“Volveré y seré millones”. De Túpac Katari a Salvador Allende; de Castiñeira de Dios a Evo Morales; de la Caracas de Francisco de Miranda a la Jujuy de Milagro Sala. El grito atraviesa la historia de América Latina. Han cambiado las voces, las relaciones sociales, las fronteras, la situación económica. América Latina es una realidad intensamente diversa. Del Cono Sur a México, sin embargo, se puede trazar un hilo que aglutine la historia de sus pueblos apelando a ese grito.
Cómo presentar, por tanto, la historia de un continente tan diverso buscando cierta homogeneidad. Esta es la tarea que se propusieron Marta Bonaudo, Diego Mauro y Silvia Simonassi, investigadores del CONICET argentino, de Rosario, y que ha tomado cuerpo en la reciente publicación por parte de la editorial Síntesis de la obra América Latina entre la reforma y la revolución. De las independencias al siglo XXI. Dos siglos de historia de un subcontinente que apela en muchos casos directamente a los españoles y de la que tanto nos queda siempre por aprender.
La obra podría haber sido una obra académica, dirigida a investigadores especializados en la historia de la América Latina. Y en realidad lo es, teniendo en cuenta la profundidad del aparato crítico que incorpora. En cada uno de los capítulos y de los apartados que componen el libro se pueden encontrar las referencias a los estudios más recientes sobre el tema tratado. Es, en este sentido, un trabajo que recoge lo mejor de la producción historiográfica hasta el momento, sin renunciar a polemizar en algunos casos con ella. No se abusa, por ejemplo, de la categoría “populismo” para caracterizar determinados procesos como se viene haciendo en un gran número de trabajos recientes, sino que se opta por las de “reforma” y “revolución”, las dos categorías que ordenan la estructura del libro. Pero la obra es, sobre todo, una obra dirigida al gran público. Tanto su estructura como la capacidad de síntesis de los autores, los temas elegidos y la escritura sencilla, lejos del estilo alambicado que caracteriza muchas veces lo académico, hacen de este libro un libro muy accesible a todo tipo de lectores. Virtud esta que, por otra parte, quizás debería hacerse extensible a gran parte de la producción académica de este país.
Estructurada en 6 capítulos, el libro se abre con los procesos de independencia y los dilemas planteados en la construcción de las nuevas repúblicas y se cierra con los últimos impulsos anticolonialistas de finales del XIX: Cuba, Puerto Rico y Panamá, contextos en los que se hacen patentes las dificultades de abandonar las lógicas coloniales impulsadas ya a finales de aquel siglo por EE.UU. El capítulo segundo aborda la forma en la que los nuevos Estados hicieron frente a los cambios económicos y sociales y fueron construyendo un aparato estatal más o menos estable: ideal del nuevo ciudadano, desarrollo de diferentes formas de participación política, de las constelaciones de notables a las primeras formas partidistas, ensayos de diferentes modelos en diferentes países: del imperio a la república en Brasil, el porfiriato en México, las dificultades del desarrollo de la administración en Argentina… En el capítulo tercero se analizan dos formas diferentes de hacer frente a los cambios políticos: las salidas reformistas, estudiadas más detenidamente en los casos de Argentina, Uruguay y Chile (con diferencias importantes en los tres contextos), y la salida revolucionaria mexicana a comienzos del siglo XX (la primera revolución social latinoamericana de gran calado). El capítulo cuarto da cuenta de las conquistas sociales y económicas en diferentes espacios latinoamericanos a partir de los años treinta, cerrándose con la aparición del “nacionalismo popular” estudiado en tres variantes: la que presenta el cardenismo en México, Vargas en Brasil, y el peronismo en Argentina. El capítulo cinco se adentra en diferentes procesos revolucionarios y reformistas: la revolución boliviana de 1952 y el reformismo en Guatemala a principios de la misma década. Se cierra el capítulo analizando la revolución cubana, un punto de inflexión no solo en la historia de la isla, sino en toda “la historia latinoamericana contemporánea”. El último capítulo da cuenta de la respuesta de las derechas a los procesos revolucionarios y reformistas previos, las respuestas de las clases dominantes, la persistente intervención norteamericana y la oleada neoliberal de los años noventa.
Aun siendo las categorías “reforma” y “revolución” las vertebradoras de la obra, durante sus páginas aparecen constantemente asuntos que dibujan la historia y geografía latinoamericana de los últimos dos siglos: el problema agrario, la intervención norteamericana, la defensa de la soberanía de América Latina frente los intereses empresariales del norte, el desarrollo y la imposición, precisamente, de una economía de mercado… Uno de los aspectos tratados es especialmente interesante en tanto se conjugan sobre el mismo gran parte de los problemas anteriores: cómo se responde desde el nuevo orden político a la diversidad étnica de la región; cómo se integran (o segregan, o combaten) las comunidades indígenas. La respuesta de las élites, como señalan los autores, ante la cuestión indígena siempre giró en torno a tres imperativos: “civilizar” a dicha población, incorporar a las nuevas naciones sus territorios y desestructurar sus relaciones comunitarias. Revueltas como las de Chalco, en México, entre las décadas del 60 y 70 del XIX por la pérdida de las tierras de las comunidades, o las revueltas indígenas de Huancané (1867) y Atusparia (1885) en Perú, dan cuenta de una tensión que pervive a día de hoy como nos enseñan los casos, por ejemplo, de Chile, Bolivia u Honduras.
Ejemplar en este caso es la declaración de la Coordinadora Departamental por la Defensa del Agua y de la Vida, dada en Cochabamba el 6 de febrero de 2000, e incorporada como uno de los 10 anexos documentales en la obra. La “Guerra del agua” enfrentó entre los meses de enero y abril de aquel año a los campesinos regantes de Cochabamba contra la privatización y mercantilización del agua. El contrato privatizador finalmente fue derogado, un triunfo de la lucha de la comunidad. Como se lee en su declaración: “Cochabambino, Cochabambina, la sangre derramada, los esfuerzos realizados, los gases y balines soportados y resistidos han valido la pena. Hemos ganado otra batalla y hay esperanza, hay futuro, hay vida”.
La historia de América Latina en los últimos dos siglos es, de una u otra forma, la de la lucha de los pueblos por su reconocimiento. La obra de Marta Bonaudo, Diego Mauro y Silvia Simonassi nos muestra que, desde sus independencias y hasta el día de hoy, este empeño, ya sea desde perspectivas reformistas o revolucionarias, atraviesa todos los rincones del continente. Y aquí reside quizás una de las enseñanzas universalizables del proceso: la revolución como la instauración de un orden justo; la revolución como instrumento para ordenar la convivencia al modo en el que la mejor tradición republicana lleva siglos teorizando. La lucha de los pueblos latinoamericanos es, después de todo, la concreción continental de una lucha universal: la de la igualdad y la fraternidad como caminos insoslayables hacia la libertad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.