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Cuba. Frank Delgado en Casa de las Américas.

Voz de ruptura para no estar ajeno

Fuentes: Rebelión

En 1969 Silvio Rodríguez se planteaba en uno de los temas de Al final de este Viaje la disyuntiva de partirse en dos: elegir como trovador el camino de la canción militante, centinela de su época o el camino intrascendente de las letras lejanas al debate social. En el 2005 Frank Delgado fiel a la […]

En 1969 Silvio Rodríguez se planteaba en uno de los temas de Al final de este Viaje la disyuntiva de partirse en dos: elegir como trovador el camino de la canción militante, centinela de su época o el camino intrascendente de las letras lejanas al debate social.

En el 2005 Frank Delgado fiel a la rosa y a la espina honra la tradición que lo define y opta por el canto obligatorio a las cuestiones medulares de la sociedad cubana.
Y para no perder su voz, la Sala Che Guevara de Casa de las Américas le abrió sus puertas.
Son bastantes los temas de Frank archivados por los seguidores de la buena trova cubana en la memoria individual y en las «descargas» colectivas. Varios de estos reclamaron su tiempo en la audición. Se les vio escapándose hacia la ciudad a través de los intersticios de las paredes guardianas del patrimonio cultural de América Latina.
Todavía recuerdo aquel espectáculo a fines de los arduos años 90. El trovador, en aquel invierno «cinematográfico» arrastró a una caravana fugitiva de las salas oscuras del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano para presentarle sus creaciones del momento, hoy devenidas clásicos del repertorio alternativo nacional.
Casi a las nueve el artista entró al escenario, acarició la guitarra, y sin dilaciones arrancó con el concierto, esta vez titulado Pero ¿qué dice el coro?.
Definido en la vanguardia trovadoresca cubana por arreglos cáusticos con influencias del blues, la guajira y el son, y una guitarra acústica completamente libre, el solista compartió con novísimos músicos.
Erick Sánchez, Adrián Berazaìn y Lili Ojeda se integraron al diseño de cuatro voces sin maquillajes.
Desde el inicio se sucedieron, guiados por historias urbanas inhóspitos lugares de lo «real maravilloso nacional» habitados por el poeta durante tres décadas de andar por las cumbres borrascosas del arte, concebido desde el compromiso por Ernesto Che Guevara en su ensayo El socialismo y el Hombre en Cuba.
Entre las canciones de estreno y las que acumulan años de atrapar espacios dentro de las peñas universitarias y teatros del país, destacaron María flaca, La lucha libre de las lombrices, Mi mapa, La Otra Orilla, Maletas de maderas.
La última promueve un análisis «científico» acerca de la influencia ejercida en la música popular bailable por la eufonía de las maletas que resguardaban el equipaje cuando íbamos hacia la «escuela al campo».
El concierto alcanzó su clímax en los «bis» de La Otra Orilla. Letras de marcada cubanía llenaron la sala de aplausos. El diálogo estaba presente. Se demostró que la música aún interesa para reflexionar y no estar ajeno.
Cuando los textos evocaban a Silvio Rodríguez, Polito Ibáñez, Sara González, Carlos Varela, Habana Abierta-ahora con nuevo disco-, nos sorprendió la armónica de Adrián Berazaín.
Este joven estudiante de diseño y promotor de «La Séptima Cuerda» traslada los demonios de su generación a la armónica.
El futuro diseñador inyectó a la función una precisa dosis de energía.
Otra de la madeja de voces que acompañaron el espectáculo fue la de Erick Sánchez, quien utilizando las estrategias del desenfado relató sus vivencias amorosas con una de las chicas que pululan revoltosas por las calles, arropadas sólo con las marcas de la posmodernidad.
La actuación concluyó después de que los aplausos y vítores hicieran a Frank Delgado retomar su guitarra en repetidas ocasiones.
Flotando quedaron canciones arriesgadas y comprometidas, buenos momentos compartidos entre amigos y deseos de escuchar algunas ausentes esta vez.
El público desfiló de regreso a las casas, sintiéndose quizás como Neruda cuando confesaba en aquellos versos: «…encuentro la tempestad y su voz de ruptura, su voz de viejo libro, su boca de cien labios, algo me dice, algo que el aire devora cada día.»