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Viejo canto de sirenas

Fuentes: Rebelión

Marco di Lauro cuenta que casi se «cayó de la silla» al descubrirla. Estaba lo suficientemente desplegada para permitirse dudar. Su foto de un pequeño iraquí saltando sobre decenas de bolsas blancas contentivas de esqueletos encontrados en el desierto al sur de Bagdad, tomada el 27 de marzo de 2003, apareció publicada en mayo pasado […]

Marco di Lauro cuenta que casi se «cayó de la silla» al descubrirla. Estaba lo suficientemente desplegada para permitirse dudar. Su foto de un pequeño iraquí saltando sobre decenas de bolsas blancas contentivas de esqueletos encontrados en el desierto al sur de Bagdad, tomada el 27 de marzo de 2003, apareció publicada en mayo pasado bajo el título «Condenan la masacre de Siria en Houla mientras crece la indignación».

Aunque la BBC advertía que la gráfica, proporcionada por un activista, no se pudo verificar, traslucía una fe ¿ingenua?: «Se cree que muestra los cuerpos de niños en Houla esperando ser sepultados». ¿Simple error propiciado por la búsqueda de la primicia periodística? Quizás todavía Di Lauro, que trabaja para la Getty Images, esté tratando de averiguar por qué su obra fue «levantada» de su página web y como por arte de birlibirloque se posó en un medio que suele preciarse de… ¡objetivo! Sin embargo, para el digital The Scarlet Revolutionary, el hecho no admite especulación. Se ha repetido en todos los conflictos bélicos de la historia más reciente. En Rumanía, Irak, Kuwait, Libia … En la primera mitad del siglo XX la propaganda antisoviética trocaba las hambrunas de una época por las de otra.

«En la propia Siria ya han empleado […] imágenes de video correspondientes a [un] contexto espacio-temporal bien distinto. Hace más de cuatro años, la trampa se preparó a propósito de los disturbios ‘espontáneos y pacíficos’ en Tíbet. Nos mostraron manifestaciones y disturbios de países asiáticos como India o Pakistán, con explicaciones de que todo eso estaba pasando en la tierra de los Lamas».

Resulta que «cuando los medios mendaces son sorprendidos, a veces tarde, en sus montajes fríamente planificados y orientados a sucios fines, o bien se escudan en alegaciones relacionadas con simples ‘errores’ humanos, con la consiguiente (e incómoda para ellos) rectificación, o bien insisten, y ello es inútil, en que los equivocados somos los que denunciamos sus males y obscenas artes. Pero la propaganda no se detiene. Buscarán otro falaz pretexto para atraer adhesiones populares para sus causas […]»

¿Exageración de ultrarradicales? No. Descripción de acciones concebidas en todos los detalles y con una añeja ideología de trasfondo. Tal recordábamos hace un tiempo, poco después del fatídico 11 de septiembre de 2001 el articulista León Bendesky se servía del diario mexicano La Jornada para algunas interesantes acotaciones sobre lo que estaba (está) pasando en USA, en el globalizado capitalismo y en una prensa ducha en golpearse el pecho y mesarse los cabellos ante la mínima insinuación de que la censura y el olvido, la manipulación, campean en ella.

Afirmaba Bendesky que a la sociedad de EE.UU. le era inherente una tradición representada por el filósofo y economista británico John Stuart Mill (1806-1873), celoso propugnador de la libertad individual y los derechos civiles. Algo reflejado en la primera enmienda a la Constitución, que pone énfasis en la «libre expresión de las ideas y, por tanto, en la libertad de pensamiento». Pero si Mill ubicaba «claramente la libertad de pensamiento en el límite del poder que puede ejercer legítimamente la sociedad sobre el individuo, y la enmarcó en la lucha contra la autoridad, el presidente Bush estableció explícitamente una restricción a la libertad esencial: si no coincides conmigo eres mi enemigo, y con ello expuso a todos los que disienten a la tiranía de la opinión y de los sentimientos prevalecientes». De manera que estamos bajo el fuego graneado de la posición oficial gringa «más allá de la razón, y esta es, también, una forma de tiranía».

Tiranía que niega el socorrido patrimonio de Stuart Mill en cuanto a que la libertad humana comprende primero el dominio interno de la conciencia, la libertad de pensar y sentir sobre todas las materias y de expresarlo públicamente. Y recalcamos: públicamente, porque esa dictadura se enseñorea de unos medios de comunicación masiva con ínfulas de impolutos en el arte y la voluntad de la sinceridad, y de la más consecuente apología de «pensar y decir libremente»… Solo que suelen regalarse el canje de alguna que otra imagen, como al desgaire. Sin «malicia» alguna.

Trasfondo

Mas ¿se trata de que la ideología liberal resulta vulnerada por gente de armas tomar, como el malhadado Bush? Aclaremos con el portugués Miguel Urbano Rodrigues que el asunto va más allá. Que distinguir trastienda no representa paranoia de izquierdista trasnochado. Que la misma ideología enarbolada transpira doblez. «No obstante que son inocultables los crímenes cometidos por los EE.UU. en las últimas décadas en guerras de agresión contra los diferentes pueblos, una gran parte de la humanidad continúa viendo en la patria de Jefferson y Lincoln una tierra de libertad y progreso. El mito romántico de los pioneros del Mayflower es difundido por una propaganda perversa que insiste en presentar al pueblo y al gobierno de los EE.UU. como vocacionados para defender y liderar a la humanidad. Los males del capitalismo serían circunstanciales y la gran república, presidida ahora por un humanista, estaría presta a superar la crisis que partiendo de ella se extendió por todo el mundo».

O sea, que el pecado primigenio, uno de ellos, anida en la propia ideología liberal, enfrentada a toda tendencia verdaderamente democrática. Aserto que Néstor Kohan argumenta con solidez en el libro Marx en su (Tercer) Mundo. Partiendo del desmontaje de la posición asumida por el politólogo Isaiah Berlin en obras tales Libertad y necesidad en la historia, el filósofo argentino explica que para este existen teóricamente dos conceptos básicos de libertad: libertad negativa y libertad positiva. El primero, supuestamente operante en los países capitalistas, intentaría contestar a la interrogante de «¿interviene el gobierno en mi vida?» El segundo, procuraría responder a «¿quién me gobierna?».

El concepto de libertad negativa representaría el núcleo de acero del liberalismo. «El ámbito de la libertad negativa es aquel territorio social donde el individuo puede hacer lo que quiera sin que los demás lo interfieran […], sin que obstaculicen su propio movimiento. La libertad implica entonces la ausencia de coacción, ausencia de obstáculo y de interferencia ajena», apostilla Kohan.

Para Berlin, «en la historia del pensamiento ha existido una confusión: una cuestión sería la libertad individual y otra bien distinta, la ‘libertad social’. Cuando un individuo piensa que está dispuesto a renunciar a parte de su libertad individual en nombre de la igualdad, la justicia, la solidaridad, etc., y que así gana libertad social, en realidad está comprometiendo su propia libertad a costa de otra cosa […]».

Así que la libertad individual y cualquier otro valor constituyen para el citado intelectual «orgánico» del capitalismo una pareja de opuestos irreductibles. Como asevera Kohan en su interpretación y réplica, «aumentar el grado del otro valor, cualquiera que sea este, implica automáticamente disminuir la libertad propia. Aquellos que renunciaran, aunque sea a una parte mínima de su libertad individual, se entregarían […] irremediablemente en manos del ‘totalitarismo’. En esta perspectiva, el ámbito público es un espacio social antinómico con relación a la esfera privada: la comunidad es una auténtica amenaza para el individuo. Reaparece aquí de nuevo el Leviatán de Hobbes [el Estado], aunque se le mire con menos simpatía».

De modo que Berlin -y un abanico de epígonos- presupone que la sociedad está integrada por mónadas (algo así como unidades, para simplificar) aisladas, cada una con su propio reducto y sin la menor relación entre sí. «No tienen ventanas. Si hay alguna relación entre ellas esta constituye un mero obstáculo que origina una mutua interferencia. No menciona la ‘mano invisible’ [el mercado], de Adam Smith, ni la ‘armonía preestablecida por Dios’, de Leibniz, pero sigue exactamente en la misma lógica sustancial distributiva», que no dialéctica. «Las relaciones sociales continúan siendo externas a los sujetos». Concepción que se fue erigiendo en el principal autorrelato con el cual las clases dominantes de la modernidad capitalista cavilaron su propia libertad; no la de sus subordinados, «las masas populares sometidas al látigo y a la picota de las que nos hablaba Marx».

Ahora bien, la ontología en la que se asienta el liberalismo implica que los agentes sociales se comporten como «feroces guardianes de su propiedad individual […] que los sitúa en una situación de independencia, competencia y ajenidad recíprocas y, al mismo tiempo, de dependencia multilateral hacia las mercancías, a las que se les atribuyen propiedades ‘mágicas’ […] Al no tener ‘ventanas’, las mónadas de la modernidad necesitan las cosas para relacionarse».

Ojo. «La subjetividad que presupone el liberalismo -y que sus aparatos de terror y dominación han logrado en gran medida inocular en el seno de nuestro pueblo [el latinoamericano]- presupone una castración inaudita en el orden de las restricciones. Estas quedan reducidas solamente al obstáculo externo del gobierno, y se dejan de lado, por ejemplo, las restricciones inherentes al trabajo asalariado como forma histórica que asume la praxis laboral humana, en la cual los individuos no pueden ejercer su libertad en infinitas esferas. Por ejemplo, su potencial tiempo libre. No lo pueden hacer por estar subsumidos o subordinados al dominio del capital. También se dejan de lado -sin fundamentación previa- las restricciones que se derivan del autoritarismo jerárquico inmanente a la sociedad capitalista, así como también aquellas otras restricciones y sanciones propias del mercado».

El reduccionismo liberal de los potenciales obstáculos a la libertad individual se sitúa solo en el plano de las relaciones políticas, pero jamás -se encrespa Néstor Kohan, y nosotros con él- «alcanza a penetrar en aquellos otros ámbitos fundamentales que desempeñan el papel de presupuestos necesarios a esta ontología social, los de la economía y el poder, que la atraviesan».

Por el contrario, para Marx la libertad real, genuinamente humana, se halla más allá del trabajo, es decir, de la necesidad material-natural. «El tratamiento marxiano del concepto de libertad es mucho más rico y complejo que el mentado por el liberalismo, pues toma en consideración determinaciones y restricciones, como la problemática relación entre tiempo laboral y tiempo libre, y la creciente jerarquización autoritaria de las relaciones sociales que atentan contra la libertad, mientras que para el liberalismo estas condicionantes se descartan de antemano sin justificación teórica alguna».

El genio de Tréveris visualiza en el espacio laboral, que no aparece de inmediato en la superficie observable, una nítida ausencia de libertad, democracia y derechos humanos, cuya posibilidad se da tanto en las relaciones de poder inherentes a las relaciones sociales de producción como a un tipo de organización social al que es consustancial el escalonamiento, la jerarquía, el autoritarismo y el disciplinamiento. Y se sabe: «no hay capital sin jerarquía, no hay capitalismo sin autoritarismo».

De modo que desmontar, quebrar el mito liberal deriva en tarea prioritaria en la lucha contra la alienación de multitudes confundidas por los responsables de la crisis de civilización que sacude al planeta.

Guerra de pensamiento

Ese mito se torna particularmente agresivo cuando (siempre) se silencia o tergiversa el terreno en que se ha desarrollado nuestra Revolución, como sostiene el analista Omar Pérez Salomón, al comentar un informe en que Amnistía Internacional declara que «las autoridades de Cuba, donde todos los medios de comunicación siguen bajo control del Gobierno, continuaron limitando severamente la libertad de expresión, reunión y asociación de disidentes políticos, periodistas y activistas de derechos humanos […]».

Coincidamos en que, «en realidad, en una sociedad dividida en clases, la libertad de expresión existe para aquellos que tienen en sus manos los medios de producción; pero desde una perspectiva socialista, la verdadera libertad de expresión es para las grandes mayorías. Precisamente los llamados disidentes, pagados por sus amos imperialistas, pretenden destruir la Revolución de las grandes mayorías».

Lo cual, por supuesto, está a millas de significar una excusa para soslayar el perfeccionamiento de nuestros medios de comunicación, exigido por la dirección del país. Y es que, a no dudarlo, la democracia socialista existe para conseguir en la práctica los enunciados que la democracia capitalista solo es capaz de contemplar en teoría. Si bien el capitalismo prometió desde su aparición la realización del Estado de derecho, ha incumplido su programa con el mayor desparpajo. En contraposición a la situación de la Atenas antigua, donde al menos los hombres libres -ni los esclavos ni las mujeres- acudían al ágora a ocuparse en los asuntos de la polis, el actual sistema lleva a niveles sumos la separación del espacio público y el privado, porque el homo economicus se refugia en su vida egoísta, delegando su interés político en un «especialista», sobre cuyo mandato solo influirá en el momento del voto.

Sin embargo, el socialismo alcanza su plenitud si realiza el ideal. Si asume cabalmente la democracia directa. Si logra que la ciudadanía se involucre en el proceso de producir política, eso que muchos denominan socialización del poder, o empoderamiento. Recordemos que uno de los principales factores por los que fracasó el «socialismo real» -socialismo de Estado lo llamaba Engels; comunismo tosco, lo nombraba Marx; ambos, previéndolo- fue el hiato, el abismo que la burocracia representaba entre las masas y el ejercicio de la política.

Insistamos. Para hablar de transición hacia el socialismo, hay que hablar de democracia creciente, y democracia creciente incluye como uno de los puntos nodales la transparencia en la gestión de la vida económica y política de la nación. Y de ese empeño participa la prensa, que primero debe romper el secretismo, como ha demandado reiteradamente el primer secretario del Partido, Raúl Castro, pues, aun en el caso hipotético de que orear los errores «haga favor al enemigo», lo que se precisa es no errar.

Y si se yerra, pues denunciar los lunares, para que con el concurso del debate amplio puedan erradicarse. Lo otro, el aferrarse a que las cosas permanezcan en el estrecho coto de «sabios» funcionarios, no pasa de demagogia, consciente o inconsciente. Y de menoscabo a la capacidad de discernimiento gregario. ¿Qué aprensión puede haber cuando nos asiste la razón? Ninguna. Es más, uno nota que, por fortuna, se enraíza el criterio de que la afonía, la reticencia, contribuyen a la hegemonía ideológica, cultural del capitalismo tardío, que acostumbra ocupar nuestras áreas de mutis con la mentira, entreverada de alguna que otra verdad descontextualizada.

Claro, tampoco pequemos de incautos. Admitamos lo difícil de la transparencia en medio del sitio imperial. Más cuando quizás la regulación de la información por el Estado asome ante el sentido común como más gravosa que la censura proveniente de la propiedad privada, pues deviene más explícita que la abroquelada en la visión liberal. Pero debemos afrontar el riesgo. Y el que, dada la propiedad estatal centralizada al máximo y hasta hace poco casi excluyente, un segmento de la burocracia -enferma de burocratismo, que no es lo mismo- podría haber dejado de considerarse una capa mediadora entre sociedad civil y sociedad política (las instituciones del Estado), para creerse un fin en sí misma, siguiendo las pautas de sus pariguales del campo socialista, «consagradas» como carne de la traición.

No en vano Raúl ha abogado por la información oportuna a despecho de los seres adosados al escritorio, o con una resma de papel en lugar de materia gris. Transitando el camino de ese llamado, estaríamos ahondando cada vez más en la contrahegemonía. Propinando un robusto golpe a las argucias del enemigo, que no solo se sirve de la coerción estatal, sino que, por intermedio de sus heraldos -y con sobrados dólares-, ha logrado determinado consenso interno y contribuido a sembrar desconfianza en los medios socialistas.

Además, una prensa como la deseada por el Partido puede contribuir señaladamente a lo que, en la Crítica al Programa de Gotha, Marx consideró misión del obrero. Como parte de la libertad revolucionaria, convertir al Estado de órgano por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella. Si no, estaríamos sustituyendo el fetichismo de la mercancía, del mercado, por un fetichismo otro. Y con esto, y en consonancia con lo mejor de la tradición marxista, aludimos a la necesidad de la participación popular, uno de cuyos instrumentos es… precisamente el periodismo.

Convengamos con autores como el cubano Miguel Limia David en que deviene insostenible desde el punto de vista científico y político-práctico pretender que la manera como se organiza política y estatalmente la incorporación de las masas populares a la cosa pública (res-pública) en los inicios del proceso de tránsito al socialismo sea cualitativamente idéntica a como demanda la dinámica social de etapas ulteriores, incluida la de la prensa -añadimos-, cuando ya se ha resuelto en principio la cuestión de quién vencerá a quién, por lo menos en los marcos nacionales.

Las evidencias arrojan que la naturaleza de las tareas, así como las características socioclasistas básicas, la cultura espiritual y los rasgos personológicos dominantes requieren que en el origen del proceso, es decir en la creación de los fundamentos de un nuevo tipo de vida pública y de su enlace con la vida privada, la intervención de las mayorías en la política se organice de «arriba hacia abajo», con el fin de capacitarlas para resolver las tareas destructivas del régimen de explotación anterior y defensivas del poder revolucionario, frente a las amenazas de la contrarrevolución interna y externa.

Ello influye con vigor en la apariencia monolítica -en la forma inclusive- de la prensa. Estas características son también consecuentemente fijadas por el discurso político y ético que se configura en esa etapa histórica, ya que «responde a las premisas básicas que condicionan la objetivad revolucionaria. Téngase en cuenta que la ideología revolucionaria funge socialmente como premisa espiritual de la actividad práctica revolucionaria y en sus inicios ella posee un carácter heroico trascendental, atendiendo al modo como relaciona los intereses individuales, colectivos particulares y sociales generales», de acuerdo con Limia, en «Estado de transición y participación política a la luz de la Crítica del Programa de Gotha», ensayo incluido en Política, Estado y Transición Socialista.

Ello supone la construcción de la unidad sobre la base de la identidad de los intereses ante al adversario de clase interno y externo. Entonces, en efecto, no puede haber mucha cabida para la diferencia, pues esta se comporta esencialmente como contrarrevolucionaria, antidemocrática y socavadora del nuevo poder. Por eso la prensa fungió (funge) de lanza y escudo. Por eso se impone hoy continuar perfeccionándola en la coyuntura de un sistema-mundo que anhela integrarnos a la comparsa de acólitos de las metrópolis. Se impone, en fin, contribuir más y mejor a la lucha contra la alienación atizada por la ideología liberal, en circunstancias de más ingente participación, así como, remarquemos, de transformaciones en la estructura socioclasista, generacional, y en los lazos intergeneracionales, en la estructura personológica de los individuos.

Sin abandonar las tareas destructivas del régimen precedente, algunos de cuyos vicios se reproducen en la sociedad que de él emergió, sociedad aún en tránsito, nuestra prensa habrá de crecerse (se está creciendo, ¿no?) en la lógica de tareas sobre todo constructivas, las cuales plantean nuevos paradigmas, atendiendo a sujetos más diversos, y mejor pertrechados intelectualmente, por tanto más capaces de confrontar puntos de vista distintos para extraer sus conclusiones. Abordando con afanosa profundidad rispideces tales la batalla librada entre la cultura socialista y la capitalista en el seno de la nación cubana, estaremos coadyuvando con progresivo tino a derrotar en toda la línea una ideología, la liberal, que pretende devolvernos al limbo del que salimos gracias a que no hemos temido tomar el cielo por asalto. Y si hasta allí llegamos, ¿quién se atrevería a pronosticarnos el fracaso?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.