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Hemeroteca 2006. Recordando a Howard Zinn

4 de julio, guardad las banderas

Fuentes: The Progressive

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

En este 4 de julio, haríamos bien en renunciar al nacionalismo y a todos sus símbolos: sus banderas, sus promesas de lealtad, sus anatemas, su insistencia en la canción de que Dios debe elegir a América para que sea bendecida.

¿Acaso el nacionalismo (esta devoción a una bandera, a un anatema, una línea divisoria tan furibunda que engendra el asesinato masivo) no es uno de los grandes males de nuestro tiempo junto con el racismo y el odio religioso?

Estas maneras de pensar, cultivadas, alimentadas, adoctrinadas desde la infancia, han sido útiles para quienes están en el poder y mortales para quienes están fuera de él.

El espíritu nacional puede ser benigno en un país pequeño y que carece tanto de poderío militar como de ansias de expansión (Suiza, Noruega, Costa Rica y muchos más). Pero en una nación como la nuestra, inmensa, que posee miles de armas de destrucción masiva, lo que podría ser un orgullo inofensivo se convierte en un arrogante nacionalismo peligroso para los demás y para nosotros mismos.

Nuestra ciudadanía fue educada para considerar a su nación diferente de las demás, una excepción en el mundo, excepcionalmente moral y que se expande a otras tierras para llevar la civilización, la libertada y la democracia.

Este autoengaño empezó muy pronto.

Cuando los primeros colonos ingleses se trasladaron a territorio indio en la bahía de Massachusetts y se encontraron con resistencia, la violencia acabó en una guerra con los indios pequot. Se consideraba que Dios aprobaba el asesinato de indios y que la Biblia ordenaba apoderarse de la tierra. Los puritanos citaban uno de los salmos que decía: «Pídemelo y te daré en herencia las naciones y en posesión los confines de la tierra».

Cuando los ingleses prendieron fuego a un poblado pequot y masacraron a los hombres, mujeres y niños, el teólogo puritano Cotton Mather afirmó: «Se suponía que no menos de 600 almas pequot fueron llevadas al infierno en ese día».

La víspera de la Guerra de México un periodista estadounidense la declaró nuestro «Destino Manifiesto de expandir el continente concedido por la Providencia». Después de que empezara la invasión de México, el New York Herald anunció: «Creemos que es parte de nuestro destino civilizar este hermoso país».

Supuestamente, nuestro país siempre emprendía la guerra por propósitos benignos.

En 1898 invadimos Cuba para liberar a los cubanos y poco después fuimos a la guerra en Filipinas, como afirmó el presidente McKinley, «para civilizar y cristianizar» al pueblo filipino.

Mientras nuestros ejércitos estaba cometiendo masacres en Filipinas (al menos 600.000 filipinos murieron en unos pocos años de conflicto) Elihu Root, nuestro Secretario de la guerra, afirmaba: «El soldado estadounidense es diferente de todos los demás soldados de todos los demás países desde que empieza la guerra. Él es la avanzada de la libertad y la justicia, de la ley y el orden, y de la paz y la felicidad».

En Iraq vemos que nuestros soldados no son diferentes. Han asesinado a miles de civiles iraquíes, quizá en contra de su mejor naturaleza. Y algunos soldados han demostrado ser capaces de cometer bestialidades, de torturar.

Sin embargo, ellos también son víctimas de las mentiras del nuestro Gobierno.

¿Cuántas veces hemos oído al presidente Bush decir a los soldados que si morían, que si volvían sin brazos o piernas, o ciegos, era por la «libertad», por la «democracia»?

Uno de los efectos del pensamiento nacionalista es la pérdida del sentido de la proporción. El asesinato de 2.300 personas en Pearl Harbor se convierte en la justificación para asesinar a 240.000 personas en Hiroshima y Nagasaki. El asesinato de 3.000 personas el 11 de septiembre se convierte en una justificación para asesinar a decenas de miles de personas en Afganistán e Iraq.

Y el nacionalismo adquiere una virulencia especial cuando se dice que está bendecido por la Providencia. Hoy tenemos un presidente, invasor de dos países en cuatro años, que en plena campaña electoral de 2004 anunció que Dios hablaba a través de él.

Tenemos que refutar la idea de que nuestra nación es diferente de otras potencias imperialistas de la historia mundial y moralmente superior.

Tenemos que afirmar nuestra lealtad a la raza humana y no a ninguna nación única.

Howard Zinn, piloto de un bombardero durante la Segunda Guerra Mundial, era el autor de «La otra historia de Estados Unidos«, Hiru, 2005 (ed. corregida y revisada por el autor), traducción Toni Strubel. Este artículo fue distribuido por Progressive Media Project en 2006.

Howard Zinn murió el 7 de enero de 2010. Para saber más acerca de su legado, véase de Matthew Rothschild «Thank you, Howard Zinn».

Fuente: http://www.progressive.org/media_mpzinn070106

rCR