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Zeus está tronando

Fuentes: Bohemia

Claro que llevan razón quienes se enojan -y aquí omitimos el exabrupto pertinente- porque la llamada gran prensa y gananciosos analistas se refieren a la crisis estructural del capitalismo de manera abstracta, genérica, sin precisar su impacto en la pirámide social a escala global, como bien apunta la digital IAR-Noticias. Encrespa que, en cambio, se […]

Claro que llevan razón quienes se enojan -y aquí omitimos el exabrupto pertinente- porque la llamada gran prensa y gananciosos analistas se refieren a la crisis estructural del capitalismo de manera abstracta, genérica, sin precisar su impacto en la pirámide social a escala global, como bien apunta la digital IAR-Noticias.

Encrespa que, en cambio, se permitan explayarse, con el desparpajo de la impunidad, «sin contrainformación masiva», en cómo la actual hecatombe financiera y económica está perjudicando a los más ricos, encabezados por los super millonarios del ranking de la revista Forbes. Qué tristeza, ¿no?, las pérdidas de los grandes con-sorcios, la reducción de las astronómicas fortunas y la devaluación de los opíparos sueldos de los ejecutivos metropolitanos. Da grima que, por la caída de los mercados y la facturación empresarial, los más poderosos del planeta manejen actualmente, en lugar de los 4,4 billones de dólares que hace unos meses, un caudal de solo tres billones, casi equivalentes, por cierto, al presupuesto anual de EE.UU., al PBI de Alemania y más de cien veces al de Bolivia.

Lo peor, según el leal saber y entender de nuestra fuente, es el alevoso ocultamiento de que esos tres «escasos» billones de hoy (en manos de 700 personas) resultarían decisivos para, revertidos en salarios equitativos y en producción distribuida socialmente, terminar con la pobreza, el hambre y la desocupación de más de dos mil 500 millones de seres concentrados en las áreas periféricas de Asia, África y América Latina. A algunos les costará Dios y ayuda reconocer que si, en aras de contrarrestar el sismo financiero desatado en 2009, organismos como el G-20 concretaron un rescate de 8,4 billones de dólares, se requerían (se requieren) apenas 173 mil millones para sacar de la sima durante medio siglo a los mil 500 millones de personas que viven con menos de un dólar al día, según estimaciones del Banco Mundial, nada izquierdista.

Pero parece que la denuncia lanza a uno al limbo de los demodés, para expresarlo de modo chic, o entre los pasados de moda, si nos atenemos a una expresión menos picúa, menos cursi. Menos inherente a los embaucadores. Porque quienes nos la endilgan engañan a su público -y no sé si a sí mismos-, al eludir esencias y abismarse en el arte de la descontextualización. Táctica que se expande hasta áreas como la actual guerra de las divisas, en que unos cuantos heraldos de privilegio sirven de eco al llanto gringo por la «subvaluación» de la moneda china, el yuan o renmimbi, dizque principal causante del abultado déficit comercial del Tío Sam, y callan asuntos como los enunciados por conocedores tales Hugo Vasques (sic), en Prensa Mercosur:

 

«El plan de estímulo fiscal en Estados Unidos, cercano a los 800 mil millones de dólares, sumado a las millonarias inyecciones de dólares de la Fed (Reserva Federal) a su sistema bancario para rescatarlo de la quiebra, y la baja de sus tasas de interés a cero, puede tener importantes consecuencias y efectos colaterales en el resto de las economías del mundo.»

 

El sistema se preveía simple, continúa el colega. «El exceso de liquidez en Estados Unidos se traslada a los emergentes, con lo cual se genera una apreciación de sus monedas y con ello su apertura como mercados consumidores para que los países industrializados dinamicen sus exportaciones.» Por eso aquellas economías que, en defensa propia, no permiten la libre fluctuación de sus monedas ante el dólar (China, Japón, Sudcorea…) concitan la ira de Zeus tronante.

 

De Washington, sí, consciente de que «en este momento no es de ningún modo fácil establecer la política más sabia, aun desde la perspectiva egoísta de cada país», como apunta el célebre historiador Immanuel Wallerstein. Porque «la tasa de cambio del dólar ha ido deslizándose constante. Esto significa que (los) excedentes invertidos en bonos del Tesoro (por otras naciones) valen menos conforme pasa el tiempo. Llega un punto en que las ventajas de tal inversión (siendo la principal el sostener la capacidad de las empresas estadounidenses y los consumidores individuales para pagar por sus importaciones) serán menores que la pérdida del valor real de las inversiones en bonos del Tesoro (…) El dólar estadounidense (…) no puede continuar manteniendo el grado de confianza mundial de que alguna vez gozó». De ahí, la puja de las divisas.

Puja magna que, presentada en un «aséptico», tecnocrático, mediático prisma, a todas luces no conseguirá acallar la verdad, ya que omitir una importante, genesíaca dimensión de la realidad no implica su inexistencia, ni el silencio acierta a coartar la posibilidad de lo que algunos llaman la «rebelión mundial de los pobres contra los ricos». La «revuelta» (¿revolución no sería el término apropiado?) de los millones de desocupados y expulsados del mercado, desprovistos de medios de subsistencia pero no de la capacidad de reparar en que Zeus tronitronante se va convirtiendo en un diosecillo envuelto en sueños de pasada grandeza. No más.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.