Luis Emilio Aybar Toledo nos cuenta desde su vivencia como voluntario en un barrio de La Habana como vive la pandemia la sociedad cubana. En un texto diferente y sencillo a la vez, quedan a la vista las profundas raíces del socialismo cubano en su población, su interacción con el Estado, los problemas y las virtudes de una organización social que, en estos momentos, es estigmatizada en campañas mediáticas y políticas, como desde hace sesenta años.
He descubierto mi barrio gracias a la crisis del coronavirus. Normalmente vivo de puertas para adentro, disfrutando más la ciudad como un todo, que de mi barrio en específico. A partir de mi incorporación como voluntario, llevándole la comida a los ancianos que están inscritos en el Sistema de Atención a la Familia (SAF), han aparecido frente a mí aristas desconocidas del lugar donde vivo, el Consejo Popular Latino del municipio Cerro, en La Habana.
Resulta que se ha activado lo que se conoce como Consejo de Defensa, una estructura que también existe en los barrios y que en situaciones excepcionales sustituye las instancias de gobierno. A nivel de Consejo Popular es dirigido por un cuadro no profesional designado por el Partido —habitualmente un director de una empresa radicada en la zona— y está integrado por representantes de todos los “factores de la comunidad”, como se les suele decir: delegados y delegadas del Poder Popular, dirigentes de base de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), la FMC (Federación de Mujeres Cubanas), UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), entre otros. La mayoría de estas personas no cobra por realizar este trabajo, sino que mantienen sus salarios de los centros laborales a donde pertenecen. Mientras nos quedamos en casa para cuidarnos de un posible contagio, o van al trabajo quienes deben sostener las actividades fundamentales, ellos atienden todas las problemáticas asociadas a la COVID-19 y el funcionamiento de los servicios en la comunidad.
El primer día que me incorporé como voluntario nos indicaron acudir primero a la sede del Consejo de Defensa. Allí participamos en una reunión y luego, Rosa, funcionaria del Partido que integra el Consejo, nos llevó a la sede del SAF y dejó coordinado nuestro trabajo con la jefa económica del establecimiento. Desde entonces, desde hace poco más de un mes, nos hemos mantenido llevando la comida a unos 15 ancianos que viven solos —o cuyos familiares deben ir al trabajo por el día— de forma que no tengan que caminar hasta el SAF e incrementar sus posibilidades de contagio.
Somos 10 voluntarios, lo hacemos en dúos. Es clave que seamos varios porque así podemos turnarnos los días de la semana y cumplir con otras obligaciones. La mayoría continuamos laborando en nuestros empleos formales, en forma de trabajo a distancia. Nos coordinamos por Whatsapp y estamos en otros grupos de Whatsapp de voluntarios de todo el municipio y de la CUJAE [1] pues nuestro trabajo surgió por convocatoria de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). Así supimos de Consejos Populares que no han estado bien organizados para insertar a los voluntarios, y de algunos SAF donde los estudiantes se han encontrado arbitrariedades de todo tipo. En el SAF del Latino todo ha fluido bastante bien.
Hace unos días el Consejo de Defensa nos convocó para darnos unos carnets de mensajeros para facilitar el trabajo, y ahí nos enteramos que no éramos nosotros los únicos voluntarios de la zona. Unas sesenta personas se sentaron en las desiertas gradas del Estadio Latinoamericano donde efectuamos el encuentro. Son vecinos que, de conjunto con los delegados, han identificado ancianos de sus cuadras que viven solos, y les ayudan con la compra de los medicamentos y la búsqueda de los productos de la Libreta de Abastecimientos [2]. A partir de ahora el carnet les va a facilitar algunos de esos trámites en farmacias, bodegas y panaderías. Todo esto ha incrementado en mí la percepción de que mi barrio no funciona tan mal como yo pensaba. Tenía el plan de mudarme, pero se ha puesto interesante. Tal vez me quede. Son las cosas que suceden en tiempos de crisis, que pueden sacar a relucir lo peor de una sociedad, pero también lo mejor. La cubana tiene una tozuda tradición, y un sistema social que favorece el manejo ético de sus crisis. Saca afuera sus mejores valores para luchar contra la triple amenaza (coronavirus, bloqueo, recesión mundial) y hasta contra sus propias fallas. Descubrimos virtudes ignoradas en el país que vivimos y en nosotros mismos.
La clave estaría en llevar las soluciones creadoras más allá de la situación excepcional. ¿Por qué pensar, por ejemplo, que después que culmine la epidemia no es posible mantener la medida de acercar los abastecimientos al barrio? ¿Por qué lo poco que hay debe siempre concentrarse en las grandes tiendas? Seguramente la mayor parte del pueblo va a preferir hacer cola en su barrio a tener que trasladarse a un centro comercial donde le espera otra cola gigante. ¿Cuánto puede beneficiar una medida como esta a personas a las que se les dificulten los grandes movimientos? La situación con los abastecimientos locales ha sido desigual. No en todos los lugares ha funcionado adecuadamente, pero hay comunidades —y hablo de todo el país, no solo de La Habana— donde por primera vez en mucho tiempo han llegado artículos impensables: yogurt industrial, malta, mezcla para batido, galletas dulces de producción nacional, jamonadas, frazadas de piso, entre otros.
En una situación de escasez los procesos de comercialización pueden generar desigualdades, debido a fenómenos como el acaparamiento y la especulación de precios, la venta ilegal a particulares por parte de las mismas tiendas, el alejamiento de los puntos de venta con relación a los grupos más necesitados, etc. Se precisan dispositivos de gobierno y medidas organizativas específicas para atenuar este problema hasta tanto no se resuelvan sus causas económicas. En lo que tiene que ver con los artículos de primera necesidad, un mayor abastecimiento a nivel de barrio puede facilitar la justicia en la distribución. Hay lugares donde los Consejos de Defensa han logrado llevar un control de la cantidad de mercancías que entran de los rubros más escasos, dando una cantidad correspondiente de turnos en las colas, disminuyendo la incertidumbre y el desorden. Si a esta tarea se suma la movilización y organización comunitaria el resultado puede ser muy superior.
Esto nos da pie para entrar en otro punto clave: las colas. Cuánto malestar nos generan cotidianamente, en tiempos excepcionales o normales. Cuánta incertidumbre, cuánta ansiedad, cuánto “sálvese quien pueda” puede vivirse en ellas. Cuánta “pegazón” de unos con otros. Ahora ese malestar se ha multiplicado, pero hubiera sido mucho mayor si no se hubieran adoptado medidas organizativas. El turno reduce la incertidumbre: sabes que si alcanzaste uno de esos papelitos vas a lograr comprar en algún momento, y no vivirás la tragedia de ver frustradas tus largas horas de espera. También reduce las pugnas en torno al orden de la cola. Marcar cierta distancia entre las personas disminuye aglomeraciones, las clásicas “moloteras”. La presencia de una autoridad —en esta ocasión, personal de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR)— si asume su trabajo con honestidad, facilita la comunicación con la administración de la tienda y el respeto por parte de la población. En conclusión, ¿qué impide mantener estos dispositivos cuando acabe el período de aislamiento social? Sin dudas, las colas nos van a seguir acompañando mucho tiempo más. En tiempos normales, será imposible mantener tanto personal de la PNR en función de las colas, pero pueden ser sustituidos por la organización comunitaria, y dedicarse solo a tareas de apoyo en los escenarios más críticos.
La Revolución misma fue posible por la organización popular. Un tejido capilar se extendió por todo el país y tocó cada puerta. Hasta el movimiento deportivo recibió sus primeros impulsos de miles de promotores voluntarios, que lo convirtieron en un fenómeno de masas. Con las décadas todo ha ido dependiendo más de que el Estado ponga a un conjunto de personas, con salarios y una estructura de mando, a atender una determinada necesidad. Y esto debe seguir sucediendo, pero una parte de nuestros problemas no pueden esperar a que esos recursos lleguen, y a que esas estructuras se creen. Existen esferas de la sociedad que son propicias para el trabajo voluntario organizado, y esto redundaría no solo en la solución de algunos de los males que nos aquejan, sino también en la formación del pueblo como un sujeto transformador. Las experiencias de enfrentamiento a la COVID-19 demuestran que existe disposición en mucha gente para sumarse a iniciativas basadas en la solidaridad social.
Esto nos lleva a otra de las creaciones que deben extenderse más allá del período de aislamiento social provocado por el coronavirus. La epidemia ha puesto de relieve la cantidad de ancianos que viven solos en Cuba. La sociedad ha puesto el foco en ellos. El riesgo de contagio y su mayor vulnerabilidad los ha hecho más visibles. En mi barrio están haciendo ahora un nuevo levantamiento, pues resultó que existen más ancianos que viven solos, que lo que decían las estadísticas disponibles. Nuestros quince “viejitos” se sienten más atendidos que nunca. Reciben una atención especial y diferenciada porque así son como grupo social. Si hubiera alguna medida del amor social que puede propiciar un sistema, este sería sin dudas el tratamiento que reciban los ancianos y los niños. Aún con los avances que tenemos, en lo institucional y en la solidaridad vecinal, creo que va a seguir haciendo falta ese acto organizado de tocarles la puerta y preguntarles cómo están, en qué se les puede ayudar. Sabemos que en muchos lugares los trabajadores y trabajadoras sociales no dan abasto. Un movimiento de activistas comunitarios por la tercera edad, pudiera ser un buen complemento.
Una última reflexión. Cotidianamente nuestra existencia se hace posible por el trabajo de muchos otros en distintos oficios y profesiones. La sociedad es interdependiente y no hay nada que podamos definir como un logro individual en lo que no esté la huella de quienes nos educan, nos alimentan, nos transportan, nos sanan. Sin embargo, esto queda naturalizado comúnmente, e incluso maltratamos a quienes nos sirven y pensamos que todo lo logramos por nosotros mismos, y no sentimos ninguna deuda con la sociedad ni con nuestro propio país. El agradecimiento hacia algo que no sea las personas concretas que nos rodean queda casi siempre fuera de la ecuación, y en esto contribuye sin dudas la burocratización estatal. El socialismo en el que creo tiene que ser el reino de la solidaridad. La solidaridad como valor socialista debe basarse en la conciencia de la interdependencia, en un sentido de reciprocidad. Hoy los noticieros nos hablan de cada vida salvada y de quienes hacen posible que nos quedemos seguros en casa. Todo se presenta muy claro ante nuestros ojos. Después de que haya pasado la tormenta, ¿no habrá nadie más por quién aplaudir?
Notas:
1 Ciudad Universitaria José Antonio Echevarría, sede de la Universidad Tecnológica de La Habana.
2 Libreta que el Estado otorga a todo ciudadano cubano con acceso a una cuota de alimentos y productos básicos, que se retiran todos los meses de locales barriales conocidos como “bodegas”.