El 18 de marzo de 1871 comenzó una de las principales experiencias revolucionarias de la historia, el proletario en la ciudad de París, Francia, instituyó la Comuna, “tomando el cielo” por 72 días por encima de las fuerzas del Estado burgués, estableciendo un nuevo poder y conformando el autogobierno con medidas como la desaparición del Ejército y la creación de las guardias obreras, el sufragio universal que se practicaría por primera vez el 26 de marzo al elegirse a los nuevos representantes emanados puramente de la clase obrera y el pueblo quedando también instituida la revocación del mandato, se estipularon sueldos equiparados con el salario obrero para los funcionados, se puso en marcha la separación Iglesia-Estado, la educación laica y los derechos-legislación laboral surgida de las necesidades reales de los trabajadores y trabajadoras, se impregnó el carácter internacionalista del proletariado y se fortaleció la conciencia de clase al calor del transcurso real de la historia.
La Comuna, que ahora cumple 150 años, se ha interpretado de diversas formas, algunas que ponderan más sus deficiencias y otras que refuerzan sus virtudes como muestra palpable de la posibilidad de la destrucción del Estado burgués y la construcción del Comunismo, siendo que entre las críticas compartidas puede mencionarse la carencia de una dirección fuerte y organizada (Partido) con una ideología definida y consolidada, ya que si algo distinguió a la Comuna fue también la convergencia en su seno de diversas ideologías y corrientes que finalmente terminaron debilitando el desarrollo pleno de la nueva sociedad por parte del proletariado. La Comuna dejó también la gran lección de que la burguesía a nivel internacional nunca será indiferente ante los avances en la organización proletaria, pues fue derrotada mediante una brutal represión ejercida por la burguesía, algo que en distintos países y momentos históricos se ha observado.
En el pensamiento de Carlos Marx la Comuna significó la materialización de la posibilidad revolucionaria de construir una nueva sociedad, algo que ya había advertido en el Manifiesto Comunista (1848) y que desarrolló en La guerra civil en Francia (1871) complementando con los acontecimientos su idea sobre lucha de clases, en ese sentido, el 30 de mayo de 1871 (apenas unos días después de la sangrienta represión que disolvió la Comuna y asesinó a entre 30 y 40 mil proletarios), escribió en el Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores que “el viejo mundo se retorció en convulsiones de rabia ante el espectáculo de la Bandera Roja, símbolo de la República del Trabajo, ondeando sobre el Hôtel de Ville”.
Por su parte, Lenin escribió en su artículo “Enseñanzas de la Comuna” (1908), que “pese a todos sus errores, la Comuna constituye un magno ejemplo del más importante movimiento proletario del siglo XIX”. Para el líder bolchevique, al igual que para Marx, significó la posibilidad de reafirmar la vigencia del pensamiento comunista revolucionario, tomando de la experiencia proletaria parisina algunas lecciones fundamentales que plasmaría en su obra El Estado y la Revolución (1917), desarrollando entre otras ideas, la dictadura del proletariado, la destrucción-transformación del Estado burgués como un tránsito obligado para la emancipación real de los oprimidos y la organización proletaria de los soviets, es decir, el establecimiento de la democracia obrera. Hoy, la Comuna es más que memoria, es ejemplo de la vigencia del marxismo y la lucha de clases, es muestra de que pese a los sacrificios se puede construir un mundo mejor.