Que no quede en el olvido la matanza de once trabajadores asesinados por el Ejército el 26 de agosto de 1962, hace 50 años, en una vereda perdida del Valle. Y medio siglo después, cuando se habla de que se abre un nuevo proceso de paz, sucesos como este jamás se deben repetir.
«Once bandoleros fueron muertos, tres heridos y 43 detenidos durante un combate con fuerzas combinadas del ejército y la policía en el sitio de Puente Rojo, corregimiento de Costa Rica, jurisdicción de Ginebra», escribió El Tiempo en su primera página del 27 de agosto de 1962.
El titular no era menos escabroso: «Abatida cuadrilla de bandoleros en el Valle».
La noticia causó revuelo en el país, apenas 20 días después de posesionarse el conservador Guillermo León Valencia como el segundo presidente de la era del Frente Nacional pues de esta manera inauguraba su periodo con la primera masacre de pacíficos trabajadores.
El diario anunciaba que el domingo 26 de agosto y después de haberse recibido una información confidencial, tropas del Batallón Codazzi, asentadas en Palmira, tomaron por asalto una casa campesina de la vereda Puente Rojo. Según las fuentes castrenses, allí se encontraba el «Capitán Ceniza», sindicado como un temible bandolero que no se había acogido a los planes pacificadores del Estado. Según la prensa, el combate se inicio a las dos de la tarde y tuvo una duración aproximada de una hora al cabo de la cual «las fuerzas del orden obtuvieron una gran victoria sobre los violentos».
Los «violentos» no eran más que doscientas personas, que convocadas públicamente por la Federación de Trabajadores del Valle Fedetav, muchos venidos de Cali y Palmira, realizaban un bazar y reinado para acopiar fondos para La Liga Campesina de Puente Rojo. Los soldados al grito de «ríndanse» y sin esperar respuesta, abrieron fuego contra la inerme concurrencia en la que había decenas de mujeres y niños con el resultado fatal de once muertos y tres heridos graves. Y por supuesto, por allí no estaba el «Capitán Ceniza» que era la excusa perfecta para escarmentar a los pobladores de la región interesados sólo en organizarse contra los terratenientes.
La batalla fue tan desigual, ateniéndonos a la «gran victoria contra los violentos», que los militares sólo encontraron una destartalada carabina .30 y ningún arma en poder de los asistentes. «Parte de los malhechores huyeron y escondieron seguramente el armamento en el monte», relataba sin pudor el corresponsal de El Tiempo citando sus fuentes militares.
Entre los once trabajadores asesinados en aquel falso positivo de los años sesenta, se encontraba uno de los más destacados líderes sindicales del Valle y directivo de Fedetav, el comunista Carlos Julio Arboleda.
La tropa condujo a la cárcel de Palmira, Valle, a 43 personas, entre quienes se encontraban 13 mujeres y cinco niños.
La protesta por la matanza se extendió por el país y decenas de sindicatos realizaron mítines mientras la solidaridad obrera se expresó también en auxilios a las víctimas. La bancada parlamentaria de Movimiento Revolucionario Liberal MRL, en la oposición, condenó la acción castrense dejando una dura constancia en una sesión plenaria de la Cámara.
Cuatro meses después de la ignominia de Puente Rojo, los 43 detenidos, acusados por la III Brigada como auxiliadores de los bandoleros, fueron puestos en libertad incondicional por un juez de Palmira. Pero nada se dijo de los culpables de esta arbitrariedad sin nombre, cometida el mismo día en que a pocos kilómetros de Puente Rojo, en Toro, una cuadrilla de maleantes asaltó una finca donde se reunía un numeroso grupo de empresarios vallunos matando a 24 personas. Buscaban al ministro de Justicia Héctor Charry Samper quien no había asistido al ágape.
Con razón se preguntaba Fedetav, qué hacían las tropas en Puente Rojo, en una fiesta campesina, mientras masacraban a la élite agraria del Valle. Un año después de los hechos, centenares de sindicalistas del Valle visitaron la vereda de Puente Rojo para asistir a una asamblea de labriegos llena de simbolismo: apadrinaron la fundación del sindicato que aquel 26 de agosto, a sangre y fuego, se quiso impedir.
Y medio siglo después, cuando se habla con cierta certeza de que se abre un nuevo proceso de paz, sucesos como los de Puente Rojo jamás se deben repetir.