El “encuentro de dos mundos” fue el eufemismo con el que se pretendió aligerar el peso histórico del inicio de la invasión a nuestro continente en el que los actuales estados-nación proyectaron recordar el centenario de dicho acontecimiento en detrimento de los actuales pueblos y culturas indígenas que subsisten (no sin cambios), y sobreviven hasta nuestros días.
Las celebraciones de finales del siglo pasado tenían la pretensión de justificar la interminable colonización con rostro neoliberal y desarrollista. Sin embargo, sabemos que las interpretaciones de los hechos históricos varían dependiendo: actores sociales, intereses políticos del poder en turno y siempre en función del presente que se pretenda justificar o transformar.
El año pasado la fecha emblemática marcó el inicio de las movilizaciones indígenas en Ecuador que hicieron huir de la capital al presidente Lenin Moreno, quien pese a su discurso de izquierda ha implementado las peores políticas neoliberales del FMI y el Banco Mundial en su país. Por esas mismas fechas se intensificaron las movilizaciones en Chile en las que las reivindicaciones de los mapuches y su bandera se convirtieron en uno de los símbolos más visibles de la lucha hasta que en noviembre hicieron caer la estatua del conquistador Pedro de Valdivia y, de no ser por el confinamiento obligado por la pandemia es posible que hubieran logrado algo similar frente a su presidente derechista Sebastián Piñera.
Para 2020 el virus había logrado lo que ningún gobierno pudo, detener de golpe todos los movimientos sociales del planeta que iban en ascenso, de Hong Kong a Santiago. Sin embargo, para el mes de mayo en el asesinato de George Floyd por un policía blanco (que recientemente acaba de ser liberado), en el país con más contagios y muertes por Coronavirus; el movimiento Black Lives Matter, nacido en 2013, resurge y trasciende las fronteras cuando dirige la lucha contra el racismo petrificado en monumentos y estatuas públicas de esclavistas, líderes confederados o conquistadores hasta alcanzar a la figura mítica que la historia oficial escrita por los “vencedores” glorifica como el descubridor de América: Cristóbal Colón.
En Bostón su estatua fue decapitada, en Richmond, Virginia y Baltimore, su escultura y la del confederado Jefferson Davis fueron derribadas. Las protestas cruzaron el Atlántico y en el Reino Unido de la Gran Bretaña el derribamiento de la estatua de Edward Colston en la ciudad de Bristol (un infame y prolífico comerciante de esclavos), arrastrada por las calles de esa ciudad para finalmente ser arrojada al mar. Algo similar ocurriría con las efigies del rey Leopoldo II de Bélgica, Robert Miligan o Cecil Rhodes en Inglaterra.
La polémica en América Latina alcanzó al actual presidente de Colombia, Álvaro Duque cuando se dio a conocer que había egresado de la Universidad Sergio Arboleda, quien en vida fue un esclavista y político conservador de ese país. Sin embargo fue hasta el 18 de septiembre que el Movimiento de Autoridades Indígenas del Suroccidente Colombiano (AISO), conformado por comunidades Misak, Nasa y Pijao, hicieron caer la estatua de Sebastián de Belalcázar ubicada en la ciudad de Popayán como forma de “reivindicar la memoria de sus ancestros asesinados y esclavizados”.
El movimiento indígena estadounidense se sumó a las acciones en la ciudad de Saint Paul en Minnesota, cuando a su vez, derribó otra estatua del ahora cuestionado descubridor de este continente. En Portsmouth los manifestantes demolieron el monumento a los soldados confederados. Las protestas han alcanzado a personajes como George Washington, Thomas Jefferson, Winston Churchill o la reina Victoria.
En México el antecedente inmediato más reciente lo tenemos cuando durante la conmemoración de los 500 años de la resistencia indígena, negra y popular; una columna de integrantes de lo que años más tarde se daría a conocer como el EZLN, en la ciudad de San Cristóbal de las Casas Chiapas, derribó la estatua del conquistador Diego de Mazariegos.
Ahora mientras el presidente de la autonombrada 4T prepara para el próximo año los festejos por el Centenario de la Independencia de México de España, solicitando al actual gobierno de ese país y al Vaticano disculpas por la conquista (al tiempo que se muestra servil y dócil con Donald Trump, su muro y sus políticas racistas); el neozapatismo ha anunciado por su parte que en el 2021 una delegación saldrá de su territorio para recorrer el mundo y que el 13 de agosto de 2021 fecha en que se conmemora los 500 años de la caída de Tenochtitlan, llegarán a Madrid a decirle al pueblo de España dos cosas sencillas: “Uno: Que no nos conquistaron. Que seguimos en resistencia y rebeldía. Dos: Que no tienen por qué pedir que les perdonemos nada. Ya basta de jugar con el pasado lejano para justificar, con demagogia e hipocresía, los crímenes actuales y en curso… los genocidios escondidos detrás de megaproyectos, concebidos y realizados para contento del poderoso -el mismo que flagela todos los rincones del planeta.”
Ante la convocatoria de grupos y colectivos para derribar el monumento de Cristóbal Colón que se ubica en el paseo de la Reforma de la Ciudad de México, el gobierno de la capital encabezado por Claudia Sheinbaum decidió retirarlo para protegerlo; decisión similar pero con un sentido distinto hizo Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, quien solicitó en su momento retirar 11 estatuas de confederados del Capitolio. La disputa por las memorias y la historia está en curso.