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Viejo y nuevo reformismo, el neorreformismo

Fuentes: Rebelión

Había una vez un escorpión que quería cruzar un río y pidió a una rana que le llevara en el lomo; la rana le contestó que podía picarla, a lo que el escorpión le dijo, “nos ahogaríamos los dos”. La rana le creyó y lo subió al lomo… Una vez en medio del río, el escorpión la picó, comenzando a hundirse ambos. La rana le preguntó, “porque lo has hecho”; y el escorpión dijo, “está en mi esencia, es mi naturaleza”.

Separar la esencia de las cosas de las formas en las que estas se manifiestan es un principio básico para poder enfrentarlas sin caer en unilateralidades ni mecanicismos abstractos.

Eduard Berstein, el “primer” reformista, llegó a la conclusión de que la revolución no era necesaria porque se podía llegar a la transformación socialista de la sociedad a través de la reforma gradual del sistema capitalista, con mecanismos como las cooperativas de consumo, los sindicatos y la extensión gradual de la democracia política, porque la clase obrera se convertiría en la mayoría social.

Consecuentemente, el Partido Socialdemócrata Alemán, la principal sección de la II Internacional, debía transformarse en partido para la reforma social y abandonar el proyecto revolucionario, rompiendo abiertamente con la esencia teórica del marxismo, la dialéctica materialista. Como plantea Plejanov, Bernstein, el primer “pos marxista”, explicó que los «errores» de Marx y Engels “eran debidos, dijo, a la influencia nefasta de la dialéctica. La lógica habitual se aferra a la fórmula: «Sí es sí, y no es no»; mientras que la dialéctica tiene una fórmula diametralmente opuesta: «Sí es no, y no es sí.» Bernstein detesta esta última fórmula, y declara que nos induce a la tentación y nos conduce a los errores más escandalosos” (La Dialéctica y la Lógica, 1905, G Plejanov).

Estas propuestas se sintetizaron en el texto llamado “Las premisas para el socialismo y las tareas de la socialdemocracia”, frente a las que Rosa Luxemburgo escribió una de sus principales obras políticas, “Reforma y Revolución”. En ella desentraña la dialéctica que liga la lucha por las reformas sociales bajo el capitalismo con el objetivo revolucionario, bajo la tesis de que cualquier reforma conquistada en el capitalismo es efímera, pues este, tarde o temprano, buscará la manera de abolirla o convertirla en reaccionaria; solo el triunfo de la revolución garantizará para el futuro esas conquistas.

El marco del debate: el surgimiento del imperialismo

La polémica era parte de la respuesta que el marxismo intentaba dar a lo que, tras la guerra franco prusiana y la derrota de la clase obrera parisina en la Comuna, estaba en sus primeros pasos; la fase que Lenin analizaría en 1916 con el Imperialismo Fase Superior del Capitalismo y definida por el dominio del mundo por el capital financiero.

La derrota de Francia a manos de Prusia catalizó la unificación de los estados alemanes a su alrededor y la aparición del estado alemán, que vio un desarrollo industrial acelerado, de tal forma que la nueva nación se convirtió en una de las grandes potencias imperialistas. En el otro lado del Atlántico, el final de la Guerra de Secesión en los EEUU daba como resultado un estado unificado con un extenso territorio por colonizar, riquezas naturales y una gran masa de mano de obra liberada de las cadenas de la esclavitud. Mientras, en el Pacifico la derrota de los restos feudales samuráis en la rebelión de Satsuma, en 1877, abriría las puertas a la rápida industrialización de Japón.

Los viejos imperios coloniales, capitalistas o feudales, daban paso a nuevas potencias que pocos años después les disputarían militarmente la hegemonía mundial, construidas sobre una poderosa industrialización que generó la aparición de una clase obrera concentrada y políticamente avanzada.

Sin embargo, todo tiene su contrario; el desarrollo industrial, sobre la base del saqueo sistemático de los pueblos que van siendo reducidos uno tras otro al nivel de semicolonias de las potencias, permitió la aparición, en estas, de una capa social, asalariada, que por su capacidad adquisitiva fruto de las migajas y concesiones que caen de las mesas de las grandes multinacionales, se separan de la media de la clase obrera; es la “aristocracia obrera” a la que Lenin se refería en El Imperialismo Fase Superior del Capitalismo.

La “aristocracia obrera” se asimila en casi todos los aspectos a la pequeña burguesía, salvo que sigue dependiendo del salario para su vida, y traslada a la clase obrera todos los tics culturales y políticos de la clase a la que se asimila. Esta “alianza” entre sectores de asalariados y pequeños propietarios constituyen lo que hoy sociológicamente se llaman “clases medias”.

La II Internacional se construye sobre la base de la tradición marxista revolucionaria, el legado de Engels, del que Berstein, junto con Kautski, era su albacea. Pero este desarrollo social y la paz en la que se basa a lo largo de esos años -las guerras dejan de tener como campo de batalla Europa, y se trasladan a las colonias-, cambia la perspectiva política de la que Berstein se hace eco: la idea de que la transformación socialista de la sociedad es posible sin la violencia que supone una revolución, resume las ilusiones pequeño burguesas de una aristocracia obrera instalada en un relativo bienestar social.

El surgimiento y desarrollo del reformismo es consecuencia de los “éxitos” económicos del capitalismo en su fase imperialista que le permiten integrar y corromper a un sector de la clase obrera, convirtiéndola en su “ala izquierda”. Esta aristocracia obrera se convertirá en el mejor freno al desarrollo de cualquier perspectiva revolucionaria y la burguesía posteriormente aprenderá a alimentarla, subvencionando desde el estado a sus organizaciones políticas y sindicales.

El reformismo estalinista

Si el reformismo “bersteniano” es la expresión de la utopía de un sector social acomodado, la transformación socialista de la sociedad por la vía pacifica, el reformismo estalinista es todo lo contrario. No es una utopía social, es una política consciente de traicionar la revolución en una época que difiere por el vértice a la que diera origen al reformismo bersteniano, la “belle époque” y la ilusoria confianza en que el capitalismo cedería su paso “caballerosamente” a la clase obrera a través de los mecanismos de la democracia burguesa.

La época en que surge el estalinismo es en el periodo de entreguerras, cuando la burguesía mundial ya demostrara de lo que es capaz, de generar una matanza de 11 millones de seres humanos y alimentar a la bestia fascista para evitar esa transformación que en la “belle époque” se podría pensar como pacifica. El capitalismo imperialista es guerra y reacción, y no va a ceder “caballerosamente” su poder, por mucho que la clase obrera se lo diga en las elecciones.

La confianza en que sectores de la burguesía, imperialista y no imperialista, podrían ser aliados en la lucha contra la contrarrevolución fascista solo tiene un nombre, traición a la clase obrera en su lucha por la transformación socialista de la sociedad. Es traición a la clase obrera porque el estalinismo habla, uno, con la autoridad del que usurpara las banderas de la revolución de Octubre, que se hizo justo en el enfrentamiento con todos los sectores de la burguesía, la democrática y la zarista, dos, hablaba en nombre del socialismo y la propia clase obrera, era la vía “etapista” al socialismo.

El “etapismo”, es decir, considerar que la revolución estaba física y temporalmente separada de la guerra y el fascismo en dos fases distintas de la lucha de clases, era echar en brazos de la burguesía, o su fantasma, como decia Trotski, a la clase obrera para su derrota. No olvidemos que los años 30 son años de revoluciones derrotadas; comienza con la china de 1928 y termina con la invasión de Polonia por Alemania, que supone la derrota de todos los movimientos que se estaban dando en toda Europa.

Los nazis alemanes, al ocupar Europa, acaban la tarea que los Frentes Populares no habían conseguido, derrotar a la clase obrera de todo el continente. El estalinismo y su etapismo reformista fueron la quinta columna que tuvo la clase obrera para enfrentar en el viejo continente al ascenso nazi-fascista.

Esta es la diferencia entre el viejo reformismo bersteniano y el estalinista; el primero es fruto de una sociedad confiada en su desarrollo, es la versión política de lo que cultural y socialmente se conoció como la “Belle époque” que, como el Titanic y su orquesta, se hundió cuando chocó con el iceberg que fue la I Guerra Mundial. El segundo es gris, oscuro; es una traición consciente al servicio de los espurios intereses de la burocracia soviética, más interesada en coexistir pacíficamente con el imperialismo, fuera el que fuera, que en hacer la revolución socialista.

No olvidemos que la burocracia soviética, en ese afán de coexistir con el imperialismo, era capaz de pactar con los nazis, en el pacto germano ruso previo a la II guerra, y poco después con los “aliados”; todo para conservar su poder y los privilegios que suponía. La revolución en cualquier país era para ellos un incordio en esta tarea y pactarían con quien fuese para evitarla.

El neorreformismo pos marxista

El “neorreformismo” actual no es ni la versión “optimista” ni la “oscura”; es una corriente con base a las teorías pos modernas y pos marxistas cuyo objetivo no es ni formalmente la transformación socialista de la sociedad, sino desde el progresismo “radicalizar” la democracia burguesa. Es consecuencia del “techo de cristal democrático de la conciencia de clase”, que alimentan desde sus pulpitos universitarios o parlamentarios.

Esta corriente no traiciona a la clase obrera desde las organizaciones de la clase obrera porque no se ubica en ellas: como buenos intelectuales pequeño burgueses que son la han hecho desaparecer de la realidad social, sustituyéndola por los “movimientos sociales” generados por las opresiones que sufre la sociedad bajo el capitalismo.

Son, desde el principio y desde el mismo proyecto burgués que defienden, enemigos acérrimos de la clase obrera, del socialismo y del marxismo. Que fruto de ese “techo de cristal” puedan influir en muchos activistas obreros no los convierte en parte de ellos, pues se apoyan en la confusión generada en la conciencia por una realidad incuestionable, la degeneración burocrática de los estados obreros aparece asociando “socialismo a burocracia”. El descubrimiento de que tras el Muro de Berlín no había sociedades socialistas, sino regímenes abiertamente totalitarios que abandonaban cada vez más las pocas conquistas sociales que les dieran origen, fue alimentado hasta el agotamiento por los medios de la burguesía con la campaña “el socialismo ha muerto” y el marxismo es, en el mejor de los casos, una “declaración de buenas intenciones” que cuando se lleva a la práctica se convierte en “totalitarismo”.

El pos marxismo se mueve dentro del sistema y su “reformismo”, por eso es “neo”, se limita reformar el propio sistema; ni tan siquiera se plantea la posibilidad de otra sociedad que no sea la capitalista, aunque lo adorne de decrecimiento, de “economía feminista” o de alternativas ecológicas. Cualquier propuesta que no expropie la propiedad privada de los medios de producción y distribución, que no se base en planificación democrática de la economía, con base en las necesidades sociales, o que no enfrente el aparato de estado burgués, incluso el más democrático, como lo que es, la herramienta de la clase dominante para mantener la explotación y la opresión, es una opción que solo transmite la ilusión de que dentro del sistema capitalista es posible una “reforma” y será reintegrada por este dentro de su orden social.

Reformismo neoestalinista o la versión nostálgica de la teoría de los campos

El viejo estalinismo murió cuando desapareció la base material de su poder, los estados obreros y principalmente la URSS, con la consiguiente crisis y/o disolución de los partidos comunistas, etc. El neoestalinismo no cuenta ni de lejos con el poder que tuvo el viejo estalinismo; es más una ideología basada en la nostalgia que una concepción política sin una base material firme: su principio fundamental básico es el fanatismo antitrotskista y la añoranza de un mundo que no existió, la URSS como “patria socialista”.

Ese fanatismo y la visión nostálgica del pasado les lleva a repetir la vieja teoría estalinista de los campos, solo que ahora focalizada en regímenes que no son, ni de lejos, los estados obreros burocráticos. Hacen un remedo, o mejor dicho, una farsa de la teoría de las contradicciones que sirviera a Mao para justificar sus políticas ante el imperialismo yanqui y la URSS. Tanta farsa es, que incluso la propaganda norteamericana lo utiliza.

La teoría de las contradicciones principales y secundarias de Mao, así como su conclusión política, la teoría de los campos, que no es ninguna novedad en la historia de la humanidad, se resume en la máxima de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”… Así sea “temporalmente”, como diría Mao.

Hasta el colapso de la URSS y la restauración del capitalismo, aunque el mundo era esencialmente capitalista y se regía por las leyes de la explotación que lo dominaban, existía una parte de él (1/3 de la población mundial) que escapaba a su aplicación directa. Por la existencia de esos estados, sus poblaciones se ubicaban en los márgenes de la ley del valor, que les llegaba tamizada por la existencia de esos estados burocratizados que, a su manera, hacían como la atmosfera terrestre respecto a los rayos solares, la filtraban a través del monopolio del comercio exterior y la planificación burocrática de la economía.

Esto hacía que la teoría de los “campos” tuviera un elemento de verdad, la URSS, como China y el resto de los estados obreros, estaban enfrentados al capitalismo como sistema dominante, aunque sus burocracias dirigentes tenían como eje la política contrarrevolucionaria de evitar la extensión de la revolución, que se producía a su pesar; se conformaban con la “coexistencia pacífica” con el imperialismo.

En la actualidad, cuando todo el mundo está ya bajo domino capitalista como modo de producción “realmente existente”, ni tan siquiera en las apariencias puede reproducirse esta teoría de los campos; solo desde la nostalgia puede defenderse tamaña barbaridad. Podría decirse que la teoría de los campos entre las naciones semicoloniales en su lucha contra las potencias imperialistas es su último reducto. Pero ni eso. Hoy no existen burguesías ni pequeñas burguesías nacionales, o sectores populares interclasistas que puedan cumplir un papel revolucionario, como fueron las guerrillas de Pancho Villa o Emiliano Zapata.

La teoría de los campos, incluso desde este punto de vista, no es más que poner a la clase obrera como base social de un conflicto entre la pequeña burguesía atacada por las grandes potencias. Defender esta opción es reproducir la teoría hasta el infinito; habría tantos campos como opresiones ejerce el capitalismo sobre los diferentes sectores sociales. Existiría el “campo” nacional contra la opresión de la nación opresora, el “campo” feminista frente a la opresión de género, el “campo” antirracista contra la opresión racial.

De hecho, son las organizaciones que provienen del estalinismo, en su tránsito al neorreformismo, las que han asumido que al “socialismo” hay que ponerle apellidos. La lucha por la liberación de la humanidad, de la explotación y la opresión ya no se resume en una, la revolución socialista; así, nos encontramos con que todas esas organizaciones tienen que poner que son, “socialistas, feministas, ecologistas, no racistas, … y todos los apellidos que se quieran poner.

Incluso a las que se les llena la boca de apoyar a la lucha armada, ocultan su claudicación al interclasismo a través de una reafirmación de los campos de lucha que disuelve la síntesis de todos ellos, la lucha por la revolución socialista, y luchas fragmentarias. Y no es casualidad; el estalinismo es el responsable directo y único de que el socialismo aparezca ante la sociedad no como una perspectiva libertadora, sino como una losa totalitaria. Con su estallido y colapso, el estalinismo tuvo que reciclarse manteniendo su esencia reformista y contrarrevolucionaria, y que mejor que adornarse de lo que nunca tuvo: “dime que presumes y te diré de que careces”.

El neorreformismo de origen estalinista une su esencia oscura, contrarrevolucionaria, a la claudicación a las tesis de la pequeña burguesía, en cualquiera de sus variantes. El mejor ejemplo de esta esencia reformista son los sectores del estalinismo que apoyaron guerrillas como las FARC, ETA, etc.; mientras estas tenían las armas en la mano, parecía que eran proyectos revolucionarios. Sin embargo, una vez que abandonan las armas, aparece lo que realmente son unos reformistas que se integran en el ala derecha de los movimientos sociales, la social democracia. Su esencia es que son “reformismo armado”.

El sujeto social y el neorreformismo

A diferencia del Berstein o el reformismo estalinista, que reivindicaban la clase obrera como sujeto social, una de las bases teóricas en las que se apoya el neorreformismo es la desaparición del proletariado como sujeto social de la revolución; sin sujeto social no hay revolución posible y, por lo tanto, todas sus propuestas giran alrededor del sistema capitalista, de su reforma o “radicalización” como dicen sus teórico.

Para disolver ese sujeto social se apoyan en los sectores sociales oprimidos en la sociedad, alimentando las tendencias centrifugas que supone la construcción social de teorías “identitarias”. Cada uno de ellos se siente el más oprimido de la sociedad, levantando alrededor de este sentimiento una ideología que presenta como la más radical, olvidando que el papel revolucionario de un sector social no viene dado por su sentimiento y su grado de opresión, sino por su ubicación en la estructura social.

Cuando Marx comenzó a estudiar cuál podía ser el sujeto social de la revolución, no señaló de una manera teleológica a la clase obrera; nada más lejos de la realidad. Hizo lo que todo científico, estableció los criterios objetivos que una clase puede ser revolucionaria; solo a partir de aquí comenzó a estudiar el papel social de las diferentes clases. Dicho gráficamente, la Critica a la Filosofía del Derecho de Hegel precedió al Manifiesto Comunista, y únicamente después de decir lo siguiente en la Crítica, se atrevió a proclamar a los cuatro vientos, “proletarios de todos los países, uníos”.

“Solamente en nombre de los derechos universales de la sociedad puede una clase determinada arrogarse el dominio universal. La energía revolucionaria y la conciencia moral del propio valor no bastan solamente para tomar por asalto esta posición emancipadora y, por lo tanto, para el agotamiento político de todas las esferas de la sociedad en el interés de la propia esfera. Para que coincidan la revolución de un pueblo y la emancipación de una clase particular de la sociedad burguesa; para que un estado de la sociedad se haga valer por todos, todas las fallas de la sociedad deben encontrarse, a su vez, concentradas en otra clase”.

La clase obrera es el sujeto social de la revolución no por una especial “condición moral”, sino porque al acabar con la explotación “habla” en nombre de toda la sociedad; al liberarse del trabajo asalariado sienta las bases para la liberación de todos los oprimidos.

El marxismo no pretende dirigir “físicamente” a todos los oprimidos, como la burguesía no dirigió “físicamente” al campesinado, sino que cuando decretó la reforma agraria acabando con la propiedad feudal de la tierra los liberó de las cadenas de la servidumbre, ganándose su apoyo. El marxismo, dirigiendo a la clase obrera hacia la dictadura revolucionaria del proletariado, sienta las bases para la liberación de los oprimidos. No es una cuestión mecánica, “dirigir los sectores oprimidos”, sino dialéctica, luchar porque la clase obrera sea el sujeto de la revolución y, por lo tanto, actúe en “nombre de los derechos universales de la sociedad”.

Reforma y revolución en el siglo XXI

El debate que atravesó la II Internacional entre “reformistas” y “revolucionarios”, con Berstein y Rosa Luxemburgo como cabeza de serie, se produjo en un momento histórico en el que el capitalismo estaba entrando en su fase imperialista y todavía daba señales de una vitalidad que arrastraba al conjunto de la sociedad, manifestado en ese periodo en la “belle époque”. Los hechos posteriores, con el estallido de la I guerra y lo que sucedió después, nazismo incluido, dieron trágicamente la razón a Rosa Luxemburgo, es imposible garantizar la menor reforma del sistema sin hacer la revolución socialista.

Más de 100 años después, las tesis de Rosa Luxemburgo se han visto, de nuevo, confirmadas. Las conquistas de lo que se dio en llamar “los treinta gloriosos”, concretadas en el “estado del bienestar”, han sido abolidas en todos estos años. Solo quedan pálidos recuerdos de lo que fueron grandes conquistas sociales, y como farsa del drama histórico de la clase obrera, esta se ve en la obligación de recuperar las tesis de Rosa Luxemburgo.

Sin embargo, no podemos evitar señalar las diferencias. Decía Marx que «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa»; el neorreformismo actual es la farsa de la gran tragedia que fue el berstenianismo y el estalinismo. Es una farsa que tiene más peso social del que parece, puesto que se basa en una derrota de gran calado, la restauración del capitalismo en los estados obreros, que supuso, como alertara Trotski, la “(…) caída del régimen soviético provocaría infaliblemente la de la economía planificada y, por tanto, la liquidación de la propiedad estatalizada. (…) La caída de la dictadura burocrática actual, sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría, también, el regreso al sistema capitalista con una baja catastrófica de la economía y de la cultura” (La Revolución traicionada).

Nunca en la historia las condiciones objetivas para un cambio revolucionario han estado más presentes, ni tan siquiera el imperio romano que cayó por el propio peso de sus contradicciones internas estuvo tan podrido. Decia Marx que ”Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua” (Introducción a la Crítica de la Economía Política).

La crisis económica, social y climática, las agudas contradicciones interimperialistas, la amenaza de una guerra que “acabe” con todas las guerras, confirman por la negativa que la era del reformismo, en su variante bersteniana, estalinista o neorreformista ha acabado. La reconstrucción del programa y la organización para la revolución es una tarea no urgente, imperiosa si se quiere evitar la deriva hacia la barbarie.

Galiza, 13 de junio de 2022

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