Movilizaciones, revueltas, movimiento, revoluciones… populares. Estos nombres se vienen dando a las manifestaciones y protestas que desde hace unos dos meses, desde comienzos de este año 2011, se vienen produciendo en buen número de países árabes, en contra de sus gobiernos y reclamando pacífica y decididamente unas condiciones de vida democrática en todos los órdenes. […]
Movilizaciones, revueltas, movimiento, revoluciones… populares. Estos nombres se vienen dando a las manifestaciones y protestas que desde hace unos dos meses, desde comienzos de este año 2011, se vienen produciendo en buen número de países árabes, en contra de sus gobiernos y reclamando pacífica y decididamente unas condiciones de vida democrática en todos los órdenes. Al menos, puede decirse que estas movilizaciones han logrado algo: la visibilización del largo y mayoritario descontento árabe.
Y no es poca cosa haber hecho que se tambalee uno de los tópicos más arraigados en el imaginario occidental, sobre los árabes en particular y sobre los musulmanes en general. Estos dos meses se ha modificado el convencimiento de que los árabes son pasivos, conformistas, sumisos, y de que aceptan sin límites la opresión. Se ha mostrado a los ojos de millones de personas, a través de los medios de comunicación, que las poblaciones árabes pueden salir a la calle en manifestación organizada, y mantener sus reclamaciones, razonarlas, resistir la represión, alzando la voz con dignidad y convencimiento. Ante estos hechos, son innumerables las muestras de sorpresa entre los espectadores europeos, de todas las clases sociales y tendencias ideológicas y políticas.
Con sorpresa -y en muchos casos con satisfacción- descubren los jóvenes occidentales que los ideales de la revolución francesa no se extendieron sólo por Europa y América, sino que también calaron en el vecino mundo árabe. Esto es algo sobre lo que ya escribió hace muchos años el libanés Raif Juri, quien preparó una antología sobre la cuestión que rápidamente fue traducida en Norteamérica, y que quizá deberíamos traducir cuanto antes a nuestro idioma.
El tabú del silencio roto por el suicidio público
Pero antes de que estas movilizaciones de conjunto se produjeran, hubo una secuencia de trágicos suicidios, de actos en solitario o individuales, que conmovieron al mundo árabe y a su entorno. Fueron varias las personas, en distintos puntos, desde Túnez a la vecina Argelia, o al oriental Yemen y otros países, que realizaron la misma acción en el plazo de unos pocos días Ese potencial de suicidio individual, concatenado, no se producía a instancias de ningún partido u organización, ni iba dirigido contra objetivos extranjeros ni del país, ya fueran personas o bienes materiales. Eran la expresión pública y pura del grado de sufrimiento, hartura y protesta, del hombre y la mujer árabe, por iniciativa individual, y vinculados simbólicamente en un mismo tipo de muerte. Los innumerables suicidios previos que habían sucedido en los años anteriores en el mundo árabe, y que habían sido acallados, o habían quedado aislados, o encubiertos, han resultado así, descarnadamente expuestos a ojos del mundo. Con estos suicidios se ha roto ante el mundo ajeno y propio un tabú y se ha proclamado en público una revuelta existencial. Al acabar con su dolor en la calle misma, los suicidas mostraban que no poseían más rincón de intimidad ni más casa que su propia persona.
Y ese desvelamiento de un terrible sufrimiento, y de las causas achacables al interior del país, de la injusticia económica y social que provocaba el suicidio, ha venido a provocar una respuesta colectiva, porque en el lenguaje de estas muertes se comunica la realidad del sufrimiento de la mayoría y se confiesa «la muerte en vida» de los árabes. Los que murieron se sentían desamparados y vejados. Un país como Túnez, con un largo historial sindicalista a sus espaldas, fue el primero en asistir a esta denuncia proclamada en llamas: a un hombre se le habían requisado, legalmente, sus únicos medios y esperanza de vida. Se le había asesinado.
Pero antes de que las revueltas colectivas estallaran el año 2011 ha habido a lo largo de los años bastantes más movimientos de protesta, que subyacen a los actuales, y que se han producido por toda la geografía árabe. Por eso, la respuesta al grito de alarma y al llamado ético que fueron los suicidios públicos, no es sólo resultado de una conmoción inmediata. Es la expresión de un malestar que viene de mucho tiempo atrás, y que resulta de la tremenda presión (y represión) a que está sometida la población, especialmente por las exigencias excesivas por parte de occidente, con el pleno apoyo de la gran mayoría de los gobernantes árabes, si no en los primeros años en que ascienden al poder, sí al cabo de dos décadas de permanencia en el mismo.
Los países árabes, atenazados
El conjunto de los países árabes se encuentra en medio, literalmente, de la Europa desarrollada y de los países «abandonados» del África subsahariana y central. Desde estos países africanos, que se han convertido en el nuevo centro de la atención y la neo-explotación mundiales, se mira hacia el mundo árabe buscando su comprensión y apoyo, ya que estos vecinos árabes, que ha venido padeciendo históricamente la dependencia de occidente, han conseguido un cierto desarrollo y autonomía propios. A su vez, desde Europa se procura lo contrario, que los países árabes sirvan de base para la penetración occidental en el corazón y las costas del continente africano, al igual que en el asiático. Y para ello, se ha propiciado activamente el mantenimiento en el mono-poder durante décadas de los gobernantes y regímenes árabes, a cambio de que se aviniesen a firmar acuerdos de dependencia respecto a los objetivos occidentales en la zona. Este es el viejo esquema de la colonización, que fomenta la colaboración con las autoridades locales, en contra de los intereses profundos de sus propias poblaciones y de la región y contra terceros países o regiones aún más débiles.
Sin embargo, el coste en falta de libertades y de democracia que ello ha supuesto para la gran mayoría de los pueblos árabes ha llegado al límite, y todo ello se ha sumado al aumento de corrupción, al miedo y a la penuria que han resultado del estallido de la crisis económica en el año 2010.
Logros e incertidumbres de las movilizaciones
Sin duda las movilizaciones han conseguido, con la colaboración de las televisiones y en general los medios de comunicación, visibilizar la acción árabe en el exterior y en el propio seno de los países árabes, ofreciendo una realidad civil dinámica y activa, en la que pulsan fuertemente los componentes y agentes sociales, las fuerzas y necesidades laborales, los factores económicos y políticos, y un componente ético general de aspiración de justicia y de libertad.
Pero los resultados concretos son desiguales. Llamamos la atención hacia varios de los procesos, que han quedado un tanto olvidados:
-Líbano
Si miramos algo más atrás en el tiempo, podemos considerar que importantes movilizaciones se produjeron en el Líbano hace seis años para pedir la retirada de la presencia siria del país, una presencia en principio solicitada oficialmente, pero que se había mantenido en el ámbito militar y en varios otros aspectos de la vida libanesa contra el sentir general. Este objetivo fue logrado, pues Siria retiró pacíficamente sus efectivos y, en general, aceptó o «encajó» la nueva situación de «desconexión». Otra movilización destacada se ha producido en el Líbano, en abril de 2010, para reclamar un sistema democrático moderno, laico, no «multi-confesional», y el establecimiento del matrimonio civil en el país. Aunque las peticiones no han conseguido aún su objetivo, aquí también se ha logrado exponer pacíficamente y de manera colectiva la necesidad de cambiar el sistema de «cuotas».
-Sahara
En el occidente árabe, la acción de Aminetu Haidar, con su huelga de hambre, anticipaba los hechos actuales. En lo personal, ella consiguió su objetivo de volver a territorio saharaui, apoyada por un alto número de personas en todo el mundo (incluyendo los propios países árabes) que cayeron por fin en la cuenta de la privación de los derechos fundamentales en que está viviendo gran parte de los saharauis. La reunión y protesta pacífica de miles de saharauis, levantando y manteniendo un campamento en Al-Aaiun, a finales del 2010, puede considerarse un antecedente directo de las movilizaciones posteriores. Aquí, sin embargo, las reclamaciones democráticas de los saharuis para que se celebre el referéndum de autodeterminación no sólo no han tenido éxito, sino que en noviembre de 2010 la policía marroquí desmanteló por la fuerza y la violencia el campamento, mientras se abolía la libertad de reunión y expresión.
Estos hechos ofrecen dos líneas de conducta y resultados diferentes, unos positivos para las reclamaciones de «la calle árabe», y otros fracasados -por ahora. Lo mismo sucede con los hechos posteriores y recientes:
Podemos considerar en principio un éxito para los pueblos árabes que varios dirigentes y sus respectivos equipos hayan tomado «las de Villadiego», tras la resistencia e insistencia de los manifestantes y, sin duda, con el apoyo de parte de los responsables políticos y militares del país. Esto se ha concretado en el caso de los ex -presidentes de Túnez -Ben Ali- y de Egipto -Mubarak-, en dirección a Arabia Saudí o sus proximidades, y con una serie de dimisiones en cadena. Pero no se ha realizado sin costes humanos, porque mantener la presencia permanente en las manifestaciones pacíficas ha supuesto un elevado número de heridos y también de víctimas mortales.
Las «victorias» conseguidas por las movilizaciones sólo rozan, por ahora, la superficie de los regímenes, las personas. Y lo que es evidente, en cambio, es que se ha reforzado el papel del ejército, que ha pasado a desempeñar funciones (se dice que transitorias) que corresponderían a poderes civiles. Y esto no es nuevo. Llueve sobre mojado, en este sentido, como señaló el intelectual egipcio Anuar Abdel-Malek hace décadas, en su libro Egipto, sociedad militar. Pero Túnez y Egipto son los países con un mayor desarrollo sindical relativo, si se compara con los demás países de su entorno, y no se pueden descartar reformas legislativas y democráticas, ya que hasta ahora es muy amplia la base poblacional, tanto de clases medias como de clases bajas, rurales y ciudadanas, y de distintas creencias e ideologías, que han sumado su voz y su apoyo a la de los manifestantes.
En otros países, el proceso ha sido parecido, con resultados aún más inciertos: manifestaciones desde hace tiempo, represión, y posterior reconsideración este año de 2011 por parte del gobernante, con inicio de diálogo en algún aspecto. En todos los demás países se mantenido el gobernante en el poder, aunque en algunos lugares se ha cambiado el gobierno (Jordania) y en otros se ha prometido un proceso de diálogo para reformar parcialmente la legislación o la constitución (Bahrein y, quizá, Arabia Saudí). En Marruecos, Argelia, Yemen y Omán, la autoridad entabla diálogos sobre todo con algunos de los grupos políticos asentados, más que con las nuevas generaciones y los representantes de «las masas», creando una cadena de nueva insatisfacción.
Las bases militares y la presencia militar
Las movilizaciones se han seguido con emoción, no exenta a veces de elementos de morbo, y casi siempre con el contento de quien puede seguir una historia lineal que más o menos comprende: gente descontenta, con razón, que se alza y reclama sus derechos pacífica y valientemente.
Ello ha hecho que se haya subrayado mucho en los análisis los componentes internos y se hayan dejado más de lado los factores internacionales. Pero la realidad se impone: de nuevo hay que recordar que las principales potencias en el mundo árabe durante el siglo XX fueron Gran Bretaña y Francia hasta el último cuarto de siglo. Y que los Estados Unidos han ido «heredando» las zonas de penetración británicas y desplazando a los franceses, hasta la actualidad. También hay que recordar que el triángulo de los países-aliados de los Estados Unidos en la zona han sido y son estados que presentan graves problemas de convivencia social: dos estados ultraconfesionales: Arabia Saudí e Israel, y uno en parte laico: Turquía. Todos ellos son países fuertemente militarizados.
Tanto la situación del Yemen como la de Libia presentan elementos de similitud, en cuanto que ambos son países de importancia estratégica muy destacada dentro del proceso de nueva «trayectoria de penetración en África», lo que introduce un componente de política exterior que hace que al dirigente se le mantenga desde fuera, pese a todas las protestas interiores. El Yemen reunificado, bajo el gobierno permanente del presidente Saleh, había ido cediendo de sus posiciones neutrales y finalmente acabó por aceptar (sin consenso nacional a este respecto) la implantación de una base aérea y naval estadounidense en la isla yemení de Socotra, en una situación que controla el paso de todos los buques que transitan por el Mar Rojo. En cuanto a Libia, la activa política africana de Gaddafi le convirtió en el único país árabe con influencia real en el resto no árabe del continente. Por otro lado, en África no existen bases militares como la que acabo de señalar. Y si bien Libia fue un país que tuvo en su territorio una base militar estadounidense (que Gaddafi rechazó) sin duda es un territorio sobre el que más de un país querría tener asentadas bases para sus tropas.
Sin embargo, son países con una renta media per cápita muy distinta, en donde los conflictos sociales tienen distinta repercusión, Yemen se encuentra en el listón más bajo del conjunto árabe, mientras Libia se encuentra en una de las mejores posiciones. Los yemeníes emigran, mientras que a Libia se va a buscar trabajo. Pero en ambos hay reclamaciones políticas de una parte del país respecto a la otra, que ha actuado centralizando el poder. Y ello podría desembocar en la fractura del país.
Estados «en el limbo»
Poco a poco se van dividiendo el mundo árabe en más zonas-países. La reciente división del Sudán en dos nuevos estados ha puesto de manifiesto esta tendencia a la subdivisión de los países árabes. En el caso del Sudán era algo que tenía una cierta lógica social, económica y política, acentuada por el comportamiento despótico del gobierno central y de sus pretensiones de aplicar un rigorismo ultraislamista a una población de distintas creencias y con ansias de evolución.
Pero la creación de zonas aisladas, que son y no son estados, que viven en situación «para-legal» permitiendo la penetración incontrolada de fuerzas exteriores, es un fenómeno que crece en el mundo árabe y amenaza aún más su futuro. Estos Estados anómalos están representados por la situación de Palestina, del Kurdistán iraquí, de Somalilandia, y quién sabe si, dentro de poco, por la Libia oriental… o una parte del Yemen, o del Sahara más adelante.
¿Pueden las movilizaciones modificar la situación internacional?
Ibrahim Awad, un experto profesor egipcio, con inquietudes internacionales, recientemente comentaba en Madrid que los pueblos son conscientes de que en las actuales circunstancias no pueden conseguir transformar apenas las relaciones internacionales pero que, precisamente por ello, reclaman al menos una distribución más justa interna de los pocos recursos o bienes que puedan llegar a su país.
Los desplazamientos masivos de poblaciones, las burlas y estafas en el juego democrático, las hambrunas y las enfermedades epidémicas, la destrucción de las infraestructuras de países enteros, la desescolarización de los niños y niñas en medio de estas circunstancias, la militarización en el peor sentido de la palabra, la falta de libertades básicas… no son sino manifestaciones de una «organización» internacional del trabajo y los beneficios que cuenta con la aniquilación o anulación física de inmensas cantidades de población. Esto es lo que las movilizaciones de los pueblos árabes han evidenciado de nuevo. Su revuelta, sus logros, y sus límites, en este caso, se contemplan desde todos los rincones del planeta con mucha más cercanía de lo que antes se podría suponer.
*La autora es catedrática jubilada de Literatura y Pensamiento Árabes Modernos. U.A.M