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11-S, de Nueva York a Kabul

Fuentes: Rebelión

Durante las últimas semanas se ha producido una verdadera avalancha de noticias sobre la salida de las tropas de Estados Unidos (EEUU) y sus aliados de la OTAN de Afganistán, paralelamente al retorno de los talibanes al poder. Que EEUU intervenga en Irak, Afganistán, Libia, Siria u otros países árabes o islámicos ya no es apenas noticia. La novedad, en todo caso, es que abandonen el país. A partir de la Guerra del Golfo (1990-1991), que supuso la ocupación de Irak por las tropas estadounidenses, con numerosos bombardeos contra objetivos militares pero a menudo también civiles, a la que siguieron otras intervenciones como la de Somalia (1992 -1993), el islamismo más radical optó por atacar directamente objetivos civiles en Estados Unidos y sus aliados (nosotros entre ellos), a través salvajes atentados terroristas: Nueva York 2001, Madrid 2004, Londres 2005, París 2015, Bruselas las 2016, Niza 2016, Barcelona 2017… En todo caso, nadie puede discutir que las primeras grandes intervenciones militares estadounidenses en Oriente Medio fueron muy anteriores al trágico 11 de septiembre de 2001.

Pero volviendo a Afganistán, cualquier gobierno que necesite el apoyo de un ejército extranjero para mantenerse en el poder, ya sea el ejército soviético (1979-1989), ya sea el norteamericano y sus aliados (2001- 2021), demuestra no tener un verdadero apoyo popular. Para la URSS, aparte del apoyo al gobierno socialista y laico instaurado en 1978, la prioridad era la seguridad y la estabilidad de sus repúblicas fronterizas con Afganistán (Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y la también cercana Kirguizistán). Para los norteamericanos lo era la lucha contra el terrorismo y el control de un país estratégicamente situado. Ninguna de las dos ocupaciones tuvo nunca justificación reconocida desde el punto de vista del derecho internacional. Tampoco la situación de las mujeres fue la prioridad en ninguno de los dos casos, aunque su situación mejorara en estas dos etapas, especialmente en las zonas urbanas. Aún así, durante todos estos años, el país ha seguido siendo uno de los peores del mundo para la mitad femenina de la población.

Quizás tardaremos meses en saber si el nuevo gobierno talibán mantendrá una política más moderada que en su etapa anterior (1996-2001), o bien volverá a practicar la represión más salvaje, con episodios como la ejecución y el escarnio público del ex-presidente Mohammad Najibullah, refugiado en la sede de la ONU de Kabul en 1996. Si los talibanes practican una política más conciliadora con los disidentes, pero también muy especialmente con las mujeres, cosa que parece francamente difícil de creer, será más factible el establecimiento de relaciones diplomáticas con su gobierno. No olvidemos, sin embargo, las excelentes relaciones de EEUU y otros países occidentales con Arabia Saudí, Qatar o Pakistán, donde la situación de las mujeres y la persecución de la disidencia no son mucho mejores que ahora mismo en Afganistán con los talibanes.

También es el momento de hacer recuento de los crímenes de guerra que se han producido en estos veinte años de conflicto por parte de los diferentes bandos. Con los EE.UU. como responsables en primer lugar entre las fuerzas occidentales, junto a las tropas o la aviación británica o australiana. Wikileaks ya lo hizo público hace unos años, especialmente con los Diarios de la Guerra de Afganistán, y Julian Assange, fundador y ex-portavoz de la organización, está pagando duramente las consecuencias, aislado en una prisión de alta seguridad cercana a Londres, acusado de supuesto espionaje (sic). Los últimos crímenes de guerra se hicieron públicos hace tan sólo unos meses: el asesinato de al menos 39 civiles afganos por parte de soldados de las fuerzas especiales del ejército australiano. Y aun estos días el Pentágono ha tenido que disculparse, una vez más, por el trágico error de su ataque del pasado 29 de agosto cerca del aeropuerto de Kabul, donde murieron diez civiles, entre ellos siete niños.

Después de casi 20 años de guerra, hemos de hablar de cifras terribles, como son 165.000 a 220.000 personas muertas a consecuencia de los combates, de las que al menos entre 45.000 a 50.000 serían civiles. Es cierto que la corrupción de los gobernantes afganos no ha ayudado en absoluto a implementar un mínimo desarrollo social y económico. Pero, como ha dicho recientemente Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, la misión de las tropas de la organización atlántica era «proteger a los Estados Unidos, no a Afganistán». Y ya sabemos que los intereses nacionales de EE.UU. incluyen controlar, directamente o a través de sus gobiernos vasallos, una gran parte del mundo. Hoy el país afgano sigue siendo un territorio estratégico, ya que tiene frontera con tres países tan poblados como China, Pakistán e Irán, lo cual hará que su futuro político sea muy complejo y que la paz tarde años en llegar a ser una realidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.