Jose Mari Esparza Zabalegi

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La cartografía de las últimas elecciones ha vuelto a recordarnos que vivimos en un país diferente, opuesto diría yo, al de allende el Ebro. Salvo catalanes y vasconavarros, todo el mapa aparece uniforme, derechuzo y salpicado de la viruela fascista.

Jose Mari Esparza Zabalegi

Estuve en el juicio del Arzobispado contra el Ayuntamiento de Ujué, reclamándole la ermita de la Blanca, una de las pocas que se había librado de las inmatriculaciones masivas de inicios del milenio.

Haciendo de tripas corazón, como diría mi abuela, visité el Memorial de las Víctimas del Terrorismo. El Melitonium. Sito en el corazón de Gazteiz, los patrocinadores no se han andado en chiquitas gastando de la caja común. Grupos de escolares atienden las explicaciones de los monitores, bien entrenados en el embeleco. Las pantallas ofrecen juegos infantiles con preguntas capciosas y pueriles.

Durante décadas, la prepotencia española alardeó de haber exportado a las dictaduras americanas su modélica Transición. Es cierto que había similitudes: todas partían de golpes militares sangrientos y acabaron con apaños entre las élites para entrar, borrón y cuenta nueva, en democracias vigiladas.

Estuvimos en Moscú en el centenario de la Revolución, otero mágico para recordar qué supuso aquella gesta para los pobres del mundo, qué queda de ella y qué futuro nos espera. La manifestación que otrora congregara millones de personas, apenas reunió tres mil almas cándidas, la mitad extranjeras. Pasamos dos veces por detectores, y caminamos […]

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