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20 de Julio: por la Segunda y definitiva Independencia, en Colombia y América Latina

Fuentes: Rebelión

En este texto, deseo narrarle al lector una reseña de acontecimientos que hasta ahora, en el contexto de esta conmemoración y en el caso específico de mi país, se han intentado desconocer, omitir u ocultar. De antemano, debo aclarar que no voy a posar de historiador. Pero como dirigente social y político, defensor de derechos […]

En este texto, deseo narrarle al lector una reseña de acontecimientos que hasta ahora, en el contexto de esta conmemoración y en el caso específico de mi país, se han intentado desconocer, omitir u ocultar.

De antemano, debo aclarar que no voy a posar de historiador. Pero como dirigente social y político, defensor de derechos humanos, no puedo hacer pasar desapercibidos a algunos referentes históricos, desde el contexto de la política o la historia, que a su vez denunciaron la violación sistemática de las distintas prerrogativas durante más de quinientos años.

Antes de la llegada de los europeos, debemos de recordar lo que fue la América de nuestros pueblos aborígenes -mayas, aztecas e incas, por citar sólo a las civilizaciones de mayor desarrollo- quienes padecieron a nombre de un rey desconocido, de una cruz ajena a sus usos y costumbres religiosas, el sometimiento y la barbarie, con la cual se condujo una empresa expedicionaria asesina, llena de intrigas, odios, ambiciones de poder y por sobre todo, de los voraces intereses económicos de una España recién unificada.

Se dijo que posteriormente al descubrimiento, por parte del navegante y cartógrafo italiano de origen judío, Cristóbal Colón, el 12 de octubre de 1492, la exploración del continente fue completada, entre otros, por Américo Vespucio, en cuyo homenaje se bautizó con el nombre de «América» a las nuevas tierras. Sin embargo, se pretendió negar el exterminio aproximado de noventa millones de indígenas y el vil saqueo de más de ciento cincuenta toneladas de oro y plata, desde las Antillas, pasando por el Perú, hasta el río de la Plata. Avalan estas conjeturas, los testimonios de los mismos cronistas de Indias. Hago mención de ello, para que no se tilde este humilde escrito como de simple especulación.

Para hacer justicia sobre la inquina y el despojo cometido, uno de los máximos exponentes y pensadores latinoamericanos, el cubano José Martí, cambió «por su cuenta» el nombre de «América» por el de «Amerindia», más acorde a los legítimos dueños de los territorios ancestrales arrebatados.

Dieron forma al genocidio, a la carnicería humana, conquistadores como Hernán Cortez, Francisco Pizarro, Pedro de Mendoza, Juan de Garay, Diego de Almagro, Sebastián de Benalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada y demás personajes, «glorificados» hasta el cansancio por nuestros predecesores. Lo lamentable es que aún, todavía, parecieran algunos sentir nostalgias de cadenas y grilletes…

Entre los métodos empleados para saciar el apetito voraz de la Corona Española, destacamos la sustitución por la violencia del sistema de vida aborigen, acondicionado a la pérfida convicción europea, a fin de obtener el mayor usufructo posible del Nuevo Continente. Para lograrlo, no se ahorraron las formas más horrendas de subyugación, como la cacería criminal de aquellos indígenas que se resistían al dominio, utilizando perros salvajes, arcabuces y el caballo como un arma novedosa y de absoluta inexistencia en América.

Por un momento, las profecías del dios maya Quetzlcoatl, parecieron hacerse realidad, ya que las mismas signaban el fin del mundo de los primitivos pobladores, con motivo del arribo de «semidioses», vestidos con ropas sumamente diferentes a la usanza local, desplegando estruendos a su paso -ruido de armas de fuego, cascos de caballos y ornamento metálico- y que además, avanzaban sobre el lomo de «monstruos fabulosos desconocidos».

Rápidamente, el mito se desdibujo con las violaciones y el requerimiento de servicios sexuales a las indígenas, forzadas en infinidad de ocasiones; la «compra» de inmuebles o extensas parcelas, a cambio de «espejitos de colores», como ocurrió en la legendaria «adquisición» de la isla de Manhattan, sin contar formas de sometimiento como la mita, la servidumbre y el terraje, herramientas para explotar a los indios, so pretexto de llevarles el Evangelio, por resumir los casos de expoliación más comunes. Como si ello fuera poco, debieron tolerar los excesos del Tribunal del Santo Oficio, llamado vulgarmente Inquisición, entidad eclesiástica que con la excusa de la defensa y conservación de la fe, se encargaba de sojuzgar la conciencia de los nativos, a quienes tildándolos de herejes, los hacían torturar y mataban, por resistirse a aceptar la falsa concepción de un «dios tiránico», ajeno a sus creencias ancestrales y al que identificaban con sus opresores.

Al advertir los conquistadores que los indios no le «rendían» en la medida de lo esperado, promovieron la «inmigración forzada» de esclavos negros, provenientes en su mayoría de Costa de Marfil, el sur o la costa ecuatorial del África. Eran tomados prisioneros y embarcados en buques, denominados con desprecio «negreros», donde se los trasladaba en una disposición y condiciones infrahumanas, encadenados, mal alimentados, hediondos, carentes de las más mínimas condiciones higiénicas. Emprendían así una larga travesía a lo ancho del océano Atlántico, muriendo a veces hasta la tercera parte por el abominable trato. Cuando esto tenía lugar, sus cadáveres eran arrojados a las aguas para el «festín» de los tiburones…

Se inició de esta manera, un largo proceso de depredación, signado por las primeras olas de rebeliones indígenas, en cabeza de la cacica Gaitana, a partir de 1538, casi en conjunto con la de los esclavos africanos, los cuales conformaron célebres palenques como el primero, ubicado en los alrededores de Cartagena de Indias y liderado por el liberto Benkos Biojó, hacia el año de 1616.

Pero siglos más tarde, ya en pleno proceso de nuestra Primera Independencia, debemos destacar los inicios de la gesta patriótica, iniciada por grandes hombres como José Antonio Galán, con la Revolución de los Comuneros; Manuela Beltrán, que instituyó el grito frente a los exigentes e injustos tributos
impuestos, en 1781. Ellos y muchos otros, fueron los pioneros en intentar establecer un gobierno criollo en la región.

Para agitar más las aguas de revolución, Antonio Nariño, conocido como «El Prócer de la Independencia», tradujo la Carta de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, originados tras la Revolución Francesa de 1789. Este nuevo aliciente, se sumo a la generación de patriotas, quienes en vistas de los sucesos acontecidos, fueron lanzándose uno a uno en favor de la gesta emancipadora.

Llegamos al 20 de julio de 1810. A pesar del inicio de la denominada «Patria Boba» (1810-1816), sumida en la contradicción entre federalistas y centralistas, la llama de este grito recién se cristaliza con José María Carbonell, Francisco José de Caldas, Jorge Tadeo Lozano y Camilo Torres. Los nombrados, conforman el primer Cabildo Popular, para desterrar al virrey Amaris de Borbón. Todos, excepto Carbonell, abogaban por el mantenimiento de una estructura colonial y de sus autoridades. Los inequívocos signos de preferencia por un gobierno local, encabezado por criollos, adquieren un peso mayúsculo.

Sin embargo, tanto en las convicciones como a través del accionar, ninguno brilló como el gran Simón Bolívar, el «Libertador». Estadista, político, general de generales, su figura logra concretar los anhelos de libertad en sendas campañas, que concluyeron con las batallas de Ayacucho, Pantano de Vargas y de Boyacá, punto de inflexión definitivo para garantizar la libertad de medio continente. Luego, la Gran Colombia, las contradicciones con Santander, la historia consabida y ese final tan triste, que arrastra a un Bolívar preocupado hacia la eternidad, al ver truncado su sueño de una América Unida y que sus hijos, tienen el deber de consolidar algún día. Las palabras finales del Libertador, en la quinta de San Pedro Alejandrino, son una clara alusión a los acontecimientos anteriormente relatados: «Si con mi muerte contribuyo a la disolución de los partidos, yo bajaré tranquilo al sepulcro».

No quisiera dejar pasar por alto tampoco, los nuevos procesos para apuntalar nuestra Segunda Independencia, como son el Cabildo Patriótico Nacional y el Congreso de los Pueblos, plasmados en las proclamas con la participación decidida de un sinnúmero de organizaciones sociales, populares, clamando por la paz con equidad, democracia, justicia social y la autodeterminación de los pueblos.

Destaco también la colaboración de los medios alternativos, las organizaciones sociales al cual hago parte directa o indirectame, les agradezco desde lo más profundo de mi ser, por ayudarme a seguir construyendo el verdadero proyecto de país, negado con desdén durante doscientos años de mentira, infamia y asesinatos impunes, contra aquellos y aquellas que todavía, nos resistimos a ser fieles a un estado fallido. y entregando a espurios intereses ajenos a la verdad y al pueblo. Por esto, quisiera que ante todo este escrito, vaya en conmemoración de las defensoras y defensores de derechos humanos, porque han puesto una cuota HISTORICAmuy alta en Colombia, en América Latina, para hace valer el único derecho innegociable e intransferible, como lo es el derecho a la vida.

Por la Segunda y Definitiva Independencia», a manera de rendir homenaje a aquellos hombres y mujeres que ofrendaron sus vidas, a cambio de la libertad, los recordamos a través de la historia que perdurará hasta nuestros días, porque nuestros campos de batalla no se abonaron de sangre para hacer más rico al más rico, sino para redimir al pueblo.

http://jhonjsalinas.blogspot.com/

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