Cinco jóvenes cubanos analizan desde sus perspectivas y experiencias, la realidad de la Cuba actual y cuáles serían —a su juicio— las principales causas de los acontecimientos del pasado 11 de julio.
El domingo 11 de julio de 2021 acontecieron en Cuba manifestaciones ciudadanas en varios territorios del país. Muchos de los participantes salieron a las calles a reclamar por los continuos y prolongados cortes de energía eléctrica en varias localidades; así como por la escasez de alimentos y medicinas, y la precariedad de la vida cotidiana. La situación encontró un punto de mayor tensión con el nuevo pico de casos positivos a la COVID-19 en la provincia de Matanzas, a poco más de 16 meses del inicio de la lucha contra la pandemia en la Isla.
Diversas matrices de opinión intentan apropiarse de la narrativa del hecho, sin precedentes: tanto por su masividad como por el número de territorios involucrados. Las primeras manifestaciones se dieron en el municipio San Antonio de Los Baños, provincia de Artemisa. Paulatinamente, desde las redes sociales se reportaron protestas ciudadanas a lo largo de la Isla, incluyendo la capital.
Previo a lo acontecido, desde plataformas de socialización en red se gestaban campañas para recibir y convocar al apoyo, no siempre solidario, en el enfrentamiento a la pandemia, ante la situación que vive el sistema sanitario del país a raíz de la falta de insumos y medicamentos —un contexto agravado por el recrudecimiento del Bloqueo norteamericano— y la circulación de la cepa Delta del nuevo coronavirus .
Las etiquetas #SOSMatanzas y #SOSCuba sirvieron para enlazar las peticiones, que luego estuvieron acompañadas de cuestionamientos de la gestión del gobierno a la crisis sanitaria de la COVID-19, y de reclamos por las dificultades para enviar donaciones a la Isla, así como de la petición de algunas voces para iniciar una intervención «humanitaria » en la nación.
Al conocerse las manifestaciones, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel partió hacia Artemisa, y a su regreso compareció en televisión nacional, para dar parte sobre los hechos.
Dadas la crisis sanitaria que vive el país y las inconformidades de la ciudadanía ante la carencia de productos básicos, Alma Mater conversó con cinco jóvenes cubanos para analizar, desde sus perspectivas y experiencias, la realidad de la Cuba actual y cuáles serían — a su juicio — las principales causas de los acontecimientos del pasado 11 de julio.
Mauro Díaz Vázquez, estudiante de cuarto año de Periodismo en la Universidad de La Habana y manifestante del 11J, señala que «como antecedentes al acontecimiento figuran factoresdiversos, tanto sociales como económicos, políticos y sanitarios. Primero, es un problema de años debido a la crisis económica agudizada en los noventa, agravada por las sanciones impuestas por la administración Trump y, evidentemente, por la etapa pandémica. A esto hay que sumarle el incremento de casos por COVID-19 en las últimas semanas, lo cual ha hecho colapsar la sanidad pública».
Por su parte, Carolina García Salas, periodista e investigadora social que se encuentra estudiando en España, plantea que Cuba estaba y está atravesando una crisis múltiple; por lo tanto, la comprensión del escenario actual obliga a dar cuentas de causantes muy diversas que atraviesan todas las esferas de la vida social. En primer lugar, García Salas habla de causas internas, entre las que destaca «las limitaciones de los procesos de cambios iniciados en el marco de la Actualización del Modelo Económico y Social».
«En las informaciones publicadas por el gobierno se ha reconocido que hasta la fecha solo han sido implementados un 30% de los Lineamientos. Creo que ha habido pereza, poca creatividad y flexibilidad. Incluso algunas de las políticas más favorables, como las relacionadas con el Trabajo por Cuenta Propia, se han visto afectadas por zigzagueos innecesarios, aperturas y cierres. Otros sectores continúan secuestrados por la burocracia y la excesiva centralización. Las medidas económicas iniciadas en el país ya tenían limitaciones de diseño y alcance, y esto ha sido reconocido por muchísimos economistas. No obstante, si el desarrollo de estos procesos se hubiese dado al menos con más celeridad, creo que hubiésemos llegado en otras y mejores condiciones al enfrentamiento de la crisis sanitaria».
Iramís Rosique Cárdenas, joven intelectual cubano, resalta también la multifactorialidad de lascondiciones que desencadenaron los sucesos del 11 de julio. El primer elemento que media, a su juicio, es el Bloqueo. «El estado permanente de economía de guerra que resulta del bloqueo norteamericano afecta gravemente la calidad de vida de toda la población cubana, pero se hace sentir con más crudeza en los grupos más vulnerables, como pueden ser personas ancianas, racializadas, con diversidad funcional, de baja instrucción, de comunidades periféricas o rurales, mujeres, adolescentes y niños. No es casual que estos grupos hayan estado representados de forma amplia en las protestas».
La crisis sanitaria, su alteración drástica del funcionamiento de la vida de las personas y el refuerzo que produce sobre las condiciones de guerra antes descritas, se suma como otro elemento que alimenta el malestar de la población, en especial de los más vulnerables, amplia Rosique.
De acuerdo con la investigadora García Salas, también se han ensanchado y profundizado las desigualdades. Ante este panorama, «la política social se ha quedado atrás, tanto en su reconocimiento como en el diseño de estrategias. En el camino para “eliminar gratuidades” y rectificar el “igualitarismo”, se ampliaron las brechas y muchos sectores de la sociedad terminaron más rezagados, más vulnerables».
La especialista señala que desde las ciencias sociales cubanas se advirtió en múltiples ocasiones que estos cambios debían acompañarse de políticas focalizadas que atendieran a los grupos y sus diversidades, a las distintas formas de exclusión social de las que son víctimas. Las respuestas también han sido muy limitadas.
«El establecimiento de las tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC) acentuó las desigualdades y el descontento, depreció la moneda nacional y la pérdida de su poder de compra. Por su parte, la Tarea Ordenamiento ha tenido y tendrá un impacto profundo en estos procesos, los ha hecho más evidentes y más crudos. El momento y las condiciones en las que se desarrolla influyen en el aumento notable de los precios y en el deterioro del salario real. Todo esto ha terminado repercutiendo en el quiebre de la vida concreta de las personas. Estamos hablando de la imposibilidad real de acceder a alimentos, a productos de aseo; de la agudización de las diferencias territoriales y la aparición de otras nuevas. Estamos hablando de la imposibilidad de vivir dignamente», explica la joven.
Denis Alejandro Matienzo Alonso, estudiante de Geografía en la Universidad de La Habana, enfatiza en que la llegada de información diversa ha hecho que los cubanos creen una nueva visión de lo que ocurre en el país. Antes, «los medios de prensa estatales eran los únicos que se consumían en Cuba, y los que decodificaban la información. En la actualidad existen algunos programas de televisión que, además de informar, desacreditan a aquellos que se oponen al pensamiento establecido desde la oficialidad. Lo anterior, aparejado al acceso a Internet y a medios alternativos a la estructura estatal, ha hecho que los cubanos tengan más acceso a la realidad nacional e internacional. Asimismo, muchas historias dentro de la Isla han podido ser contadas», agrega.
Para Ernesto Teuma Taureaux, joven intelectual, pudieran considerarse como catalizadores de las manifestaciones aquellas «condiciones económicas adversas» y la «insuficiencia institucional». Precisa que, sin ir más lejos, solo hay que hojear los discursos principales del VIII Congreso del Partido o conversar sobre la gestión de alguna institución: anécdotas sobran.
«En tiempos más tranquilos, la incompetencia de ciertos cuadros, la mediocridad, el burocratismo, el despilfarro, la chapucería, la falta de previsión, la corrupción, la indolencia, las prácticas sectarias, verticalistas, arbitrarias, opacas y antidemocráticas son dañinas, nocivas e imperdonables. Pero en un escenario como el de hoy, con el margen de maniobra tan estrecho que dejan todas esas condiciones económicas, pueden ser políticamente mortales. Porque esta insuficiencia institucional tiene también un impacto directo sobre la vida de la gente, sobre su día a día; sobre las decisiones que se toman sobre su bienestar, o que mitigan sus carencias. Y acá hay que pensar en las estructuras locales e intermedias, en los funcionarios y empresas, en la planificación y las necesidades de la gente común: no se consiguen resultados, no se ahorran los recursos conseguidos y se administra mal.
«Sin embargo, aún el conjunto de estos dos elementos no sería fatal sin su intersección con un tercero: los liderazgos, o más bien la ausencia de ellos. Porque una mala gestión produce, necesariamente, molestias, quejas y críticas que exigen modificaciones, mejoras y transformaciones; y en los barrios de los que salió la gente ¿quién los escuchaba? ¿Qué autoridad política metabolizaba ese disenso, reconstruía el consenso, buscaba soluciones, hacía rendir cuentas a los responsables, o como mínimo explicaba la situación cara a cara? Y ocurre entonces en los territorios, que es donde la gente vive, la degradación del tejido social comunitario, la dispersión e inoperancia de las organizaciones políticas y de masas, la ausencia de movilización y la desidia».
Como se ha reconocido en innumerables ocasiones, la crisis que vive el país tampoco puede entenderse alejada de los efectos de la política del gobierno de Estados Unidos hacia Cuba: el Bloqueo económico, comercial y financiero, la injerencia en los asuntos internos de la Isla, y los millonarios fondos dedicados a la subversión, apunta Carolina García Salas, quien indica que «el retroceso de la llamada“Normalización”y la hostilidad que desató la administración de Trump tuvieron y tienen impactos graves en la vida de la nación que, además, ha tenido que lidiar con la pandemia en condiciones mucho más desventajosas que la mayoría de los países del mundo».
Iramís Rosique puntualiza que esta realidad deja a una franja social específica sensible, a ser activada por el discurso político no afín con los planteamientos actuales del Partido Comunista. «Y esto en buena medida porque el malestar que estas condiciones actuales producen en muchos grupos y personas, y que toma la forma de un malestar contra el gobierno, es casi imposible de metabolizar mediante una agenda de izquierda. Esto se debe a que, al presentarse en la cultura política nacional el Estado, el gobierno, el Partido y la Revolución como una amalgama, es muy difícil estructurar o posicionar un discurso o un ejercicio político de signo crítico con los males de la administración, pero raigalmente comprometido con el proyecto. Como pertenecemos a una tradición de socialismo estado-céntrico, que ha entendido que el Estado es el sujeto protagónico de la transición socialista, la defensa del proyecto se presenta muchas veces como la defensa a ultranza del Estado (con males incluidos), y la crítica del Estado, como contrarrevolución».
Legitimidad de las manifestaciones
Carolina estaba fuera de Cuba cuando estallaron las manifestaciones a lo largo de la Isla. Cuenta que pocas veces en su vida ha experimentado una mezcla tan profunda de emociones. «No dormí esa noche, no he vuelto a dormir como antes. Ni yo ni mi esposo, ni ninguno de los cubanos a mi alrededor podíamos darnos el lujo de acostarnos cuando el día en nuestro país no había terminado. Nos llamábamos, nos compartíamos información, fotos y videos. Nos consolábamos».
Los cubanos en el exterior apenas podían comunicarse con sus familiares y amigos. Llegaba algún que otro mensaje, en medio del apagón digital. El uso de redes de conexión privadas (VPN) facilitó reportarse con preocupaciones, dolores de cabeza e incertidumbre. Eso fue un domingo. El lunes todo parecía estar en calma.
Como joven cubano, Denis Matienzo Alonso considera que «la ciudadanía tiene derecho a manifestarse en contra de lo que considera mal, ya sea para suprimir, cambiar o cualquier otra posibilidad que pueda surgir en el seno del pensamiento colectivo, siempre y cuando no se lleguen a situaciones de vandalismo y violencia. Pero no está mal quejarse, debatir, hablar de política. Los ciudadanos de una nación pueden cuestionar la labor de los gobernantes, exigir ciertas libertades y defenderse ante decisiones estatales».
Mauro Díaz Vázquez, quien fue participante de una de las manifestaciones, dijo que los gobiernos entienden al disenso y las protestas como el enemigo. «Cuando los ciudadanos se expresan, es porque el descontento es real y palpable. No se puede deslegitimar con tanta facilidad la opinión de tantos. Siempre es provechoso escuchar la opinón popular».
Díaz Vázquez precisa que el derecho a manifestación pacífica está recogido en la Constitución cubana. «En la manifestación que yo estaba — la que yo viví — la paz estuvo todo el tiempo. Un muchacho tiró una piedra y todos en tromba le dijimos que no hiciera eso, que perdíamos la razón. Levantamos los brazos cuando se nos acercaba la policía. Aun así, hubo golpes. Detuvieron a muchos, algunos manifestantes pacíficos. Eso es anticonstitucional».
En ese sentido, García Salas indica que se niega a contribuir como cubana, como investigadora social, a las absolutizaciones, a los estigmas y a la criminalización en torno a las protestas. «Es para mí una premisa ética, política, humana. Ya han pasado varios días, se han denunciado las noticias falsas y se ha comprobado que es imposible construir un relato único sobre lo que sucedió el 11 de julio. Por lo tanto, el mío se basa en lo que he visto, leído, verificado, y vivido a través de algunos de los amigos que tengo en Cuba, de sus relatos y sus dolores, que también son los míos. Las protestas que yo vi iniciaron de manera pacífica, aunque muchas terminaron con violencia. Ahora bien, en medio del caos que se vivió, no puedo ni quiero pararme a juzgar ligeramente esas violencias — en plural — porque fueron diversos sus protagonistas y distintas sus formas de expresión. Creo imprescindible ponerlas en contexto y hacer el esfuerzo por comprenderlas, que no significa legitimarlas».
«El domingo 11 de julio se consumó una operación comunicacional y de inteligencia que venía desde antes», indica Rosique Cárdenas. «No hay nada casual ni en la campaña mediática que lo antecedió y sucedió, ni en la simultaneidad de las protestas en varios puntos del país. Bajo las condiciones antes descritas, los operadores de la reacción lograron activar políticamente una masa considerable de ciudadanos en distintas localidades del país. Y lograron activarlos naturalmente bajo su propia agenda reaccionaria y anexionista».
Y añade el joven intelectual: «Muchas de las personas que se manifestaron contra el gobierno, funcionaron como carne de cañón de una causa de la que no son ideólogos, y muchas veces, ni beneficiarios. He preguntado ya a varias personas que apoyan la protesta por “el día después”. Lo más importante para un acontecimiento es el día después. ¿Qué hubiera pasado el día después de su “victoria”? ¿Cuál era el plan? La pura negatividad apreciada en La Habana, que se reflejó en la pobreza de consignas y el exceso de agresividad y violencia, hace dudar de la posibilidad de un día después que otorgara algo a esa mayoría de manifestantes».
«Es una urgencia romper con esos discursos conservadores en los que se asume que todos los manifestantes que salieron a las calles son “delincuentes” o “mercenarios” al servicio del gobierno de los Estados Unidos», sugiere García Salas. Apunta que «a las calles salieron los habitantes de los territorios y comunidades más vulnerables del país. Estamos hablando de los grupos sociales con peores condiciones de vida, los que sufren en su propia piel el aumento de las desigualdades y, en no pocos casos, el desamparo. Son también los que han sido históricamente más violentados, por otras personas, por instituciones, por las propias políticas públicas. Por eso no puedo dejar de ver en muchos de sus actos un legítimo gesto de rebeldía, de desesperación, de desafío. Una respuesta violenta a las violencias que padecen».
También reconoce que hubo manifestantes que cometieron delitos graves y agredieron a personas inocentes. A su consideración son hechos inaceptables. «Lo mismo que la represión por parte de algunos de los policías y las fuerzas del orden, el abuso de poder, la detención injusta de muchos cubanos», señala.
A las cuatro de la tarde del 11 de julio, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, compareció ante la audiencia televisiva. Se dirigió a los ciudadanos cubanos. Mauro Díaz estaba en las calles. Hoy plantea que la política sirve para evitar las confrontaciones, evitar las guerras civiles y las matanzas entre conciudadanos. Vio las palabras del mandatario cuando regresó a casa. Hoy considera que las palabras tienden a ser entendidas por muchas personas como un llamado a la violencia, a la fractura nacional.
«Si en algunos puntos las manifestaciones se volvieron violentas, fue precisamente por ese llamado. Las fuerzas del orden golpearon y detuvieron, hombres vestidos de civiles arremetieron a palazos contra los manifestantes», alega.
La investigadora Carolina Salas, plantea que ese domingo se cometió un error político y humano. «El presidente usó frases como “la orden de combate está dada”, “a la calle los revolucionarios”. No hay en ninguna de esas oraciones espacio para la ambigüedad y si lo hubiese, bastan el lenguaje corporal, el tono y el contexto. El presidente le habló a una sociedad que sabe profundamente polarizada, con una historia, lamentablemente reciente, de actos de repudio, de enfrentamiento entre civiles por pensar diferente, de huevos, de piedras, de gritos, de violencia. Los llamados que ahora se hacen a la unidad, a no dejarse llevar por los odios, a la reconciliación, al amor, tenían que haber comenzado el 11 de julio a las 4 de la tarde. Si servían para evitar al menos una sola de las agresiones que se dieron entre los cubanos que se encontraron en lados opuestos de la calle, ya valía la pena».
Por su parte, Rosique Cárdenas opina que se ha criticado mucho al presidente Díaz-Canel por convocar a los revolucionarios cubanos a hacer frente a las manifestaciones e intentos de desestabilización. «Se le ha acusado de llamar a la violencia. Yo creo que esa convocatoria fue lo mejor que pudo hacerse ese día, y lo creo por dos razones. La primera es que los revolucionarios salimos a las calles, no solo a defender el proyecto revolucionario de una agresión, sino también a proteger al poder revolucionario de sí mismo. Bajo ningún concepto el desorden podía crecer hasta el infinito, hasta engullirlo todo: si los revolucionarios no hubieran salido, el Estado hubiera tenido que, con el uso exclusivo y brutal de la fuerza soberana, devolver el orden a las calles. El despliegue de fuerza y violencia que eso habría requerido sería una mancha de la que no nos recuperaríamos jamás. No estoy seguro de que pudiera haber más Revolución después de eso».
«La otra razón por la que defiendo el llamado del presidente, es porque mi experiencia personal en La Habana me indica que en aquellos lugares en que estuvo el pueblo revolucionario en masa, se dieron menos episodios de exceso de las fuerzas del orden. La policía cometió excesos de violencia, eso está claro, pero sobre todo en aquellos lugares donde se encontró sola. Hay un esencialismo que deshumaniza a las fuerzas del orden y olvida que también son personas —muchas veces culturalmente similares a aquellos a los que se enfrenta—, que sienten miedo, y que en situaciones de violencia están expuestos a altos niveles de estrés, como lo estuvimos todos ese día. Claro que explicar no es justificar, y los excesos de violencia de la policía deben ser investigados y resarcidos, como mismo serán investigados los actos de violencia, vandalismo y saqueo realizados por manifestantes», señala.
Además, apunta que «hubo ese día manifestantes pacíficos. No obstante, emergió parte de los más oscuro del odio que sienten los excluidos y los intolerantes. Vimos los dos odios: el odio y el rencor entre las personas con diferencias sociales; y el odio histérico, propio del anticomunismo, el odio que llamaba a matar comunistas, a matar al presidente, el odio que mueve a destruirlo todo, y a todos. El primer odio estoy seguro que es remediable, y deberíamos sentir vergüenza de que esa barrera se haya levantado entre nosotros. El segundo, no estoy seguro».
Ernesto Teuma considera que frente al despliegue violento y reaccionario contra el orden, el Estado asumió, primero, una respuesta policial que reestableciera ese orden. «Dudo que los policías y otras fuerzas pudieran anticipar la magnitud de lo que estaba sucediendo, y que el estupor, la sorpresa, y hasta el miedo, los haya llevado en algunos casos a lamentables excesos de violencia, mucho más allá de la necesaria para cumplir sus objetivos. Sin embargo, la respuesta policial resulta insuficiente, porque el mero restablecimiento de la tranquilidad y la calma representa apenas un aplazamiento, como una fiebre que se trata y alivia, como en una batalla no ser vencidos no implica vencer. La respuesta policial es insuficiente porque lo necesario es una respuesta política.
«Cuando Díaz-Canel, como Presidente de la República y también como Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, llamó a los revolucionarios a tomar las calles, superó el tic policial, de administración del conflicto, y esbozó un camino hacia la arena de lo político, de la movilización de esa otra parte del pueblo que, más allá del Estado y sus falencias, defiende la obra de generaciones precedentes y proyecta sus sueños de una sociedad distinta, y mejor: en el socialismo. Era entonces, no una confrontación entre el Estado y el pueblo, sino la confrontación entre dos proyectos distintos de futuro».
Lo obvio y lo obtuso de una intervención humanitaria
Un ascenso significativo en la curva de la pandemia en el último mes hacen que Cuba viva la peor etapa desde que fue reportado, en marzo de 2020, el primer caso positivo a la COVID-19 en el país. Hablamos del mayor número de contagios en medio de una etapa de reconfiguración económica. En medio de un contexto evidentemente frágil, desvirtuar las verdaderas intenciones de cualquier proceso, desde cualquier perspectiva, es en extremo sencillo.
Cuando la ayuda hacia Cuba comenzó a solicitarse a través de redes privadas y redes sociales, todo resultaba, en apariencia, humano y solidario. Lo era hasta tanto solicitudes como el establecimiento de un canal humanitario y la recogida de firmas para una intervención extranjera comenzaron a figurar desde medios de comunicación, Twitter y otras plataformas digitales.
Mauro Díaz Vázquez se pregunta «¿cuántos de los firmantes de la carta de intervención viven en Cuba? ¿Cuánto sufrirían las consecuencias de esa intervención? ¿Cuántos conocen, siquiera, qué es una intervención? En una guerra mueren todos: las bombas y los disparos no preguntan antes por tus afinidades políticas, ni piden el currículum».
«Todavía estoy procesando e intentando entender cómo es posible que cubanos, dentro y fuera de Cuba, avalen una intervención extranjera o la persistencia del Bloqueo, que desconozcan sus implicaciones», dice Carolina; y agrega que «lo llamativo de esas posturas extremistas son los rostros de sus defensores. Ha sido una desagradable sorpresa encontrarme a tantos jóvenes reproduciéndolas. Daba por hecho que en las nuevas generaciones de emigrados había una ruptura radical con la política de sus predecesoras, y creía imposible que algún cubano, en el año 2021, pudiese asumir como camino legítimo para lograr cambios una intervención extranjera. Se han quebrado muchas de las conexiones y relaciones que con tanto trabajo se habían logrado reconstruir. Es el resultado de la polarización, de los discursos de odio en todos los contextos. Es nuestra responsabilidad como cubanos volver sobre lo que nos une».
«Por otra parte —enfatiza la investigadora— creo que todo lo que ha sucedido con respecto a la activación de mecanismos de solidaridad internacional ha estado profundamente marcado por la manipulación y la desinformación. Conozco mucha gente que desde distintos países ha estado y hasta hoy está concentrada en articular y sensibilizar para recoger donaciones. Estas mismas personas se han reconocido víctimas de todas las trampas terminológicas que, de forma obvia, no son resultados del azar. No obstante, lo único que me parece urgente a estas alturas es que se continúen eliminando todas las trabas y se flexibilicen los mecanismos y las burocracias para que la solidaridad se haga efectiva, tanto la de los cubanos que están dentro y fuera del país, como las que provengan de otros contextos. Ahora lo más importante es que no se destruyan todas esas redes que, 15 días antes, se habían armado para salvar vidas».
«Hay mucho desconocimiento sobre lo que significan estos términos de “canal humanitario”, “corredor humanitario”». Ernesto Teuma Taureaux considera que quizás a la gente le resulta como un alivio la ayuda internacional en una coyuntura difícil.
«El establecimiento de un corredor humanitario significa la cesión sin garantías de la soberanía sobre una porción del territorio de un Estado y la libre circulación de múltiples agentes en esa área con el motivo supuesto de proveer ayuda humanitaria. En realidad, se trataría de una intervención militar disfrazada apenas, donde caerían más bombas que medicinas. La doctrina de la intervención humanitaria ha sido la cobertura para maniobras imperiales de todo tipo».
Por contraste —precisa—, «la recogida de firmas, a pesar de ser más terrible porque significa el ejercicio activo y explícito de cubanos o descendientes de cubanos que con tal de alcanzar sus fines políticos son capaces de pedir la muerte probable de familiares y amigos en la Isla, me parece más sincera. Nos deja ver el odio que se ha incubado y viralizado en una parte de la emigración, que resulta chocante al compararla con la emigración patriótica que, desde cualquier lugar del mundo, ha enviado ayuda para Cuba en este momento tan complejo, más allá de sus diferencias políticas».
Transformar la sociedad cubana
Denis Matienzo Alonso precisa que los problemas en Cuba deben ser resueltos por cubanos que vivan en la Isla o en el exterior, de cualquier ideología, credo y raza. Cuba debe construirse como un país modelo en cuanto a los derechos humanos.
«Para que ocurra un cambio verdadero en Cuba, debe haber un cambio del sistema. Ya no es válido que el gobierno cubano siga con el argumento de la salud y la educación pública. Es necesaria la inclusión de todas las voces en la construcción de una nueva Cuba. El cubano posee una gran capacidad de invención y adaptación. El intelecto y la creatividad de los cubanos es bien conocida en el mundo y una parte significativa de los cubanos fuera de la Isla lo han demostrado. Entonces, ¿por qué no hacerlo en nuestro país? Solo encuentro una respuesta: los frenos de los gobernantes cubanos sujetos a una ideología de otro siglo, lo cual estimula la emigración, la fuga de talento, puesto que en nuestro país no encontramos desarrollo y libertad para crecer».
En cuanto a las transformaciones en Cuba, Carolina García Salas precisa que el país no será el mismo luego del 11 de Julio. Resalta que es primordial salir de la crisis con cambios estructurales. «Ahora la prioridad tiene que ser evitar más muertes y más contagios. En función de eso tienen que pensarse todos los consensos y enfocarse los esfuerzos. En la solidaridad y en el humanismo también pueden encontrarse muchas curas. Reconozco que la situación es demasiado compleja, crítica, y que no hay tiempo, porque hay gente que se le va la vida».
Por otro lado, Mauro Díaz Vázquez comenta que en lo relativo a lo sanitario, el gobierno debe aceptar las donaciones de personas individuales; según lo anunciado por el Primer Ministro, pasará. «Más allá del colapso sanitario y la escasez de medicamentos confío bastante en la gestión gubernamental en estos temas. Que un país empobrecido de 11 millones de habitantes haya estado durante un año siendo uno de los punteros mundiales de menor tasa de incidencia demuestra una buena gestión sanitaria. Mientras en países desarrollados se habla de cuartas y quintas olas de contagio, en Cuba hemos tenido una sola ola grave: esta.
«Solo resta esperar que exista un plan de vacunación efectivo y se inmunice a la población lo antes posible. Además, las medidas contra la COVID-19 se deberían intensificar, tanto a los ciudadanos cubanos como a los visitantes extranjeros. No creo que sea casualidad que las provincias más afectadas sean las que tienen polos turísticos abiertos», sugiere.
Para Teuma Taureaux, «necesitamos, dentro de nuestras posibilidades y a partir de los aprendizajes de estos 63 años, lidiar con el Bloqueo. Lidiar con el Bloqueo no significa cejar en el empeño internacional a que se le ponga fin, sino en diseñar soluciones donde lo decisivo seamos nosotros mismos, lo que implicaría llevar a cabo una revisión de las inversiones, las políticas económicas y el ritmo de los cambios en curso».
Iramís Rosique Cárdenas habla acerca de la reconstitución del consenso como tarea fundamental. «El diálogo que se quede en nada, solo va a afectar la credibilidad de nuestras instituciones y del proyecto en general. Creo que hay que elaborar mecanismos que permitan a la gente participar del control directo de la gestión en el Poder Popular», apunta.
Carolina García Salas indica que las protestas hablan de una ciudadanía cansada de resistir y de no poder gritar, asfixiada por el Bloqueo y por los continuos desaciertos de las políticas internas. «Yo no seré la misma después del 11 de julio. Cuba tampoco. Es imprescindible erradicar para siempre del lenguaje político los discursos de odio. Hablo de los explícitos, pero también de los velados, de los convenientemente solapados. Creo que es necesario reconocer los errores para poder recomenzar. Las demandas de los manifestantes no se pueden quedar en el agrio recuerdo. Por lo tanto, todo lo que ha sido posible cambiar desde dentro y se ha postergado tiene que retomarse con urgencia, empezando por las reformas económicas y el cronograma legislativo».
«Las políticas públicas tienen que actualizarse para focalizar en los grupos sociales en situación de vulnerabilidad. Descentralización y flexibilidad. Diálogo y participación de todos y cada uno de los cubanos, sin discriminación ideológica, sin segregación. Reconocimiento de la pluralidad política del país, de los derechos de todas las personas. Transformación democrática. En 2016 entrevisté junto a un amigo a Juan Valdés Paz, un intelectual cubano que admiro y respeto mucho. En aquel entonces nos dijo: “El socialismo no puede posponer la democracia que ha prometido”. Creo que ya lo ha postergado demasiado».
Fuente: https://medium.com/revista-alma-mater/11j-7b492dbc4ec0