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Carta sobre Rosa Luxemburg a Julio Álvarez del Vayo

Fuentes: Sin permiso

Nota de edición: Dirigida nada menos que a Julio Álvarez del Vayo, entonces militante del PSOE y luego importante diplomático y ministro de los gobiernos republicanos y del Frente Popular antes y durante la Guerra Civil, esta conmovida misiva (del 5 de marzo de 1928) de Mathilde Jacob, estrechísima amiga de Rosa Luxemburg, da cuenta […]

Nota de edición: Dirigida nada menos que a Julio Álvarez del Vayo, entonces militante del PSOE y luego importante diplomático y ministro de los gobiernos republicanos y del Frente Popular antes y durante la Guerra Civil, esta conmovida misiva (del 5 de marzo de 1928) de Mathilde Jacob, estrechísima amiga de Rosa Luxemburg, da cuenta de los últimos días de la gran dirigente y teórica espartaquista. S P 

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Estimado camarada del Vayo:

Aunque es casi medianoche, me gustaría tratar de ponerte rápidamente por escrito algunos de los recuerdos de los días de enero de 1919. Pues si pospongo mi contestación a tu carta, lo más probable es que no llegue a la fecha límite pedida. Para empezar, confirmo el recibo de un cheque por valor de 20 marcos. Los libros de Luxemburg se enviarán mañana. Dudo, no obstante, que pueda hacerme con folletos de enero en un plazo tan breve, porque se ha agotado la mayoría. Trataré de conseguirte algunos materiales por medio de Theodor Liebnknecht y quizás en la Rote Fahne. [Bandera Roja] Si no puedo encontrar nada, transferiré el dinero restante a la SWP [ la Sozialistische Politik und Wirtschaft (Política y economía socialistas), publicada por Paul Levi entre febrero de 1923 y septiembre 1928, cuya jefa de redacción fue Mathilde Jaconb de 1924 en adelante] y te enviaré confirmación de la suma depositada.

Rosa pasó en la cárcel casi todo lo que duró la guerra, alternando entre Berlin, Wronke y Wroclaw. A la vez que sufría el mayor tormento, nos enviaba instrucciones desde la cárcel de manera constante. Nos escribía cartas y enviaba artículos para las Cartas de Espartaco publicadas durante la guerra. Redactaba folletos distribuidos por la Liga Espartaco, y escribía el Folleto de Junius en el que daba cuenta de las tácticas del Partido Socialdemócrata [SPD]. Cuando los bolcheviques llegaron al poder, no dio su aprobación a sus tácticas. Escribió un folleto en el que mostraba los errores de los bolcheviques, pero que nunca llegó a terminar. Después de quedar entre los últimos presos liberados en el curso de la Revolución de Noviembre de 1918, se vio imposibilitada de viajar a Berlín porque el servicio de trenes estaba interrumpido. Siguiendo instrucciones de Leo Jogiches, me quedé en mi apartamento, desde donde telefoneaba cada dos horas. Acordamos en que la recogeríamos en un coche al día siguiente (el 10 u 11 de noviembre). Y ciertamente, recuperamos un coche y emprendimos la marcha, sólo para que se estropease poco después.

Los coches que habíamos conseguido no nos llevaron muy lejos, de modo que abandonamos el plan automovilístico. Entretanto, los trenes habían empezado a circular de nuevo y Rosa había logrado llegar hasta mi apartamento, en el que estaba mi madre. Una vez llegada, charló alegremente, se bañó y se refrescó. Cuando llegué a casa y la encontré allí – para sorpresa mía – y nos fuimos de inmediato en coche al Lokal-Anzeiger, un diario que habían confiscado nuestros camaradas y cuya redacción habían ocupado. Ahí es donde elaboraron la nueva edición de la Rote Fahne. La redacción se vio pronto purgada de espartaquistas por la policía y las fuerzas del gobierno y comenzó de inmediato la busca de una nueva imprenta. Rosa se afanaba aquí y allá, y en un momento dado me dijo: «la Rote Fahne ondeará sobre mi tumba». Finalmente, la publicación Das Kleine Journal se avino a imprimir la Rote Fahne. Se alquilaron oficinas y se reanudó el trabajo. Rosa casi se derrumbó a causa del peso del trabajo exigido.

Estaba absolutamente descartado que ella volviera a vivir en su piso de Südende, pues muchos camaradas creían que debían mantenerse juntos con el fin de poder consultarse a la mayor brevedad. Los hoteles se convirtieron en la forma de residencia elegida desde el primer día. Se abrieron paso como vencedores y salieron pronto del primer hotel, el Hotel Excelsior de la Anhalter Bahnhof, donde habían vivido todos juntos. Ahora a diario se andaba a la busca de nuevos hoteles. La seguridad de nuestros camaradas se volvió cada vez menos sólida desde los primeros días de enero, y se vieron obligados a esconderse. Pero el ambiente de pogromo parecía tan generalizado que nadie se atrevía en realidad a acoger a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Al principio, se quedaron con un médico (el doctor Bernstein) cerca de Hallesches Tor. Tuvieron que marcharse apresuradamente de ese lugar cuando tuvimos la impresión de que había gente que había advertido que se quedaban allí. Los llevaron entonces con una familia de trabajadores. La ama de casa se puso muy nerviosa, pues había visitas de gente todo el día, lo que era algo realmente innecesario. Una vez que fui a llevarles algo de comer, me dijo la señora: «Mire, si aparece usted con una cesta con cosas de comer, nadie se da cuenta. Pero cuando viene gente a diario, pues claro que la gente acaba notando ese ir y venir en las ‘escaleras del patio nº 4’. Tengo demasiado miedo de que pase algo en mi casa, no quiero tener aquí a Rosa y Karl». Me quedé allí esa noche, mientras Karl les leía cuentos de hadas a uno de los niños. Cenamos, hubo luego una reunión política y yo pensé para mí que sería sin duda mejor que Karl y Rosa se quedaran en lugares distintos. Cuando se lo conté a Rosa, dijo que Karl no la abandonaría y que se sentía impotente. Estaba bastante cansada de estos tejemanejes con toda una gente que podía igualmente haberse mantenido al margen. Le pedí a Karl que dejara que Rosa se quedara en otro sitio, pero rechazó resueltamente mi propuesta. Al día siguiente, los camaradas [Hugo] Eberlein y [Wilhelm] Pieck se llevaron a Rosa y Karl a un piso en la parte oeste de la ciudad, donde fueron detenidos y posteriormente asesinados.

Supongo que muy probablemente conocerás las circunstancias de su asesinato. Todos sabemos que los camaradas Pieck and Eberlein fueron en cierto modo descuidados con los alojamientos de Karl y Rosa, pero luego nos culpamos todos por no haber intervenido.

Rosa nunca abandonó su visión disidente respecto a los bolcheviques, incluso después de salir de la cárcel, lo cual le llevó a constantes debates con otros camaradas sobre sus opiniones. Si Rosa llegó en secreto a Berlín, sin ninguna clase de bienvenida, Karl Liebknecht – que había sido liberado sólo unos días antes que Rosa – fue recibido por una gran multitud en la Anhalter Bahnhof cuando descendió del tren que le traía de la prisión de Luckau. Soldados en uniforme gris de campaña le alzaron en hombros y le llevaron hasta el coche que le esperaba. En esta posición, subido sobre sus hombros, gritó Karl: «¡Abajo el gobierno! ¡Abajo la guerra!». El coche llevó a Karl hasta la embajada rusa y pocos días más tarde los rusos organizaron un banquete en su honor. Comieron en la vajilla de la embajada zarista y el vino se lo bebieron en las reales copas, hasta la mantelería llevaba las iniciales del zar. Esa noche se me aparece como un horrible episodio. Con la excepción de lo que dijo Marchlewski, los discursos que se pronunciaron fueron todos bastante sin sentido, pero todo el mundo se sintió en cierto modo elevado. Karl estaba totalmente hechizado por los rusos, dispuesto a estar con ellos a las duras y a las maduras.

Rosa y Leo Jogiches no estaban de acuerdo con la táctica de los rusos. Cuando Rosa escribió el programa de Espartaco (¿lo tienes?), en él estipulaba que la táctica del Partido Comunista de Alemania vendría a coincidir con los principios marxistas.

Vino a continuación el congreso fundacional del KPD. La mayor parte de los delegados no lo veían suficientemente claro y fueron ellos los que impulsaro el boicot del KPD a las elecciones a la Asamblea Nacional. Rosa Luxemburg, Paul Levi, y Leo Jogiches argumentaron en contra de esta postura, pero en vano. Rosa pronunció un discurso (¿lo tienes?), en el que rechazaba las tácticas golpistas de los delegados y presentaba una vía distinta para que fuera adelante el Partido Comunista. Rosa, Paul and Leo quedaron aislados, mientras se adelantaban la estupidez y la inexperiencia, lo cual le costó la vida en última instancia a Rosa y Karl.

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Leo Jogiches y Rosa Luxemburg eran de la misma edad, él la había conocido de estudiante en Zurich. En aquella época, los dos jóvenes estudiantes desarrollaron una amistad que duraría toda su vida. En Zurich elaboraban los materiales de propaganda del Partido de los Trabajadores, a la vez que publicaban informes sobre el partido en Occidente. Leo se metió de lleno en el movimiento polaco y fue pronto capaz de hablar bastante bien polaco. El tercero del grupo era Marchlewski, que había estudiado también en Zurich.

Leo era una de las personas más amables y generosas que yo haya conocido. Si bien era estricto cuando pedía a la gente que cumpliera con sus tareas, tenía una comprensión auténticamente humana de todos, salvo de quienes no querían trabajar en pro del movimiento. Nunca quería llamar la atención, sino que se mostraba bastante contento, como él decía, con ser un motor en el trasfondo. Rosa no hacía nada sin pedirle primero consejo, razón por la cual mantenían consultas políticas – siempre muy sofisticadas – casi a diario.

Cuando asesinaron a Rosa, Leo no pudo llegar a asumir su muerte. Dejó simplemente de preocuparse por su seguridad y acabó cayendo en manos de la Guardia Blanca en marzo de 1919. Le detuvieron en su piso en Neukölln y posteriormente lo mataron a tiros en el centro de detención de Moabit durante un supuesto «intento de fuga».

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Vivía ahora donde Rosa y la recogía en la estación todas las noches. Siempre volvía a casa muy cansada y agotada, pero se recuperaba siempre muy rápido en cuanto le dabas algo de comer. Una taza de chocolate caliente representaba un verdadero tesoro, que sólo podíamos conseguir a través de los camaradas de la embajada rusa.

Cuando Rosa estaba en cama, se estiraba, visiblemente relajada, y decía: «Ahora voy a dormir después de haber cumplido con mis tareas de hoy». Y así lo hacía, quedándose un poco más por las mañanas.

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Una noche, después de haberlo preparado todo, llamó Paul Levi para pedirme que recogiera a Rosa en la redacción. Yo acababa de perder el tren de las 11 y tenía que esperar a que saliera el de las 11:45. Cuando llegué a la Anhalter Bahnhof, Rosa y Paul estaban ya esperando frente a la entrada. Paul dijo que volvía a haber mucha inseguridad, pues podían detener a Rosa en cualquier momento, y me dieron instrucciones de acomodarla en algún otro sitio.

Pero ¿adónde podía llevarla a esa hora? Con ayuda de Paul, encontré un taxi para Rosa y para mí, y volvimos a mi piso. Tenía un pato frito que nos había regalado un camarada del Partido, y que mi madre había preparado estupendamente. Todavía en el taxi, me dijo Rosa: «Dame un trozo de pato, me muero de hambre. Sé que Leo diría que debería controlarme, pero dame sólo un pedacito».

Pongo por escrito este detalle, pues me parece muy característico de la disciplina que se impusieron Leo y Rosa, así como de su valor para soportar las privaciones.

 

Mathilde Jacob amiga íntima y confidente de Rosa Luxemburg, contribuyó de modo esencial a la conservación de su legado político e intelectual desde que transportara clandestinamente cartas y documentos de Luxemburg durante su encarcelamiento a lo largo de la I Guerra Mundial. Miembro de la Liga Espartaco y fundadora del Partido Comunista de Alemania (KPD), lo abandonó junto a Paul Levi para fundar el Partido Comunista de los Trabajadores de Alemania (KAG). Detenida y deportada en 1942 en su condición de judía, fue asesinada por los nazis en el campo de concentración de Theresienstadt en 1943.  

 

Fuente: Friedrich-Ebert-Stiftung. Archiv der sozialen Demokratie, NL Paul Levi, 1/PLAA000049.

Traducción de Lucas Antón

Nuestra fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/carta-sobre-rosa-luxemburg-a-julio-alvarez-del-vayo