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El MIR de Chile y el desafío de la Unidad

40 años de pueblo, conciencia y fusil

Fuentes: Rebelión

Al parecer, estos 40 años nos sorprenden con más ánimo, pero a la vez, más divididos que nunca. El intento de la Coordinadora Mirista de articular a orgánicas y personas que se reconocían en la línea del «mirismo» ha fracasado en cuanto a la envergadura del proyecto. Es cierto que existe una Coordinadora y que […]

Al parecer, estos 40 años nos sorprenden con más ánimo, pero a la vez, más divididos que nunca.

El intento de la Coordinadora Mirista de articular a orgánicas y personas que se reconocían en la línea del «mirismo» ha fracasado en cuanto a la envergadura del proyecto. Es cierto que existe una Coordinadora y que está integrada por algunos colectivos, sin embargo, no guarda relación con las perspectivas que se abrieron luego de la conmemoración de los 30 años. Hoy vemos que algunas de las orgánicas participantes se han retirado, así como al interior de las propias orgánicas ha habido fracturas.

Por otras parte, no se observa en otros grupos y colectivos miristas iniciativas que apunten a la cooperación, la coordinación y el trabajo conjunto.

La primera invitación que queremos hacer es a pensar qué ocurre. ¿Porqué existe una lógica que finalmente tiende a la división?. ¿Porqué esa absurda política de sentarse a conversar sobre los puntos que separan y no lo que une?. Vivimos en un escenario en que todos tienden a la integración y el pueblo mirista es incapaz de sentarse a conversar sin levantarse de la mesa antes del postre.

Con el ánimo de abrir el debate, hay una hipótesis que podría explicar la situación. La planteamos antes del segundo Encuentro, en un documento que está publicado en Miguel.cl: la lógica que ha primado en los compañeros es una lógica tradicional, que pone el énfasis en una forma de hacer política que busca «convencer» al otro… cada grupo se plantea con una verdad «indiscutible» y al llegar a la mesa no se tranza. Y las tablas de las reuniones cubren todo: modelo ideológico, modelo de organización, manera de entender la vanguardia, manera de hacer trabajo de masas, logotipo representativo, editorial del sitio web…. o sea…. al parecer se discute la formación de un bloque monolítico, en el que todos sus militantes deben suscribir hasta la última coma de cada documento emanado. Una forma tan tradicional que, a poco andar la Coordinadora Mirista creaba estructuras regionales y comisiones de trabajo cortadoras de paño, con un calendario muy claro – preestablecido – creado por un pequeño grupo gestor, que rayaba la cancha y era dueño de la pelota… en otras palabras…. estructuras, jerarquías y cuotas de poder que ocupan los que están en posición de ocuparlas, mientras que otros miran y se decepcionan. Nada más tradicional que esto. Como si Chile y América no hubieran cambiado en nada.

El tema es que «los miristas» somos personas que pensamos la política en un tiempo presente – eso nos diferenció siempre de otros grupos y partidos – y el presente de la política es dar cuenta de procesos y dinámicas que ya desahucian esa manera tradicional de hacer política. No por nada el MIR criticó la invasión a Afganistán en un momento en que la gran mayoría se alineaba de manera irrestricta a la política de la ex URSS. No por nada el MIR identificó a los pobres del campo y la ciudad como parte del sujeto revolucionario, mientras que la mayoría no salía de la concepción obrerista de la revolución. No por nada el MIR integró a los cristianos, o abrazó los colores rojo y negro apostando por una revolución eminentemente latinoamericana. Esa mirada contemporánea de la política fue precisamente lo que posibilitó su rápido liderazgo en el movimiento popular chileno.

Mirar la política en un tiempo presente implica asumir los fenómenos y procesos que están actuando en un aquí y ahora. Es muy cierto que ese ejercicio se hace cada vez más difícil cuanto más edad se tiene. El conservadurismo es un fantasma que aparece al anochecer. Pero justamente de eso se trata: el ser revolucionario implica desarrollar – hasta poseer – la capacidad de actualizarse. Nos viene a la memoria el gesto de Salvador Cayetano Carpio, que a la edad de 51 años sale a recorrer su país caminando y cuando decide volver fue para avanzar decididamente en una revolución salvadoreña de nuevo tipo.

Pero, cabe señalar algunos elementos de «lo presente» en la política actual.

Por un lado, tenemos un Imperialismo norteamericano que ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, por lo que mantiene intacto su modelo de dominación, particularmente hacia América Latina. La mundialización del capitalismo, así como la globalización neoliberal han permitido realizar en la práctica lo que se esperaba luego de la caída del socialismo real: la dominación sin contrapeso de Estados Unidos en América Latina.

Sin embargo, a pesar de esa realidad, las cosas han ido cambiando en nuestro continente. Luego de la aparición del Ejercito Zapatista en México, hay un hito que abre un nuevo escenario en América Latina: la revolución bolivariana. Y este hito no se refiere solamente al impacto subjetivo entre los revolucionarios. Sabemos que Venezuela tiene vocación latinoamericanista, y ese influjo se extiende en nuestro continente como un vaso de vino volcado sobre el mantel. Hoy vemos que tanto en Chile como en otros países, muchas orgánicas están levantando políticas que consideran la «escala latinoamericana» y como no… si la situación internacional no solo las promueve sino que a la vez, es el resultado lógico de la propia globalización: los estados nacionales tienen cada vez menos peso frente al poder Imperial, de manera que se hace una tarea nodal abrir un frente continental para enfrentarlo.

Esta oleada de izquierda se puede observar en el triunfo de Lula y luego de Kirchner, seguido por el triunfo de Tabaré Vásquez en Uruguay, quienes se adosan a la revolución bolivariana casi como un «corrimiento natural hacia el rojo». Hoy vemos que el retorno del Sandinismo en Nicaragua es cuestión de tiempo…. lo propio respecto de la situación de Ecuador y Bolivia con el despliegue de su «poder social».

En Chile no es menor este «despertar». Luego de la conmemoración de los 30 años, momento en que termina el luto del mirismo, nos sorprendemos con la marcha anti-apec, y también, porque no sumarlo, con el funeral de Gladys. Todo ello a la par de una suerte de «el retorno de los héroes», vale decir, colectivos y orgánicas que comienzan a rearticularse, grupos que asumen posiciones activas y convocantes, entidades que habiendo surgido en una conversación de café ahora comienzan a desplegar tímidamente su vocación de poder.

Hace unos días, Bush presentaba ante su Congreso el plan para «monitorear las democracias latinoamericanas», es decir, el plan para frenar el avance revolucionario de nuestros pueblos. El Plan permitirá hacer la guerra a cualquier opositor, ya sea invadiendo territorio, bloqueando comercial y diplomáticamente; conflicto de baja intensidad, de alta intensidad, etc., etc. Algo que siempre ha hecho el Tío Sam, pero que requiere la renovación de fondos y preparar las condiciones que legitimen las acciones terroristas, ante sus no tan ingenuos ciudadanos.

Pero hay algo en el ambiente que nos hace pensar que el costo de una posible invasión norteamericana en un país de la región sería más alto que nunca para el Imperio. Tal vez no respecto de una respuesta militar contundente, sino más bien, respecto del sentimiento antiimperialista y de rechazo a su dominación. La conciencia latinoamericana crece en progresión geométrica a medida que avanza este nuevo reparto del mundo, donde nosotros nuevamente aparecemos – nítidamente – como el patio trasero que ni europeos ni asiáticos quieren o están en condiciones de cuestionar. Esa conciencia latinoamericana se fortalece por cada noticia, por cada declaración, cada artículo de opinión, que llega de La Candona, de El Alto, de Caracas, de La Habana, y de cualquier monte… y que nosotros leemos gracias a Internet y las comunicaciones horizontales que estamos estableciendo. Estamos recién partiendo, pero ya se vislumbra que seremos capaces de hackear el sistema comunicacional monopólico de la dominación, mientras se mantenga la libertad de información con la que contamos en Internet hoy en día.

Pero volviendo al despertar de los revolucionarios chilenos, en particular de aquellos que se inscriben en la tradición Mirista, y que por diversas razones vivimos varios años de marcha lenta… o simplemente de repliegue, ya sea por cuestiones de ánimo, o por la propia situación política del país, cabe la pregunta por lo que ha pasado a nivel de «la política», de la reflexión respecto de nuestros errores…. de las causas de la derrota.

Sin duda ese ejercicio está pendiente a nivel colectivo, y tal vez también a nivel individual. Lo que sí creemos que se ha hecho es pensar en lo que no queremos volver a repetir. Al respecto, cabría preguntarse por ejemplo, cuantos de nosotros estaríamos dispuestos a seguir una política que en el fondo sabemos que está equivocada. Cuantos de nosotros suprimiríamos nuestra propia opinión por ser parte de un «colectivo» acatando en silencio la «orden de partido…». ¿Cuantos de nosotros…? ¿Porqué? y ¿Para que?. Si la utopía ya no es aquel paraíso que alcanzaremos pasando tal o cual etapa?. Si la utopía no es más que lo que nosotros pensamos que es?…

La respuesta a estas preguntas se está dibujando sola en la práctica política del mirismo. Y no sólo ahí sino que también a nivel social en general: transitamos a una sociedad de organizaciones. Los individuos se integran a ellas conforme sus proyectos estén en concordancia con los intereses, sueños y aspiraciones propios. A medida en que se sale del letargo se suscriben opiniones. A mayor información, opiniones más fundadas y sólidas, pero al mismo tiempo, más acotadas a realidades locales y a experiencias directas. La política ya ha dejado de ser algo que se experimenta solo en la reunión, para ser algo que se experimenta en todos los ámbitos del quehacer cotidiano. Y al mismo tiempo, la política ya deja de estar ahí, como una cartelera de cine de barrio, para estar aquí, como algo que yo mismo puedo emprender, según mis intereses, necesidades y condiciones.

Desde ese punto de vista, ¿es algo anómalo que existan muchas agrupaciones miristas hoy en día? Por cierto que no, es del todo saludable. Y, ya lo dijimos, es una consecuencia lógica de una característica del militante del MIR. El Mirista piensa la política. El Mirista suscribe una política previo análisis. El Mirista se siente vanguardia, no en el sentido de querer conducir, sino más bien, en el sentido de querer hacer un mejor aporte. Los 600 muertos no son casuales. La convicción conlleva decisión. La decisión es el acto político por antonomasia.

De alguna manera, el pueblo ha entendido esto o es heredero de esto. Su desapego con las elecciones, su indiferencia con el sistema es también una decisión política. Su opción por la participación local es también un acto político. La aparición de muchos colectivos y organizaciones no es más que la necesidad de relacionarse socialmente y actuar políticamente. En ese sentido, todas las iniciativas son válidas si surgen de un aquí y ahora, y se preservan principios y valores revolucionarios, esos que no cambian con tal o cual coyuntura histórica.

Hemos dicho que el desafío es pensar en una vanguardia que de cuenta de esa situación: centenares de colectivos de todo tipo, cada uno de los cuales tiene una opinión política. Cada uno de los cuales se siente liderando un proceso, aún cuando se trate de experiencias acotadas a pequeños territorios, con enfoques políticos igualmente particulares. Asimismo, cada uno de esos colectivos entra en la política de una manera específica, según sean los intereses de sus integrantes. Los hay que han desarrollado una particular preocupación por los derechos humanos, por los presos políticos, por el medio ambiente, por la revolución latinoamericana, por las demandas ciudadanas, etc. Cada grupo tiene su propia mirada, y muy válida, en la gran mayoría de los casos.

En ese sentido, la pregunta es ¿Cómo levantar una vanguardia revolucionaria en un contexto multiorganizacional? La respuesta es más simple de lo que se piensa. Primero hay que partir por no hacer lo que pretendió la Coordinadora, es decir, crear un Partido donde todo el que entre debe negociar y ceder. ¿Para qué? ¿Porqué?. ¿Qué gano yo si llevo mi pequeña organización social-política a una instancia como esa? Para qué ceder mi autonomía y soberanía como orgánica, para entregársela a otros dirigentes, que luego no sabemos que van a hacer con ese capital?.

No obstante lo anterior, hoy es absolutamente válido y necesario que existan agrupaciones miristas que suscriban tesis programáticas y estratégicas sólidas y lúcidas. Que tengan política para todo o casi todo el acontecer nacional e internacional, para la coyuntura y en un sentido más estratégico. Eso no se puede negar ni desalentar. Cada orgánica, cada proyecto tiene su sentido. Lo importante es que no hay enemigos, y todos queremos remar hacia el mismo lado. Lo que no se puede pretender es juntar a varios grupos y hacerles firmar un documento en blanco, para que otros luego le trabajen a la representación. Eso ya no lo acepta el Mirista de hoy. Esa es la bancarrota de la política tradicional, la crisis de los partidos. La fractura de la credibilidad.

Aquí queremos esbozar una propuesta. Una propuesta de articulación del mirismo. Y proponemos que estos 40 años los enfrentemos haciendo el ejercicio de la Unidad, y de esa forma homenajeemos a nuestros mártires y héroes, a los jóvenes combatientes, a los presos políticos, a todos nuestros caídos en combate. Pero también, y lo más importante, comencemos a decir algo en serio en este país y en este continente. La experiencia Mirista es única y no podemos dejar que se pierda. No puede ser que los jóvenes rebeldes deban partir de cero, en los nuevos caminos de la revolución.

Pero la Unidad no es una idea romántica. Alguien podría pensar, y ¿Para qué la Unidad?. La Unidad en este caso no es otra cosa que configurar un referente. Un referente que, más que orgánico, recoja una tradición de lucha, una historia, una experiencia. Un referente para los miles de jóvenes que nos preguntan qué es el MIR, quién fue Miguel, Luciano el Baucha. Cómo era Maroto y el Jecar. La necesidad, más que nada, es de configurar y mantener vivo un relato, que haga a muchos sumarse a esta revolución. Ya lo planteamos en otro momento. La revolución hoy es un valor. Es un proyecto al que cualquiera suscribe, tenga o no un determinado tipo de condición de clase, tenga o no una relación directa con la opresión. Basta con observar a tu hermano oprimido para pretenderla. La revolución hoy es una decisión, una decisión política. Para tomar esa decisión necesitamos levantar nuestra historia y nuestra lucha. Darle sentido histórico y perspectiva de continuidad. Incorporar nuestra experiencia al imaginario de los revolucionarios.

La propuesta se basa en impulsar una instancia que atienda tres conceptos básicos:

a) Cooperación

b) Coordinación

c) Trabajo conjunto

Estos tres ejes de articulación – que habrá que ver hasta dónde podemos operacionalizarlos – pueden ser perfectamente atendidos en una instancia concebida como una RED. Sin jerarquías ni estructuras adicionales. Todos opinan y las decisiones se toman por consenso. Los puntos a trabajar son los puntos en que compartimos una misma mirada política. Unos, como dice el Profesor J, «estarán por la reconstrucción de destacamentos orgánicos, otros por la construcción de la capacidad territorial, otros por la autonomía de comunidades…». Unos tendrán una opción por la construcción de poder popular autónomo en la base, otros, por ganar espacios en el espacio electoral. El MIR hoy en día está en todas partes. En todas las organizaciones sociales de izquierda hay miristas, que se identifican como tales, que se sienten herederos de un proceso. El MIR está en la diversidad, esa es su actual patrimonio político. COMPAÑEROS…. todo eso sirve. Ya que de lo que se trata es de ir creando una masa crítica, que en algún momento de la lucha podrá profundizar sus acuerdos y compromisos de acción. Lo que necesitamos es una verdadera instancia de articulación flexible, que permita desarrollar pequeñas actividades que tiendan a la cooperación, la coordinación y el trabajo conjunto.

Todo ello sobre la base de ponerse de acuerdo en los elementos generales que compartimos. En nuestro caso, los elementos comunes son varios: tenemos una historia de lucha común, tenemos la rojinegra que nos identifica. Tenemos nuestros héroes que valoramos y veneramos. Todos queremos la revolución. Todos somos latinoamericanistas y… porque no decirlo, la gran mayoría somos orgánicas que tenemos una mirada de la política distinta a la de otras organizaciones de izquierda, aquellos que no podrían ni querrían integrar una RED de este tipo.

Compañeros: se trata de finalmente pensar la política no a partir del Estado, sino concebirla a partir del sujeto político. La idea es no subordinar la revolución al partido como lo hicimos antiguamente. La idea es no orientar la política solo a obtener poder, sino orientarla a expresar la voluntad política de la gente, que cada día tiene más forma y consistencia.

Si logramos hacer esto, contaríamos con una instancia realmente representativa de la tradición Mirista, en la que todos podrían participar. Pero esto exige un cambio en la manera de hacer política. Exige una revolución en nosotros mismos. Los jóvenes ya lo están experimentando. Se trata de mirar al otro como un aliado, como un hermano. Es dejar atrás las rencillas personales, las desavenencias, somos todos de alguna manera perdedores y también vencedores. Debemos mirar hacia delante y dar la oportunidad a nuestros jóvenes, quienes ya comienzan a andar más rápido y que no están dispuestos a continuar acarreando la mochila de las frustraciones.

La revolución es nuestra vocación. Hacerla, es nuestro desafío. Celebremos estos 40 años despiertos y altivos. Con una mirada firme y decidida hacia el horizonte, el mismo que quedó grabado en los ojos de nuestros caídos. Ese donde se asoma un mundo en que el hombre logra ser en la mañana pescador, en la tarde alfarero y en la noche poeta.

Compañeros, reciban UDS. un caluroso saludo revolucionario.