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Prólogo a El rapto de Higea, de Jesús García Blanca

Y el médico sustituyó al sacerdote

Fuentes: Rebelión

El rapto de Higea, de Jesús García Blanca, de Editorial Virus, Barcelona.

En las tribus, a quien se le adjudicaba el dominio de la hechicería, la curandería y el conocimiento de la vida y la muerte, terminaba ejerciendo el control sobre la comunidad. ¿Quién puede ser más poderoso que quien conoce -o nos convence de que conoce- el origen de la vida, los componentes más recónditos de nuestro cuerpo, el funcionamiento del organismo y los secretos para mantener la salud o restituirla en caso de enfermedad? Es lo que Jesús García Blanca analiza como el paso de los clérigos a los médicos como detentadores del poder, de la institución médica como relevo de la institución religiosa en nuestras sociedades modernas. Basta con recordar las tremendas similitudes que pude apreciar hace una década en Centroamérica entre el predicador evangelista en un parque y el vendedor de medicamentos en los autobuses. «El rapto de Higea«, en referencia a la diosa griega de la salud, desmonta, con ese necesario espíritu crítico tan poco frecuente en nuestras sociedades, el tabú de infalibilidad que posee el modelo sanitario moderno y que sirve al poder como herramienta eficacísima de control y dominación social.

El individuo se siente indefenso y dominado ante el soldado que le apunta con un arma, el juez que puede sentenciar su destino y el médico a quien encomienda su cuerpo. Lo curioso es que solamente a éste último se le busca voluntariamente.

En nuestras sociedades -supuestamente democráticas- nos posicionamos y participamos en el debate referente a cuestiones como el gasto público, el código penal o la política de vivienda. En cambio, no nos vemos capacitados a intervenir en la decisión de optar entre si lo acertado para nuestra salud es una intervención quirúrgica, una medicación o un cambio en la dieta. El modelo sanitario está diseñado para que el ciudadano no comprenda, no analice, no opine y no decida. Incluso cuando abren la puerta a la decisión ciudadana crean una angustia en la medida en que anteriormente no ofrecieron los elementos necesarios para poder elegir. Hace varios años, ante un brote de meningitis infantil, las autoridades de la Comunidad de Madrid propusieron a los padres que ellos eligieran si vacunar a sus hijos o no. El resultado fue que las familias se encontraron ante un dilema frente al que no poseían la información ni conocimientos necesarios, debido a que el sistema de salud está planteado para que el usuario no conozca, no sepa y nunca pueda decidir, aunque se le ofrezca la posibilidad.

Jesús García también nos explica en este libro, cómo en el origen y diseño actual del sistema sanitario estadounidense se encuentra el control militar. Baste como ejemplo que el denominado Servicio de Inteligencia de Epidemias de Estados Unidos, que tiene ámbito de intervención mundial, posee un «ejército» de 2.700 agentes militares «incrustados» en instituciones, fundaciones, compañías farmacéuticas y de seguros, medios de comunicación y universidades. Al final el «gran hermano» se ha adueñado de la sanidad mundial. Un ejemplo claro de esa coordinación fue la presencia del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, como importante accionista en la empresa propietaria de la patente del medicamento para tratar la gripe aviar1, antes de que apareciese esa epidemia.

También se ha podido saber que la institución internacional de salud, la OMS, ha creado un departamento (Internacional Medical Products Anti Counterfeiting Taskforce) en el que participan la INTERPOL, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y las Organización Mundial de la Propiedad Intelectual y la Federación Internacional de Asociaciones de Compañías Farmacéuticas2, que, bajo la excusa de la detección de medicamentos falsificados, tiene como objeto la persecución de la fabricación de genéricos al margen de la industria farmacéutica. No debemos olvidar, como nos recuerda el autor, que «el mercado controla la investigación, las publicaciones especializadas, la difusión masiva de noticias relacionadas con la salud y a una enorme cantidad de ONGs que trabajan en este campo, y que ello repercute sobre los discursos, los conceptos de salud y los modelos sanitarios más allá de cómo se administren». El sistema además sacraliza las publicaciones científicas. Como señala García, estas publicaciones están sometidas a los mismos condicionamientos económicos y empresariales que el resto de medios de comunicación, no pueden arrogarse, como lo hacen, el valor de la infalibilidad científica. Las publicaciones médicas disfrutan de una patente de imparcialidad por la que están siendo reconocidas como la fuente más neutral hasta para determinar el número de muertos en la invasión de Iraq, ofrecido sin cuestionamiento por la revista The Lancet.

El caso de estas publicaciones es sólo un elemento colateral del modelo cientifista que nos domina, según el cual, las aseveraciones que logran presentarse como científicas se convierten en incuestionables e infalibles. Se trata de algo que explotan muy bien en el ámbito de la economía, donde se permiten presentar sus recetas neoliberales como ciencia ajena al debate y la crítica política. Hasta el término «receta» es tomado del vocabulario médico, tan científico él, para aplicarlo en la economía. Y es que con la sanidad consiguen algo similar, mediante la presentación de cualquier iniciativa médica bajo la patina de ciencia neutral logran erradicar cualquier atisbo de crítica o debate.

Por ello, es necesario recordar e insistir en el fracaso del modelo capitalista global que nos gobierna y que ha instalado en los ciudadanos de los países ricos la enfermedad de la frustración. Pasamos nuestra vida persiguiendo la comida más sofisticada, el arte más excéntrico, el sexo más impulsivo, el mobiliario más chic. Quienes viven en zonas rurales, en cuanto pueden buscan las aglomeraciones de las grandes ciudades, los urbanos del interior se escapan a la costa y los habitantes de las regiones con temperaturas cálidas sueñan con una chimenea. A nuestros jóvenes les resulta insoportablemente aburrido un sol de primavera, el canto de un pájaro o una charla en un café. Internet ha supuesto la huida absoluta del mundo hacia lo irreal que no es nada. Vivir instalados en la frustración conlleva esa huida -que no búsqueda- hacia no se sabe dónde.

Nuestro sistema sanitario es el vivo ejemplo del surrealismo y la paradoja. Un indigente podrá recibir en los servicios de urgencia, de forma gratuita o subvencionada, un medicamento contra la sarna que debe disolver en el agua de una bañera, pero no tiene bañera, ni agua corriente, ni vivienda. A quien duerme en un frío invierno en la antesala de un cajero automático porque no tiene otro lugar, el sistema lo ingresa en un hospital cuando se enferma de pulmonía pero antes no le pudo ofrecer una manta para evitarla. Y además le dará el alta para que se dirija de nuevo a pasar la noche donde de nuevo enfermará.

En la versión global se mantienen también esas insultantes paradojas. Si, por ejemplo, naciesen en una inmunda barriada de Filipinas en el seno de una familia sin recursos para alimentarlas, dos gemelas adheridas por la espalda, los mejores hospitales del mundo competirían por realizar la intervención quirúrgica que las separe. Ya ha sucedido en alguna ocasión. Si, por el contrario, las niñas hubiesen nacido normales, ninguna institución se hubiera preocupado de que pudiesen ser alimentadas o de que recibieran asistencia médica ante una diarrea.

El mercado infesta todos los intersticios de nuestro sistema sanitario. Desde la ilegalidad se crean mercados de órganos o úteros de alquiler, y con la legalidad los jóvenes venden su semen y los equipos médicos de trasplantes cobran incentivos por cada donante que consiguen. Un hospital privado de los que ahora se conciertan por el Estado tendrá un gran negocio si hay una epidemia en su área de asistencia porque se multiplicarán las atenciones sanitarias y la facturación. Conforme a nuestro cálculo del Producto Interior Bruto, éste aumentará y, por tanto, el «crecimiento económico», si surge un brote de Alzheimer que disparará la construcción de centros de asistencia, puestos de trabajo y la comercialización de material relacionado con la atención de esos pacientes. La película futurista La Isla (Michael Bay, 2005) ilustra bien algo que no podría resultar tan incongruente con el sistema que estamos creando. En ella una empresa «produce» clones de ciudadanos acaudalados con el único objetivo de disponer de órganos de repuesto para ellos. Por supuesto, ni los «originales» ni los clones conocen el planteamiento, los primeros sólo saben que pagan a una empresa que les encuentra donante, los segundos viven artificialmente en una comunidad cerrada y secreta creyendo que son la únicos supervivientes de un desastre nuclear, periódicamente se celebra un sorteo y uno de ellos es elegido para viajar a «la isla», un lugar paradisíaco no contaminado. Nunca lo vuelven a ver sus compañeros. Se me ocurren dos preguntas: ¿Acaso tendrían prejuicios muchos de los ciudadanos de los países ricos en recibir un órgano de otro humano si lo necesitan para seguir vivos, aunque fuera a costa de la vida del donante? ¿Acaso no estarían en condiciones de pagar lo suficiente como para que sea rentable para una empresa dedicarse a ello? Al fin y al cabo ya estamos consumiendo su alimento en forma de combustible para nuestros vehículos.

Las empresas farmacéuticas merecen capítulo aparte, pero basta con señalar que el propio premio Nobel de Medicina Richard Roberts reconocía que «no les interesa buscar la curación»3. Ni las empresas de armamento desean acabar con las guerras ni las de medicamentos con la enfermedad. La razón es que nuestro sistema de mercado se fundamenta en crear empresas a las que paga por atender los problemas, de forma tal que éstas serán las primeras interesadas en que no se solucionen definitivamente esos problemas.

García también afronta en su libro serias discrepancias científicas en lo referente al origen infeccioso de las enfermedades, el SIDA y otros paradigmas médicos. No estoy en condiciones de darle la razón o no, pero hemos de reconocer el valor de que su trabajo tenga el mérito de que, como afirmaba Einstein, «lo importante es no dejar nunca de cuestionar». Llevar este cuestionamiento hasta el altar de la sacrosanta ciencia de la salud es de gran valor para ir creando un ciudadano crítico e independiente ante el poder, no sólo el político y el económico, sino también el científico que, como bien nos demuestra en su libro, no es ajeno a los dos primeros.

Por último, como ya viene siendo obligado en toda obra que quiera dejar en evidencia la indignación hacia el modelo dominante, Jesús García Blanca aporta propuestas de insurgencia y rebelión. Y, como para que el levantamiento sea eficaz necesita cimentarse en el conocimiento y la información, ni una de estas propuestas debo adelantar en este prólogo para que sólo se conozcan una vez leído este libro.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.