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¿Y si la izquierda setentera tenía razón?

Fuentes: Rebelión

Hoy es un lugar común el afirmar que la política radical de las décadas de los 60’s, 70’s y 80’s —salvo algunas contadas excepciones— fue un fracaso. Sí, me refiero a la política de la lucha armada insurgente (rural y urbana) que tuvo eco en prácticamente todas las regiones del Sur Global, y aun, en formaciones sociales de «capitalismo avanzado». Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, Liga Comunista 23 de Septiembre, Ação Libertadora Nacional, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Rote Armee Fraktion, Brigate Rosse, Black Panther Party, son solo algunos de los nombres de este tipo de agrupaciones revolucionarias que ahora pertenecen a los libros de historia, los archivos sobre la represión, los resolutivos de las comisiones de la verdad y la memoria histórica de quienes prefieren no olvidar. Las «condenas críticas», la mayoría de ellas esgrimidas desde posturas pos y ex marxistas, atribuyen su fracaso a su «excesivo vanguardismo», su «dogmatismo», su «falta de vinculación con las masas obreras-campesinas», su «romanticismo», la «implementación de una estrategia equivocada», entre otros factores más. Pero ¿y si la izquierda setentera tenía razón?     

El espectro político se recorre hacia la (ultra) derecha

En los últimos años se ha abierto todo un campo de investigación dedicado a estudiar el resurgimiento, perfil y/o auge de las «nuevas derechas» [1], cuya diferencia cualitativa con las derechas de antaño es que sus programas y discursos políticos se acercan en mayor medida al extremismo propio de las derechas más anticomunistas y contrainsurgentes del siglo XX. Guardando las respectivas diferencias, el fenómeno Milei en Argentina, el Bolsonarismo en Brasil, el fortalecimiento de la Agrupación Nacional en Francia y la aparición en la escena política del Trumpismo, representan la expresión institucionalizada de este «nuevo sentido común» que goza de un consenso cada vez mayor entre porciones de una sociedad golpeada por las crisis económicas y carente de medios materiales para llevar a cabo una vida plena. La re-derechización de ciertos circuitos de la política es un hecho, Pero ¿qué se está haciendo para detener este proceso?

La timidez, indeterminación y vacilación de las izquierdas no ha servido mucho al respecto; los progresismos aun cuando se han hecho de gobiernos nacionales no han podido institucionalizar bases sólidas que no sean fácilmente desmontables; las agrupaciones que practican otras políticas no generan resonancias que trasciendan determinados archipiélagos espacio-informativos; la vía insurreccional se encuentra descartada o demonizada por la izquierda más tradicional. Digamos con otras palabras, que hoy las derechas más retrogradas actúan a campo abierto y sin temor alguno de ser interpeladas, a la par que las izquierdas procuran ser políticamente correctas. Las derechas han pasado a la ofensiva y las izquierdas a la defensiva.       

De los movimientos sociales a la lucha de clases

En una de sus últimas entrevistas antes de morir, José M. Aricó —quizás uno de los principales teóricos y divulgadores del pensamiento de Antonio Gramsci en América Latina— confesaba que uno de los problemas de la izquierda actual era su excesiva confianza en los movimientos sociales; la incomprensión que todo movimiento social es perecedero y que no admite la dimensión de la responsabilidad [2]. Se trata de una afirmación tosca pero certera. Mientras la lucha de clases es un fenómeno permanente, los movimientos sociales tienen fecha de vencimiento; desaparecen tarde o temprano tras alcanzar, en el mejor de los casos, sus objetivos. La lucha de clases apunta a transformar por la vía de la revolución social los cimientos de ordenamientos históricamente determinados; los movimientos sociales por su propia naturaleza coyunturalista sectorial solo pueden alterar parcialmente algún elemento de la realidad. Sin embargo, movimientos sociales y lucha de clases no son necesariamente antitéticos u opuestos. Los movimientos sociales exitosos son aquellos que logran transformarse en algo más sólido y duradero que no se disuelva tan fácilmente en el aire. Las luchas de clases exitosas son las que logran arrancar poder político a los explotadores mientras se construye un poder de clase alternativo.

Hace tiempo que se dejó de hablar de una ofensiva contra el Estado y el Capital; de pensar en como acelerar las luchas de clases para hacerse de posiciones que permitan debilitar el poder de clase de la burguesía, o si se prefiere utilizar el lenguaje poulantziano, de menguar la unidad delbloque en el poder. Por el contrario, en vez de pensar en una ofensiva global hoy se desdoblan dos caminos: 1) se practican mil y un resistencias, cuyo marco de referencia es lo local; o 2) se apuesta a la batalla electoral, donde el objetivo es la conquista del gobierno. ¿Cuáles son las similitudes entre estas dos posibilidades de redención? Que ninguna de las dos disputan en términos reales la hegemonía del proyecto civilizatorio burgués. Quizás la correlación de fuerzas sociales no da para un enfrentamiento directo, frontal y contundente contra el Estado y el Capital, por lo que, lo más que se puede hacer, es avanzar lentamente, con precaución y cautela, hacia posiciones que permitan desplegar o ensayar formas de sociabilidad alternativas, pero quizás esto sea falso.

La política radical setentera nos recordó dos cosas: 1) que la dominación capitalista no va a cesar por cuenta propia, sino que hay que mermarla con acciones contundentes, sistemáticas y prolongadas y 2) que cuanto mayor sea el grado de amenaza hacia los intereses de los explotadores, mayor es el grado de violencia que estos utilizan para sofocar las luchas de clases. En los términos expresados por Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista, el poder de clase se construye con las intervenciones despóticas sobre el derecho de propiedad y las relaciones burguesas de producción [3], y no a través de una política de conciliación o aislamiento. Sin una ofensiva estratégica —que no implica la negación de otros métodos contrahegemónicos— no habrá posibilidad de calibrar fuerzas, mejorar las técnicas de insurrección y acción directa, y por encima de todo, elevar la moral combativa de las masas populares. Es decir, además de resistir a las múltiples violencias estatales y paraestatales también hay que contraatacar por los medios que sean necesarios.     

En conclusión, la izquierda setentera no fracasó por «intentar tomar el cielo por asalto». Su audacia, entrega y grado de compromiso político por perseguir esa utopía concreta cuyo criterio distintivo es la eliminación de la propiedad privada y del Estado fue la razón de su exterminio a manos de quienes detentan el poder político y no arriesgaran a perderlo.    

Notas:

[1] Véase por ejemplo los incentivos institucionales promovidos por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), los estudios del European Center for Populism Studies (ECPS) y la creciente incorporación de líneas de investigación a los programas académicos en ciencia política y sociología.  

[2] “La utopía es el recurso de los débiles” pp. 315-330, en: Aricó, José. (2014). Entrevistas 1974-1991. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba.

[3] Marx, Carlos y Engels, Federico. (2010). Manifiesto del Partido Comunista. México, Ediciones El Caballito, pp. 93-94.   

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.