Época de contradicciones la que vivimos: Todos contamos un máster médico sacado por whatsapp y somos capaces de enmendar y pronosticar a posteriori con nuestra extensa experiencia en pandemias africanas y europeas. ¿Que no sabes gestionar una crisis y no tienes experiencia en hospitales? Será porque has visto poca tele o porque sales poco de bares.
Cuba, China y Rusia, países rojos los primeros, nos mandan médicos como en la época de las huchas de los chinitos pero al revés, y en el caso de Cuba, de lo que no sobra; Amancio Ortega dona mascarillas mientras pretende ERTES para beneficiarse del 70% de subsidio de cada empleado, ERTEs bloqueados, dicho sea de paso, gracias a la acción sindical; trabajadores mileuristas, si es que llegan, despedidos pero nunca afiliados; afiliados, militantes y liberados sindicales echando pulsos a empresas y dudando entre cuál es peor, si el coronavirus reciente o el individualismo posmoderno y latente. El “como a mí no me ha tocado” es cacareado silenciosamente por hornadas gallináceas y por generaciones cuasi completas de obreros que no vivieron la transición ni lo anterior.
En fin, si algo bueno nos trae la desgracia, y no por reconocerlo deja de ser desgracia, es que cuasi iguala clases sociales y países; cuasi, cuasi, cuasi… porque por mucha aproximación, no es igual pasar una cuarentena en el jardín bien atendido, o incluso en Zarzuela, lavándose las manos y recibiendo unos beneficios reducidos, que quedarse en el paro, seas empleador o empleado, y no poder pagar el alquiler. Me cuenta una amiga, que en la capital de Europa no es a los rubios blanquitos, entiéndaseme, a los que se ve por la calle yendo a trabajar al supermercado, a la limpieza o a la fábrica; y del mismo modo, pienso yo, no es análogo sufrir coronavirus en Alemania, con 222% más de camas de cuidados intensivos por habitante[1], que en España, con presupuesto recortado en sanidad durante las últimas décadas. Pasa igual si comparamos España con Zimbawe. Lástima que sin fútbol cueste más mirar a otra parte.
Pocos dudarán, salvo quienes obtienen beneficio de la pérdida, que vivimos una catástrofe nacional, europea y mundial. Mientras unos exaltan la patria y la unidad, que es lo mismo que poetizar concertinas contra los de abajo y con orgullo, las distintas clases sociales empatizamos, nos damos abrazos virtuales y nos convertimos en pseudodetectives de cualquiera que pise el asfalto. Todo porque la enfermedad nos ha colocado casi por igual. Perdemos libertades pero nos cuasi blindan seguridades. Hasta aquí todo va bien… o no. Lástima que tras el limbo aparezcan ERTEs, fantasiosos o coherentes, y que el silencio deje paso a las historias, las preguntas y a la mente.
Estimados parasitólogos, eminentes estudiantes del dame pan y llámame perro, queridos colegas, comencemos: resulta que ante cada nueva técnica, descubrimiento o brillante intuición, una empresa farmacéutica privada realiza varias pruebas antes de sacar un producto al mercado; lógico es, no van a vender algo sin saber de qué se trata.
En primer lugar, las investigaciones pasan por comprobar su presunta eficacia en un laboratorio, o en ciertos casos, en animales; hordas de becarios y contratados estudiando probetas y ratas. Las dioptrías aumentan y escalamos a la fase dos: hay que evidenciar los resultados en personas; usamos a un grupo poblacional de referencia, normalmente con gente que no encuentra más salidas y… ¡victoria! observamos el éxito del producto en nuestros cobayas humanos, y ustedes y yo podemos plantearnos que la hora de abrir el champán y celebrar un mundo mejor ha llegado. Slowly, dance slowly. Como decía el artista: aún no, baila lento y disfruta. Aún queda por calcular la viabilidad económica. Me remuevo un poco; yo pensaba que se trataba de curar en grado superlativo pero no es así, y toca valorar si la comercialización de la idea feliz va a limitar la venta o el beneficio obtenido con otros medicamentos, sean estos preventivos, curativos o paliativos.
En el supuesto de que el beneficio no sea el esperado debido a la reducción de ingresos provenientes de otros productos, dicho medicamento se patentará para que no pueda ser usado por la competencia y no se produzca ni se comercialice. Por contraposición, en caso de que el beneficio sí sea el esperado, dicho laboratorio farmacéutico promoverá dentro de lo posible el uso de su producto, lo cual, atención, nos deja un camino insospechado y fantasioso de metodologías para promover su uso… Recapitulemos: una enfermedad estudiada en laboratorio, un producto curativo, un beneficio farmacéutico, una inversión para nuevos estudios, una enfermedad… Dejo al lector proseguir sacando conclusiones.
Podríamos, muy a groso modo, dividir el beneficio de un laboratorio privado en cuatro partes: reinversión en crecimiento y nuevas investigaciones, provisión de dividendos a los accionistas privados, sostenimiento de infraestructuras ya existentes y por supuesto, pago de salarios al personal contratado. Dejo a un lado la inversión en publicidad y el marketing en hospitales y centros de salud, que daría para otro capítulo, y lanzo las siguientes preguntas: ¿compartirán información los laboratorios entre sí? ¿Crearán patentes esas empresas para limitar a la competencia el uso de dichos avances? ¿competirán los representantes farmacéuticos dando obsequios, prebendas y vendiendo bondades de sus productos, aunque sean similares a los del laboratorio de al lado, en vez de realizar un estudio de calidad de ventajas frente a otros descartando el menor?
Llegados a este punto, y respondidas las preguntas, obviamente dirigidas por el que aquí escribe, juguemos a plantearnos de qué modo podría obtener una empresa un precio competitivo frente a un producto testado y fabricado en un laboratorio público: podríamos reducir el salario del personal, limitar la calidad de las infraestructuras, reducir el beneficio de los accionistas privados o reducir la inversión en las nuevas investigaciones; o jugar a no reducir nada y solicitar subvenciones al Estado; o combinar las subvenciones con múltiples variables anteriores multiplicando el incremento.
Dado que no es lógico pensar que los inversores, que son quienes pilotan el timón, deseen reducir sus beneficios presentes, ni reducir investigaciones que les proporcionen beneficios futuros, y que deberán pensar otras maneras para aligerar el precio de un medicamento, podemos deducir que la más sencilla de las formas será producir sólo aquellos medicamentos que produzcan beneficio económico abundante, que no máximo beneficio médico. Esto significa que si alguien tiene una enfermedad rara, compartida por el 0´01% de la población, o si algún país de bajo poder adquisitivo sufre una pandemia, la investigación, subvencionada por todos, será posiblemente descrita como no viable por no generar beneficios suficientes, que no pérdidas.
Supongo que ven a dónde les quiero llevar: vivimos un paradigma neoliberal cada vez más global donde la privación de derechos, entre ellos la salud, tiene que ver con el apoyo a lo privado y la esquilmación de lo público. ¿merece la pena que las grandes farmacéuticas no sean estatales y que grandes inversiones se transvasen desde la sanidad pública para beneficio privado?
Un ejemplo, según Médicos del Mundo
[…] La investigación de trastuzumab, para cáncer de mama, fue apoyada en gran parte por filántropos y fundaciones y casi el 50% de los ensayos clínicos se realizaron con presupuesto de universidades, centros de investigación o fundaciones sin ánimo de lucro. Hoy es uno de los productos estrella de Roche y ha generado más de 60.000 millones en ventas desde su comercialización. En los casos de alemtuzumab (Sanofi) y bevacizumab (Roche), otros dos fármacos estudiados, el informe revela que el 70% y el 50% de los ensayos clínicos, respectivamente, han sido financiados por universidades, centros de investigación o fundaciones sin ánimo de lucro.[…][2]
Como consecuencia lógica, y gracias a la aquiescencia de los Estados, la gallina de los huevos de oro ha crecido hasta ser abominable. Nos lo dice Le Monde Diplomatique,
[…] la rentabilidad económica de la industria farmacéutica, calculada como el ratio de los beneficios obtenidos entre los activos totales, resulta que el top 10 de la industria farmacéutica ha obtenido una rentabilidad económica media del 7,29% durante los últimos cinco años (2011 – 2016). Los beneficios de la Industria farmacéutica auto denominada “basada en la innovación” son superiores a los beneficios tanto de las empresas de armamento como de las financieras.[3] […]
En Bruselas, el lobby de multinacionales que busca doblegar la voluntad de los eurodiputados para modificar normas que nos afectan a todos mueve más de 25.000 personas, contratadas a las órdenes de 135 grupos de presión[4]. ¿Ese dinero puesto en cooperar en vez de en competir, qué resultados tendría? ¿No resultará que el común es más que la suma de los individuos y que ese dinero reinvertido colaborativamente generaría ganancia social en vez de lucrar a individuos privados?
Decía Bertol Brecht que vinieron a por otros, que no me importó y que ahora es tarde porque a mí ya me ha tocado. Aplicable en el voto, en la afiliación sindical, y aplicable en la urgente nacionalización de laboratorios farmacéuticos y hospitales privados. Hasta ayer, un muerto en Zimbawe no contaba, dado que las emociones están conectadas con el miedo y con los cercanos, y volviendo a Brecht, era difícil identificarse con un Zimbabuense. Hoy, sin embargo, vemos más inmediata la necesidad de que la OMS gestione unitariamente laboratorios, hospitales y farmacéuticas. Cuba, China y Rusia han mandado médicos a Italia y España; correcto, pero esto que hoy depende del buen hacer y del buen sentir de países solidarios podría no haber sido así.
En una catástrofe como la actual, las empresas que más capital tienen son habitualmente las que mejor pueden evadir el problema, máxime cuando en la época de la economía online puedes pedir a un centro comercial que te traiga la compra a casa, a una cadena deportiva que te mande la bici que has comprado desde tu sofá o al todopoderoso Amazon lo que se te ocurra. Imaginemos no una, sino 4, 5 ó 6 catástrofes similares en los próximos años o en las próximas décadas. Dado el nivel de experimentación tecnobiológico, el deshielo de los polos que incluyen a antiguas bacterias aletargadas, la nueva guerra fría, esta vez EEUU contra China y Rusia principalmente, y el afán de beneficio de farmacéuticas privadas, no sería de extrañar. ¿Seguirán, en este escenario, los Estados manteniendo su capacidad económica para ofrecer los servicios básicos a toda la población? Léase servicios de limpieza y recogida de basuras, estructura educativa, redes de comunicación, sostenimiento de una agricultura y ganadería que hoy por hoy no parecen rentables sin subvenciones, cuerpos de seguridad y judicatura, hospitales y centros de salud en calidad y número suficiente, etc.?
La realidad, mal que nos pese, es esta: los Estados pierden aceleradamente un peso progresivo frente a las multinacionales; los Estados cuentan con menos recursos cada vez, y a través de Pactos Internacionales hemos abierto apocalípticamente la Caja de Pandora firmando y transigiendo con los tribunales de arbitraje, permitiendo querellas entre Estado y multinacional, libre ésta ya para demandar, quebrar y obligarnos a todos a pagar por presuntos beneficios no obtenidos a causa de modificaciones fiscales o de reformas laborales más proteccionistas con los trabajadores. Negro futuro se avecina si las multinacionales que nos curan son las que nos enferman, el Estado compra por diez lo que la farmacéutica le produce por uno, subvenciones mediante, y la menor capacidad para gasto social provocada por esa flojera estatal desencadena recortes anabolizando a las empresas para subsumir a dichos Estados a su antojo haciendo peligrar el proteccionismo, la jubilación, las vacaciones o los subsidios. Negro, muy negro. Y doble negro si hablamos de las máquinas que seguirán sustituyendo al hombre progresivamente en sus oficios, y que podrían permitirnos un Estado de bienestar común universal, mayor al nunca soñado, si dichas máquinas fuesen propiedad universal y si sus beneficios fuesen también universales. Dado que de momento estas nacionalizaciones no existen aún, sólo cabe esperar elegir una opción de entre dos: o bien cambiar el rumbo o mal, más pandemias, menos Estado, menos gasto social y más paro.
Último:
darnos ánimo unos a otros sin hacer mayor reflexión es aplaudir a Nerón y ver
arder Roma.
[1] Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). https://www.oecd-ilibrary.org/economics Recogido en gráfico y cifras en Ruiz, Javier. ¿Tiene España el mejor sistema de salud del mundo? Los recortes que lo han diezmado en la última década. La SER. Madrid. 25/3/2020. Consultado entre el 23 y el 28 de marzo de 2020 en https://cadenaser.com/ser/2020/03/25/economia/1585116945_088343.html
[2] Médicos del Mundo. La industria farmacéutica se beneficia de medicamentos contra el cáncer desarrollados con una gran inversión pública. 17/4/2018 Consultado entre el 23 y el 28 de marzo de 2020 en https://www.medicosdelmundo.org/actualidad-y-publicaciones/comunicados-de-prensa/la-industria-farmaceutica-se-beneficia-de
[3] Ciordia Morandeira, A. , Morillo García C., Pérez Pérez A. Rev. Online AGORA , Factchecking: “Rentabilidad de la industria farmaceutica”, Madrid, 15/02/2016, http://www.agora-revistaonline.com/single-post/2016/02/15/FACTCHECKING-La-rentabilidad-de-la-industria-farmac%C3%A9utica Consultado entre el 23 y el 28 de marzo de 2020 en Velásquez, Germán, La increíble y triste historia de la industria farmacéutica y de los gobiernos desalmados. LeMonde Diplomatique en español. Valencia, 18/5/2020 https://mondiplo.com/la-increible-y-triste-historia-de-la-industria
[4] Observatorio Europeo de las Corporaciones. Lobby Planet Bruselas. Tu guía al turbio mundo del lobby en Bruselas. Bruselas. 8/5/2019. Consultado entre el 23 y el 28 de marzo en https://corporateeurope.org/es/2017/06/lobby-planet-brussels