El pasado 1 de Enero empezamos a contar ausencias y silencios, y a levantar muros allí donde las paredes nos dicen que hay ventanas.
El día 1 de enero de un año cualquiera, por ejemplo 2020, el contador de argumentos empieza a elaborar las 50-60 razones que llevarán a explicar los 50-60 asesinatos de mujeres que se producirán a lo largo del año, si no cambia el guion. Porque serán esos argumentos los que utilicen los hombres que las asesinen.
Argumentos que hablarán de que «ella se lo ha buscado», de que «se creería que iba a salirse con la suya», de que «de mí no te ríes», o de que «eres mía o de nadie»… todos son argumentos para los demás, no para el asesino; el asesino lo tiene claro, tanto que lleva a cabo el homicidio tal y como se había prometido a sí mismo.
Porque su crimen también es para los demás, para que todos entiendan lo hombre que es (por eso la mayoría de ellos se entrega voluntariamente tras el homicidio y aproximadamente un 20% se suicida, asumiendo en ambos casos las consecuencias de su conducta), y para que vean que hay hombres dispuestos a defender su modelo de relación, de identidad y de sociedad a través a través de los recursos que les otorga la construcción social, de la violencia normalizada que aún lleva a que el 44% de las mujeres que la sufren no denuncien, porque «no es lo suficientemente grave» (Macroencuesta, CIS 2015).
Una situación trampa que hace que el 75-80% de las mujeres asesinadas nunca haya denunciado la violencia que llevó hasta su homicidio. Y claro, ante este gesto de los asesinos de dirigirse a los demás, estos les responden diciendo que ha sido el alcohol, las drogas, los celos o los trastornos mentales, pero que los hombres no hacen esas cosas, porque si las hicieran no serían 60 los asesinos, sino miles.
Una idea que suena más a amenaza que a justificación, pero el machismo es así, se mueve entre la amenaza y la negación para que unas por miedo y otros por fe, todo siga igual.
Porque lo que el machismo no quiere ver ni aceptar es que vivimos bajo unas referencias culturales que llevan a que cada año 60 hombres de media asesinen a las mujeres con las que comparten o han compartido una relación de pareja, y que lo hacen bajo el argumento de la «normalidad».
O lo que es lo mismo, que cada año alrededor del 20% de todos los homicidios que se producen en nuestro país son cometidos por hombres «normales», sin ningún vínculo previo con actividades delincuenciales ni criminales, y que, por tanto, vivimos en una sociedad con unas referencias culturales capaces de generar cada año 60 asesinos nuevos desde la normalidad que caracteriza las relaciones de pareja y familiares.
Porque los asesinos que matan un año no matan al siguiente y, sin embargo, a lo largo del nuevo año las cifras son muy similares debido a los mensajes y dictados que aparecen entre las páginas de la cultura.
El machismo es la fábrica de hombres violentos; asesina el machismo, los machistas sólo ejecutan los mandatos que interpretan a partir de los dictados de una cultura que no sólo no rechaza la violencia contra las mujeres, sino que la normaliza para que pueda ejercerse bajo el umbral de la intimidad, y luego, cuando supera esos límites, la intenta ocultar al mezclarla y confundirla con otras violencias que no cuentan con esa construcción de género en su estructura.
Una estrategia interesada para que de ese modo no se modifique la construcción cultural que da privilegios a los hombres, entre ellos poder utilizar la violencia contra las mujeres desde la normalidad, y que a pesar de los 60 asesinatos de media y de los 600.000 casos, el debate social se centre más en el cuestionamiento a las víctimas que en la crítica a los agresores.
La transformación social y el movimiento feminista han conseguido que la Igualdad sea imparable y la erradicación del machismo irrenunciable, por eso desde los sectores más conservadores de la sociedad atacan los instrumentos que lo están consiguiendo, y se presentan como víctimas de esta nueva realidad, de ahí que continúen alimentando el clima violento que hace que luego 60 hombres den los pasos hasta los asesinatos de género.
Son sus chivos expiatorios con los que continuar el relato.
(Foto del blog del autor)