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33 mineros: entre héroes y tumbas

Fuentes: Rebelión

Transcurrida más de una semana del derrumbe que sepultó a 33 mineros, hoy se cuentan las horas que faltan para que las endemoniadas máquinas confirmen el hallazgo de algunos o todos esos trabajadores. Para que estén con vida dando prueba de resiliencia o para hacer el resignado rescate de sus aporreados e inertes cuerpos. Y […]

Transcurrida más de una semana del derrumbe que sepultó a 33 mineros, hoy se cuentan las horas que faltan para que las endemoniadas máquinas confirmen el hallazgo de algunos o todos esos trabajadores. Para que estén con vida dando prueba de resiliencia o para hacer el resignado rescate de sus aporreados e inertes cuerpos. Y así de nuevo, transcurridos 106 años, reaparezca el fantasma del Sub Terra de Baldomero Lillo, ahora recreado en el siglo XXI, en este país que «corre» a convertirse en desarrollado, según aseguran estudios y entendidos.

En medio del desierto y arriba de esa trabajada mina, crece un moderno e improvisado campamento jamás imaginado hasta hace pocos días. Una ciudad marcada con la temporalidad de la tragedia. Empujada por la tozudez de las mujeres y madres de los mineros que acudieron a esperar con sus hijos, rezos y esperanzas, sin pedir permiso a nadie que no fuera su angustia y que llegaron desde lugares tan distantes como Chiloé. Así forzaron a la acción a las autoridades. Luego llegarían las antenas satelitales, los animadores, la gente de televisión, los representantes ciudadanos, los expertos y rescatistas, los curas y los pacos, y por cierto muchas autoridades. Incluso el presidente, que complicado con lo de la chaqueta roja y las críticas, fue de terno y corbata a la faena minera, confirmando que muchas veces en la vida no se le achunta a todas ni se gana siempre.

El obispo de Copiapó había advertido todo esto y las mujeres de los mineros también. Los expertos dicen que era evitable. Mientras, los ministros se han turnado para que los familiares los conozcan de cerca, bombardeados de atenciones y promesas realizadas incluso ante las cámaras. En medio de todo este despliegue, llama la atención que Hinzpeter, que durante los primeros días ocupaba el cargo de Vicepresidente de la República, nunca fuera a las faenas. Y también que la vocera Von Baer luego de unas nerviosas y atropelladas declaraciones, simplemente quedara fuera de escena, seguramente en un plan de contención expresamente monitoreado.

Confundidas y hasta cubiertas por la magnitud del despliegue de la operación «salvataje» o «rescate», y de tanto juicio técnico -como si se tratase de la búsqueda de un millonario tesoro- están todas las revelaciones y preguntas que como esquirlas dispara esta nueva tragedia tenga o no un final feliz. ¿Quién se acuerda de los muchachos-conscriptos de Antuco, abandonados a su suerte por la irresponsabilidad de sus mandos y el insuficiente equipamiento y preparación? «Todas estas son tragedias de pobres, que se repiten para aunque sea así salir en la tele», le escuché decir a un abuelo que sabe.

De la certeza irresponsable sobre el inminente rescate con vida de los trabajadores por parte de la autoridad-vocera, se salta en las últimos días al sinceramiento del ministro de minería, desconocido hasta hace pocas semanas según las encuestas y -que duda-cabe, ya empinado en el ranking de popularidad y conocimiento gracias al protagonismo asignado en la tragedia. No es cierto que todo sea perdida y llanto, la vida da y quita dice ese viejo sabio y agrega: «pero sólo a algunos».

¿Qué se oculta entre tanta cobertura de cinta y tinta?

Primero que en Chile hay demasiado trabajo precario e inseguro. Que los mismos que defienden la flexibilidad laboral hoy rasgan vestiduras. Porque no sólo existen riesgos y accidentes con distintas consecuencias en faenas mineras medianas, sino también en talleres de costura en Patronato, en la construcción en altura en Las Condes y también más lejos en Chiloé o Aysén en las salmoneras, construyendo ese otro mapa de nuestro Chile Bicentenario. Porque no cualquier trabajo es digno, aunque se gane más que el promedio como sucedía paradojalmente en el yacimiento «San José» de la minera «San Esteban».

Segundo, que el Estado es aún pequeño donde debiera ser más grande y que sólo el ente colectivo puede fiscalizar de verdad, cuidando ese interés común. ¿Cuántos inspectores del trabajo existen por región? ¿Qué respaldo efectivo tiene hoy la Dirección del Trabajo para fiscalizar y multar distraída entre despidos y razzias buscando tanto «operador encubierto»?

Tercero, que el trabajo precario, generalmente está asociado a una inexistente organización sindical o que de existir funciona entre amenazas y presiones sin posibilidad alguna de demanda y denuncia. Cuarto, que el lucro obvia o minimiza la seguridad porque la misma empresa que tenía utilidades por millones de dólares, incluso luego de multas y accidentes no fue capaz de regularse enceguecida por los precios del metal rojo en los mercados internacionales.

Quinto, que en suma y más allá de lo noticioso de esta tragedia, lo que queda puesto en el tapete es el modelo vigente, y de nuevo comprobamos que cuando se dice que el mercado se autorregula se miente con descaro y que eso de «la responsabilidad social» es un como un lavado de cara. Y todo ello elevado a dogma y opción única.

Sexto, que cualquier discusión de verdad sobre el royalty, debiera plantearse subir los impuestos a las faenas extractivas de varias gigantescas empresas que operan en Chile, precisamente para recaudar medios para que el Estado pueda subvencionar mejor seguridad y condiciones dignas o fiscalizar de manera más efectiva las condiciones en que se trabaja y produce en las medianas y pequeñas empresas que son la mayoría, además de ser intensivas en mano de obra sea el carbón, el cobre o el oro el objeto del deseo.

Transcurrida una semana recién son visibles y tienen rostro y voz los dueños de la minera «San Esteban», luego que de manera coordinada entregaran su versión en dos de los más importantes medios escritos nacionales. Como para suponer un evidente diseño de contención comunicacional que ahora considera que es el momento oportuno, seguramente sobre la certeza técnica que se avecina un pronto desenlace. Mientras, funcionarios de rango medio, sin mayores atribuciones son el chivo expiatorio de la preocupación presidencial. Y el gobierno acrecienta los esfuerzos para demostrar que «se hizo todo lo posible», incluso repitiendo a Dios más de la cuenta en actitud de fariseo, luego que sólo ayer regateara el ingreso mínimo, mientras el discurso oficial obvia centrar en la empresa y sus dueños responsabilidades sustantivas en lo sucedido.

A punta de tragedia vamos conociendo cómo efectivamente estamos. Ayer el terremoto revelaba extensas zonas del país carenciadas, mientras el norte salvaba casi indemne. Era la naturaleza y ante ello, poco podía hacerse. En este caso, esos 33 mineros, algunos improvisados a fuerza de necesidad, son el rostro de Chile abofeteado en la cara en la víspera de nuestro fome Bicentenario.

Para las próximas horas o días estaremos ante dos escenarios que no sólo no cambian lo ya revelado: en Chile esta «mal pelado el chancho», sino lo subrayan con más dramatismo incluso.

Uno, es el escenario feliz, donde finalmente son encontrados los mineros y como milagro de San Lorenzo, justo todos estaban en el refugio y la bodega de la que tanto nos hablaron, porque también justo era la hora de colación. Y los vemos emerger polvorientos y cansados tendidos en camillas con arneses para abrazar a los suyos, mirando extrañados tanta gente y equipamiento reunido que ahora están pendiente de ellos.

Si se salvan estos viejos, será antes que nada merito de ellos. De esa resiliencia que es marca de vida dura y sufrida, de genes heredados quizás de la Escuela Santa María, de segunda oportunidad que a veces también la vida les da a los que no llegan con ninguna marraqueta bajo el brazo. Pero, igual tendrán que protegerse para no ser convertidos y utilizados como «Héroes del Bicentenario», mientras saben en su fuero interno que transcurrida la euforia la mayoría seguirá siendo minero. Se contaran historias, saldrán en la tele y también contaran su verdad. El gobierno seguirá disponiendo de todo y al máximo, y de ser preciso los recibirá en La Moneda como una selección nacional saliendo del túnel con el único y sencillo trofeo de estar con vida.

El otro escenario es el duro, el que imaginamos desde un comienzo, el que golpeará a la cara y a todos, conjugando responsabilidades en presente y también en pasado. Entonces, vendrá el reparto de las culpas y la tentación del gobierno por golpear a la ex presidenta Bachelet de nuevo estará abierta. Porque a falta de evaluar los meritos y yerros propios, las nuevas autoridades no terminan de entender el porqué de ese apoyo acrecentado a la primera mujer presidenta, aunque algunos, y en voz baja, comiencen a sospechar pueda ser simplemente nostalgia.

Viviremos este desenlace minuto a minuto, casi en tiempo real y hasta el próximo accidente. Hasta la próxima discusión en el parlamento sobre flexibilidad laboral. Hasta conocer la glosa definitiva para Sernageomin o como termine llamándose en el presupuesto 2011.

Hasta que asumamos el país real que somos, para desde allí cambiarlo.