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11-M. Memoria de un agravio colectivo

Fuentes: Rebelión

Un año después de los atentados indiscriminados de Madrid, a manos de Al Qaeda, si algo sorprende es la ausencia de un sentimiento de agravio entre la sociedad vasca. Un sentimiento que estaría más que justificado: por la falsa acusación, la gran mentira, el insulto, la amenaza que lanzó el gobierno español contra nuestra población […]

Un año después de los atentados indiscriminados de Madrid, a manos de Al Qaeda, si algo sorprende es la ausencia de un sentimiento de agravio entre la sociedad vasca. Un sentimiento que estaría más que justificado: por la falsa acusación, la gran mentira, el insulto, la amenaza que lanzó el gobierno español contra nuestra población para disimular, desviar la atención y encubrir las responsabilidades gubernamentales en aquella masacre.

Ahora que se cumple el aniversario, es la época de las ceremonias, los homenajes, los reportajes que prodigará la prensa e inundarán los medios audiovisuales. Apenas es necesario repetir la secuencia de hechos y acontecimientos, reiterada hasta la saciedad en esos meses de investigación, morbo y cambios en la escena política. Brevemente resumida, el día 11 de marzo de 2004 estallaron las bombas en los trenes repletos de viajeros a una hora crítica, de máxima aglomeración, y el gobierno de José Mª Aznar, a tres días de las elecciones generales, vio que se le tambaleaba el tinglado de mando y rapiña. Aznar había hecho de la política antivasca y de la alianza con EEUU los ejes de su estrategia. La factura que en el último minuto le pasaba esta apuesta irresponsable y temeraria (con la guerra de Iraq al fondo, la ruptura con la Unión Europea…), arrasaba cualquier presupuesto o expectativa.

Como dice Santiago Alba en el libro 11-M. Tres días que engañaron al mundo, «Aznar juró que devolvería a su país el antiguo esplendor, su gloria de antiguo imperio y gran potencia. Se alió con Bush, conectó España a la Historia e inmediatamente saltaron por los aires doscientas personas despedazadas».

Pero si la aventura internacional de Aznar fue funesta, el intento de orientar las reacciones españolas hacia el tema vasco evidencia la criminalidad de esta derecha española. El gobierno del Partido Popular impuso al Consejo de Seguridad de la ONU una resolución de condena contra ETA que, aunque desmentida por la realidad inmediata, queda escrita irremediablemente para la Historia. El presidente llamó en persona a los directores de los más importantes medios de prensa (El País y el Periódico de Catalunya publicaron aquellas maniobras de intoxicación), para presionarles: «Ha sido ETA. No os quepa la menor duda». Sacaron a las calles una multitudinaria manifestación española en apoyo a la «Constitución», acusando en ello a quienes la rechazan. Mintieron a las embajadas extranjeras hasta el punto de que la Policía alemana se quejó de que el engaño español puso en peligro a sus ciudadanos, indefensos, desprevenidos, ante la posibilidad de que los atentados hubieran seguido en cadena.

Quizás la muestra más descarada de la operación de fraude a gran escala que intentó Aznar fue el Gabinete de Crisis que reunió en la Moncloa la misma mañana del 11 de marzo para afrontar las consecuencias del atentado. Paradójicamente, tras un ataque en el servicio de transportes públicos de la capital española, en una evidente operación de guerra, y que tenía todos los visos de provenir de agentes extranjeros, el Gabinete se reunió sin el ministro de Asuntos Exteriores, ni el de Transportes, ni siquiera el de Defensa. Al contrario, se juntaron con Aznar el asesor Zarzalejos (ligado familiar y profesionalmente al grupo de prensa Vocento), el ministro Acebes, el ministro portavoz Zaplana, los responsables de comunicación del Gobierno y de Presidencia… No deja lugar a dudas; fue un Gabinete de Crisis orientado plenamente a una campaña de comunicación, una operación de manipulación informativa, engaño y propaganda.

¿Cuál fue el significado de estas maniobras de distracción? Uno de los periodistas de aquellos días de horror y confusión, entre los atentados y las elecciones, dijo, literalmente, que aquello era una guerra. «Es una guerra, sí, contra nuestra nación y civilización, donde tiene un papel fundamental la propaganda, ‘el otro nervio de la guerra’, en definición famosa del infame Napoleón». Hablaba de la guerra vasca (como si la de Iraq no le importara o no entrara en la quiniela). Y sin pretenderlo ponía el dedo en la llaga.

Con la desfachatez que caracteriza a la derecha española, golpista, fascista, sin escrúpulos, a Aznar no se le ocurrió mejor idea que escurrir el bulto echando balones fuera. Como hizo Nerón con los cristianos tras el incendio de Roma, o la Alemania nazi con los judíos en su época, Aznar barrió para casa. Tomó a ETA por señuelo fácil, y colocó el llamado «conflicto vasco» en medio de la matanza. Situó las pretensiones de soberanía, aspiraciones de independencia, resistencias, disidencias y problemas de la sociedad vasca, en mitad de un escenario de cadáveres, furias españolas y deseos de venganza.

Uno de los principios de la propaganda política (no por vulgar menos útil y práctica) es la regla de la transfusión: el propagandista nunca ha de ir contracorriente, sino aprovechar la propia corriente de credibilidad de la masa para instrumentalizarla. Aprovechar las creencias. ¿Y cuál era la creencia más fácil de explotar entre la población española? Que el origen de todos los odios, los males y las violencias es la causa vasca. Una mentira fácil, una patraña ya urdida, largo tiempo alimentada con una técnica minuciosa y depurada. Es una falsedad que han elaborado día a día los políticos españoles con la ayuda inestimable de los medios de comunicación y prensa.

Todos vivimos aquellos días de marzo con esa conciencia de acusación, de temor a las represalias, de falsedad evidente, urdida, interesada, dirigida a envenenar la convivencia y a la incauta masa española. De ahí, y vuelvo al inicio, mi sorpresa por la falta de indignación, de sentimiento de agravio en nuestra sociedad. No demostramos una autoestima muy puntillosa, cuando tan barato sale agredirnos y acusarnos en falso. Y tampoco disponemos de mecanismos de defensa ante esta permanente situación de descrédito internacional, de descalificación colectiva y, en el fondo, de amenaza.

Post scriptum:

Que es una mentira trabajada y elaborada a conciencia en la mentalidad española lo hemos vuelto a encontrar estos días de aniversario en esa plataforma de presuntos intelectuales que arremete (en apariencia) contra el Plan Ibarretxe. De nuevo, como en aquella contra ETA, tras el objetivo aparente -Ibarretxe- el ataque se dirige contra todo el país. Contra el «conflicto vasco». Contra las pretensiones de libertad e independencia, de tomar decisiones libres, soberanas, de las gentes de esta tierra. La plataforma de extrema derecha -aunque arrastre a personas tituladas de izquierda- habla de oponerse a los intentos de fragmentación de España, sea por cualquier vía (Yugoslavia o Checoslovaquia). Es decir, no se oponen a la guerra en sí, ni a la violencia o las matanzas, sino a la fórmula de alcanzar la libertad y la convivencia de los pueblos a través de la autodeterminación. La España negra, la eterna, la que grita «¡Vivan las caenas!».