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Antonio Llidó, dirigente del MIR y de Cristianos por el Socialismo, desapareció a manos de la DINA

35 años sin Toño

Fuentes: Reflexión y Liberación

Antonio Llidó nació en Xàbia (Alicante, España) el 29 de abril de 1936, terminó los estudios de Magisterio en 1956 y fue ordenado sacerdote en 1963. Posteriormente fue de Misionero a sectores populares de Chile. En su primer destino, los pueblos alicantinos de Quatretondeta y Balones, desarrolló una extraordinaria labor social, pedagógica y pastoral, puesto […]

Antonio Llidó nació en Xàbia (Alicante, España) el 29 de abril de 1936, terminó los estudios de Magisterio en 1956 y fue ordenado sacerdote en 1963. Posteriormente fue de Misionero a sectores populares de Chile. En su primer destino, los pueblos alicantinos de Quatretondeta y Balones, desarrolló una extraordinaria labor social, pedagógica y pastoral, puesto que con la ayuda del maestro y de un amplio grupo de universitarios logró cambiar el destino de más de 40 niños, que pudieron estudiar el bachillerato y acceder a la universidad. A mediados de 1967, después de haberse negado a votar en el último referéndum franquista y de firmar en protesta por la represión contra los estudiantes antifascistas, su obispo le castigó a cumplir el servicio militar como capellán castrense en El Ferrol.

En 1969 Llidó decidió partir como misionero a América para eludir la presión de la dictadura y de sus superiores jerárquicos y fue destinado a la diócesis de Valparaíso. El viaje en barco, con escalas en ciudades como Caracas, Guayaquil o Lima, le descubrió las venas abiertas de América Latina, las lacerantes injusticias que sufrían las grandes mayorías de aquel continente. En Quillota, donde vivió hasta el golpe de estado de 1973, tomó contacto muy pronto con amplios sectores juveniles, campesinos y obreros.

Entonces gobernaba Chile la Democracia Cristiana, con el presidente Eduardo Frei Montalva, y Llidó conoció de primera mano el fracaso de su gestión, en particular en la reforma agraria. La victoria de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970 fortaleció su compromiso social y su decisión de participar en el profundo proyecto de transformación impulsado por la Unidad Popular. En 1971 participó junto con varios profesores y alumnos del instituto local en un Taller de Estudio de la Realidad Nacional que le permitió profundizar en las raíces de la injusticia social y las desigualdades que veía a diario en las poblaciones donde ejercía su trabajo pastoral y social.

Aquellas jornadas de estudio y reflexión compartidas, con los clásicos del pensamiento marxista como principales referencias, pusieron de manifiesto también las dificultades que enfrentaba la «vía chilena al socialismo» y le persuadieron que, más tarde o más temprano, estallaría un enfrentamiento armado entre la burguesía y la clase obrera. En aquellos días escribió a su familia: «Entiendo cada vez más mi religión y mi sacerdocio como un compromiso con la sociedad en la que vivo, un compromiso con aquellos hombres y mujeres que luchan por la instauración de un orden social que impida la esclavitud, que capacite al hombre para acercarse cada vez más a su plenitud, que haga la injusticia y la explotación cada vez más difíciles y no el pan nuestro de cada día».

En abril de 1971, tomó parte en Santiago en unas importantes jornadas sobre la participación de los cristianos en la construcción del socialismo, origen del Movimiento de Cristianos por el Socialismo, del que fue miembro activo, al igual que otros sacerdotes españoles, sobre todo catalanes. A mediados de aquel año, tras colaborar en la campaña presidencial de Allende y con los socialistas quillotanos en las elecciones municipales de abril que llevaron a la alcaldía a un modesto zapatero, Pablo Gac (asesinado en enero de 1974 por la dictadura junto con otros destacados dirigentes de la izquierda local), decidió ingresar en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

Como dirigente del Comité Local Interior del MIR, Llidó impulsó la lucha por un socialismo democrático y profundamente revolucionario a partir de una amplia participación y concienciación de los obreros y los campesinos. Este fuerte compromiso le enemistó con su vicario y su obispo, Emilio Tagle, conocido por su conservadurismo, del que haría gala en septiembre de 1973 para apoyar con entusiasmo el golpe de estado militar y en los años siguientes con su apoyo a la dictadura.

En abril de 1972 Tagle le suspendió de sus funciones sacerdotales y le pidió que regresara a España, pero Antonio Llidó decidió permanecer en Chile ya que consideraba que sus vínculos con el pueblo que luchaba por hacer realidad el reino de Dios en la tierra eran más importantes que los que le unían a un obispo comprometido con los sectores más reaccionarios. En mayo de aquel año, una manifestación de centenares de personas en su apoyo en Quillota, que culminó con la toma y violento desalojo de la principal parroquia de la ciudad, ocupó un amplio espacio en la prensa regional y nacional, ya que mostraba como la creciente lucha de clases que enfrentaba a la izquierda contra la alianza de la derecha y la DC penetraba ya en la Iglesia.

El 11 de septiembre de 1973 se cumplieron los augurios pesimistas que Llidó había formulado sobre un proceso revolucionario que olvidó la importancia crucial de la política militar. «Nunca en la Historia los poderosos se dejaron arrebatar pacíficamente sus privilegios. Chile no va a ser la excepción», escribió a un amigo en febrero de 1972. Aquella mañana Antonio Llidó se dirigió junto con sus compañeros a la fábrica texil Rayón Said, ocupada por sus obreros en febrero de 1971 y nacionalizada por el Gobierno de Allende. Después de conocer el bombardeo de La Moneda y ante la imposibilidad de oponer resistencia a los militares que ya cercaban la entrada principal, decidieron que sus dirigentes e marcharan para sumergirse en la clandestinidad. Durante un mes se escondió junto con un compañero, Jorge Donoso, en casas muy humildes del cerro Mayaca, Valparaíso y Viña del Mar.

A mediados de octubre ya se encontraba en Santiago y como dirigente del MIR se abocó a trabajar en la construcción de la Resistencia Popular. Pero 1974 fue el año de la gran razzia de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) contra el MIR y en septiembre, en la última carta a su familia, escribió, intuyendo ya un posible trágico final: «Siguen cayendo compañeros todos los días, pero hasta ahora yo me he podido librar. Ojalá la suerte me siga acompañando (…). No quiero ponerme dramático, pero alguna vez hay que decirlo. Si algo malo me ocurriera, quiero que tengan claro que mi compromiso con esto que hago ha sido libremente contraído, con la alegría de saber que esto es exactamente lo que me corresponde hacer en este momento».

El 1 de octubre fue detenido por la DINA en el centro de Santiago y conducido a uno de sus centros clandestinos de detención y tortura, situado en la calle José Domingo Cañas 1.367. De su estancia allí y posteriormente en el centro de Cuatro Álamos existen numerosos testimonios que revelan que no delató ante sus torturadores ni a la familia que le acogió en la clandestinidad, ni a ninguno de sus compañeros, testimonios que nos hablan de su humanidad y de su trato afectuoso hacia sus compañeros de martirio. Hacia el 25 de octubre de 1974, cuando tenía 38 años, fue llamado junto a otros detenidos de Cuatro Álamos y desapareció para siempre. Hasta hoy todas las gestiones de sus familiares y sus compañeros por conocer su trágico final han sido infructuosas, pero al menos su tenaz lucha por la justicia y la memoria ha permitido que en septiembre de 2008 la justicia chilena condenara a una parte de la cúpula de la DINA por su desaparición.

Ya son 35 años sin Antonio Llidó, sin el querido Toño para sus compañeros de Chile, sin el inolvidable Antoni para sus familiares y amigos de Valencia. Son muchos años, pero el tiempo tampoco ha logrado lo que persiguió la barbarie de la dictadura. No le hemos olvidado ni quienes compartieron con él la lucha por la justicia social y la libertad, ni quienes le hemos conocido por sus cartas desde Chile y los testimonios acerca de su inmensa humanidad y su hondo compromiso con los de abajo. Y, como sabemos, la memoria es una fértil semilla.

– Mario Amorós, historiador y periodista, es autor de Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario (Publicaciones de la Universidad de Valencia, 2007. 360 páginas). Índice y capítulo introductorio del libro: http://www.rebelion.org/docs/50586.pdf