictámenes (el estilo expresivo en ambos casos marca diferencias a menudo sutiles), podré estar equivocado a juicio de algunos o de muchos, pero no será por la eventual razón de no estar implicado por la edad en el peligro que acecha al mundo y específicamente a los muy mayores, de contraer el virus estrella en el festival macabro de esta temporada…
Cada año, la gripe, con características patológicas más o menos cambiantes, de toda la vida se ha ido llevando a la tumba indefectiblemente a un contingente de la población, preferentemente anciana y con patologías previas. También, es cierto, a personas no ancianas pero de salud muy precaria o precaria. Y también en algunos casos, a jóvenes, y a niños. En definitiva, de todas las edades. Pero siempre se ha considerado “ley de vida”que la enfermedad y la muerte son consustanciales a la vida. Por lo tanto, la gripe forma parte de la panoplia de enfermedades no necesariamente mortales pero sí fulminante para los más débiles y más vulnerables. Esto lo sabe cualquiera en cuanto hubiere prestado atención al asunto en su entorno familiar y sus relaciones sociales, hoy día en general aquél y éstas tan deshilachados por las vidas diluidas en el poliamor…
Concretamente (es difícil encontrar otros años, y otras estadísticas de otras enfermedades seguramente por la acción censora en cada caso) la gripe de 2018 causó 15.000 fallecidos, según redacción médica.com. Pero si fuese impreciso o inexacto da igual. La gripe mata, desde siempre, a muchísima gente en el mundo y desde luego en España, cada temporada. Y la temporada fluctúa entre el invierno-primavera y el otoño-invierno…
Sobre el virus de esta temporada hay varias teorías acerca de su origen y naturaleza. Pero llega un momento en que es indiferente tanto lo uno como lo otro. Lo que sí parece claro es que una de dos, o es natural el virus y este año es muy agresivo y contagioso, o es un virus “inteligente”, de diseño, mutado su ARN, ácido ribonucleico (no el ADN). Y naturalmente esa mutación ha sido provocada por la mano del hombre. (De fuente fiable, largo el nombre del Departamento del que proceden, americanos USA estuvieron colaborando con científicos chinos en uno de los Laboratorios de Wuhan. No hay mucho que añadir sabiendo cómo se las gastan los imperios, los Estados Unidos y los indeseables. Entonces, o es una simple epidemia o una pandemia (también la índole de pandemia declarada por la OMS está bajo sospecha) natural, o es una epidemia o una pandemia artificial con un propósito específico: diezmar la población mundial de un modo selectiva, habida cuenta las características de los fallecidos.
Y aquí es a donde voy. La certidumbre que tengo de que hay millones de ancianos en el mundo en condiciones lamentables de salud que se mantienen vivos, a menudo muchos años gracias a una intensa medicación, a la cirugía y a la atención personal, es un cuadro humano y social y económico digno de estudio. Si tuviésemos un sistema económico cuyos objetivos fuesen otros distintos de la ganancia feroz, de la productividad, de la ambición desmedida, del logro de riquezas a cualquier precio, etc, etc; si un objetivo principal del mismo fuese conseguir justamente eso, prolongar la vida de la sociedad procurando hacérsela amable y atractiva la vejez al viejo, no habría problema económico por medio como lo hay hasta darle los propios capitalistas el tiro de gracia a la contabilidad del sistema: ese defendido directamente por los neoliberales e indirectamente por los socialdemócratas que apenas le ofrece resistencia. Pero el sistema, en todo caso, sangra por varios sitios. Y uno de ellos es precisamente por las clases pasivas, las no productivas, las jubilaciones y el inmenso gasto médico de los mayores. Millones y millones de ancianos en todo el mundo, y desde luego en España millones, desbaratan la economía política hasta asfixiarla. Además a costa de la débil economía de otras edades que se ven y se las desean para sobrevivir, unos, muchos, o aspiran, otros, a todo lo que los ancianos desprecian (salvo esos otros ancianos no comunes, los enfermos del alma por su riqueza, los que en sus últimos años especulan y se complacen en cómo hacer su legado). Situación ésta, la del anciano, el número de ellos y la alta longevidad que, como he recordado tantas veces, ya fue “denunciada” miserablemente por Christine Lagard y el ministro nipón de Finanzas Aso allá por el año 2008, con ocasión de la crisis financiera que ha terminado ahora llevando a la quiebra técnica a la economía mundial.
Por esto es mi propósito después de esta larga introducción extraer consecuencias positivas. Y ese propósito empieza relativizando mucho, muchísimo, las consecuencias letales de la acción de este virus. Puedo acreditar por distintas vías que millones de ancianos en el mundo fallecidos por este o cualquier otro motivo, estaban deseando que llegase “su” desenlace. La soledad, el dolor, tanto físico como moral, que a veces no se sabe cuál es peor, la distancia psicológica y mental generacional, entre padres e hijos, la crisis del amor sereno, la desafección en tantos casos de lo que se ha consideró hasta ayer un “deber” moral amar a los padres y a los abuelos, etc lleva al anciano cuya vida se prolonga artificiosamente, a desear la muerte mucho antes de que se produzca. La muerte moral suele preceder a la muerte física, cuando no hubo muerte súbita. Un cadáver viviente es un obstáculo para el desarrollo de la vida, y además es muy costoso… Por lo que si este virus tuviese la intención de empujar a la tumba a la población mundial en el filo de ella sin acabar cayendo; si el anciano viene deseando la muerte desde hace años, pues la vida física es indiferente o indeseada cuando no va acompañada de la vida moral, de la ilusión de vivir; si, dado el paradigma económico y social, el lastre que supone la longevidad complica mucho o hace imposible la vida desenfadada, ilusionante, creativa de las generaciones que vienen a continuación, bien venido sea el virus para todos aquellos que a buen seguro lo habrán agradecido en la otra vida o lo agradecerán. Bien venido para aliviar las arcas de los estados. Bien venido para despejar el camino de la sociedad humana en cada país. Sobre todo si la sociedad humana, si todas las naciones entre sí consiguen el modelo económico acertado que propicien un renacimiento en toda regla. Empezando por trabajar denonadamente para el restablecimiento posible del clima y de la biosfera, del medio ambiente, de la flora y la fauna, de los montes, de los ríos, de las lagunas, de los océanos. Tarea ésta, por cierto, que daría trabajo, quehacer e ilusión a miles de millones de trabajadores en el mundo…
Jaime Richart, Antropólogo