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Las mentiras sobre el comunismo que difunden las prostitutas de la pluma

Veneno

Fuentes: Mundo obrero

Cernuda escribió que hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje, pero el poeta sabía que también existen unidos a un tiempo fugitivo, a una encrucijada histórica de fábricas, a una llamarada fraterna y a un coraje insatisfecho de justicia. Por eso, los laboratorios ideológicos del capitalismo, sus tentáculos en la prensa y los herederos de Hollywood, aprovechan la celebración del centenario de muchos partidos comunistas para lanzar páginas y programas destinados a poner nuevos clavos en el ataúd del comunismo que fabricaron en 1991. Esa ingeniería política predica sin descanso que el comunismo no tiene futuro y ofrece el veneno de la decepción y el desaliento, aunque su constante insistencia le traiciona: insiste porque sabe que no se ha apagado la llama de la revolución bolchevique, aunque vivamos un tiempo despojado y furioso que agita fronteras y despierta melancolías.

Es cierto que la desaparición de la Unión Soviética y el bloque socialista europeo y la innecesaria e inútil disolución del PCI fueron golpes demoledores para el movimiento comunista, pero quienes decretan la muerte de los comunistas son incapaces de comprender que, cuando son vencidos, siguen adelante, aunque se dejen terribles jirones: murieron en las tristes carreteras del exilio español de 1939, en la Yakarta de 1965, en el Moscú bombardeado por Yeltsin en 1993, pero siguen inspirando la vida, congregando multitudes, agitando huelgas de millones de trabajadores, acariciando el socialismo.

Para los propósitos de esos vendedores de mentiras que Washington inspira no importa que la organización política más numerosa del mundo sea el Partido Comunista de China, que agrupa a más de noventa millones de militantes, ni que dirija el país más poblado del planeta. Tampoco, que los comunistas gobiernen en Vietnam, y en Cuba, y en Laos o en Nepal, que tengan ministros en el gobierno español y que sean el principal partido de la oposición en Rusia, pese al engaño que otorga a Navalni ese papel, llegando al extremo de alabarlo porque denuncia el “palacio de Putin”, un montaje de los servicios secretos estadounidenses y alemanes urdido en Baviera.

La represión contra los comunistas no ha cesado nunca. Ya en 1919, el fiscal general de Estados Unidos, Mitchell Palmer, organizó una redada masiva en todas las sedes del Partido Comunista: fue el “pánico rojo”, la organización fue condenada a la clandestinidad y detenidos miles de militantes. La represión incluyó deportaciones, confiscación de propiedades, asesinatos que nunca fueron aclarados, abusos policiales, torturas. Después, llegaron muchas otras persecuciones. La aniquilación del Partido Comunista Alemán por la Gestapo nazi. El genocidio en Indonesia. Las matanzas en Irán. La cacería en Chile. El exterminio en Malasia, y en Birmania; y en Filipinas, donde el siniestro presidente Duterte llama ahora a matar comunistas. Y en Guatemala, y en la Sudáfrica del apartheid; en Colombia, hoy, y en tantos otros lugares. Y la gran industria del entretenimiento y la televisión sigue alimentando el descrédito contra los comunistas, ocultando que articularon la cultura antifascista, que contribuyeron de forma decisiva a la libertad de 1945 con la victoria sobre Hitler y Mussolini.

Julius Rosenberg (electrocutado junto con su esposa Ethel en 1953 en la prisión de Sing Sing de Nueva York acusados de ser espías soviéticos), desesperado por las falsedades que publicaba la prensa, escribió antes de morir en una carta a Ethel: “las mentiras que sobre nosotros publican los periódicos son un veneno difundido por las prostitutas de la pluma”. Hoy, periódicos y medios de comunicación, televisiones y productoras, con sus tentáculos en redes sociales y en las empresas tecnológicas de internet, orientados al negocio y al embrutecimiento, siguen seleccionando a quienes trabajan para ellos para que difundan el discurso dominante y justifiquen el crimen: así, la prensa aplaudía cuando los aviones estadounidenses bombardeaban Yugoslavia, cuando iniciaban la matanza en Iraq, la guerra en Siria, la destrucción de Libia.

Un siglo después de la fundación de los partidos comunistas, los laboratorios ideológicos del capitalismo siguen vertiendo veneno, aniquilando la vida, esparciendo la soledad y el naufragio. El escritor Sidney J. Perelman, que vivió y trabajó en la ciudad del cine, anotó: “Hollywood es una ciudad industrial siniestra controlada por gánsteres de enorme fortuna con la ética de una manada de chacales y un gusto tan degradado que ensucia todo lo que toca”.