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Reseña de la obra del afgano Khaled Hosseini

Y las montañas hablaron

Fuentes: Rebelión

Tras escribir dos obras magníficas sobre su pueblo: Cometas en el cielo (2003) Y Mil Soles espléndidos (2007) que describen el caos, el horror, el sufrimiento y el brutal maltrato de la mujer afgana (como si fuera un paisano más que vive entre ellos), en su novela Y las montañas hablaron[1], Khaled Hosseini (Kabul, 1965) cae en picado y retrata, con distancia y enredos literarios, lo que ocurre “allá abajo”. Quizás eso se deba a la metamorfosis de las personas que llevan exiliadas décadas en EEUU. 

Da la impresión de que Khaled Hosseini, de 57 años, preparó esa tercera novela sobrevolando en globo Afganistán, y olvidándose de que el feudo de los pastunes y clérigos, (del que partió con su familia a Teherán cuando tenía cinco años. Luego los Hosseini recibieron asilo político en EEUU en 1980), poco ha cambiado desde que las superpotencias, (la antigua URSS) Rusia y USA, acostumbran a librar sus guerras en terceros países dejando casi siempre las cosas peor de lo que estaban.  

En Y las montañas hablaron, título que está inspirado en un poema de Willian Blake “El canto de la nodriza”, he anotado unos pocos apuntes, a pesar de la poca calidad de la obra, con la creencia de que pueden ayudarnos un poquito a recomponer el rompecabezas de Afganistán. 

Khaled Hosseini nos subraya que la mujer era muchísimo más libre en tiempos de la monarquía, que fue derrocada en 1973 mediante un golpe de Estado. Aquella época se parecería a la del Irán del Sah Mohammad Reza Pahleví, quien corrió el mismo destino que el rey afgano Mohamed Zahir Shah tras la revolución islámica que encabezó Ruhollah Jomeini en 1979.  

Ambos monarcas animaban (o prohibían) a las mujeres llevar burka o velo, y emprendieron un ambicioso plan de modernización para que pudieran estudiar y trabajar siguiendo el modelo occidental. La corrupción que reinaba en ambas cortes provocó la venganza de las mezquitas y el regreso a los Tiempos de la Oscuridad, que se ceñiría, sobretodo, con las rebeldes que respiraron un poco de libertad. 

Nuestro autor nos dice que tanto en la época de los soviéticos (que apoyaron en la década de los ochenta un Gobierno socialista) como en la de los EUUU, que instalaron “un Gobierno progresista” durante las dos primeras décadas del siglo XXI, se vivía mejor en Kabul, y la mujer gozaba, casi, de los mismos derechos que el hombre. Pero que en el resto del país pequeñas poblaciones y aldeas seguían asfixiadas por las tradiciones y la aterradora VOZ de Alá, que muchas veces salía de sus padres, hermanos, maridos o varones que vigilaban calles, plazas y rincones donde pudiese anidar el pecado. 

El libro refleja también cómo viven los hijos e hijas de los afganos que se han exiliado en los EEUU. Khaled remacha que muchos menores consideran unos opresores a sus progenitores, ya que tratan de imponerles una cultura que les resulta ajena. En esos pequeños hay una lucha interior entre la doctrina que impera en casa y la que impera en la calle. 

Aquí se detiene en una chica, llamada Pari, que “medita” así cuando es obligada a ir a una mezquita USA:  

Sentada allí en el suelo, sudando y con los pies dormidos, me dan ganas de quitarme el pañuelo de la cabeza, pero no se podía (…) 

Esta joven se enamora “mentalmente” de un chico occidental de su clase (lo que está prohibido por su familia) y mientras le contempla, piensa: 

A veces me imaginaba que nos besábamos y que me sujetaba la nuca con la mano, y su cara estaba tan cerca de la mía que eclipsaba el mundo entero[2]

Khaled Hosseini, que es también médico, se muestra también crítico “con su país de acogida” (lo que no hace en sus dos primeras obras) y nos dice que la sociedad estadounidense afecta negativamente a los hijos de los exiliados. Lo explica así: 

Los niños reniegan pronto de sus nombres afganos y se convierten rápidamente en pequeños tiranos.[3] 

Hosseini está convencido de que sólo puede sentir y comprender lo que sucede en su país la gente que sufre día a día en las calles, casas y aldeas de Afganistán, y muestra “su desprecio” por aquellos que ven las guerras por televisión y también, con un relato preocupante, por aquellos extranjeros que van a ayudarles y les lanzan unas monedas para tranquilizar sus conciencias. 

Tal vez lo que ocurre en Afganistán (y países similares) lo encarna un personaje femenino, Thalia, una niña a quien un perro, llamado Apolo, la devoró el rostro cuando tenía cinco años dejándola una monstruosa deformidad. Esa pequeña, que lleva una máscara para que la gente no se espante, quizás represente, por encima de todos, a la mujer afgana que hoy día vive en un infierno[4]


[1] Khaled Hosseini, Y las montañas hablaron (Ed.Pengüin Randon House, Salamandra bolsillo, tercera edición 2021). 

[2] Y las montañas hablaron, Pág. 344. 

[3] Pág. 152. 

[4] Pág. 302. 

Blog del autor: Nilo Homérico 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.