Ya comienza a vivirse la parafernalia previa al nuevo campeonato mundial de fútbol que estará comenzando en unos pocos meses. Ya desde ahora, y seguramente con fuerza creciente, la marea futbolística empieza a invadirnos. Tal como están tejidas las cosas, es imposible escapar a ella. Tal como lo es, también, escapar a la creciente fiebre […]
Ya comienza a vivirse la parafernalia previa al nuevo campeonato mundial de fútbol que estará comenzando en unos pocos meses. Ya desde ahora, y seguramente con fuerza creciente, la marea futbolística empieza a invadirnos. Tal como están tejidas las cosas, es imposible escapar a ella. Tal como lo es, también, escapar a la creciente fiebre de profesionalismo que ha invadido todos los deportes. En cierta forma la segunda mitad del siglo XX, y por como van las cosas, también el XXI, están marcados por esta tendencia que parece inapelable. El fútbol, el boxeo, el baquetball, el tenis, todos los deportes olímpicos, e incluso las más modernas e inimaginables expresiones deportivas (los llamados deportes extremos, el montañismo y el físicoculturismo, el rafting o el aladeltismo) todo parece caer bajo el manto de la profesionalización.
¿Por qué el deporte debe ser «profesional»? Así planteado no hay respuestas; sería como preguntarse: ¿por qué debemos tomar Coca-Cola? Son esas cosas que no admiten discusión (¿dónde, cómo y ante quién dar el debate?). Pero definitivamente debemos seguir interrogándonos y abriendo el debate. El deporte no nació como actividad profesional; ha sido -y en buena medida sigue siendo- un sano esparcimiento, una actividad recreativa. ¿Por qué se llega al profesionalismo? ¿Aporta beneficios su condición de profesional, o no?
Seguramente la gran mayoría de la población mundial, preguntada al respecto, estaría de acuerdo con mantener la situación actual: nos hay dudas que, hoy por hoy y por los motivos que sea, agrada «consumir» deportes. Pero viéndolo en detalle: consumir espectáculos audiovisuales donde el deporte es la estrella principal, en buena medida: vía televisión. Lo cual no significa que esa tendencia irrefrenable traiga más deporte para toda la población.
La práctica deportiva en tanto desarrollo sistemático de habilidades y destrezas físicas, en tanto recreación sana y promoción de la salud, ocupa indudablemente un lugar importante entre las construcciones humanas; distintas culturas a lo largo de la historia lo supieron, por lo que, en consecuencia, le dieron un estatuto de gran importancia. Pero ese papel pasó a ser secundario si se lo compara con el peso específico que ha adquirido su profesionalización. El deporte, y quizá el fútbol como el más emblemático entre todos, cada vez más ha devenido 1) gran negocio y 2) instrumento de control social.
En un mundo donde absolutamente todo es mercancía negociable no tiene nada de especial que el deporte, como cualquier otro campo de actividad, sea un producto comercial más, generando ganancias a quien lo promueve. No estamos diciendo que esto, en sí mismo, sea reprochable. Simplemente reafirma la lógica universal que sostiene al mundo moderno, al capitalismo hoy ya absolutamente globalizado y triunfal, donde todo es un bien para el intercambio mercantil: recreación y salud, alimentos o vida espiritual, educación, pornografía, la guerra, la ciencia y las fiestas navideñas, etc.
En este contexto, del que hoy ya nada y nadie pueden escapar, la práctica deportiva ha llegado a perder -al menos en buena medida- su carácter de esparcimiento, de pasatiempo. Continúa siéndolo, sin dudas, pero cada vez más se agiganta la faceta comercial. Lo cual trajo como consecuencia su ultra profesionalización con la aplicación de modernas tecnologías a sus respectivas esferas de acción. Todo lo que, por tanto, ha llevado a su mejoramiento, y sigue haciéndolo con un ritmo vertiginoso, disparando en forma exponencial su excelencia técnica. Día a día se rompen récords, se logran resultados más sorprendentes, se superan límites ayer insospechados.
Pero la pregunta que se abre entonces es respecto al lugar que en todo ello ocupa la población: más bien pasa a ser mera espectadora pasiva (consumidora) de un espectáculo/negocio -montado a nivel internacional- en el que no tiene ninguna posibilidad de decisión; la recreación termina siendo «sentarse a mirar ante un pantalla». Se espera que la final del próximo mundial de Alemania sea el evento visto en la televisión por la mayor cantidad de seres humanos en toda la historia, más que la llegada del primer astronauta a la Luna, más que las exequias del Papa Juan Pablo II.
Todo el mundo, en mayor o menor medida, consume alguna mercadería deportiva -fútbol fundamentalmente, pero hay para todos los gustos-. Ligado cada vez más al ámbito de la comunicación -otro de los campos más dinámicos de la libre empresa moderna- su crecimiento como negocio ha sido fenomenal en estos últimos 50 años. De hecho ha inundado la cultura cotidiana tanto de países ricos como pobres, llegando a todas las clases sociales, a hombres y mujeres, a jóvenes y viejos.
El campo socialista no contribuyó en mucho a disminuir la tendencia a la profesionalización sino que, por el contrario, también la favoreció. El deporte profesional fue un campo más de batalla durante la Guerra Fría, y los disparates humanos a los que llegó la mercantilización capitalista tuvieron su símil (igualmente disparatado) en el mundo socialista. Ser un deportista profesional llegó a ser una forma de seguir alimentando una burocracia omnímoda y privilegios injustificables: un deportista de carrera ya no es un ciudadano común que se divierte el fin de semana corriendo un poco.
Con el rompimiento de marcas y fichajes cada vez más multimillonarios: ¿mejoran las políticas deportivas dedicadas a las masas? ¿En qué medida influye este «circo», convenientemente montado, en la calidad de vida de los habitantes de la aldea global? ¿Promueve acaso una vida más sana, o es una nueva versión -sofisticada- del «pan y circo» romano?
Aquí se debe profundizar la crítica. El desarrollo del perfeccionamiento deportivo («más rápido, más fuerte, más alto») no redunda en una popularización del ejercicio físico para todos. El lema de «mente sana en cuerpo sano», pese a las cifras astronómicas que circulan en los circuitos profesionales de los modernos coliseos, no conlleva forzosamente un mejoramiento de la actitud para con el deporte (por el contrario crece mundialmente el consumo de drogas, incluidos los deportistas profesionales).
¿Será que mientras más se «consumen» deportes menos se piensa -y más ganan los que nos los venden-?
El tono general de este escrito no pretende ser «antideportivo». Muy por el contrario, apunta a promover los deportes como algo intrínsecamente positivo, sano, deseable. Pero no puede dejar de plantearse este interrogante y buscarle alternativas: ¿por qué hacer del deporte algo profesional?
Es importante plantearlo por la significación político-cultural que tiene el mecanismo que terminó montándose: el gran negocio del deporte no habla de un mejoramiento en la calidad de vida de las poblaciones, de una actitud más sana, de una mejor y más productiva relación con nuestro cuerpo. No habla, en absoluto, de una mejor vinculación con el medio ambiente o de un mejor aprovechamiento de nuestro tiempo libre. Nada de esto; por el contrario, en el norte la gente cada vez está más gorda, y en el sur cada vez más desnutrida. Lo que puede denunciarse como una tendencia muy peligrosa es la significación del mecanismo de control social que comporta todo este moderno circo romano.
Desarrollar el deporte -concedamos, por último, que los fabricantes de ropa deportiva ganen fortunas: ¿qué otra cosa podría hacer una empresa privada?- no tiene nada que ver con las interminables horas con que se obliga a pasar frente a un televisor -haciendo crecer la barriga- a la población, o a repetir el casi obligado comentario sobre el astro de moda a que nos conducen los medios comerciales de comunicación masiva. Mejorar un récord o una prestación deportiva no significa más y mejor deporte para todos. Terminado el próximo campeonato mundial de fútbol: ¿se habrá resuelto alguno de los acuciantes problemas de la humanidad? Podríamos conceder que no está para eso la justa deportiva. Entonces preguntémoslo de otra manera: ¿nos habremos divertido más? El ganador, seguramente sí; pero en muchos se repetirá el sentimiento de frustración por no haber llegado a la meta. ¿Inexorablemente necesitamos estar sentados ante una pantalla de televisión mirando cómo corren 22 atletas? ¿Por qué, mejor, no correr un poco en vez de agrandar el trasero y la barriga sentados ante los televisores?
Por eso mientras todo el circuito deportivo siga siendo negocio y arma de control social, para las grandes mayorías el deporte seguirá siendo un espejito de colores más. Sólo una política pública de fomento del amateurismo puede ser una ayuda real para que el deporte se constituya en un elemento que contribuya a una mejor calidad de vida para la población. Si no, seguiremos comiendo y engordando ante el televisor viendo el partido de fútbol del día -o del show deportivo que queramos elegir- (en el norte), o esperando algún talento deportivo en la familia para que con un buen contrato nos saque de la pobreza (en el sur). Pero de deporte, ni hablar.
Marcelo Colussi es montañista aficionado.