El maestro Juan Eduardo Zúñiga, autor de una pequeña colección de libros que han marcado la literatura del siglo XX, deja en nuestras manos un volumen en el que los editores reúnen dos de sus obras. Relectura, podría decir, pero es que la obra de nuestro gran autor es para releer una y otra vez. […]
El maestro Juan Eduardo Zúñiga, autor de una pequeña colección de libros que han marcado la literatura del siglo XX, deja en nuestras manos un volumen en el que los editores reúnen dos de sus obras. Relectura, podría decir, pero es que la obra de nuestro gran autor es para releer una y otra vez. Su obra, dentro del territorio de los clásicos de nuestro tiempo, cualquiera de sus títulos, merece un lugar en la biblioteca de toda persona interesada por la literatura consciente. Un ejemplo de su punto de vista sobre el compromiso de los intelectuales es su artículo «Arquímedes, intelectual comprometido»
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«Desde los bosques nevados», último libro de Juan Eduardo Zúñiga, reúne dos obras «El anillo de Pushkin» y «Las inciertas pasiones de Iván Turguénev», que muestran la profundidad sorprendente de los estudios sobre literatura del siglo XIX que ha llevado a cabo el autor, su gran capacidad literaria, su lenguaje poderoso y su sensibilidad artística para dibujar con palabras los entornos, circunstancias, valores, relaciones e interioridades reveladoras de Pushkin y Turguénev, y siempre conduciéndonos, lectores, sobre una rueda envolvente que macera incisiva los temas que desprende la vida de estos autores, como la libertad, la infancia solitaria, la mujer,…
Juan Eduardo Zúñiga, que siempre ha declarado su amor por la literatura rusa, atribuye su formación como escritor a ese substrato que fueron las lecturas en su pubertad de las novelas de Turguénev, Gogol, Pushkin, Tolstoi, Dostoievski, Chejov,… Como declaró en cierta ocasión: «Fueron autores que lo que decían resonaba en mí. Uno de los rasgos de la literatura rusa es la conciencia de país, de realidad, de hechos históricos que dan personalidad, conciencia de pertenencia a un mundo, y de deberse a él.» Quizás solo así puede transmitirse de modo tan profundo.
Los autores rusos del XIX entre los que contaban los aquí reunidos deslumbraron a los lectores europeos de tal manera que los críticos escribían entonces que tanto por su número como por su literatura resultaba una verdadera invasión, y es que los lectores franceses quedaron atrapados y recibieron su influencia.
El primero de los libros contenidos en éste de titulo «Desde los bosques nevados», es «El anillo de Pushkin», auscultación del escritor que introdujo cambios fundamentales en la literatura de su tiempo, nos lleva a ver como vivió y cómo supo integrar el espíritu y el arte de la sociedad en que vivía dándole significado y dejando el camino al futuro. Pushkin, creador en los más variados géneros, capaz de recoger la esencia de la literatura del siglo XVIII, sembró el XIX con verdaderas joyas del arte literario tanto en lo que se refiere a los temas como a las formas.
El segundo de los libros contenidos en «Desde los bosques nevados», es «Las inciertas pasiones de Iván Turguénev», en él vamos a vivir con el introductor del realismo en Rusia, con el autor que dio a conocer a ese país en Occidente, y sabremos del gran pintor de caracteres, poético realista, que buscaba la cadencia de las frases, que plasmaba siempre en su interior una idea social, y nos empujará a que veamos cómo la superficie de su prosa no es más que aparentemente lisa, y espera a quien va a leer una pintura de la sociedad que cambia momento a momento. Con la lectura de Juan Eduardo Zúñiga sabremos por qué Turguénev ha sido considerado uno de los más importantes escritores del siglo XIX con sus novelas donde la realización queda suspendida o no se consigue, donde se abren caminos equivocados o se muestra el fracaso, con finales de renuncia o tragedia, aunque en su interior laten la esperanza y el deseo.
«El anillo de Pushkin» es el magistral relato, la orquestación literaria, de la suerte de los personajes que poseyeron un anillo, especial por demás. Desde esa orquestación contemplaremos lo que fue San Petersburgo y tendremos el espíritu de Pushkin acariciando la ciudad con sus versos: «Te amo, creación de Pedro, // amo tu aspecto armonioso y severo, // el curso poderoso del Nevá, // y el granito de tus malecones, // …» y notaremos en nuestras yemas de los dedos la estatua de Pedro el Grande, que nos deja ver como banderas señaladoras los acontecimientos históricos en la construcción del Socialismo primero.
Seguidamente se abrirá el capítulo «Mujeres leídas, soñadas» en el que las mujeres que han sido protagonistas en las obras de Gorki, Tolstoi, Goncharov, Turguénev, dan las razones del enamoramiento hacia ellas de tantos lectores a través de todos estos años. Al lado, los hombres expresión fiel de un tiempo que dominaban, en el que imponían sus reglas de esclavistas, absurdas, vacuas, manifiestamente seguidistas.
Bajo el título «Anton Chejov y las gaviotas» encontramos al gran autor, su propósito teatral y narrativo y los significados que nacen de sus palabras, su captación y plasmación de lo oculto y sus formas y expectativas. Las suspensiones determinantes en Chejov y la orquesta de fondo que acompaña a los anhelos, acciones y miedos fundiéndose en lo interno, y lo externo manifestado en pequeños fragmentos de vida. Escribe Juan Eduardo Zúñiga «… la gran innovación que representó el teatro de Chejov era que fraccionaba la clásica línea argumental única sustituida por varias historias con su propio desarrollo e importancia, imitación exacta de la simultaneidad de aconteceres que se da en la existencia humana. … Chejov lo que hizo fue trasladar a su teatro su visión de la sociedad, representó en las postrimerías del siglo XIX un cambio de concepción teatral, un cambio absoluto en el comportamiento de los actores y en la dirección de escena». Con su teatro se dejaron atrás «…la declamación, los monólogos trascendentales, los gritos y gestos desmesurados. A los argumentos tortuosos de situaciones equívocas, sorpresas, lances inesperados, Chejov opuso la sencillez de las relaciones cotidianas…, él mismo declaró al poeta Gorodetski: «Después de todo la gente no se pasa el tiempo disparando, ahorcándose y declarando su amor, ni tampoco diciendo pensamientos profundos. Con más frecuencia comen, beben, flirtean y dicen tonterías. Esas cosas son las que deben verse en el escenario».
Chejov, nos dice Juan Eduardo Zúñiga, permite que los personajes se muevan en lo cotidiano para así dibujársenos como son, como piensan, sus anhelos y sus indolencias, y las vaguedades que recubren las insatisfacciones. En ese panorama los diálogos llevan una densidad sicológica como una línea de «acción directa» que hace crecer la intervención del lector para imaginar e interpretar. A todo ello se suma el ruido del mundo que envuelve la escena, que llega a los espectadores porque forma parte del espectáculo de la vida y que subraya la verosimilitud de la acción.
En el capítulo titulado «Los rebeldes» se recorren los cambios sociales a través de los escritores y los clímax, podríamos decir históricos: Alejandro II muere por una bomba lanzada a sus pies, atentados que decaerán por el mismo desarrollo de la revolución, y así irrumpe en 1905 el «domingo rojo». Block, nos dice el autor, declarará: «Gogol y otros muchos escritores gustaban de imaginarse a Rusia como la encarnación del silencio y el sueño. Este sueño, sin embargo, toca a su fin. El silencio se interrumpe para dar paso a un rumor lejano y cada vez más fuerte, que apenas se asemeja al ruido de una ciudad».
Y Juan Eduardo Zúñiga recorre obras y autores que nos hacen comprender la importancia para Rusia y para el mundo de los acontecimientos que cambiaron el horizonte social, y de ahí algunas narraciones: «Caballería roja», «El tren blindado», «La semana», «Chapáyev», «El torrente de hierro», «La derrota…»
En los capítulos siguientes de «El anillo de Pushkin» el lector va a disfrutar y va a aprender como pocas veces ha tenido ocasión de hacerlo. Magnífica la recuperación de un libro que enterrado bajo la basura comercial que de continuo se echa sobre las grandes obras, no había sido olvidado, por lo visto, pero si que hacía que nos preguntásemos si se recuperaría alguna vez y cuánto tardarían las próximas generaciones lectoras en conocerlo.
El segundo de los libros aquí reunidos, «Las inciertas pasiones del Ivan Turguénev», recorre la vida de éste gran autor enseñándonos las imanencias de tan poderosa escritura, su capacidad para, separándose de las características nefastas de la aristocracia, recorrer bajo la superficie la vida de la Rusia del XIX como fuente de la posteridad. La educación bárbara, las aversiones, los tormentos, las pasiones de Turguénev, sus distancias, su aprendizaje y su práctica literaria que envuelve a quien lee, sus implicaciones políticas, sus amistades, sus discusiones, su quiebra romántica se daría de frente con la conciencia social, la frustración, el agotamiento de lo que eran sueños alejados trajo el humanismo literario en parte idealizando la realidad. Ahora bien, como señala Juan Eduardo Zúñiga, de entre todos los escritores que se adentraron por ese camino es preciso señalar a Nicolai Gógol, su obra «fue el inicio de la corriente realista: «El abrigo», «El inspector», «Las almas muertas», sátiras implacables contra los hábitos de la burocracia y semblanza de las costumbres rusas de aquel tiempo. Si desde principio de siglo la perspectiva al uso exigía belleza en la expresión, empleo de vocablos literarios y elegancia en la forma, a partir de ese cambio que determina Gógol se generalizó la exactitud en la descripción, el uso del habla cotidiana y la ruptura con la retórica lírica».
Turguénev, procedente de la aristocracia, como Kropotkin, Tolstoi, y otros, aspiraba el aire revolucionario de entonces y confiaba en los cambios lentos, él mismo declaraba que «el gobierno no debe recelar de mí, nunca me he dedicado ni me dedicaré a la política», pero sus cuadros sobre la vida cotidiana eran toda una aportación para entender el momento. Vinculado amorosamente a la mujer de un amigo vivió y viajó con la pareja dejando declaraciones en torno al acontecer de su época que muestran a un personaje cumplidor de los preceptos de su clase, por ejemplo, 1871, la Comuna de París le horrorizó: «Los acontecimientos de París me habían dejado estupefacto. Me he callado como nos callamos en el tren cuando entra en un túnel: el estrépito infernal atonta».
Lector absorbente de la literatura de su tiempo tradujo y difundió en Rusia a Flaubert. Maupassant dijo de él que era «un alma ingenua». Era un lector impertérrito, conocedor de todas las lenguas europeas, capaz de sorprenderse con los detalles más inocentes, mientras que, otra vez Maupassant, «cuando soñaba ante su mesa, su inteligencia le hacía comprender y penetrar la vida humana hasta sus secretas vergüenzas».
Juan Eduardo Zúñiga entra en sus cuentos para descubrirnos la esencia de ellos, hacérnoslos sentir de modo que nos trastoquen nuestro pensamiento y creándonos la necesidad de leer «El final del mundo» o «El insecto». Los defensores de todas las especies zoológicas encontramos a un escritor que se reconoce, que empatiza con ellas, he aquí un fragmento de «El perro» y a continuación otro de «La travesía», dos de sus «poemas en prosa», del primero nos dice Juan Eduardo Zúñiga: «él ve en los ojos de un perro la misma inquietud que en los suyos: «Estamos los dos en la habitación, mi perro y yo. Fuera ruge una terrible y furiosa tormenta. El perro esta sentado delante de mí y me mira fijo a los ojos. Y yo también le miro a los ojos. Se diría que quiere decirme algo. Es mudo, sin palabras, él no se comprende pero yo le comprendo. Yo comprendo que, en este momento, en él y en mí hay un único sentimiento, que entre nosotros no existe ninguna diferencia. Somos iguales; en cada uno de nosotros arde y brilla la misma temblosa llamita. La muerte vendrá, nos llevará con sus frías y enormes alas … Y será el final. ¿Quién distinguirá en cuál de nosotros exactamente ardió la llamita? No, no son un animal y un hombre que se miran … Son dos pares idénticos de ojos fijos uno en otro. Y en cada uno de esos pares, en el animal y en el hombre, una cínica vida que se aferra temerosa a la otra».
En el segundo poema en prosa, titulado «La travesía», cuenta cómo viajando en un barco que cruza el Canal de La Mancha escucha los chillidos de un mono atado en cubierta, y dice Juan Eduardo Zúñiga: «Coge la mano que el animal, asustado, le tiende; rodeados de niebla, sobre un mar peligroso, los dos se hacen compañía, se prestan la protección de su contacto como dos huérfanos abandonados; ambos son hijos de una naturaleza impasible». Vida y obra de Turguénev nos las recorre, con voz profunda y suave, el gran autor que es Juan Eduardo Zúñiga, a quien se puede leer además en su trilogía «Largo Noviembre en Madrid», «La tierra será un paraíso» y «Capital de la gloria», en «Flores de plomo», en «Misterios de las noches y los días»,…
Este volumen que reúne los dos libros comentados es una muestra del conocimiento tan esencial que alberga el escritor que se expresa en castellano y ha sido traducido a múltiples idiomas para llegar a la inteligencia de los lectores por encima de fronteras y nacionalidades.
Título: Desde los bosques nevados. Memoria de escritores rusos.
Autor: Juan Eduardo Zúñiga.
Editorial: galaxia Gutemberg.
Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@
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