Ya no quedan dudas, es la mayor rebelión popular en la historia contemporánea de Chile. Ha superado hitos como la Revuelta de la Chaucha (1949), la Batalla de Santiago (1957) y las Jornadas de Protesta Nacional contra la dictadura de Pinochet en los 80. Evasiones masivas en las estaciones del Metro, marchas y concentraciones multitudinarias, […]
Ya no quedan dudas, es la mayor rebelión popular en la historia contemporánea de Chile. Ha superado hitos como la Revuelta de la Chaucha (1949), la Batalla de Santiago (1957) y las Jornadas de Protesta Nacional contra la dictadura de Pinochet en los 80.
Evasiones masivas en las estaciones del Metro, marchas y concentraciones multitudinarias, millares de pancartas y cabezas encapuchadas, paros nacionales de unánime o altísimo acatamiento , cortes de avenidas y rutas, velatones que conmueven, cacerolazos que ensordecen, asambleas populares donde todo – todo – se discute y se sueña, barricadas e incendios que llenan de pavor a la burguesía, combates épicos contra carabineros y soldados del Ejército, performances vanguardistas en las calles, miríadas de banderas Wenufoye tremolando en las manifestaciones, saqueos que nutren el morbo de la prensa amarillista, furores iconoclastas contra iglesias y monumentos, enjambres de rayos láser que dificultan el accionar aéreo de los drones y helicópteros policiales… En Santiago, la gran metrópoli y capital del país, pero también en Concepción, Valparaíso, Rancagua, La Serena, Antofagasta, Punta Arenas, Temuco… Las bravatas y amenazas del gobierno, el estado de emergencia, los toques de queda, la feroz represión policial y militar , los carros hidrantes y las tanquetas, los miles de arrestos y personas heridas, las torturas y violaciones sexuales , los más de 20 asesinatos, no han podido quebrar la voluntad insurgente del pueblo chileno. La revuelta es cosa seria.
Primavera de Chile: así la han bautizado. Primavera de Chile, sí, con esa belleza semántica y fonética tan propia de la poesía.
La pueblada comenzó a mediados de octubre, en plena estación primaveral, un soleado viernes 18 en que la temperatura trepó hasta los 25°C. Esta explicación onomástica de tipo anecdótico no es inexacta , pero resulta insuficiente. En la elección del nombre, gravitó también una vieja tradición política: la cultura de izquierda, tan pródiga en retórica, tan fértil en metáforas.
Desde aquel gran ciclo de revoluciones europeas en que Marx y Engels escribieron El Manifiesto Comunista , el despertar del pueblo ha estado asociado al fin del invierno, al advenimiento de la estación de la prímula: un sol que vuelve a entibiar la tierra, ríos acrecentados por el deshielo, una vegetación reverdecida y florecida, animales que ponen término a su largo letargo de hibernación… La de 1848 fue la primavera de los pueblos de Francia, Alemania, Italia, Hungría, Polonia… Aunque debe señalarse que empezó en febrero, cuando aún era temporada invernal en el hemisferio norte. La de ahora es la primavera del pueblo chileno , y en ella la temporalidad del calendario coincide con la temporalidad de la política. Hubo otras entre medio: la Primavera de Praga, en 1968; la Primavera Árabe, en 2011…
Hubo, incluso, otra Primavera Chilena. Despuntó en el otoño de 2011, en simultáneo con la Primavera Árabe del hemisferio norte (de ahí el nombre). Fue una masiva protesta de la juventud, fundamentalmente en Santiago, contra la política educativa neoliberal del primer gobierno de Piñera , encarnada en la nueva Ley General de Educación (LGE), que muy levemente había remozado la vieja e impopular Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE) del pinochetismo. La protesta recibió también, por este motivo, el apodo de Estudiantazo . Las movilizaciones se extendieron de abril a diciembre, con un alto grado de participación tanto a nivel universitario como secundario.
Lo cierto es que Chile Despertó , y esta es otra de las denominaciones del estallido popular en el país trasandino, sobre todo en las redes sociales, donde ha sido furor como hashtag. Y hay una tercera, que también merece mención: Revuelta de Octubre , un guiño histórico más que evidente a la Revolución Rusa. ¿ Santiagazo ? La amplificación nacional del conflicto ya no autoriza un rótulo tan estrechamente capitalino, aunque Santiago -por magnitud demográfica y peso político- siga siendo el epicentro.
Chile despertó, sí. Y ese despertar no es solo político. Es también un despertar cultural. Paralelamente a la protesta popular, siguiéndole los pasos y nutriéndola con su sustancia, el arte chileno se ha hecho presente en las calles. No todos los días se asiste a una sinergia tan potente, tan explosiva, entre rebelión y praxis estética . En Chile, la utopía ha dejado de ser -o parecer- un horizonte remoto, inalcanzable.
Primavera de Chile: lucha de clases, arte de calles. Grafitis, muralismo, canción de protesta, performances , historieta, net art , poesía, cosplay , fotografía documental, retrosesentismo y retrosetentismo, iconoclastia, simpsonmanía… La hiperactividad estética en el país del pospinochetismo tardío: crisis del neoliberalismo, revuelta popular y activismo juvenil millennial-centennial .
¿Revolución?
Las protestas contra el gobierno de Piñera y su modelo económico son de una masividad y recurrencia impactantes. Su vitalidad y colorido fascinan, conmueven, entusiasman.
Indicios de malestar social no faltaban en Chile, ni tampoco antecedentes de resistencia y lucha. Pero nada hacía prever este tsunami de rebeldía popular que mantiene en vilo a América Latina y al mundo entero. Alguna vez, el anarquista argentino Rodolfo González Pacheco dijo de la revolución:
Tendrá su ley, como todo. Pero, ¿quién pueda explicarla? Cae como el rayo; barre lo muerto y lo vivo, como un vendaval, basura y flores. Ya sería hora de que aquéllos que, en la impotencia de organizarnos la vida como un reloj, le cargan a dios o al diablo el mal o el bien que nos falta, o que nos sobra, incluyeran en su elenco este relojero: la revolución.
¿Desde qué espacio -cumbre o abismo, amor odio o amor- se desata? ¿Por cuánto tiempo y hacia qué rumbo arreará -pastor que viene quemando los pastizales- al asustado o furioso rebaño humano? ¿Qué torre de hierro o piedra hará polvo a manotones? ¿Qué estéril brizna o fecundo polen se llevará, como un niño dormido, sobre sus alas?
No hay sociología, materialismo o dialéctica que prevean lo espantable o candoroso que ella sumerge o remonta. Reja que da vuelta tierra mesturada con reptiles: entraña nuestra, rebelde o envilecida, que estalla miel o ponzoña: la ineditez del hombre… Prever la revolución a través de la evolución, es prever el huracán a través del aire de nuestros ventiladores. […]
¡Cuánto candor y fiereza! ¡Qué densa y humeante vida rompe y recuesta en la tierra esta aradora […], de la que nunca se sabe desde qué punto ni a qué hora va a poner su arado en marcha! Pero que, por eso mismo, uno ha de esperarla siempre. ¡Para sembrar sus surcos!
¿La Primavera de Chile es una revolución en sentido estricto? Todavía no (la pueblada no derivó aún en insurrección abierta, y la estructura material y la superestructura del país persisten inalteradas), pero puede llegar a serlo. Ojalá llegue a serlo…
Brevísima historia del neoliberalismo en Chile
La república trasandina era la niña mimada del neoliberalismo. En ninguna parte del mundo, las recetas económicas ortodoxas fueron implementadas con tanta sistematicidad y drasticidad como en el Chile de Pinochet, ni siquiera en la Gran Bretaña de Thatcher, los EE.UU. de Reagan y la Argentina de Videla. Si en algún lugar del orbe hubo un experimento de reingeniería social a gran escala tendiente a hacer realidad la ortodoxia de los Chicago boys , a desmantelar por completo el Estado de bienestar de Posguerra, ese lugar fue el Chile de la dictadura pinochetista: mercantilización a ultranza de la educación, de la salud, del empleo, de la previsión social, de los servicios públicos, de los recursos naturales, de la vivienda, etc.
Fue también en Chile, precisamente por esa misma razón, donde la doctrina del shock -al decir de Naomi Klein- fue aplicada con mayor método y radicalidad, dando origen a uno de los terrorismos de estado más virulentos y traumáticos de la historia contemporánea. Resultaba imperativo, para la burguesía, destruir aquella férrea voluntad de resistencia de la clase obrera y los sectores populares forjada durante décadas, y templada durante los tiempos de Allende y la Unidad Popular . La violencia represiva de la derecha fue directamente proporcional al nivel de conciencia, organización y combatividad de las masas.
Pero la dictadura pinochetista, a diferencia de la procesista, no sufrió un desastre de Malvinas. Y logró además, finalmente, luego de no pocas dificultades y zozobras, reactivar el crecimiento exportador de Chile y estabilizar sus variables macroeconómicas. Era un éxito tramposo, basado en la reprimarización del aparato productivo y en la exclusión social de la mayoría. Pero alcanzó para alimentar la quimera de la bonanza , en un contexto de derrota, fragmentación, miedo y desmovilización que exacerbaron como nunca la cultura del individualismo: subjetividades atomizadas, egoístas, pragmáticas, filisteas, conformistas, competitivas, enfrascadas en la lógica del sálvese quien pueda , formateadas por el ideologema conservador de la «meritocracia», consumistas y esnobistas al máximo, despolitizadas…
No sorprende, entonces, que la transición democrática de los 90 haya sido tan tibia, tan timorata, tan gatopardista. La democracia fue restaurada en su dimensión formal, más como una ficción jurídica que como una realidad palpable: división de poderes, elecciones periódicas, sistema de partidos, parlamentarismo, recuperación de derechos de primera generación (civiles y políticos), y otros aspectos que hacen a la mentada institucionalidad republicana . Aunque no del todo, sin embargo, pues la Constitución pinochetista de 1980 ha seguido vigente -con módicos retoques- hasta el día de hoy, y ella contiene gravosas hipotecas ( enclaves autoritarios se les dice) que comprometen la plena vigencia de las libertades públicas. Ni hablar si se piensa la democracia en términos más sustantivos, sopesando los principios de igualdad y justicia. En efecto, Chile mantiene una deuda gigantesca en materia de derechos de segunda, tercera y cuarta generación: derechos económicos, sociales, culturales, ambientales, de las mujeres, de las disidencias sexuales, de los pueblos originarios, etc. No en vano, uno de los principales reclamos que hoy aglutinan a quienes protestan contra Piñera es la convocatoria de una asamblea constituyente que permita la refundación del país como república plurinacional y genuinamente democrática.
De todas las crisis que ha afrontado el neoliberalismo en América Latina, la de Chile ha sido la más tardía. No faltaron atisbos de neokeynesianismo en el país trasandino, es cierto. Por ejemplo, durante las dos presidencias de Bachelet, la dirigente del Partido Socialista que colaboró con Lula, Chávez, Cristina Fernández, Evo Morales y Rafael Correa en la creación de la Unasur . Pero fueron solo eso: atisbos, reformas escasas y superficiales que no hicieron peligrar el status quo del Chile pospinochetista. Si en la América Latina del siglo XXI hubo un reformismo de centroizquierda renuente a desmontar el andamiaje neoliberal, remiso a contrarrestar la lógica privatista imperante en rubros esenciales de la vida social (salud, educación, sistema previsional , etc.), ese fue el chileno. Con el agravante de haber apadrinado como pocos el extractivismo y los agronegocios, y de haber endurecido y utilizado a fondo, contra el pueblo mapuche, la siniestra Ley Antiterrorista heredada de la dictadura.
Lucha de clases en Chile: actualidad y perspectivas
Muchas personas expresan su temor de que en Chile haya un golpe de Estado, como acaba de ocurrir en Bolivia. Nadie tiene la bola de cristal, pero me parece poco probable, al menos a corto plazo.
En Bolivia, el golpismo tiene una base social muy importante, mucho más amplia que la que hoy retiene la desgastada coalición oficialista Chile Vamos: no solo la burguesía blanca empresarial y terrateniente, las multinacionales, las Fuerzas Armadas, la Policía, las Iglesias, la prensa hegemónica y la embajada de Estados Unidos -o sea, el establishment -, sino también la clase media urbana y la población del Oriente, predominantemente mestizas o blancas, las cuales le dan al movimiento sedicioso contra Evo Morales y el MAS un carácter de masas que no permite catalogarlo como puramente elitista u oligárquico (aunque está claro que no se lo puede considerar mayoritario, ya que el campesinado indígena del Altiplano sigue siendo el elemento social y étnico más numeroso del país).
En Chile, por el contrario, la base social de la derecha es mucho más exigua. Se reduce, de hecho, al establishment : el gobierno, la burguesía concentrada, las fuerzas de seguridad, etc. Los sectores populares y medios están, en su inmensa mayoría, contra Piñera y el modelo neoliberal: trabajadores fabriles y marítimos, mineros, oficinistas, estudiantes, mujeres, mapuches, personas desempleadas, jubiladas, comerciantes, docentes, profesionales, artistas, etc. La revuelta chilena es extremadamente diversa en su composición social: abarca casi todas las clases sociales. Este policlasismo torna poco probable -a mi entender- un desenlace golpista en el país trasandino, a no ser que los sectores medios, asustados por una espiral de radicalización de la lucha de clases, se diesen vuelta, algo que ya ha ocurrido en otros procesos históricos, como en la Francia de la Segunda República (1848-1852).
No en vano el índice de reprobación a la gestión de Piñera se ubica en torno al 80%. Es el más alto en las últimas tres décadas, desde que en Chile se restauró la democracia. El nivel de aprobación ha caído a menos del 15%. Estos porcentajes dan cuenta del carácter estrechamente elitista de las bases de sustentación del oficialismo.
Hay también en Chile, por otro lado, una intensificación de la lucha indigenista, que no puede ser disociada de la lucha de clases, habida cuenta el carácter predominantemente campesino de sus bases sociales, y su impronta agrarista-anticapitalista. En todos estos años de pospinochetismo tardío, las comunidades mapuches del Sur rural, junto a la juventud estudiantil de las grandes ciudades de la Zona Central, han sido, por lejos, los sectores más movilizados, combativos y radicalizados de la sociedad chilena. Por eso, el estallido actual los tiene colocados en la vanguardia.
El pueblo mapuche está participando activamente de la revuelta general. Apoya las protestas katripache contra el modelo neoliberal, y sus reclamos de derogación de la Constitución pinochetista de 1980. Pero suma reclamos específicos: desmilitarización del Wallmapu , restitución de tierras ancestrales, freno a los desmontes de los terratenientes y las empresas forestales, derogación de la Ley Antiterrorista, autodeterminación, plurinacionalidad, liberación de activistas en prisión, juicio y castigo a los represores, etc.
A juzgar por la exhibición de miles de banderas Wenufoye en las movilizaciones de Santiago y otras urbes del centro del país, pareciera que la Primavera de Chile ha traído aparejadas una mayor sensibilización, empatía y solidaridad de la población katripache con la causa mapuche, aunque todavía es prematuro ir más lejos en las conclusiones. Hablar de una alianza es demasiado aventurado por ahora, pero sí parece existir, al menos, una coincidencia coyuntural. Esa coincidencia se sustenta en los siguientes puntos: rechazo del gobierno de Piñera y del neoliberalismo, repudio de la memoria colectiva a la dictadura de Pinochet y su terrorismo de estado, condena del autoritarismo y la represión, afinidad en la lucha socioambiental contra el extractivismo, y aceptación de la vía insurreccional ( lucha de calles ). No está claro qué tan alto es, al interior de la población katripache rebelde (estudiantes, clase media, trabajadores sindicalizados, etc.) el apoyo a las reivindicaciones específicas del pueblo mapuche, aunque se podría especular -con cautela- que la tradicional indiferencia u hostilidad van disminuyendo.
Jóvenes en la vanguardia: acción directa y ciberactivismo
Uno de los aspectos que más ha concitado la atención de la Primavera chilena es el protagonismo de la juventud. La vanguardia , el sector social más activo-combativo en las manifestaciones y revueltas, ha sido, sin dudas, el estudiantado: adolescentes del secundario, jóvenes mayores de edad que cursan carreras universitarias o terciarias, jóvenes con empleo o sin él que no han podido acceder a la educación superior. Hablamos de millennials y centennials , es decir, de la generación Y (cohorte demográfica nacida entre principios de los 80 y mediados de los 90) y la generación Z (cohorte nacida a partir de mediados de los 90). Son generaciones totalmente adaptadas a las nuevas tecnologías. Crecieron con la informática, Internet, la telefonía celular, las redes sociales, WhatsApp, etc., como una dimensión intrínseca y central de sus vidas cotidianas. O al menos se habituaron al universo virtual tempranamente, precozmente, durante los años de adolescencia.
La juventud chilena pospinochetista tiene un largo historial de luchas contra el modelo educacional privatista y elitista del neoliberalismo. Sus reivindicaciones son conocidas: gratuidad, pase escolar (boleto estudiantil) gratuito y unificado , defensa o aumento del presupuesto para la enseñanza pública, solidaridad con los reclamos salariales de docentes, marcha atrás con la municipalización de las escuelas, continuidad de las universidades y los institutos en riesgo de clausura, reformulación de la jornada escolar completa, reformas curriculares y otras mejoras en calidad educativa, mecanismos de cogobierno, extensión de becas, mayor libertad de expresión, eliminación de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), etc. Al Mochilazo de 2001 -que tuvo como antecedente inmediato el ciclo de protestas de la década del 90- le siguieron las movilizaciones estudiantiles de 2002 y 2005, y luego la multitudinaria Revolución Pingüina de 2006. La militancia juvenil por la educación pública alcanzó nuevos picos de intensidad en 2008, 2011-2012 y 2015-2016. En 2018, tuvo un giro político-ideológico importante, al masificarse las denuncias contra los abusos sexuales, la inequidad de género, la misoginia y la discriminación machista al interior del sistema educativo: la llamada nueva ola feminista chilena .
Los métodos de lucha han sido extremadamente variados, y a menudo muy creativos: desde petitorios, paros, manifestaciones y asambleas, hasta huelgas de hambre, tomas de colegios y universidades, e incluso enfrentamientos con las fuerzas represivas; sin olvidarnos de mencionar el arte callejero (grafitis, murales, performances , canto de protesta, etc.) y la iconoclastia (vandalización de monumentos que denotan o connotan autoritarismo u opresión), tradiciones contestatarias que hunden sus raíces en la contracultura de fines de los 60 y principios de los 70 . Y por supuesto, también el ciberactivismo, ámbito en el cual la juventud millennial y -más aún- centennial se mueve como pez en el agua, con notable destreza e intensidad, y no poca inventiva: propagación de comunicados por redes sociales, creación y viralización de memes satíricos, hacking , armado de grupos virtuales, difusión de fotos y videos, uso de hashtags , arte digital, referencias subversivas al cómic y la cultura otaku , etc.
La juventud trasandina es excepcionalmente rebelde y combativa. Probablemente, ningún otro movimiento estudiantil de América Latina tenga tanta pujanza como el chileno . Sería un error, sin embargo, explicar esta singularidad apelando a argumentos esencialistas. Lo que permite entender la fenomenal radicalización de la juventud en Chile son las circunstancias concretas, el proceso histórico: la larga dictadura derechista de Pinochet, y luego, las pesadas rémoras neoliberales que han signado la restauración democrática. Hablamos de un país donde la privatización y mercantilización de la enseñanza ha llegado a extremos sin paragón en la región. La crónica agitación estudiantil en el Chile posdictatorial deja al desnudo la persistencia de un modelo educacional profundamente regresivo.
Se ha dicho muchas veces, con ligereza, con simplismo, que las nuevas generaciones se hallan cretinizadas y desmovilizadas por su sobreexposición a las nuevas tecnologías. Se repite ad nauseam , desde una opinología con ínfulas sociológicas, que la juventud millennial – centennial vive enfrascada en la virtualidad, y que esa virtualidad es funcional a la reproducción del sistema, porque opera como un opio anestésico, evasivo y despolitizador. Como tendremos oportunidad de constatar mejor, la Primavera de Chile refuta este razonamiento tan lineal, rayano con el prejuicio.
No está de más recordar, en este punto, que la Revuelta de Octubre comenzó con las evasiones masivas del estudiantado santiaguino en las estaciones del Metro, en repudio a la suba de tarifas del transporte público, uno de los más onerosos de toda América Latina (una pequeña digresión: también la Revuelta de la Chaucha, hace 70 años, tuvo como detonante el alza en los boletos, y como escenario a la capital chilena). Dicha acción de desobediencia civil a lo Thoreau, pronto complementada con otras tácticas (derribo de puertas cerradas, rotura de validadores y letreros, enfrentamiento con los carabineros, etc.), fue luego imitada por el resto de la población usuaria: trabajadores, pasajeros en general . Pero el puntapié inicial lo dieron los liceístas o pingüinos, pibas y pibes del secundario, principalmente de los liceos emblemáticos del centro de Santiago. La Primavera de Chile tuvo, pues, como preludio , la rebelión de la juventud.
Arte urgente e insurgente
Una ojeada retrospectiva a las manifestaciones, revueltas, insurrecciones y revoluciones del mundo contemporáneo permite verificar una constante: la presencia del arte. Es una presencia profundamente significativa, que habilita a pensar en esta tesis: la creación estética es una praxis ínsita a los movimientos sociales emancipatorios . Dicho de otro modo, el arte es necesario a la rebelión popular.
¿Por qué? Porque el arte es una instancia privilegiada, inigualablemente potente, para producir sentido ; y si hay un quehacer humano, entre tantos quehaceres humanos, que demanda esa producción, esa semiosis , es la lucha colectiva contra el orden social. Toda insumisión que pretenda ser exitosa, eficaz, debe destruir el sentido común del status quo , y construir en su reemplazo el buen sentido de la utopía. En esta doble tarea insurgente de negación y afirmación, la experiencia estética ocupa un lugar preponderante, crucial. No es posible subvertir la sociedad si no se subvierte el arte. La literatura, la música, el cine, la pintura, la escultura, el teatro, etc., son instrumentos poderosísimos para la resignificación crítica y la significación utópica del mundo.
Nos equivocaríamos mucho si concibiésemos de modo unidireccional el vínculo entre rebelión y arte. Las prácticas estéticas no son meros reflejos o réplicas de los movimientos sociales. Desde luego que acusan su impacto, y bastante. Resultaría necio -y funesto- negar esta causalidad desde la torre de marfil (purismo aislacionista). El arte se encuentra condicionado por la sociedad y la historia, por las relaciones de producción y la lucha de clases. Pero no se halla mecánicamente determinado por ellas. Goza de una autonomía nada desdeñable. Y esta autonomía implica, entre otras cosas, la capacidad de incidir o influir en la propia realidad social, modificándola, transformándola. Esto vale también para las rebeliones subalternas. El arte puede estimularlas, acicatearlas, radicalizarlas incluso. ¿Cómo? De muchas formas: visibilizando el absurdo, desnaturalizando lo dado, denunciando injusticias, haciendo memoria a contrapelo , creando conciencia contrahegemónica, amplificando la rebeldía mediante la representación, interpelando a través de la sátira o la ficción, poetizando, rompiendo la cuarta pared, inventando distopías, recreando libremente obras clásicas…
Sobran los ejemplos históricos que testimonian esta alquimia entre arte y rebelión: La Marsellesa y La libertad guiando al pueblo en la Francia revolucionaria, el muralismo en el México liberado del yugo porfirista , el Proletkult en la Revolución Rusa, la poesía del Romancero en la Guerra Civil Española, la Nueva Trova en la Revolución Cubana, los grafitis en el Mayo Francés, el Cine Político en la Italia de la Contestazione , los relatos del Subcomandante Marcos en los Caracoles zapatistas de Chiapas, las performances feministas en la Argentina de la marea verde y la campaña Ni Una Menos… Dada la temática trasandina que aquí nos ocupa , es imposible no evocar, asimismo, el movimiento folclórico de la Nueva Canción que se desarrolló en el Chile sesentista y allendista, y que supo alumbrar innumerables letras de protesta en la vena de esa gran precursora que fue Violeta Parra: las de Víctor Jara, las de Quilapayún…
Digamos algo más: el arte de la rebelión, el arte insurgente, es un arte urgente. Urgente no porque su producción sea necesariamente apresurada o improvisada (puede ser lenta y meticulosa). Tampoco porque sus productos resulten siempre efímeros (pueden ser duraderos, y aun convertirse en clásicos). Arte urgente en otro sentido: una creación estética de extramuros, a la intemperie, sin evasiones, sin nihilismos ni solipsismos, muy fuertemente interpelada, movilizada, atravesada por el aquí y ahora, vale decir, apremiada por los problemas sociales y las encrucijadas políticas del tiempo-espacio en que se vive, se sufre y se lucha.
¿Arte panfletario? ¿Estética hiperrealista? A veces, solo a veces … Las películas de Eisenstein –La huelga, El acorazado Potemkin, Octubre, etc.- fueron mucho más que propaganda soviética: inventaron el cine. El Guernica, obra cumbre de la vanguardia cubista, fue pintado por un Picasso conmocionado, en caliente y a ritmo febril, durante las semanas siguientes al bombardeo nazifascista de la localidad vasca, por encargo de la Segunda República Española, con el objeto de concitar apoyo internacional a la guerra librada contra Franco. La historia lo demuestra con suficiencia: la pasión militante, la inquietud política, la sensibilidad social, no tienen vedado el ingreso al Parnaso.
El arte de la rabia (y de la fiesta)
Lo que sigue no es un inventario, sino, apenas, un muestrario. Detallar con exhaustividad la explosión creativa del Chile insurgente de estos días sería imposible aquí, no solo por razones de espacio, sino también por otro motivo: el fenómeno es demasiado reciente y complejo, y todavía está en plena ebullición. No contamos aún con información sistematizada e integral: libros, artículos académicos, etc. Solo hay retazos, fuentes dispersas producidas en caliente: notas periodísticas, registros audiovisuales, publicaciones en redes sociales, etc. Por otra parte, no disponemos aún de una distancia adecuada para la observación y el análisis más rigurosos (conocimiento ex post del proceso, visión de conjunto, desapasionamiento crítico).
Mi propósito, por lo tanto, no es agotar la temática, demasiado vasta e incipiente, sino, tan solo, ilustrar con unos cuantos ejemplos algunas tendencias estético-culturales que he podido vislumbrar, y que me han parecido significativas, representativas del nuevo Zeitgeist o «clima epocal» -parafraseando a Herder- que ha emergido en Chile tras la Revuelta de Octubre, al calor de la agitación y radicalización del pueblo. Con una limitante no menor, que debo confesar: soy un testigo contemporáneo y vecino, pero no un testigo presencial. Nací y he vivido siempre en Argentina, y la última vez que crucé la cordillera fue hace ya casi cuatro años… Mis conocimientos sobre la Primavera de Chile se basan, por lo tanto, exclusivamente en lecturas y otras adquisiciones indirectas .
Otro problema: no todas las artes están incluidas en esta panorámica. Algunas omisiones son inevitables: la arquitectura, el cine, la novelística, el teatro… Se trata de artes de largo aliento, que no pueden producir obras en un lapso tan corto (apenas han transcurrido dos meses desde que estalló la revuelta). Habrá que esperar más tiempo para ver plasmadas sus representaciones del Chile Despertó. Otras omisiones del muestrario, en cambio, reflejan preferencias o lagunas de información: las de la prensa e Internet, o las del propio autor de este ensayo.
Entrevistado hace poco en Argentina por Infobae , Raúl Zurita declaró: «lo que sucede en Chile es que todavía rige la constitución de un dictador. Hay que partir de inmediato de eso, porque es una demanda urgente. La discusión sobre Pinochet no se ha dado, o se ha dado pero muy poco, muy superficialmente». El gran poeta chileno ahondó su reflexión: «a nosotros todavía nos persigue el pasado. Ese monstruo que reaparece y reaparece si no lo miramos de frente, si no nos detenemos a ver lo que fue. El terror y el horror. Pero no pudieron con el amor que sentimos entre nosotros». Refiriéndose a su ciudad natal, acotó: «Santiago está con todos los locales quemados, es una rabia acumulada. Y es una fiesta también» .
Interrogado acerca del papel que podría asumir el arte en la Primavera de Chile, Zurita respondió: «el arte lo hace todo y no hace nada al mismo tiempo. El arte da testimonio. Ahora está dando una gran lucha feroz: la lucha por los significados. ¿Qué significa la palabra Chile , la palabra cielo , la palabra nacional ? Es el legado de Pablo Neruda, Víctor Jara, Violeta Parra, Nicanor Parra, Vicente Huidobro […] El problema del arte no es nada y lo es todo al mismo tiempo, porque se pregunta qué significan las palabras, cuál es su significado, cuáles son las palabras que usamos para decir, si la de los militares o la de los cantores y poetas chilenos». De este lado de los Andes hablaríamos de batalla cultural. A eso se refiere Zurita.
Sus versos elegíacos, siempre necesarios en su empeño de no olvidar ni perdonar el terrorismo de estado, han adquirido, de golpe, una actualidad inusitada, que incita a la relectura: «Peces en llamas saltan, asombrosas carnadas arden en el mar. Llovieron cielos santos. Zarzas de Chile, he allí vuestros hijos. Zarzas de Chile, he allí el mar ardiendo» . «Gritan, el desierto de Chile grita. Nadie diría que esto puede ser, pero gritan» (INRI, 2003).
Calíope desarrapada
Alguna vez, en otra parte, rememorando la primavera poética de la Guerra Civil Española, escribí: «Mas no se trató de una poesía pura y elitista -la lírica abstracta e intimista de los parnasianos-, sino más bien de una poesía social, actualista y politizada, entrelazada con la cultura popular, unida al ideario revolucionario por sinnúmero de vasos comunicantes. Una épica de barricadas y trincheras. Una poética subvertida del pueblo en armas. Calíope desarrapada, como La Liberté guidant le peuple de Delacroix». Chile hoy tiene también su musa de los versos epopéyicos.
Testigo de la vorágine, el escritor Eugenio Dávalos Pomareda ha escrito Chile despertó: crónica poética de la histórica marcha . El poema vio la luz el 3 de noviembre, a través de la Agencia Paco Urondo. «Qué belleza/La multitudinaria marcha/Este 25 de octubre de 2019/Por un Chile mejor». «Chile está en guerra/Dijo el señor presidente/Contra un enemigo poderoso/E invisible/Dos millones de seres invisibles/Ocuparon las plazas/Y La Amplia Alameda». «Al final/La infaltable refriega/Pacos contra encapuchados/Piedras contra balas/Molotov contra bombas lacrimógenas».
Otro escritor que ha elegido narrar en versos la gesta popular contra Piñera es Christian Guadiana. Fechado el 29 de octubre, su poema épico El ángel de la barricada apareció pocos días después en el portal Chile Piensa . «Suenan tiros a cierta distancia/La barricada arde/Es una intensa llamarada/Diríase una silueta borrosa, embanderada, ornada de fuego/como una columna humana/similar a un grito silencioso/a una borrasca humana/una tormenta/un trueno agitando las sombras/una alta llamarada roja, anaranjada/Una cabalgadura donde tal vez va un toqui a la cabeza de su pueblo/convocando a las multitudes a no cejar en su esfuerzo/Y en este instante las figuras humanas se proyectan, se transfiguran/se levantan empuñando su furia, su hambre de años, su sed de siglos/Su rabia limpia y sucia, su ignorancia y su sabiduría/su mirada y su ceguera/Su amor y su locura, su alma pacífica y su corazón guerrero/Estamos en medio de la barricada/Y es hacia la medianoche/de un día de Octubre del año 2019 que corre enloquecido/inesperadamente enloquecido».
Santiago, sábado 2 de noviembre. En una esquina del barrio de Yungay, cuando cae la noche, el vecindario se congrega en cabildo abierto para debatir el presente y soñar el porvenir. Dos corresponsales de Reuters toman nota de lo que sucede. Y lo que sucede no es solo política, sino también arte… En un momento, la deliberación cesa. Comienza a sonar por los altoparlantes El baile de los que sobran , una vieja canción de Los Prisioneros que data de mediados de la década del 80, hoy súbitamente resignificada como uno de los himnos de la pueblada. Con ayuda de un megáfono, una muchacha recita dos poemas contestatarios de su autoría alumbrados con la urgencia que reclama la hora: Gente despierta y Estado de emergencia . Por todo el país hay poetas rebeldes en comunión con Calíope, célebres o noveles, sentipensando lo que pasa, enlazando con su oficio la creación y el testimonio: poetas feministas, poetas mapuches, poetas anarquistas…
Claro que no todo es presente en esta eclosión de la poesía social. Abundan los saltos de tigre -parafraseando a Walter Benjamin- al pasado sesentista y allendista. Las estrofas más populares de Violeta Parra y Víctor Jara circulan por doquier, como semillas al viento: conciertos al aire libre, covers en YouTube, eventos poéticos, murales, redes sociales, performances callejeras… Hay un espíritu retro muy consciente y tenaz, orgulloso de su hambre insaciable de historia y genealogía, sobrevolando este despertar a la revuelta y la poesía.
Benjamin hablaría de Eingedenken , de «rememoración». ¿Cómo no citar aquí la segunda tesis de su Über den Begriff der Geschichte (1940)? «El pasado lleva en sí un secreto índice que lo remite a la redención», señala el filósofo marxista. «Pues ¿no nos acaricia un soplo del aire que acarició a los antepasados? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de las que se extinguieron antaño? Si esto es así», concluye, «es que hay una misteriosa cita entre las edades pretéritas y la nuestra. Es que se nos esperaba en el mundo. Es que a nosotros, como a todas las edades que nos precedieron, se nos ha dado una débil fuerza mesiánica a la que el pasado tiene derecho». Chile ilustra con nitidez esta certeza histórico-filosófica.
» Mientras haya poesía, no podrán jamás matarnos», auguró hace un año la poetisa y militante chilena Fanny Campos, en una nota publicada por la página web El Desconcierto , alusiva a las luchas mapuches y feministas, y a sus mártires. «De lo que nos quema escribamos», había incitado en febrero, desde la tribuna literaria Electrodependientes . ¿Cómo no releer sus poemas con otros ojos -ojos esperanzados- después del deshielo primaveral de octubre?
Otra vez el canto de protesta
En lo que a música contestataria se refiere, Chile posee una tradición de excepcional riqueza, que se remonta a la década del 60 y la primavera setentista de Allende, e incluso más atrás, si no olvidamos aquilatar la labor pionera de Violeta Parra, tan preñada de innovaciones fecundas para el folclore trasandino y de toda nuestra región. De hecho, Chile supo estar a la vanguardia de la Nueva Canción latinoamericana. Nombres como Víctor Jara, Patricio Manns, Margot Loyola, Isabel Parra, Ángel Parra, Osvaldo Gitano Rodríguez, Tito Fernández… grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Illapu y Cuncumén, entre otros, no requieren presentación.
El revival de toda esta tradición musical ha sido muy potente en estas jornadas de efervescencia social. Los covers , los clásicos reversionados, han estado a la orden del día. Por ejemplo, El derecho a vivir en paz, que Víctor Jara compusiera en 1971 contra la guerra de Vietnam, pero que ahora, repentinamente, ha sumado una nueva connotación rebelde: la de himno popular contra la tiranía neoliberal de Piñera, una y otra vez cantado en las movilizaciones. Por iniciativa de la Fundación Víctor Jara, más de medio centenar de cantantes e instrumentistas de todo Chile se reunieron para interpretarla, con algunos retoques de aggiornamento: Francisca Valenzuela, Camila Moreno, Fernando Milagros, Mon Laferte, Gepe, Denisse Malebrán, Augusto Schuster, Tommy Boysen, Nano Stern, Javiera Parra, Benjamín Walker, Paz Court, Manuel García, Pablo Stipicic, Eduardo Iensen, Valentín Trujillo, Pedro Villagra, Danilo Donoso, Vicente Sanfuentes, Juan Ángel Mallorca y otros. El videoclip se volvió viral, con más de 1,3 millones de visitas en YouTube.
Hubo escenas de espontaneidad y belleza casi surrealistas. A la luz de la luna, en un edificio del centro de Santiago, cuando el toque de queda ya regía, una soprano se lanzó a cantar a capela, desde algún incierto balcón en penumbras que protegía su anonimato, Te recuerdo Amanda . Todo el vecindario ovacionó su ocurrencia. Alguien que la filmó con celular, la subió a Twitter, y se propagó con la celeridad de un incendio. Aquella noche, la tercera de la revuelta, el numen tutelar de Víctor Jara tomó cuerpo en este y tantos otros átomos de resistencia. Algo similar sucedió en otro edificio con Para que nunca más , la canción que Sol y Lluvia compuso en 1980, en plena dictadura. Una mujer comenzó a cantarla, y alguien se le sumó con la guitarra. El dúo fue aplaudido y vitoreado por una multitud de vecinos en trance.
Mon Laferte, por su parte, ha reversionado La carta , aquella canción de protesta que Violeta Parra compuso en el 62 a su hermano Roberto, militante comunista, quien había caído preso en una sangrienta redada de la policía en una barriada del sur de Santiago, cuando gobernaba Jorge Alessandri. «Habrase visto insolencia/barbarie y alevosía/de presentar el trabuco/y matar a sangre fría/a quien defensa no tiene/con las dos manos vacías», reza una de las estrofas. Mon Laferte le cambió el final, para actualizar su sentido e interpelar a Piñera: «Necesitamos justicia y la paz en la nación/la guerra no es de la gente/presidente por favor». El video se viralizó desde la cuenta de la cantante en Instagram.
Otro clásico del cancionero que la pueblada del Chile Despierta ha hecho suyo como himno es El pueblo unido jamás será vencido (1973), de Quilapayún, compuesto poco antes del golpe contra Allende. Temas musicales de los años dictatoriales más duros de clandestinidad y exilio -la época del llamado Apagón cultural – también han experimentado un renacer.
Pero no todo es vintage en esta primavera. Lo nuevo también se abre camino. El domingo 27 de octubre, la banda de rock alternativo Ases Falsos estrenó en YouTube y redes sociales la canción Yo sí estoy en guerra , título que parece expresar, desde un pathos insurreccionalista, cierta disidencia elíptica con la consigna pacifista de Mon Laferte «la guerra no es de la gente»; que había sido, a su vez, una réplica de la cantante a la bravuconada presidencial «estamos en guerra con un enemigo poderoso». Otro ejemplo, entre tantos, es Anita Tijoux, la cantautora y rapera, reconocida por su activismo feminista. Ella escribió Cacerolazo , una canción de hip-hop donde no escatima críticas al gobierno, ni anda con vueltas para pedir la renuncia de Piñera. El videoclip, desbordante de humor satírico y bizarro, se ha convertido en un éxito de masas. Muchas otras personas freestylers hicieron lo mismo que Tijoux: Kaiser, Teorema, Nitro, Flash, etc.
Tampoco la música clásica ha estado ausente. El domingo 3 de noviembre, en horas del mediodía, una orquesta sinfónica, acompañada de solistas y coro, interpretó el Réquiem de Mozart en tributo a las víctimas de la represión, que a la sazón ya trepaban a veinte. El concierto, que congregó a un centenar de artistas, se llevó a cabo en la explanada del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, e incluyó performances alusivas a la violencia fratricida del gobierno. Desde luego que no se trató de una elección casual: en dicho museo se preserva del olvido a todas las personas -miles y miles- desaparecidas, torturadas, asesinadas durante la dictadura militar. Es un lieu de mémoire -recuperando la noción de Pierre Nora- contra el olvido amañado del terrorismo de estado en Chile. Allí, precisamente allí, una multitud sin miedo, un gentío indómito, se reunió para participar del homenaje martirial, en una atmósfera de honda emoción, con clara voluntad de desafiar al poder. Así, con una ceremonia civil y rebelde en clave estética, las víctimas de Piñera quedaron hermanadas a las víctimas de Pinochet.
El Réquiem de Mozart, interpretado frente al Museo de la Memoria, obró el milagro de unificar los dos martirologios: el de 1973-1990 y el de 2019. Otra muestra palpable de la Eingedenken benjaminiana: «apoderarse de un recuerdo tal como refulge en el instante de un peligro», proponía el pensador judeoalemán en la Tesis VI de su ya citado ensayo Sobre el concepto de historia . «Aferrar una imagen del pasado tal como inesperadamente se le presenta al sujeto histórico en el instante del peligro», insistía. Porque «el peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a sus destinatarios; para ambos es uno y el mismo: prestarse a ser el instrumento de la clase dominante». Así es que «en cada época ha de intentarse, de nuevo, arrebatarle la transmisión al conformismo que está a punto de sojuzgarla». Y remataba: «el don de avivar en lo pasado la chispa de la esperanza solo reside», únicamente le ha sido otorgado, a quien «está convencido de lo siguiente: ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence».
Poniendo el cuerpo: cuando la calle es escenario
Si hay una praxis que ha logrado fusionar al máximo las tradiciones de la protesta callejera y el arte callejero, haciendo de la corporalidad una fuerza disruptiva de lo cotidiano con un enorme impacto visual, esa praxis son las performances . Su primera edad de oro nos retrotrae a los años 60 y 70, al happening , al movimiento Fluxus, al arte corporal. Chile no fue ajeno a todo ese fogonazo, no. Y aun en los años de plomo -clausurada ya la primavera allendista- la contracultura trasandina se las ingenió para reavivar sus llamas. ¿Acaso la cueca sola no era una forma de performance , aunque no se la asumiera como tal? Mujeres bailando en público, solas, la tradicional danza chilena, alrededor de los retratos de sus parejas o familiares desaparecidos…
Es indudable que las performances han experimentado un gran revival en lo que va del siglo XXI. Primero de la mano de las luchas estudiantiles, indigenistas, ambientales y antiespecistas. Luego, más aún, con la tercera ola feminista del Ni Una Menos (Argentina) y el Me Too (Estados Unidos), que en Chile tuvo como detonante el caso Nabila Riffo (violencia de género) y la lluvia de denuncias por acoso sexual contra profesores universitarios, y que alcanzó su cenit con el largo ciclo de protestas masivas de mujeres de 2018, cuya agenda de reivindicaciones también incluyó la paridad de género y la despenalización del aborto.
Nutriéndose de estos precedentes, que de ningún modo hay que verlos como compartimentos estancos (por ej., el feminismo y el movimiento estudiantil han estado fuertemente integrados en las movilizaciones del año pasado), la Primavera de Chile ha hecho un amplio uso de las performances callejeras. Sirva esta experiencia, una entre tantísimas, a modo de botón de muestra: el lunes 28 de octubre, en la vereda de una comisaría situada en la comuna santiaguina de San Miguel, un grupo de mujeres con sus cabezas encapuchadas de negro, con sus cuerpos totalmente desnudos maquillados de blanco, y con heridas sangrantes de bala simuladas sobre sus torsos con tintura escarlata, reclamaron juicio y castigo a los represores responsables de los veinte crímenes hasta ese entonces acumulados: el de Renzo Barboza, el de César Mallea, el de José Uribe, etc. Las activistas sostenían con sus manos carteles de cartón, donde podían leerse, pintados en negro, todos los nombres del martirologio. De los letreros pendían cintas de color rojo, en cuyos extremos había atadas cacerolas, los símbolos de la protesta. En un momento, se dejaron caer al piso, y allí se quedaron inertes, como si hubiesen sido fusiladas.
Mientras se realizaba esta performance , dentro de la sede policial un fiscal tomaba declaración a Josué Maureira, un estudiante universitario gay de 23 años que denunció haber sido brutalmente golpeado, torturado, abusado y amenazado de muerte por los carabineros, sin más argumentos que su participación en la protesta y su disidencia sexual. El público presente comenzó a proferir improperios y cánticos contra los uniformados. Estos, molestos, le lanzaron bombas lacrimógenas desde la puerta. Pero la reacción, lejos de aquietar los ánimos, los enardeció. Los improperios y cánticos arreciaron, aun cuando la performance ya había terminado. La desobediencia civil triunfaba una vez más, esta vez con el concurso del arte.
Yeguada Latinoamericana, un grupo artístico donde convergen mujeres feministas y militantes LGBT, ha estado realizando diversas performances durante estas semanas. El jueves 31 de octubre, también en Santiago, integrantes de dicho espacio posaron provocativamente con coronas de flores junto al monumento a los mártires de Carabineros, frente a la Iglesia de San Francisco de Borja, templo católico reservado a los servicios religiosos de dicha fuerza de seguridad. Yeguada Latinoamericana ha estado acompañando activamente el Santiagazo, improvisando distintas performances (Estado de Rebeldía se llama la serie) en medio de las marchas y las barricadas.
» Zaida, me necesito empelotar», le dijo Rocío Hormázabal, una performer y activista gorda, a su amiga fotógrafa, en medio de la protesta santiaguina. Y lo hizo, a plena luz del día y en medio de una esquina, sin vacilaciones timoratas. En su obeso cuerpo desnudo se pudo leer, escrita con fibra negra, la frase «Piñera me empelota». Zaida González capturó el instante de «anormalidad» con su cámara, y la imagen se viralizó como símbolo del desacato a la autoridad. Rocío volvió a la carga el lunes siguiente, vistiéndose de colegiala para expresar su apoyo a la lucha estudiantil. Se ha vuelto muy popular. Mucha gente la reconoce y congratula en las movilizaciones.
El 29 de octubre, cerca de 50 estudiantes y docentes de la Escuela de Teatro de la Universidad Mayor, recorrieron durante dos horas la zona céntrica de la capital. Caminaban vestidos de blanco impoluto, salvo algunas personas con pancartas, que usaban prendas negras. En la explanada de Ahumada y Alameda, se dispusieron en círculo. Al interior, el grupo de blanco se apiñó sobre el suelo, como un cúmulo de cadáveres. El resto del contingente le arrojó pintura roja. La intervención artística se denominó Chile, estado asesino.
Cuatro días antes, Catalina Duarte, una talentosa bailarina del Teatro Municipal de Santiago, ejecutó, vestida toda de rojo, con una bandera de Chile en la diestra, un paso de ballet en medio de la avenida Santa Rosa, una de las arterias más importantes del centro de la capital, ante una amenazante fila de vehículos de las Fuerzas Especiales de Carabineros, cuyos conductores miraban atónitos lo que ocurría, sin saber qué hacer. Su coreografía fue fotografiada por María Paz Morales y Oscar Serguel, en el marco del proyecto Danza en la Urbe. Las fotos se viralizaron en Chile y el resto del mundo.
» ¡A la calle!, que ya es hora/de pasearnos a cuerpo/y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo», reza la sexta estrofa de España en Marcha , aquel recordado poema que Gabriel Celaya escribió promediando la década del 50, en plena dictadura franquista. También Chile hoy está en marcha, y por ello la exhortación del poeta vasco -salir a la calle, pasearse a cuerpo, mostrar que se vive, que se anuncia algo nuevo- adquiere allí una resonancia más profunda que en otras partes del mundo donde prevalece el quietismo.
Arte urbano: murales y grafitis
Valparaíso es famosa por sus murales y grafitis. Está llena de ellos, llena . Artistas célebres y noveles de Chile y todo el mundo han pintado y escrito profusamente sus paredes añejas, con muy diversas técnicas y estilos. La Ruta del Grafiti Porteño es toda una atracción, igual que los murales del proyecto Valparaíso en Colores. La ciudad es un inmenso museo gráfico a cielo abierto, con obras de Inti, Claudio Dre, Pablo West y Simón de Madera, entre otrxs. Valpo es reconocida, de hecho, como una las grandes mecas del muralismo latinoamericano y mundial.
Urbe con una tradición combativa de izquierda más que centenaria, Valparaíso no podía permanecer indiferente a la Revuelta de Octubre, máxime si se tiene en cuenta que alberga el Congreso, donde se deliberan y votan las leyes nacionales. La población porteña también se plegó a las movilizaciones de protesta, y no dudó en enfrentarse a Carabineros. Hubo marchas, cacerolazos, barricadas e incendios.
En este agitado contexto político-social, Valparaíso está viviendo un nuevo impulso de arte urbano. En el Tornamesa Barón, muralistas de renombre han estado trabajando intensamente: Anís, Giova, Maida K, Goblin… Ya hay resultados a la vista. En uno de los murales, se ve a un colegial saltando el molinete de una estación del Metro de Santiago. En otro, se aprecia un busto de estilo cubista que encierra una bomba en su cabeza, sobre un fondo que reza «Octubre». Un tercer mural representa a una anciana que cubre su rostro con un pañuelo rojo, blandiendo dos armas: un cascote y una cacerola. Otro, muestra la silueta de un manifestante que enarbola la bandera chilena, en medio del humo, sobre un asfalto cubierto de piedras. Un grafiti reclama «ASAMBLEA CONSTITUYENTE»… Puede verse y leerse una crónica fotográfica en la página Apuntes y Viajes de Valparaíso al Mundo . La crónica se titula Chile Despertó: murales del estallido social en Valparaíso , y salió publicada el 7 de noviembre.
En la capital, sobre una de las fachadas de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), Inti ha pintado Primavera Insurrecta , un gigantesco mural surrealista. Vestida de blusa y pollera, una joven campesina con trenzas y ojos de rosas sostiene con su mano izquierda una pala, y porta en su espalda una guitarra. Lleva asimismo un cinturón, del que cuelgan un martillo, un par de guantes de boxeo, una sartén con la luna llena, varios cartuchos de bala y una muñequita. «Buscaba recordarnos lo indispensable de la mirada femenina en los procesos sociales que vivimos», comentó el autor al medio digital El Mostrador , luego de la inauguración, de la que participaron una gran cantidad de músicos que interpretaron canciones alusivas a la coyuntura.
Un medio extranjero, El Periódico de Cataluña, publicó el lunes 4 de noviembre una nota cuyo título quedó repiqueteando en mi cabeza: Santiago de Chile, lienzo de la indignación . «La calle es el escenario de su ira, los muros de Santiago son el lienzo de sus reivindicaciones», comenta el corresponsal Claudio Reyes. «En Chile, entre grafitis y plantillas, la capital lleva la impronta de la protesta, los manifestantes compiten en creatividad para expresar con palabras e imágenes su malestar con el gobierno de Sebastián Piñera» . La emblemática Alameda, avenida principalísima de la ciudad, que luego de casi 8 km desemboca en Plaza Italia, el ojo de la tormenta del Chile Despertó, está llena de pintadas. No solo en la verticalidad de sus muros y monumentos, sino también en la horizontalidad de su asfalto y sus veredas. En otras calles y avenidas del centro de Santiago también hay grafitis, igual que en las zonas residenciales y las barriadas periféricas. Los edificios del poder estatal, empresarial y religioso han sido, desde luego, los más afectados: ministerios, juzgados, comisarías, bancos extranjeros, grandes tiendas comerciales, templos católicos, colegios privados confesionales, etc.
Se trata de una explosión de arte urbano juvenil que, por su parresía -su crítica franca e incisiva al sistema- y también, no pocas veces, por su inventiva o belleza, su chispa o poesía, hace recordar al Mayo Francés. ¿Qué dicen los grafitis? «Asesinan, violan, torturan», «Chile en estado de rebelión», «Barricadas y besos», «Grita por aquellos a quienes el gobierno ha amordazado», «Beben la sangre del pueblo», «La normalidad es nuestra esclavitud», «Apaga la tele», «Que tiemble la injusticia cuando luchan aquellos que no tienen nada que perder», «Ir hasta la victoria o vencer», «¡Nueva Constitución!», «La democracia de los ricos, la dictadura de los pobres», «Sin miedo, el pueblo vencerá. Sin transigir, el pueblo vencerá», «Si la revolución es necesaria, la revolución es posible», «Balas contra los gritos», » Stop a la explotación de la tierra. Liberad el agua», «Se acaba tu tiempo, viene el estallido», «Militares, asesinos», «Club social anti-Pacos», «Nos están matando», «No estamos en guerra». En este universo de consignas, denuncias y reflexiones políticas abundan las figuras retóricas: la metáfora, la antítesis, el oxímoron, la anáfora, el quiasma…
Los pastores de la grey católica también han expresado alarma, desasosiego y malhumor. Innumerables templos de la capital y de otras ciudades del país (Valdivia, Puerto Montt, Talca, Punta Arenas, etc.) han sido pintados con aerosol, a menudo en el marco de importantes acciones iconoclastas de masas. Los grafitis anticlericales y feministas de la Primavera chilena no escatiman acusaciones por pedofilia y misoginia, ni eslóganes a favor de la despenalización del aborto: «Violadores», «Aborto libre», etc.
Por su parte, la Federación de Empresas y Turismo de Chile se lamenta de la caída del 40% en las reservas de hotelería y recorridos turísticos, a raíz de la gran revuelta. «En todos mis años en la industria, no he visto nada como esto», declaró Helen Kouyoumdjian, vicepresidenta ejecutiva de la entidad patronal, a la prensa chilena. «Y todavía está en desarrollo. No sabemos lo que va a pasar», acotó preocupada. Frente al suntuoso hotel Cumbres del centro santiaguino, una pared exhibe con desparpajo el grafiti Eat the Rich , «cómete a los ricachones». Eat the Rich , así de sencillo y sin vueltas, como las famosas canciones de Aerosmith y Motörhead. La exhortación está premeditadamente escrita en inglés, para que a ningún turista high class que se hospede en el Cumbres se le escape su significado. La metáfora caníbal o antropofágica, con su incitación a la lucha de clases, solo sería eso -retórica- si el contexto fuese otro… Pero Chile atraviesa la mayor rebelión de su historia contemporánea, y los mensajes anticapitalistas asustan a la plutocracia.
Algunos grafitis son de una chispa y sofisticación notables. Aporto un ejemplo muy simpático, entre muchos: sobre los oscuros tapiales de una obra en construcción de Santiago, se puede leer, pintada con aerosol blanco, la frase antirrepresiva «CARABINERO ABERRACIÓN». A simple vista, parece ser un mensaje tosco, vulgar y defectuoso, como la mayoría de los grafitis panfletarios. Pero en realidad se trata de un anagrama. La segunda palabra está debajo de la primera, y una decena de líneas entrecruzadas enlazan los pares de letras repetidas, revelando el artilugio con un didactismo que propicia la complicidad jocosa, igual que lo hace el propio contraste existente entre la adusta frase literal y la traviesa humorada criptográfica.
Fotodocumentando la realidad sublevada
Si existe un arte particularmente dúctil para registrar la volatilidad de los conflictos políticos, ese arte es la fotografía, por su instantaneísmo radical. Desde los tiempos monocromáticos de Robert Cappa y Gerda Taro -aquel tándem inigualable de corresponsalía gráfica que inmortalizó la epopeya y tragedia de la Guerra Civil Española-, el fotodocumentalismo ocupa un lugar preeminente entre las artes de vocación social y testimonial. Por sus enormes ventajas técnicas y comodidades prácticas, es capaz de producir gran cantidad de obras de valor a muy corto plazo, en el presente inmediatísimo, durante el tiempo-ahora.
La Primavera chilena constituye un buen ejemplo. Centenares de fotoperiodistas y fotodocumentalistas, tanto nacionales como internacionales, se han lanzado a recorrer las calles de Santiago, Valparaíso y otras urbes del país, capturando en imágenes el despertar del pueblo, con sus furias y algarabías; y también el horror de la represión policial-militar, con sus atropellos y crímenes… Marchas con pancartas y banderas, cacerolazos, manifestantes con capuchas y represores con cascos, barricadas y camiones hidrantes, intercambios asimétricos de proyectiles (piedras contra balas), llamaradas y humaredas, estallidos de bombas (molotov y lacrimógenas), performances en la vía pública, monumentos intervenidos, etc.
El colectivo documentalista chileno Migrar Photo (Alfonso González, Catalina Hoppe, Diego Figueroa, Catalina Juger, Karina Aliaga, Ibar Silva, etc.) sacó instantáneas magníficas de la pueblada, que ha compartido en su portal digital, www.migrarphoto.com , acompañadas de crónicas breves muy interesantes. Son ocho series en total, ordenadas cronológicamente del 20 al 30 de octubre: La revuelta del torniquete , Balas y cacerolas , Entre las barricadas y el carnaval , Rechazo y movilización (I y II), La marcha del millón , De las quebradas al Congreso , Lunes otra vez y Cabildo abierto . Migrar Photo ha realizado un invaluable relevamiento en imágenes de la Primavera de Chile, que aúna el rigor documental, la sensibilidad social y el esmero estético.
Debe añadirse que la tecnología digital, los celulares con cámara y las redes sociales han masificado más que nunca la fotografía, tanto en su producción como en su circulación. Sacar fotos es cada vez más barato y sencillo, y difundirlas también. Para bien o para mal, o acaso para bien y para mal, lo cierto es que Facebook, Twitter y -sobre todo- Instagram han revolucionado los usos sociales (culturales, políticos, etc.) de la fotografía, y también las formas de hacer periodismo gráfico. Lo dicho se aplica también, desde luego, al Chile Despertó. La cantidad de fotos sacadas y viralizadas ha sido prodigiosa, y esta profusión no ha resultado estéril: ha servido, entre otras cosas, para contagiar entusiasmo y osadía al interior del pueblo rebelde, y para aportar pruebas inapelables de la barbarie represiva del gobierno. No es todo, pero no es poco…
Una fotografía merece especial atención: Re-evolución . No tanto por su valor artístico, sino, esencialmente, por su valor testimonial, y por su enorme impacto social. La conocida actriz chilena Susana Hidalgo, presente en la masiva movilización de Plaza Italia del viernes 25 de octubre, captó con su celular una imagen llamada a hacer historia: la vanguardia de la multitud, encaramada sobre el monumento al Gral. Baquedano (del que ya hablaremos), agita banderas de Chile y del Wallmapu , sobre un cielo rojizo y humoso similar al que cubre un campo de batalla. En la cúspide de la escultura ecuestre de bronce, erguido sobre el lomo del caballo, un manifestante de torso desnudo y brazos extendidos en alto con forma de V hace tremolar la Wenufoye , la insignia del pueblo mapuche. La foto se viralizó con asombrosa rapidez, y dio la vuelta al mundo entero. Se ha convertido en la imagen más emblemática de la Primavera de Chile.
ARTE EN RED
En estos tiempos de redes sociales ubicuas, un estallido popular del calibre de la Primavera de Chile no podía desarrollarse sin impactar fuertemente en lo que se ha dado en llamar net art , hegemonizado por las generaciones más jóvenes de millennials y centennials . Generaciones que, en el caso particular trasandino, vienen experimentando desde hace bastante tiempo un proceso de agitación y radicalización muy profundo asociado a las luchas estudiantiles -de las más importantes en la región y el mundo- contra el modelo educativo neoliberal. Esta experiencia previa ha sido una escuela importante, tanto a nivel político como a nivel cultural y estético. La Revuelta de Octubre encuentra, pues, a una considerable porción de la juventud chilena bien pertrechada, con todo un bagaje de tradiciones, saberes, valores, utopías, formas de organización, tácticas de lucha, métodos de propaganda, prácticas estéticas, etc. Una contracultura estudiantil -podría decirse- fogueada en el activismo político y la desobediencia civil, al interior de la cual el aporte adolescente o pingüino ha sido absolutamente decisivo. Dicho aporte incluye, entre otros aspectos, el net art .
La página Cultura Colectiva publicó el 26 de octubre una nota donde reúne unas cuantas ilustraciones digitales alusivas al Chile Despertó. Son dibujos juveniles de muy disímiles estéticas, acompañados de consignas, críticas, reflexiones y otros mensajes políticos: «Es hora de decir basta», comunica una joven con megáfono. «Mami, yo no tengo miedo», se sincera una estudiante. «Esta es el arma por la que el Estado decidió salir a matarnos», denuncia un muchacho que hace ruido golpeando una cacerola. «No dejemos de luchar», propone una chica que enarbola la bandera chilena. «Manifestarse es la solución, no el problema», explica una pareja de adolescentes con aspecto de superhéroes…
Paloma Valdivia creó una serie de cuatro ilustraciones digitales que adquirió notoriedad dentro de las redes sociales. En ella se puede apreciar cómo una mancha azul y otra roja van mutando sobre el fondo blanco, hasta formar la bandera de Chile. Luna Lee, por su parte, se hizo conocida por una imagen naïf de una colegiala con flequillo que grita «¡Chile Despertó!», amplificando su voz con las manos llevadas a los costados de la boca. Esta última net-artista, entrevistada por Infobae de Argentina, señaló: «no tenemos más armas para combatir a estos huevones que la imagen y la palabra. Esto es totalmente necesario».
ARTE, PROTESTA Y CULTURA JUVENIL
No hay dudas de que la sinergia entre arte, protesta y cultural juvenil es anterior a la Revuelta de Octubre. Pero tampoco hay dudas de que se potenció enormemente al calor de la pueblada, tomando un rumbo más claramente antisistémico . Intentaré pasar revista a aquellas aristas que me han resultado más significativas, sin ninguna pretensión de agotar el fenómeno.
La historieta, los dibujos animados y los videojuegos han sido un componente importante de las protestas, sobre todo en el caso del segmento adolescente. Abundan los guiños a dicho universo de ficción no solo en los memes, videos e ilustraciones digitales que circulan en las redes sociales, sino también en el arte gráfico callejero: grafitis, murales, etc. Ya hemos hablado de esas expresiones, de modo que quisiera ahora poner el foco en una que no hemos explorado: el cosplay .
Son muchísimas las personas que, en las manifestaciones, se disfrazan de algún personaje. Tenemos el caso de Baila Pikachu , inspirado en el roedor de la franquicia japonesa Pókemon ; franquicia que incluye un videojuego, un manga y un animé, muy populares entre la juventud otaku. Quien se viste de Baila Pikachu es una tal Giovanna Grandon, una santiaguina harta de Piñera y con mucho sentido del humor, que trabaja como conductora de un transporte escolar. En cada movilización, Giovanna se pone el enorme disfraz amarillo, y se echa a bailar en la calle, dándole colorido y alegría a la protesta. Su ocurrencia, que tiene antecedentes similares muy recientes en Francia y Filipinas, ha sido excelentemente recibida por el pueblo chileno, que no se cansa de celebrarla. Baila Pikachu se ha convertido en sensación. Es en uno de los íconos de la protesta.
En Viña del Mar, adquirió notoriedad el Corredinosaurio , un manifestante disfrazado de Tyrannosaurus Rex. Su rocambolesca pero exitosa huida de la represión policial fue registrada por las cámaras de TV, para regocijo de la gente.
En Puerto Montt, un hombre disfrazado con grandes hojas verdes, que imitan a las de la nalca o pangue, se ha hecho querer: NalcaMan . Saltó al estrellato al trenzarse en batalla con una marioneta gigante del presidente Piñera, en medio de una marcha. Burlas o parodias como esta -que hacen pensar, de inmediato, en la inversión carnavalesca tematizada por el crítico literario y semiólogo ruso Mijaíl Bajtín- ha habido muchas. Enumerarlas sería tedioso.
Como era de esperar, los Simpsons no han estado ausentes. Su humor satírico nunca pierde vigencia. Miles de memes y carteles con alusiones a la popular tira de dibujos animados de Matt Groening (personajes, capítulos, escenas, diálogos) han copado las redes sociales y las movilizaciones callejeras, en una verdadera fiebre de simpsonmanía . Por ej., está haciendo furor el extraño dibujo que hace Milhouse para representar el concepto de dignidad en el episodio 6 de la octava temporada, cuando sus progenitores, en medio de una crisis matrimonial, discuten su divorcio. Infinidad de personas lo están replicando en pancartas e ilustraciones digitales.
Múltiples personajes de Dragon Ball también están siendo animadores de la revuelta chilena, de la mano de la juventud otaku rebelde. Gran cantidad de manifestantes cosplayers , a la hora de elegir sus atuendos, han echado mano a ese difundido manga y anime. Asimismo, circulan muchos memes con Son Gokū y otros protagonistas de la tira. Hay, inclusive, un video de YouTube donde se juega con la fantasía de que Piñera reciba el merecido escarmiento de una genki-dama o «bomba de energía».
Disfraces y maquillajes alusivos a las películas V de Vendetta y Joker han sido otras de las constantes en las protestas de Chile. Sumemos a la lista varias de las películas animadas de culto del genial Hayao Miyazaki, ficciones fértiles para la crítica social y la sensibilidad utópica: La princesa Mononoke , Porco Rosso , etc.
Existe una Brigada Otaku Antifascista que no para de producir y propagar memes contestatarios desde Facebook e Instagram. Como reza el nombre de este colectivo adolescente anarquista, el humus germinal de su activismo es la tradición japonesa del manga y el anime, que no dudan en resignificar desde sus coordenadas espacio-temporales e ideológicas específicas.
PARE-MAN Y EL NEGRO MATAPACOS
Baila Pikachu, Corredinosaurio, NalcaMan… El ingenio popular los ha bautizado Avengers chilenos, en obvia referencia a los superhéroes de Marvel. Pero un apartado especial merece la dupla PareMan-Negro Matapacos. Ellos son, indiscutiblemente, los dos Vengadores más famosos de Chile.
La Alameda de Santiago ha sido trayecto de innumerables marchas de protesta. En una de ellas, llamó la atención un misterioso joven de torso desnudo y fornido que enfrentaba a las fuerzas represivas con gran coraje. Una remera negra envolvía su testa, a modo de capucha, dejando al descubierto solamente sus ojos. Reconvertido en escudo, un cartel de PARE -la señal de tránsito mundialmente conocida, con su característico octógono rojo y letras blancas- le protegía el cuerpo de las balas policiales. Las fotos y los videos de este intrépido manifestante de identidad desconocida que se asemeja a un superhéroe se viralizaron en un santiamén. La prensa chilena e internacional se hico eco de la curiosidad popular mezclada con admiración, propalando las imágenes una y otra vez en noticieros de TV, periódicos y portales digitales.
Los historietistas Guido Kid Salinas (dibujante) y Sebastián Castro (guionista) decidieron transformar a PareMan -también llamado Capitán Alameda– en un superhéroe antisistema. No es la primera vez que esta dupla artística homenajea, desde la épica del comic, a luchadores rebeldes del país trasandino. En la colección Guardianes del Sur, rindieron tributo a los guerreros Caupolicán y Galvarino, igual que a la aguerrida lonco Janequeo, tres legendarias figuras de la resistencia mapuche a la conquista española durante la guerra de Arauco del siglo XVI.
La historieta de PareMan está siendo difundida de forma gratuita a través Internet, con gran éxito. Desde su cuenta de Instagram, Salinas anunció que han empezado a fabricar remeras y muñecos de PareMan. Las utilidades obtenidas de su comercialización están siendo donadas a la Cruz Roja, para ayudar a solventar los insumos de la atención médica que se brinda a las personas heridas en los disturbios.
Pero el Capitán Alameda no está solo en sus andanzas. Otro superhéroe lo acompaña: el Negro Matapacos, un perro negro y mestizo con pañuelo rojo al cuello que enfrenta a los carabineros (pacos, en el habla popular) con gran bravura y ferocidad, algo así como la versión chilena de Lukanicos, el inolvidable paladín canino de las puebladas de Atenas contra el neoliberalismo.
El Negro Matapacos, igual que su amigo PareMan, es un personaje real asociado a las protestas del Chile reciente. Aunque no está participando de este último proceso de revuelta, ya que falleció hace dos años debido a su avanzada edad. Se hizo conocido en el Estudiantazo de 2011. Les ladraba sin tregua a los camiones hidrantes y a las bombas lacrimógenas, y no dudada en atacar a los carabineros (solo a ellos, nunca a quienes se manifestaban, con quienes era afectuoso y juguetón). Los pingüinos le tomaron gran cariño, y empezaron a colocarle pañoletas. Se convirtió rápidamente en la mascota de las movilizaciones santiaguinas. Para 2012 y 2013 ya era todo un ícono popular. «Se desesperaba cuando sentía gente en las marchas y a veces salía volando a la Alameda», recordó María, su dueña, en una entrevista. La devoción juvenil por el Negro Matapacos ha dado lugar a innumerables homenajes: grafitis, murales, esculturas, ilustraciones digitales, memes, muñequitos… hasta un documental. Ahora también es un héroe de historieta. Su celebridad es mundial: hace poco, en las evasiones masivas del Metro de Nueva York, las estaciones y los vagones se llenaron de calcomanías donde se lo ve saltando un molinete, con un pañuelo rojo antisistema en el cuello.
Iconoclastia, indigenismo y revisionismo histórico
La Primavera de Chile, igual que tantos otros grandes estallidos de furia popular, ha registrado importantes episodios de iconoclastia: monumentos históricos de conquistadores españoles y militares chilenos intervenidos con grafitis o pintura roja, derribados con sogas y destrozados; placas conmemorativas «vandalizadas» o removidas… La relación arte-imagen-rebelión es compleja, ambivalente. Tiene una faceta de creación, pero también, indudablemente, una faceta de destrucción.
La iconoclastia es una tradición insurreccional muy antigua: el Beeldenstorm en la Rebelión de Flandes, la descristianización en la Revolución Francesa, las acciones anticlericales del campesinado y la clase obrera en la Revolución Mexicana y la Revolución Rusa, el incendio de conventos y templos en la Semana Trágica de Barcelona y la Guerra Civil Española, la desnazificación de masas en la Europa liberada por los Aliados, la quema de iglesias en Buenos Aires luego del bombardeo de Plaza de Mayo, la rotura de la estatuaria estalinista de Budapest en la Revolución Húngara del 56, la desmonumentalización de la Lost Cause en el Sur de EE.UU. después del atentado de Charlottesville, la desmonumentalización de Roca en la Argentina reciente, etc.
La prensa hegemónica de Chile, escandalizada, ha estado entrevistando a historiadores, cientistas sociales y especialistas en patrimonio cultural que, por lo general, condenan el brote iconoclasta que sacude al país. Lo hacen desde posiciones que van desde lo abiertamente reaccionario (apología de la conquista española de América, integrismo católico, defensa de la «Pacificación de la Araucanía», exaltación patriotera de la Guerra del Pacífico, etc.), hasta posturas más liberales o pseudoprogresistas del tipo se comprende perfectamente el enojo de la gente, pero de ningún modo se justifica la violencia. Estas intervenciones públicas de la intelectualidad académica biempensante de Chile, me hicieron recordar un artículo que escribí hace dos años para La Quinta Pata, polemizando con la opinión «salomónica» del antropólogo norteamericano Lawrence A. Kuznar respecto al debate suscitado en su país por la ola iconoclasta contra los monumentos confederados del Viejo Sur racista y supremacista, con posterioridad a la tragedia virginiana de Charlottesville. Comparto el texto, por si al público de Rebelión le interesa leerlo. Si bien está referido a la desmonumentalización de la Lost Cause en Estados Unidos, bastante de lo que argumento en él es fácil de extrapolar a la querella entre políticas de la memoria que hoy divide a Chile.
El movimiento indigenista ha protagonizado muchas de las acciones iconoclastas recientes -más de 70 en todo el país- contra monumentos históricos del viejo Chile oligárquico y dictatorial. Una de las más notables fue el derribo con sogas de la estatua del conquistador español Pedro de Valdivia, el jueves 14 de noviembre, en la Plaza Independencia del centro de Concepción, con motivo de la conmemoración del primer aniversario de la muerte de Camilo Catrillanca, el joven comunero asesinado por Carabineros. El monumento fue también intervenido con grafitis, y manchado con pintura roja. No menos significativa fue la remoción de una escultura similar (busto de Valdivia) en Temuco, capital de La Araucanía, con igual metodología (multitudes jalando de cuerdas), el pasado 29 de octubre. Allí también, en esa misma jornada, se decapitó la estatua del militar Dagoberto Godoy, cuya cabeza, pintarrajeada de colorado, terminó colgando del Monumento a Caupolicán, amarrada a la mano izquierda del célebre toqui o caudillo mapuche. En el extremo sur de la Patagonia chilena, en la ciudad de Punta Arenas, la escultura de José Menéndez Menéndez (aquel siniestro empresario de origen español que tanto contribuyó al genocidio y etnocidio del pueblo selknam en Tierra del Fuego) fue destruida con saña, y sus restos acabaron al pie del Monumento al Indio Patagón, en un acto de hondo simbolismo cultural y político.
En Santiago, en Plaza Italia, vórtice nacional de la protesta, hubo reiteradas agresiones e intervenciones a la escultura ecuestre del Gral. Baquedano, prócer de la controvertida Guerra del Pacífico, pero también figura emblemática de la mal llamada «Pacificación de la Araucanía», algo así como el equivalente chileno de nuestra «Conquista del Desierto». Las autoridades están evaluando su retiro, temiendo daños mayores. La abundante y recurrente presencia de pabellones Wenufoye en las manifestaciones alrededor de este monumento capitalino constituyen un signo alentador, en cuanto a la posibilidad de que se esté dando un acercamiento entre katripaches y mapuches.
En Arica, en el extremo norte del país, fue demolido un busto de mármol de Cristóbal Colón, en la plaza que lleva su nombre. En La Serena, se derribó el monumento de bronce al conquistador español Francisco de Aguirre, emplazado en la avenida homónima, siendo reemplazado por una escultura de una mujer diaguita. En Collipulli, una urbe de La Araucanía, se destruyó el busto del coronel Cornelio Saavedra Rodríguez, el Roca chileno (nieto del presidente de la Primera Junta de Buenos Aires), quien, entre 1861 y 1868, comandó al Ejército en su guerra de conquista y exterminio contra la nación mapuche. En Temuco, igual suerte le cupo al busto de bronce del estadista Diego Portales, figura emblemática del Chile conservador de la primera mitad del siglo XIX. En Santiago, la furia iconoclasta se abatió sobre diversos monumentos a carabineros y militares.
El sábado 2 de noviembre, en la región del Biobío, sur de Chile, una multitud de medio millar de comuneros y comuneras mapuches destruyó el monumento al conquistador castellano García Hurtado de Mendoza (1535-1609), emplazado en la Plaza de Armas de la ciudad patagónica de Cañete, provincia de Arauco. El busto de bronce fue derribado con sogas, y pintarrajeado de rojo, en obvia alusión a la sangre indígena que este aristócrata y militar winka hizo derramar en la guerra invasora del Imperio Español contra el Wallmapu. La placa conmemorativa también acabó removida, y tanto la escultura como el pedestal fueron intervenidos con grafitis indigenistas.
Las acciones de iconoclastia indigenista en Chile, protagonizadas en su mayoría por comuneros y militantes mapuches, están evidentemente asociadas a una conciencia histórica revisionista. Conllevan una crítica muy profunda a las narrativas hegemónicas del pasado chileno, un rupturismo radical respecto a la política de la memoria sobre la cual se ha edificado la identidad nacional chilena. La desmonumentalización de la Conquista de América y de la «Pacificación de la Araucanía» son prácticas culturales indiscutiblemente contestatarias, revolucionarias. «El pasado es aquello por lo que lo tomamos, y actúa en consecuencia», escribió el filósofo anarquista alemán Gustav Landauer. El pueblo mapuche parece tener muy claro este concepto…
«El derribamiento de estatuas merece una atención especial, pues se trata de una de las acciones más potentes e impensadas en este oasis de neoliberalismo», reflexiona la historiadora Claudia Zapata, en una interesante columna de opinión intitulada Poéticas de la insurgencia. «Esa potencia radica en su capacidad para perturbar el guión autoritario de la construcción nacional, embistiendo su despliegue urbano donde calles, plazas y monumentos reivindican de manera ostentosa una genealogía invasora y patriarcal». Y agrega: «la historia de nuestros monumentos es la historia de un Estado nacional que se ha construido de espaldas a sus habitantes, respaldado por un autoritarismo que ha sido eficiente en ahogar las tentativas de apertura. Son también el símbolo de una estabilidad institucional excluyente y represiva, de allí su obsesión con los conquistadores europeos, así como con el Ejército y la Policía del período republicano». Se trata, concluye, de «un ajuste de cuentas no sólo con el pasado sino con el presente que admite la conmemoración del saqueo y la violencia, eso que los movimientos indígenas no se han cansado de nombrar y denunciar como continuidad colonial». A esta iconoclastia «se contrapone el levantamiento de símbolos impensables desde los códigos solemnes de las historias patrias, como la bandera de un pueblo oprimido en igual línea de tiempo -la Wenufoye o bandera mapuche-, o un perro mestizo, fallecido hace dos años y que era conocido por acompañar las manifestaciones estudiantiles y atacar a la policía -el Negro Matapacos-, erigido por estos días en símbolo nacional contra la represión». Zapata publicó su artículo el 4 de noviembre en Palabra Pública, una revista digital de la Universidad de Chile.
Icononoclastia y anticlericalismo
También hubo, en estas últimas semanas, numerosos ataques contra íconos y templos cristianos, mayormente católicos. En Argentina, no hay un fenómeno iconoclasta de este tipo y magnitud desde 1955, cuando Perón se enemistó con la Iglesia.
El 20 de octubre, un grupo de personas encapuchadas irrumpió en la Catedral de Valparaíso, rompiendo el mobiliario y pintando con aerosol grafitis anticlericales en los muros externos e internos. El 27 volvió a registrarse un episodio iconoclasta en la misma iglesia, pero de mayor envergadura, pues incluyó incendios y saqueos para armar barricadas en la calle.
El 1° de noviembre, la furia anticlerical se descargó contra un templo pentecostal del centro de Santiago, sobre la Alameda, llamado «Bendecidos para Bendecir». El edificio ardió en llamas.
Una semana después, el viernes 8, se produjo el mayor incidente iconoclasta en lo que va de la Primavera chilena. En la zona céntrica de la capital, gran cantidad de manifestantes penetraron en la Parroquia de La Asunción, llevando a cabo enormes destrozos, saqueos e incendios. Esculturas y cuadros fueron derribados y destruidos con encono, igual que el confesionario y los bancos de la nave. Todo este material fue retirado a la calle, y utilizado para levantar barricadas o prender hogueras.
Aquella misma jornada de revuelta, en la región austral de Magallanes, hubo otro incidente iconoclasta en la Catedral de Punta Arenas. Una de las puertas fue prendida fuego, pero los bomberos lograron apagar el foco de incendio.
El día 11, en Talca, región del Maule, la Iglesia de María Auxiliadora sufrió numerosos daños: saqueo de mobiliario, rotura de íconos sagrados y objetos de culto, pintadas con aerosol, etc. Idéntica suerte le tocó en simultáneo a la Parroquia Santa María de los Ángeles de Reñaca, Viña del Mar. Al día siguiente, en el barrio santiaguino de Lastarria, la Iglesia de la Veracruz sufrió incendios en su frontis e interior. La madrugada del 23, en la comuna de Contulmo, provincia de Arauco, la Capilla de San Francisco de Asís quedó totalmente devastada por un incendio intencional.
La quema de iglesias en Chile no es un fenómeno novedoso. Sin ir más lejos, durante marzo-julio de 2016, hubo una gran oleada en la región de La Araucanía, asociada a la escalada del conflicto entre mapuches y winkas que hubo ese año.
Los grafitis anticlericales que se reiteran en la iconoclastia de la Primavera chilena (críticas irreligiosas, denuncias de pedofilia sacerdotal, reclamos de laicidad, consignas a favor de la despenalización del aborto, etc.) remiten a tres movimientos sociales en alza: el anarquismo, el feminismo y el indigenismo. Todos ellos han desplegado una agitación muy importante antes y durante la revuelta.
A modo de conclusión
Nadie puede predecir con certeza si la Primavera de Chile decantará o no en una revolución, en el sentido estricto de esta palabra: transformación drástica y acelerada de la estructura material y la superestructura de una sociedad. Pero algo parece seguro: ya alcanzó, y en varios aspectos superó, el umbral de una revuelta como la del 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina. Por varias razones:
1) La lucha de calles contra las fuerzas policiales no ha sido menor, en magnitud e intensidad, a la que en Argentina provocó la caída de De la Rúa, como demuestran las imágenes de los disturbios y las cifras de la represión (23 víctimas fatales, más de 2.500 personas heridas y cerca de 17 mil arrestos).
2) El fenómeno de las asambleas populares también se ha dado con fuerza (cabildos ciudadanos).
3) Las movilizaciones son mucho más masivas, asombrosamente multitudinarias (centenares de miles de manifestantes).
4) La agitación popular no decae, se sostiene en el tiempo (lleva más de un mes).
5) Aunque el epicentro está en la capital, Santiago, hubo puebladas importantes en muchas otras ciudades del país: Valparaíso, Concepción, Temuco, La Serena, Punta Arenas, Antofagasta, etc.
6) Más allá de cierto consenso genérico a nivel ideológico (rechazo del neoliberalismo), y de un objetivo político perentorio de mínima (renuncia del presidente y su gabinete), se ha ido perfilando algo bastante parecido a un programa común, consistente en la aspiración a refundar el país mediante un conjunto de reformas estructurales: terminar con el modelo privatista en educación, salud y previsión; poner coto al extractivismo; dar marcha atrás con la flexibilización laboral; erradicar la violencia sexista y la inequidad de género; revisar la cuestión mapuche, etc.
7) Tan o más importante que esto último, existe un acuerdo casi unánime, y muy concreto, en torno a la metodología, algo que no ocurrió en la Argentina del que se vayan todos: derogación de la Constitución pinochetista de 1980 y convocatoria a una asamblea constituyente que contemple mecanismos de participación popular que trasciendan la mera elección de representantes (audiencias, plebiscitos, referéndums, etc.).
8) El nivel de activismo y radicalización de la juventud es extraordinariamente elevado. Otro tanto hay que decir respecto al movimiento de mujeres feministas y al indigenismo mapuche. Este trinomio rebelde no tuvo incidencia de masas en las jornadas insurreccionales de Argentina que provocaron el derrumbe de De la Rúa.
9) A diferencia del 19 y 20 de diciembre de 2001, donde la CGT argentina brilló por su ausencia, el sindicalismo chileno está participando activamente de la lucha. Ha hecho varios paros nacionales del altísimo acatamiento, y convocado movilizaciones masivas. La clase obrera trasandina no está siendo ajena o indiferente, en absoluto, a la Revuelta de Octubre.
A estas observaciones, quisiera agregar una más, que sirva de pretexto para regresar a nuestro tópico rector, esta vez para darle conclusión: la dimensión estética de la Primavera de Chile. La omnipresencia y la vitalidad del arte en las protestas, su inventiva, su rebeldía y parresía, dan cuenta de un renacer de la cultura contrahegemónica; renacer que nos remite a los tiempos sesentistas y allendistas. En este contexto de crisis terminal del neoliberalismo, de agonía del pospinochetismo, de politización y radicalización del pueblo, de retorno a la lucha de clases y la lucha de calles, Chile vuelve a librar su batalla cultural, vieja y nueva a la vez.
Una lucha así –gramsciana– donde se disputa no solo el poder y la riqueza, sino también los significados, el sentido común de cada cosa y de todas las cosas, es una lucha donde el arte -por su excepcional potencia semiótica- está llamado a cumplir un gran papel. De hecho, ya lo está cumpliendo. En Chile la utopía ya no está tan lejos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.