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20 años no es nada. Y es mucho

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Las recientes elecciones parlamentarias colombianas están estrechamente conectadas con las presidenciales de 1990. Las de hoy son resultado de las de ayer. De unas elecciones donde tres candidatos presidenciales fueron asesinados. Los magnicidios de Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro-León Gómez fueron la etapa final de la guerra sucia y el terrorismo de […]

Las recientes elecciones parlamentarias colombianas están estrechamente conectadas con las presidenciales de 1990. Las de hoy son resultado de las de ayer. De unas elecciones donde tres candidatos presidenciales fueron asesinados. Los magnicidios de Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro-León Gómez fueron la etapa final de la guerra sucia y el terrorismo de Estado de los años ochenta y el inicio de una nueva década donde se pasó del pistoletazo del sicario a la motosierra de los descuartizadores. A las Convivir, al gobierno de Álvaro Uribe, los informantes, la parapolítica, la farsa de la ley de justicia y paz. A las masacres y las fosas comunes. Y a los falsos positivos. Los que asesinaron a los candidatos presidenciales fueron recibidos con honores en un Parlamento controlado. Ya antes alguna presentadora de televisión los había mostrado como héroes en larguísimas entrevistas.

Pareciera que veinte años después todo está consumado. Que no hay nada que hacer. Que ellos lo tienen todo controlado. Copado.

Con el asesinato de Bernardo Jaramillo el 22 de marzo de 1990, hace veinte años, no solo se sentenció la muerte definitiva de la Unión Patriótica. Fue un golpe al alma de la social bacaneria, esos irreverentes cuadros políticos que estaban descollando en aquellos años. Combinaban el tropel, las asambleas y las marchas con noches de tangos, vallenatos y salsa. Sus mejores exponentes, Bernardo, Pepe Antequera y Leonardo Posada fueron sacrificados. Y el viejo Goce pagano, el mejor bailadero de salsa capitalino, se fue extinguiendo a pesar de las baldosas nuevas que ya nadie castigaba. Ahora sus calles aledañas son patrulladas por extraños vigilantes uniformados de negro.

Veinte años después, desde la cárcel se organizan partidos, elecciones, negocios y negociados. Se controla burocracia oficial, y Angelino, quien un día representó a los trabajadores, es ahora formula vicepresidencial de Juan Manuel Santos: neoliberal, desleal, oligarca, falsopòsitivero y guerrerista a morir. Morir de otros, porque estos perfumados halcones de cejas cuidadosamente delineadas se jactan de la guerra que otros hacen y a la que ellos no van ni mandan a ningún familiar. Que para eso está la chusma. Efebos deseados en su olor a muerte y sacrificio.

Pero no todo está perdido. Las mayorías arrasadoras con las que han garantizado el control del nuevo congreso no llegan ni siquiera al 10% del censo electoral. Las reales mayorías están en la abstención, en la apatía y la incredulidad. Quizás esperando una propuesta audaz, fresca y coherente. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.