Si el símbolo de otras revoluciones fueron «las barricadas», el de ésta que estamos protagonizando está siendo la toma pacífica y ordenada de las plazas públicas y sus calles adyacentes. Es más, se dice, en esa desbordada creatividad social que rezuma por todas partes, que inmediatamente después de esa «toma» se está produciendo su recreación: […]
Si el símbolo de otras revoluciones fueron «las barricadas», el de ésta que estamos protagonizando está siendo la toma pacífica y ordenada de las plazas públicas y sus calles adyacentes.
Es más, se dice, en esa desbordada creatividad social que rezuma por todas partes, que inmediatamente después de esa «toma» se está produciendo su recreación: de pronto las plaza públicas dejan de ser esas los lugares de asiento y pago y de exhibición del poder (de los que se estaban desalojando a niños y ancianos, a parados y jubilados, a paseantes y vagabundos), para retomar su uso público, colectivo e indiscriminado para lo que estaban destinadas.
La plaza en los pueblos y ciudades representa el espacio del común por excelencia: el lugar de lo político y por tanto de la democracia, del gobierno del pueblo, de todos, como el término no puede dejar de significar. Tener que añadir «real» no es sino un secuestro de un término más (como libertad, o sostenibilidad, por ejemplo) por parte de los poderes políticos y económicos que rechazamos y que nos vemos obligados a matizar. Democracia sin más. Ese nombre implica ya lo de participativa, directa y auténtica. Lo otro es oligocracia, plutocracia, partitocracia o mercadocracia, en el que «demo» está ausente.
Si el capitalismo ha sido posible (y lo sigue siendo) por la desposesión de los bienes comunes, la democracia será posible por el rescate y autogestión de los mismos. El primer bien común es el espacio público de reflexión y encuentro: la calle y la plaza. Por eso esta revolución de primavera viene acompañada de aire fresco, de aire libre. Se ventila en la intemperie. La calle ha dejado de ser de Fraga (¿recuerdan a Fraga Iribarne cuando decía «la calle es mía», investido de Ministro de Interior?) y es del pueblo. Se oyó decir en una de estas plazas unos de estos días: «la Junta Electoral Central ha decidido que no podemos acampar en las plazas el día de reflexión, el pueblo ha decidido que la Junta Electoral Central no nos representa». Acto de soberanía por excelencia, de poder constituyente que se proclama solemnemente en los lugares públicos.
Se ha dicho también que no es que no queramos representación (alguna habrá de haber), pero que nos represente. No hay que añadir más, o sea que se trata de ese «mandar obedeciendo» como proclaman los zapatistas. Y queremos mucha democracia directa, desde la empresa al ayuntamiento, desde las asociaciones al Parlamento; en todo grupo humano que tenga que solventar asuntos en común, que son casi todos. Como se empieza a perfilar en las propuestas que surgen de las plazas públicas de todo el país desde el 15 M
Si esto es así, mantener las plazas y las calles para la gente -no para los coches, ni los negocios, ni los desfiles militares- será la señal inequívoca de que la revolución recién estrenada marcha por buen camino.
Saludos fraternales.
En la plaza nos vemos
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