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Ciencia, Civilización Y Barbarie (V)

Violencia, una mirada multidisciplinaria

Fuentes: Adital

«Por si fuera poco, los chimpancés cuidan los vínculos familiares, lloran la muerte de sus madres y adoptan a los huérfanos…» (F. Capra; 2002, p. 86). Introducción: El objetivo central del presente texto es brindar una mirada multidimensional respecto al fenómeno de la violencia, observándolo en algunas de sus múltiples, complejas y sutiles manifestaciones, en […]

«Por si fuera poco, los chimpancés cuidan los vínculos familiares,
lloran la muerte de sus madres y adoptan a los huérfanos…»
(F. Capra; 2002, p. 86).

Introducción:

El objetivo central del presente texto es brindar una mirada multidimensional respecto al fenómeno de la violencia, observándolo en algunas de sus múltiples, complejas y sutiles manifestaciones, en busca de nuevos enfoques para su abordaje multidisciplinario.

Como sabemos, el primer paso de cualquier método de indagación científica es la observación atenta. Y al final de todo proceso cognitivo, la meta suprema es llegar a conocer con cierta profundidad la esencia y magnitud del fenómeno bajo estudio, como primer paso para cualquier intento de intervención o incidencia sobre el mismo.

En el presente ejercicio, se aborda en primer lugar, el carácter transhistórico de la violencia; luego, sus implicancias como fenómeno micro-estructural; y en seguida, se atiende el fenómeno en algunas de sus vertientes macro-estructurales.

Desde una perspectiva marxista (enfoque científico que resalta el papel de los factores y la realidad objetiva sobre lo subjetivo), convendría invertir el orden aquí presentado (revisar antes lo macro-colectivo y luego lo micro-individual), sin embargo, la razón de atender primero lo individual, responde a la intención específica del autor del presente escrito, en cuanto a subrayar aspectos muy sutiles que intervienen en el fenómeno de la violencia, y que por lo general pasan desapercibidos para el sociólogo o el analista político, aunque quizá no para el psicólogo social y el antropólogo social y cultural.

Lo ideal es ver los dos grandes aspectos del problema (macro-micro; objetivo-subjetivo), como las mitades simétricas de una «naranja». Hay una permanente interrelación dialéctica entre ellas. Se producen millones de actos de violencia cada segundo en todos los rincones del mundo (desde tirar alevosamente una pequeña cáscara de banano justo en la grada externa de la puerta de salida de un autobús, hasta el oscuro tecnócrata que toma el teléfono y ordena el bombardeo aéreo de una aldea repleta de niños, mujeres y ancianos).

En algunos casos prima lo subjetivo sobre lo objetivo, y en otros a la inversa.

De igual manera, en algunos casos lo macro-estructural (colectivo e institucional), se impone como actor desencadenante de fenómenos de violencia, y en otros momentos, es al revés, lo micro-individual (la elevada subjetividad y complejidad del cerebro humano), es lo que se impone como factor clave.

Buda, Marx y el carácter transhistórico de la violencia.

El «súmmum Bonum», la esencia de todo el pensamiento de los creadores del budismo y el marxismo, convergen al menos en una misma conclusión (aunque sean divergentes en otra gran cantidad de asuntos), respecto al diagnóstico sobre la condición principal que caracteriza a la civilización humana.

Cuando el buda histórico, el príncipe Gautama, salió por vez primera fuera de los artificiales y protegidos ambientes de sus monárquicos progenitores, es decir, cuando por vez primera salió a tomar contacto directo con el mundo real, y constató su esencia descarnada, exclamó: «Sarvam dukham, sarvam anityam» («Todo es doloroso, todo es pasajero»).

Muchos siglos después, mientras Marx caminaba reflexivo por las desiertas calles londinenses de la Gower Street, pocos minutos después de abandonar la enorme sala de lectura de la Biblioteca del Museo Británico, lugar donde dejó muchos años de su vida, exclamó: «la violencia es la partera de la historia».

Conclusión inicial: Desde la primera y más grande de todas las conflagraciones (aquella apertura violenta con la que se originó el universo que ahora habitamos), hasta el más reciente asesinato, ocurrido apenas hace cinco minutos, toda la realidad está atravesada por diversas formas de violencia. Como humanidad somos hijos de ella, y a todo cuanto podemos aspirar es a intentar comprender algunas de sus principales causas y manifestaciones, para así reducir o minimizar al menos algunos de sus efectos perniciosos o perturbadores.

La violencia como fenómeno micro-estructural.

Carl Gustav Jung, el genial psicoanalista que nunca recibió (ni necesitó) un premio Nobel, sostenía que el críptico término «Umbra Solis» («Sombra del Sol»), no era otra cosa más que el lado oscuro, el lado siniestro que todo ser humano lleva oculto dentro de si. Es el lado inconfesable que incluso el mismo «portador» oculta de sí mismo (a).

A esa parte de la psiquis, tan minuciosa y profundamente estudiada por los antiguos alquimistas y modernos psicoanalistas (y que la mitología griega identificó con el metafórico nombre de «Caja de Pandora»), Jung le acuñó el término de «Sombra». Allí va detrás de nosotros a donde quiera que vayamos.

«La sombra», de acuerdo con el Dr. Jung, representa en esencia aquellos problemas morales que el individuo no puede, no quiere (o no se atreve) a resolver…» («Jung on alchemy»: Nathan Schwartz-Salant; Routledge, London, 1995, p. 72).

Y en esa misma tónica que era tan especialmente marcada en Jung (y que algunas veces le acarreó críticas por otorgar demasiado énfasis al rol de lo subjetivo-individual en los problemas sociales), este brillante psicoanalista sostenía -muy a despecho de lo que solemos explicar los sociólogos y politólogos-, que en buena medida las convulsiones sociales y su violencia concomitante se debe a la pérdida de conexión de los individuos con su «centro psíquico» (con su «esencia» dirían los filósofos vendantas miles de años atrás).

Y en esa línea de pensamiento sostenía que la misma palabra «crazy» (loco), proviene del término «cracked», que significa «fragmentado». Es decir, bajo su óptica, el mundo es cada vez más violento porque su psiquis está cada vez más fragmentada (o «alienada» como suele decirse en las vertientes sociológicas).

En otro momento, y en otro contexto cognitivo, Eliade, el gran Mircea, al analizar el importante rol de los símbolos y mitos en la historia de la humanidad, argumentaba que desde tiempos remotos hasta hace muy poco tiempo, los grandes relatos mitológicos habían dotado de sentido existencial a los seres humanos, pero con la llegada del hombre moderno y su arrogante y materialista obsesión por destruir mitos y dioses, produjo un enorme vacío interior que no ha podido llenar con los avances de la ciencia, la tecnología ni con el consumo compulsivo.

Según él, la crisis del hombre moderno es la crisis de su idea de progreso, una noción derivada de la concepción lineal del tiempo, la cual, habríamos de heredar del zoroastrismo, el judaísmo, el cristianismo y de la religión musulmana.

De acuerdo con Eliade (cito textualmente);

«El hombre moderno -no religioso- asume una nueva «situación existencial» (en comparación con el «tradicional», que se mantenía fiel a sus «hierofanías»). Para el hombre tradicional, los eventos históricos ganaban significación imitando lo sagrado, los eventos trascendentales. En contraste, el hombre laico carece de modelos sagrados acerca de cómo debe ser la historia o la conducta humana, de modo que él debe decidir por sí mismo acerca de cómo debe proceder su historia. De hecho, él mismo se reconoce como el único sujeto y agente de la historia, y rechaza toda inclinación hacia la trascendencia» («Mitos y Símbolos»; M. Eliade, 1952).

Y Prosigue;

«Debido a esta nueva «situación existencial», «lo sagrado» se transforma en el primer obstáculo para la «libertad» del hombre no-religioso. Al visualizarse así mismo como el propio hacedor de la historia, el hombre laico se resiste a todas las nociones de un orden exteriormente impuesto o un modelo que el supuestamente debe obedecer» (Op. cit).

«El hombre moderno se hace así mismo -continúa Eliade-, y él solo sentirá que se auto-realiza completamente, en proporción a cuanto el logre desacralizarse así mismo y al mundo. El realmente no se sentirá libre mientras no haya terminado con el último dios» (Op. cit).

Por supuesto que debe advertirse que una lectura superficial y fuera de contexto sobre estas expresiones de Eliade, daría como resultado cometer el error de interpretar que este brillante historiador, estuviera propugnando por un rechazo de la ciencia y un volver atrás hacia el oscurantismo religioso del medio evo, o un abandonarse en brazos del pernicioso fundamentalismo sectario-religioso.

Cuando habla del hombre «tradicional» y «religioso», lo hace en el sentido antropológico más amplio, en particular, como referencia a la inclinación natural hacia lo numinoso, y no en la moderna noción restringida de persona adepta a cualquier sistema religioso institucionalizado.

Segunda conclusión: En base a la opinión cualificada de estos dos grandes sabios del siglo XX, tenemos identificados otras dos vertientes probables que alimentan los sustratos subjetivos de la violencia; por una parte, la fragmentación psíquica (en la óptica de Jung), y por otro (en la perspectiva de Eliade), el hastío y la angustia existencial provocada por el advenimiento de un mundo des-acralizador y anti-hierofanista, es decir, moderno y fanáticamente materialista.

La violencia como «resonancia simbólica».

En la tenaz lucha de la sociología en contra de las aberraciones del conductismo (y sus irracionales reduccionismos biologistas), se dejaron de lado ciertos aspectos fisiológicos y psicológicos que en ocasiones intervienen como factores causales en el fenómeno de la violencia.

Pero tal parece que ahora resulta muy difícil intentar negar la existencia de un tipo (o varios tipos) de violencia, cuyo origen se encuentra en ciertos contenidos o pulsiones latentes en las profundidades del inconsciente individual.

Otto Rank (que a diferencia de Jung, seguía más la línea freudiana), argumentaba que al momento del nacimiento todos lo hacemos en medio de intensas sensaciones de gran violencia y hostilidad. Al respecto, J. Fabricius nos recuerda que la fuerza con la cual el útero expulsa a la criatura que está naciendo equivale a una presión de 45 libras, llegando incluso, en ciertos casos, a extremos cercanos a las 105 libras («Sexualidad y misticismo; las técnicas eróticas de la iluminación» Barrios, S.; Dossier, 2010).

Melanie Klein, destacada investigadora en los años sesenta, siguiendo las hipótesis planteadas por Rank y Freud, respecto a lo que denominaban el «trauma del nacimiento», desarrolló investigaciones que la llevaron a plantear por vez primera, las similitudes existentes entre los agudos sentimientos de «ansiedad persecutoria» y «ansiedad depresiva» que experimentan muchos neonatos, y las sensaciones que experimentan las personas adultas que padecen ataques de naturaleza esquizoide-paranoide (Op. cit).

De hecho, tal y como sostiene Klein, en los primeros 3 ó 4 meses de vida, el neonato sufre frecuentes ataques de «ansiedad persecutoria» (como remantes «frescos» del recuerdo del «trauma del nacimiento»), y por sobre todo, según sostiene ella, sufre de múltiples rachas de ira, de mucha cólera, que a menudo le distorsionan momentáneamente el rostro y le hacen sacudir con rabia su pequeño cuerpecito (Op. cit).

Quizá por ello, esa «mala levadura» que Nietzsche atribuía de manera casi congénita a los seres humanos, encuentra en algunos casos particulares un «caldo de cultivo» favorable en ciertos individuos, y especialmente, cuando observamos que ciertos entornos sociales en combinación con determinados eventos biográficos negativos (caracterizados por cadenas de diversas violencias e injusticias que muchas veces deberá enfrentar el individuo a lo largo de su vida), terminan por hacer «resonancia» activando contenidos psíquicos latentes.

En otras palabras, la realidad social -el mundo externo- cataliza o activa ciertos componentes psíquicos internos que en múltiples ocasiones terminan desencadenando diversos patrones de conducta agresiva o violenta. De manera paradójica, la sociedad engendra y a la vez castiga la violencia.

En una perspectiva «frommiana» (derivada de Erick Fromm), podríamos decir que un orden social altamente jerarquizado e hiper-clasista, contribuye grandemente a sembrar los «vientos» que luego la sociedad habrá de «cosechar» y recibir en sentido de «boomerang», transformados en «huracanes».

Desde una visión sociológica, esto se agrava aún más, si consideramos la tremenda violencia psicológica que todavía se ejerce en las sociedades latinoamericanas, mediante la pervivencia de prácticas coloniales como la «pigmentocracia», y diversas modalidades de discriminación semi-feudales que no terminan de desaparecer en muchos rincones de nuestro continente.

Violencia y manipulación neuroquímica.

Otra vertiente importante de la violencia como fenómeno micro-estructural, lo constituye la manipulación neuroquímica de gran escala, práctica nefasta del capitalismo más inescrupuloso y voraz, que cada vez se está extendiendo y que debemos encarar antes de que sea demasiado tarde.

Cuando el sociólogo intenta comprender sus vastas manifestaciones y consecuencias, debe primero hacer un esfuerzo elemental para conocer ciertas realidades fisiológicas y médicas, no para convertirse en charlatán o en un «profano impertinente», sino para conocer las raíces naturales de este fenómeno.

Basta con conocer la opinión de los expertos en relación a los efectos perniciosos que provoca la masiva manipulación neuroquímica en el cerebro humano, en particular, mediante la manipulación genética de múltiples alimentos básicos, en fármacos y en diversos productos agro-químicos.

Cuando se da un vistazo rápido y general a la literatura médica, uno encuentra, por ejemplo, que la evolución estructural y funcional de los llamados Lóbulos pre-frontales, han sido y son cruciales en el desarrollo no solo de los individuos, sino además, en el avance mismo de la sociedad, al punto que son conocidos como «los órganos de la civilización».

Esta parte del cerebro humano corresponde a la capacidad de concentración, de perseverancia, de disfrutar, de pensar abstractamente, de fuerza de voluntad y de sentido del humor, y en último término, de la integración armónica del yo.

Y sin embargo, está comprobado que es posible afectar a través de diversos fármacos y alimentos tan importante sección de la estructura cerebral. Cito algunos casos a manera de ilustración.

El Doctor Richard Davidson, investigador de la Universidad de Wisconsin, sostiene que fármacos de uso tan extensivo y común como el Prozac, Paxil y Zolof (empleados como anti-depresivos), pueden alterar perfectamente el funcionamiento del Lóbulo pre-frontal, tanto para bien como para mal.

¿Cuántos millones de personas dependen actualmente de un consumo cotidiano de estos fármacos para poder «funcionar» socialmente de manera regular? No tengo el dato estadístico a la mano, pero si se sabe que es muchísima gente.

Otro caso lo ilustra la antropóloga e investigadora Hellen Fischer. Ella cita en su libro «Why we Love? («¿Por qué amamos?»), que el consumo intensivo de ansiolíticos y anti-depresivos inhibe en el organismo la producción de dopamina, importante neurotransmisor involucrado en el apetito y la respuesta sexual efectiva («The Science of Love»: Revista Forbes.com: 06/28/204).

Ella manifiesta su sospecha de que factores como estos podrían estar incidiendo en las cada vez más elevadas tasas de divorcio y separaciones, particularmente, entre ciertos estratos sociales de los países anglosajones.

Dichas conclusiones probablemente no son extensivas a las zonas latinoamericanas, pero si ilustran el punto, es decir, la incidencia real de los fármacos sobre los lóbulos pre-frontales.

Jennifer Luke, otra investigadora británica, realizó una investigación sobre el problema de la «fluorosis» y presentó sus principales conclusiones en su tesis doctoral en 1997, intitulada; «The Effect of Fluoride on the phisiology of the pineal gland»; J. Anne Luke («El Efecto del Fluoruro sobre la fisiología de la glándula pineal»), tesis que sometió ante la Escuela de Ciencias Biológicas, de la Universidad de Surrey (Reino Unido).

La principal conclusión de su investigación es que existen sospechas sobre los posibles efectos negativos en el abuso con el fluoruro, especialmente, en relación al funcionamiento de los órganos sexuales, que en niños y adolescentes son regulados por la glándula pineal a través de la síntesis de melatonina.

¿Tiene esto alguna relación con el surgimiento del fenómeno de la hiper-sexualización en la conducta de muchas niñas y púberes? Quizá es muy temprano para aventurarlo. Sin embargo, este es un fenómeno aparentemente «cultural» que recientemente está saliendo a flote en varios países anglosajones pero también en Brasil.

Una parte del creciente problema de la manipulación neuroquímica a gran escala, lo puso en el tapete recientemente el presidente Evo Morales, no sin causar risas y burlas entre los «ignorantes ilustrados».

El mes recién pasado (abril, 2010), mientras se desarrollaba la Cumbre Mundial por el Clima y la Tierra, en Cochabamba, Bolivia, el presidente Morales denunció la manipulación química y hormonal en el caso de la producción industrial del pollo, y sus efectos perniciosos sobre la salud humana.

El problema no se lo ha inventado el presidente Morales. Está siendo profusamente investigado por una parte de la comunidad científica, donde existe alarma por la falta de ética de muchas transnacionales que están manipulando genéticamente muchos alimentos de consumo diario y masivo.

Silvia Ribeiro, por ejemplo, es una acuciosa investigadora del Grupo ETCR, en México, que tiene varios años de estar denunciando el problema. En tal sentido, ella cita a la propia Academia Americana de Medicina Ambiental (AAEM), que en una declaratoria hecha pública por la entidad hace un año (mayo 2009), advierte de los peligros a la salud humana por el consumo de alimentos genéticamente modificados, y pide se declare con urgencia una moratoria a su producción y distribución, hasta que investigaciones independientes y fiables dictaminen en definitiva sobre el asunto («Alerta Médica: los transgénicos amenazan la salud»: La Jornada; 07/06/2009).

La misma investigadora ha denunciado igualmente los problemas y riesgos a la salud con la leche proveniente de una hormona transgénica de crecimiento bovino de propiedad de la Monsanto (denominada «Somato-Tropina Bovina -BST), la cual se le inyecta a las vacas en México y EEUU para que produzcan el doble de leche («Mala Leche»; Silvia Ribeiro; La Jornada; 14/10/207).

De acuerdo con Ribeiro, esta hormona transgénica no sólo enferma al ganado, sino además, provoca en la leche una elevación de otra hormona denominada IGF-1 («Factor de crecimiento insulínico tipo 1), que estaría asociada con el surgimiento de cáncer de seno, próstata y colón (Op. cit).

La violencia como fenómeno macro-estructural.

Este es el aspecto en el cual está más generalizado el estudio y tratamiento de la violencia. La pobreza general y extrema parece ser el factor más importante, junto con los fenómenos psico-sociales negativos que desencadena la cultura de masas, a través de la manipulación que llevan a cabo los medios masivos de comunicación.

En tal sentido, parece entonces relevante y crucial que siendo los niños y los jóvenes el grupo etario mayoritario en la población mundial, los estudios sobre la pobreza se centren cada vez más en este importante segmento, pues de lo que suceda con ellos dependerá el futuro de la humanidad.

Al respecto, conviene prestar atención a los recientes diagnósticos llevados a cabo y hechos publicos recientemente. Uno proviene de Naciones Unidas («El Informe Mundial sobre la violencia contra los niños y niñas»), donde se pone de manifiesto el dato terrible de abusos de diversa clase en distintos países y entornos (hogares, escuelas y centros clandestinos de trabajo), en contra de al menos 300 millones de niños y niñas.

El otro estudio (en realidad un «primer borrador» de «Trabajo Decente y Juventud»), de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), advierte que la actual crisis mundial ha repercutido en por lo menos 600 mil jóvenes que han perdido su empleo, afectando a un total de 7 millones de jóvenes urbanos (OIT: Panorama Laboral 2009).

El mismo estudio da cuenta de que en América Latina hay actualmente 104 millones de jóvenes, de los cuales, el 34 % sólo estudia; el 33 % sólo trabaja; el 13 % estudia y trabaja; y el 20 % no estudia ni trabaja (Op. cit).

Ya hace un par de años (2007), la misma entidad descubrió en un estudio similar, que en América Latina como promedio general, un elevado 44 % de los jóvenes comprendidos entre los 15 y 25 años no trabajaba ni estudiaba, siendo Honduras el país con el porcentaje más alto (el 39 %), mientras que Venezuela representó entonces el nivel más bajo (el 12 %).

Ante tales cifras, no resulta sorprendente que la criminalidad sea una opción cada vez «más natural», entre vastos segmentos de esta población latinoamericana.

Ya mucho antes, Pierre Bourdieu (sociólogo francés ya fallecido), sostenía;

«No se puede jugar con la ley de la conservación de la violencia: toda la violencia se paga, y la violencia estructural ejercida por los mercados financieros, en la forma de despidos, pérdida de seguridad etc., se ve equiparada en forma de suicidios, crimen, delincuencia, drogas, alcoholismo, un sinnúmero de pequeños y grandes actos de violencia cotidiana».

Conclusión general:

El abordaje del cada vez más complejo fenómeno de la violencia (social, laboral, física, psicológica, económica, alimentaria, cultural etc.), requiere necesariamente de métodos y enfoques decididamente multidisciplinarios, en los cuales participen la más amplia representación de los diversos segmentos sociales.

No es un asunto meramente de más policías y más cárceles. Ojalá el problema fuera así de sencillo.

Fuente: http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=ES&cod=47841