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¿Y qué tal si ponemos a funcionar a las Naciones Unidas?

Fuentes: Rebelión

El pasado 26 de febrero, el columnista británico Jonathan Freedland publicaba un artículo en eldiario.es en el que decía: “Esta es, pues, la elección. ¿Queremos vivir en el mundo descrito por Volodímir Zelenski, donde los Estados democráticos están protegidos por un sistema internacional de normas, por muy defectuoso e incoherente que sea ese sistema?¿O queremos vivir en el mundo de Putin, regido por la ley de la selva y donde la fuerza es la única razón?”

Es una buena pregunta, aunque tramposa. ¿Cuál es la respuesta? Un sistema internacional de normas existe ya bajo el paraguas de Naciones Unidas. Ahí está el derecho internacional que ni Putin ni la OTAN representan. ¿Por qué el sistema internacional de instrumentos de protección de los derechos humanos no funciona? El sistema es perfectible, pero en todo caso sería un salto cualitativo increíble, para bien, que se aplicaran los tratados en vigor. Lo que no es de recibo en el mundo del siglo XXI es que una organización que representa legítimamente a la comunidad internacional esté embarrancada, sin presupuestos y boicoteada por naciones poderosas, y más en concreto por una que no acepta el multilateralismo y está más cómoda en los parámetros de la Guerra Fría.

A pesar del bloqueo mediático, ya se ha publicado en medios menos masivos qué factores han provocado la guerra de Rusia con Ucrania. No hay que ser fan de Putin para entender las razones de Rusia que Naciones Unidas, Europa y lo que llamamos Occidente ha ignorado. Rusia quiere unas fronteras seguras y la OTAN lleva años arrinconándola con una expansión absolutamente injustificada. No parece difícil de entender, pero el humo de la propaganda aturde a la ciudadanía.

La Organización de Naciones Unidas necesita mejoras, una de ellas el funcionamiento del Consejo de Seguridad con el derecho de veto de cinco países, lo que le hace inoperante. Pero con voluntad, que no la hay por intereses inconfesables, ese y otros defectos son corregibles.

La Asamblea General de las Naciones Unidas representa a 193 países y la OTAN a menos de la sexta parte. Esta organización no tiene derecho a suplantar a la ONU y hablar en nombre de una comunidad internacional recortada y sesgada hacia unos intereses económicos y geopolíticos que no representan a la Humanidad. Y menos aún a utilizar un doble rasero que hace que cuando le conviene acusa al adversario de no respetar el derecho internacional, y cuando le conviene esa normativa es papel mojado. Hemos visto guerras en Yugoslavia, en Iraq, en Afganistán, en Libia, en Siria… hemos visto los crímenes cometidos por Israel con Palestina ignorando el derecho internacional, o con Marruecos en el Sahara, y ni Estados Unidos ni la OTAN han respetado ese derecho internacional que invocan selectivamente a conveniencia.

El artículo 20 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) prohíbe la propaganda de guerra, pero es evidente que no se aplica. Y que tampoco aprendemos. Un libro clásico, Principios elementales de la propaganda de guerra explica cómo la pretendida información en tiempos bélicos o prebélicos es sacrificada para crear hostilidad hacia un teórico enemigo. Pasadas las guerras van saliendo datos e informaciones que prueban las mentiras que se han difundido para que la ciudadanía las apoye. Pues parece que no aprendemos. No creo exagerado decir que en todas las guerras que hemos vivido desde hace varias décadas se ha mentido, ¿por qué creer a pies juntillas lo que se nos está contando ahora? No me cabe duda de que irán saliendo pruebas de las mentiras que se nos están contando en estos días.

Necesitamos que las Naciones Unidas funcionen para asegurar la paz en el mundo, y ese es su objetivo. Las coaliciones militares sirven para la guerra, la mentira del dicho clásico “si quieres la paz, prepara la guerra” cada vez es más insostenible. Para preparar la paz hay que preparar la paz, especialmente a través de la educación, una educación que va derivando hacia la competitividad, el emprendimiento y la tecnologización, olvidando la educación en valores democráticos, en ciudadanía, en promoción de los derechos humanos y en resolución pacífica de los conflictos, que son inevitables. Desde luego, las coaliciones militares no traen la paz al mundo, parece mentira que no lo aprendamos, aunque como la más burda propaganda de guerra campa por sus fueros, tampoco es de extrañar.

Pedro López López. Profesor de la Universidad Complutense. Activista de derechos humanos

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.