Autor: George Orwell. / Dirección: Tim Robbins. / Adaptación: Michael Gene Sullivan. / Traducción: García Meseguer. / Escenografía: Richard Hoover y Sibyl Wickersheimer. / Iluminación: Bosco Flanagan. / Intérpretes: Cameron Dye, Keythe Farley, Nathan Kornelis, Kaili Hollister, V.J. Foster, Steven M. Porter. The Actor’s Gang. / Escenario: Teatro María Guerrero (Madrid). Si esta obra va […]
Autor: George Orwell. / Dirección: Tim Robbins. / Adaptación: Michael Gene Sullivan. / Traducción: García Meseguer. / Escenografía: Richard Hoover y Sibyl Wickersheimer. / Iluminación: Bosco Flanagan. / Intérpretes: Cameron Dye, Keythe Farley, Nathan Kornelis, Kaili Hollister, V.J. Foster, Steven M. Porter. The Actor’s Gang. / Escenario: Teatro María Guerrero (Madrid).
Si esta obra va más allá de la pesadilla de Stalin y del estalinismo feroz, tumba al fin y al cabo de una idea igualitarista y emancipatoria de la humanidad doliente, quiere ello decir que 1984 no fue una obra profética: el comunismo en esa fecha tan precisa del año 1984.
El texto de George Orwell es profético en otro sentido, que a muchos les cuesta reconocer: que ese estado policiaco, esa manipulación de las conciencias está dentro, en la propia naturaleza, de las actuales democracias fuertes de Europa: el Estado omnipresente y omnipotente, el fanatismo de la idea, la pesadilla de la Gran Patria, el individuo servil y aniquilado. Ésa fue la gran profecía de Orwell a la vez que reflejaba una realidad sufrida por él. El combatiente, el escritor de Rebelión en la granja o de Homenaje a Cataluña (experiencia en el frente de Aragón como militante del POUM), este periodista ya conocía la deriva totalitaria, el estado policial en que se ahogaba en sangre la Revolución. Orwell luchó en la guerra de España al lado del POUM, la bestia negra del partido comunista, y conocía los métodos de la policía soviética staliniana. Sabe de qué va la cosa; en 1984 su retrato es Stalin, el Gran Hermano, el padrecito; mas, para los enemigos de la Revolución, tanto da Lenin, Trostky o el dictador y paranoico georgiano. Para ellos, la Revolución, cualquiera que fuera su líder, lleva dentro los genes de la barbarie y de la pesadilla. Barbarie y pesadilla es lo que cuenta Orwell en 1984, una barbarie real, dentro de los angustiosos límites de un interrogatorio sin esperanza; al final, el reo acabará confesando lo que la policía quiere que confiese. Y no bastará con la confesión y la delación. Se exige el amor, el convencimiento interior, pues para eso existe una policía del pensamiento, del crimen del pensamiento.
El espacio escénico de esta versión teatral, cerrado, agobiante, abierto sólo a las ventanas de vigilancia del Gran Hermano, es también un espacio sin esperanza: carcelario, insonorizado acaso. Quien no esté versado en el mundo orwelliano se enterará a partir de este turbador montaje de Tim Robbins. Y, si no se entera, se dará cuenta de lo que es un teatro frío y duro, inapelable y basado en unos soberbios fundamentos interpretativos. Espléndidos actores, conmovedores, versátiles y proteicos; capaces de desdoblamientos inverosímiles y turbadores: todo verdad y todo credibilidad. El diario de Winston Smith pasa a través de sus cuerpos como una película de terror.
Y una dirección sin retóricas, atenta a un texto constreñido pero esencial. Gracias a esa conjunción, la esencialidad de Orwell llega nítida e hiriente.
Amenazas del pasado desde un presente atroz, pues «quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro». Ésa es la médula del pensamiento de Orwell: la gran voz que todo lo dicta, el gran ojo que todo lo ve, neolenguaje, doblepensar; en suma, la reescritura sombría de la historia. Ni imaginación ni esperanza. Y lo peor: «Cuando haya una revolución, todos nosotros seremos ya ceniza».