La sombra del viejo punga llamado Augusto Pinochet, Ramón Ugarte, Daniel López o como quiera autonombrarse, persigue como una maldición que, si bien es verdad me alegra porque el viejo rufián lo está pasando mal, también lo es que me molesta como chileno, porque en Varsovia o Cracovia, Lisboa o Pisa, Povoa do Varzim o […]
La sombra del viejo punga llamado Augusto Pinochet, Ramón Ugarte, Daniel López o como quiera autonombrarse, persigue como una maldición que, si bien es verdad me alegra porque el viejo rufián lo está pasando mal, también lo es que me molesta como chileno, porque en Varsovia o Cracovia, Lisboa o Pisa, Povoa do Varzim o mi querida Pietra Santa, las preguntas sobre Chile siempre terminan citando al viejo cogotero.
Para más INRI, en la prensa internacional de la semana pasada se citó el drama de un sobrino del viejo malversador, que vende un riñón para sacar a su familia de la indigencia. Por fortuna para él ofrece un riñón y no el cerebro, órgano bastante atrofiado en esa recua.
Los polacos, italianos y portugueses insisten en que les explique y cuente qué se sabe de los bienes del viejo carcamán, y debo emplear toda mi capacidad pedagógica para detallar los misterios que el Banco Riggs va soltando a gotas.
Empiezo explicando que en la localidad de Pomaire, los artesanos de la greda, además de vasijas hacen una alcancías, o huchas, con forma de coquetos cerditos y que en Chile, con el amoroso trato que damos a todo a fuerza de diminutivos, llamamos «chanchitos».
Pues bien, sucede que estos chanchitos de Pomaire dan unos intereses altísimos, pero no a todos. Si un civil mete una moneda por la ranurita, ahí se queda, tiesa e improductiva, pero si en cambio lo hace un milico, esa moneda se multiplica, el chanchito eructa intereses, sonoros pedos multiplicadores, y luego se clona a sí mismo, hasta llegar a los 128 chanchitos que hasta ahora reconocido el Banco Riggs.
Este portento permite llegar a dos conclusiones: la primera es que Daniel López, Ramón Ugarte o como se llame el viejo punga, es un extraordinario pastor de chanchitos que, al compás de «yo tenía un camarada»-su himno preferido- conduce como el Flautista de Hamelin a las ratas, hasta las bóvedas secretas de bancos como el Riggs, especializados en dineros mal habidos, robados, expoliados, de procedencia siempre dudosa. La otra, más que una conclusión es una pregunta; ¿por qué los chanchitos prodigiosos de Pomaire no son la principal exportación chilena?
La existencia de los 128 chanchitos generó un cataclismo en la derecha chilena, en manadas «se desmarcan» del viejo ladrón y, de la misma manera como nunca supieron de violaciones a los derechos humanos, torturas y desaparición de compatriotas, tampoco sabían, ni siquiera intuían, que el fabuloso patrimonio personal del viejo sátrapa tenía orígenes inexplicables, las cuentas sencillamente no cuadraban, ni cuadran, aunque en los 128 chanchitos se encuentren entre ocho y once millones de dólares.
El robo, el fraude, la malversación, el pillaje, el saqueo al erario público, el delito ya es tan obvio, que no resta sino el proceder de la justicia y en dos direcciones: la primera y urgente es salvar el prestigio de los inocentes chanchitos de Pomaire. La segunda es de lesa decencia y consiste en embargar todos los bienes del clan Pinochet.
El viejo pillo se encuentra en libertad bajo fianza, ignoramos si el dinero con que pagó esa fianza era también fruto del robo, pero sigue leyendo cuatro periódicos al día y dirigiendo desde su «demencia vascular» sus operaciones bancarias y chanchullos que aún no conocemos.
Es justo desear que la puerta de Los Boldos se adorne con esa bellas cintas de plástico con que los encargados de velar por los bienes del país precintan las propiedades de origen dudoso. Es justa y deseable una investigación rápida que restituya al estado chileno los bienes mal habidos, y ahora.
Nadie pensó que el fin del viejo ratero sería el mismo de Al Capone, encarcelado por fraude fiscal y, como tan bien dice Mario Benedetti: «un torturador no se redime con la muerte, pero algo es algo».
Me preocupa que la defensa del viejo pelafustán intente vincular la «demencia vascular moderada» al caso de las vacas locas, culpando de todo a 128 chanchitos locos de Pomaire. Pero la justicia chilena empezó por fin a caminar, y hombres como el Juez Guzmán nos devuelven ese viejo orgullo de ser chilenos.