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2014: los dilemas de la izquierda colombiana ante la profundización de la guerra sucia

Fuentes: Rebelión

Todo indica que el 2014 será un año negro para los movimientos populares desde el punto de vista de la represión. Empezamos con asesinatos, desapariciones, arrestos masivos y selectivos, amenazas paramilitares a los miembros de organizaciones políticas de oposición como Marcha Patriótica, la Unión Patriótica y el Polo Democrático Alternativo, así como a organizaciones sociales […]

Todo indica que el 2014 será un año negro para los movimientos populares desde el punto de vista de la represión. Empezamos con asesinatos, desapariciones, arrestos masivos y selectivos, amenazas paramilitares a los miembros de organizaciones políticas de oposición como Marcha Patriótica, la Unión Patriótica y el Polo Democrático Alternativo, así como a organizaciones sociales campesinas, comunitarias, de mujeres, indígenas, etc. Desde Nariño hasta el Atlántico, pasando por Caquetá, Tolima, Chocó y mil rincones, todo el territorio colombiano se empaña de sangre y terror. Esto, de la mano del aumento de la militarización de los territorios y de incesantes bombardeos contra-insurgentes.

Tres hechos fundamentales convergen en el 2014 para que la maquinaria de muerte y terror del Estado esté bien aceitada y trabajando a todo vapor. Primero, que este es un año electoral. Segundo, que es un año clave para el proceso de paz. Tercero, que será un año de renovadas protestas sociales ante el incumplimiento de los acuerdos con los movimientos sociales por parte del gobierno tras los formidables paros del 2013. La crisis económica y política se agudiza, el pueblo no aguanta más, y el gobierno lo único que sabe hacer es mentir, prometer y reprimir. La represión será mediante los cuerpos represivos oficiales del Estado, pero también por las fuerzas de ese «Estado profundo» que golpea desde la obscuridad.

Es importante que la izquierda, que el movimiento popular, que el movimiento de solidaridad internacional prevean estos escenarios de terror y muerte. Es necesario sacar conclusiones y ver qué sigue para delante. ¿Cómo oponerse a esta maquinaria de muerte, más allá de las rutinarias demandas -al mismísimo Estado que orquesta la represión oficial y paraoficial- de garantías para la oposición y el ejercicio de los derechos políticos para todos los ciudadanos? ¿Cómo rodear los diálogos de paz sin caer en dar un cheque en blanco desde el pueblo a un gobierno cuyas manos están untadas de sangre? ¿Cómo lograr la unidad de los sectores populares sin reproducir todos los vicios de la vieja política, el clientelismo, el verticalismo, las roscas, que son transversales a todos los partidos tradicionales y, lamentablemente, infectan también a un sector de la izquierda institucionalizada? Preguntas nada fáciles pero urgentes en la actual coyuntura.

Colombia se merece más. Colombia se merece un movimiento político, social, de masas, audaz, creativo, con principios innegociables, con mecanismos democráticos, transparentes y participativos. Un movimiento que pueda propiciar la unidad, desde las bases, desde los que luchan, en lugar de hacer toda clase de malabarismos por la unidad en las alturas como ha hecho desde siempre la política tradicional. Mucho se ha avanzado en este proceso y cada día los vientos de la unidad soplan más fuerte, venciendo sectarismos y haciendo converger voluntades. Ahí están las constituyentes por la paz, las cumbres agrarias y populares y muchas otras iniciativas que existen gracias al brillante esfuerzo y los innumerables sacrificios de infinidad de compañeros y compañeras. Pero falta mucho por hacer y los procesos son todavía demasiado precarios. Sería una noticia lamentable que Marcha Patriótica tuviera que disolverse por la inclemente persecución a que ha sido sometida por el establecimiento: los muertos y desaparecidos ya superan los 30, para no hablar de los más de 200 miembros con procesos judiciales y otros tantos con amenazas paramilitares sobre sus cabezas. ¿Es disolverse la única opción? El movimiento aún no lo ha decidido, pero hay que tener claridad que en las regiones, ésta es una herramienta fundamental para articular y coordinar la protesta popular como lo demostró el paro agrario y popular de Agosto del 2013. No debemos ceder un milímetro el terreno que hemos ganado en la lucha social ¿No podemos pensar en formas alternativas, como intentar movilizar una amplia marea de jóvenes de distintos rincones del mundo para que acompañen a los procesos de la Marcha en las veredas, corregimientos, barrios, donde haga falta? Si el Estado no da garantías a los que luchan, que el internacionalismo de los pueblos sea la garantía con la cual construir un dique de contención a la represión. Demostrarles que, ayer como hoy, NO PASARÁN. Es una tarea difícil pero realizable, existiendo ya cierta infraestructura en Europa o EEUU; la juventud latinoamericana podría jugar un rol clave en este proceso, mediante las múltiples plataformas que ya existen, al alero de un espíritu alternativo de integración continental.

¿Qué pasa a nivel de lo electoral? Dirigentes de la Unión Patriótica reconocen que no hay garantías para la oposición política, en particular, para su partido. Sin embargo, pese a las constantes denuncias y demandas de garantías, se sigue adelante con la campaña electoral como si nada. Entiendo el argumento de que tienen todo el derecho de ocupar un espacio que les pertenece, y que tienen hasta un deber moral de no cederlo ante los que patrocinaron el genocidio de más de 5.000 de sus compañeros. Pero, ¿qué ocurre si la represión sigue su escalada? ¿Seguiremos para adelante a cualquier costo, aunque tengamos muertos que lamentar? ¿No sería, en cierta medida, participar electoralmente en ausencia de garantías legitimar el actual régimen ilegítimo que encarcela, persigue y asesina a los proyectos alternativos de país? ¿No sería un boicot electoral ante la falta de garantías y si continúa la escalada represiva, un mensaje mucho más poderoso que cualquier campaña en condiciones de violencia, donde ni siquiera dan espacio en los medios a sus candidatos? Se participe o no se participe, el movimiento popular y solidario tenemos el imperativo moral de cerrar filas para intentar blindar lo más posible al movimiento y no permitir que la historia se repita. NUNCA MÁS. La cuestión en realidad, más allá de si se participa o no, es evaluar las tácticas a la luz de la coyuntura. ¿Qué decisión tendría mayor impacto, de aumentar la tendencia represiva, en el proceso de rearticulación de las luchas populares y de creciente oposición al régimen?

Por último está el proceso de paz. ¿Es necesario recordar que este proceso de negociaciones en La Habana es un triunfo del pueblo colombiano? Este proceso de paz no es ninguna dádiva de Juan Manuel Santos, sino que es resultado de las demandas populares y la presión al régimen (no nos olvidemos de la coyuntura de inicios del 2012). En últimas, es un deber constitucional, no un favor. No podemos permitir que se utilice la paz como un argumento para domesticar la protesta popular. No hace bien que un día denunciemos la falta de garantías, los crímenes del régimen, y al otro, dirigentes de izquierda aparezcan diciendo que entienden las «presiones» sobre Santos, que hay que ponerse en sus zapatos o que compartimos un interés supremo por la paz, cuando a las claras la visión de paz que promueve el gobierno es antagónica a la que se propone desde los movimientos populares. Santos no es un día un amigo y otro un enemigo. Representa un proyecto de clase, político, social, económico muy diferente al que se levanta desde las demandas de los crecientes sectores sociales movilizados. Eso es todo. El pueblo colombiano merece que se le hable claro.

Los desafíos que se vienen son importantes. Los dilemas por resolver no son nada fáciles y todos tenemos que aportar con ideas e inquietudes. Nadie puede ser espectador hoy en día. Hay que meter brazos, corazón y cerebro a este proceso. Asistimos a un punto de inflexión en la historia colombiana y necesitamos que las palabras claves (solidaridad, lucha, alternativa, unidad) asuman formas específicas, se hagan carne y verbo. Colombia se merece más. Todo el pueblo colombiano merece más. Ese cambio no vendrá desde arriba. Sin hacerse ilusiones, pero tampoco con iluminismos, preparándose para los duros meses que se vienen, es menester que todos pongamos todo de sí, para que esta vez demostremos que los de abajo sí que pueden.

(*) José Antonio Gutiérrez D. es militante libertario residente en Irlanda, donde participa en los movimientos de solidaridad con América Latina y Colombia, colaborador de la revista CEPA (Colombia) y El Ciudadano (Chile), así como del sitio web internacional www.anarkismo.net. Autor de «Problemas e Possibilidades do Anarquismo» (en portugués, Faisca ed., 2011) y coordinador del libro «Orígenes Libertarios del Primero de Mayo en América Latina» (Quimantú ed. 2010).


 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.