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Violencia social

Fuentes: La Jornada/Rebelión

Hace catorce años Adolfo Sánchez Vázquez me pidió una ponencia para un coloquio que tituló «El mundo de la violencia». En su recuerdo y por lo que ha estado ocurriendo en España, Israel, Gran Bretaña y en otros países, retomo algunas ideas de mi texto que intentan aproximar una explicación sobre el fenómeno. Estos movimientos, […]

Hace catorce años Adolfo Sánchez Vázquez me pidió una ponencia para un coloquio que tituló «El mundo de la violencia». En su recuerdo y por lo que ha estado ocurriendo en España, Israel, Gran Bretaña y en otros países, retomo algunas ideas de mi texto que intentan aproximar una explicación sobre el fenómeno.

Estos movimientos, que para algunos analistas y voceros gubernamentales son disturbios sociales, son en realidad expresiones de inconformidad de clases o fracciones de clase ante lo establecido, y se revelan de manera violenta como respuesta a la coacción que ejercen el poder político y económico sobre sectores significativos de la sociedad, normalmente orillándolos a la marginación y a ser parias sin futuro. Se trata, por lo mismo, de una violencia que se da al margen del Estado y de las clases o fracciones de clase en él representadas, puesto que los intereses en ambos campos son, por lo general, distintos cuando no opuestos. Excluyo, obviamente, a la violencia que se presenta como delincuencia organizada y criminal que no tiene metas emancipadoras ni de reclamo directo por vivir en la marginación producto de políticas públicas en favor de los ricos y privilegiados.

Con excepciones, como nos lo demuestra la historia, la sociedad (franjas de ésta, en realidad) no recurre a la violencia porque sí, sino como respuesta a años y a veces siglos de dominación o de limitaciones para su desarrollo. Como hipótesis diría que la violencia social nunca es generalizada (de toda la sociedad), pero tampoco es la que llevan a cabo grupos de vanguardia sin apoyos significativos y relativamente permanentes de sectores, capas o clases sociales. Podría decirse que en ocasiones son factores subjetivos de grupos los que llaman a la violencia social (con twitter, facebook o blackberry), pero es mi convicción que si no existe un ambiente de rebelión o, al menos, una profunda inconformidad en la sociedad o en franjas de ésta, ni siquiera los grupos vanguardistas (con frecuencia movidos por razones subjetivas y voluntariosas) logran mover a la sociedad o a sectores significativos de ésta en una dinámica de violencia, por muy incendiario que sea su discurso y por mucho que en ocasiones les asista la razón histórica.

La violencia social está asociada, como concepto y como realidad, a las revoluciones, a las rebeliones, a la insurrección y a la subversión de los pueblos. Pero debe enfatizarse que la violencia social, expresada en revoluciones, rebeliones o insurrecciones, no significa la movilización de la sociedad en su conjunto sino que siempre, como también es posible comprobar históricamente, se trata de grandes minorías activas en relación con un cierto nivel de conciencia y en función de si existe o no una clara dirección del movimiento.

El grado de conciencia y el tipo de dirección de un movimiento caracteriza, más que define, si éste se trata de subversión en términos de Gramsci o de una revolución, una rebelión o una insurrección. La forma más elemental de expresión violenta de la sociedad se da en la subversión, que es la que estamos viendo en los países citados y en otros. Lo «subversivo», para el autor italiano, significa «una posición negativa y no positiva de clase: el ‘pueblo’ siente que tiene enemigos y los individualiza sólo empíricamente en los llamados señores». Se odia al enemigo o a quien se confunde como enemigo por razones superficiales, como por ejemplo al funcionario y no al Estado que con frecuencia no se comprende en su significación, o a un comercio y no al capital o al capitalismo en su conjunto. Ejemplos de subversión serían aquellos a los que recurren con frecuencia las organizaciones campesinas (invasiones de tierras) y no pocos movimientos urbano-populares, de vendedores ambulantes, locatarios, desempleados de todas las edades, jóvenes sin escuela ni trabajo, etcétera, por reivindicaciones más inmediatas que emancipadoras en un sentido positivo de clase, pero que tienen que ver no sólo con el presente de muchos sino con su futuro, absolutamente incierto o de plano sin posibilidades para la realización personal.

El subversivismo no es igual que las rebeliones, insurrecciones o revoluciones. Consta de inconformes, indignados (en España), enragés (en Francia), encabronados (en México), con frecuencia parte del lumpenproletariat (desclasados) que, con toda razón, no encuentran para dónde hacerse y se rebelan ante la ausencia de expectativas. Sus expresiones van desde la resistencia como oposición (España) hasta el saqueo y el vandalismo (Inglaterra). La subversión, a diferencia de las revoluciones, insurrecciones o rebeliones, no suele requerir dirección, organización o una posición positiva de clase por el cambio, aunque haya sido precedida de formas de organización o de una historia de resistencias que sus protagonistas no vivieron. Es, generalmente, una respuesta a la violencia, evidente o sutil, que ejercen las clases dominantes en o cobijadas por el poder sobre amplias franjas de la sociedad y, por lo mismo, provoca reacciones en la esfera del poder tanto económico como político; y quienes detentan el poder invariablemente buscarán la descalificación de la violencia social de cualquier tipo apoyándose en las instituciones y leyes que ese mismo poder ha creado para protegerse y mantenerse. Llamarlos delincuentes o criminales oportunistas es no entender qué motiva a los subversivos a comportarse como tales. Quienes los condenan no se han preguntado por qué hace un año o tres esos inconformes no hicieron lo mismo que están haciendo ahora ni por qué hay tanta rabia entre ellos.

Cuando la violencia social se acerca más a la caracterización de la subversión, suele apagarse en poco tiempo; cuando se acerca más a una rebelión suele ser de mayor duración y con frecuencia termina organizándose para dejar de ser espontánea. Pienso que es lo que está ocurriendo en España.

Muchos otros movimientos sociales veremos, pues las clases dominantes y sus gerentes gubernamentales no tienen la voluntad de atender los problemas que han generado, resolviéndolos, sino más bien de actuar con más violencia, con la represión.

http://rodriguezaraujo.unam.mx