I Irónica realidad que se condena a sí misma al negarse, las leyes morales suelen ser cárceles más punitivas que las mismas penitencias físicas, ¿quién puede decir cómo se debe ser?, ¿por qué el ser humano debe regirse por moldes y esquemas prefigurados?, ¿acaso no es la libertad nuestro primer derecho? Hay en el prejuicio […]
I
Irónica realidad que se condena a sí misma al negarse, las leyes morales suelen ser cárceles más punitivas que las mismas penitencias físicas, ¿quién puede decir cómo se debe ser?, ¿por qué el ser humano debe regirse por moldes y esquemas prefigurados?, ¿acaso no es la libertad nuestro primer derecho? Hay en el prejuicio algo más que sólo tradición, es tan grande su peso, que repercute en todos los ámbitos de la vida, la sociedad tiene muy marcadas las pautas que dicta, resulta inaudito para muchos concebir otras formas de ser, de pensar y de sentir fuera de los moldes rígidos que desde siglos arrastramos, admitir y valorar el derecho que cada uno tiene es una tarea de todos, escapa de la imparcialidad o la indiferencia, evadir los reclamos sociales agudiza la injusticia.
Nos hablan de amor desde niños y cuando amamos nos condicionan, crecemos escuchando las formas en que debe uno ser, se condiciona la libertad al generarnos ideas preconcebidas de qué es lo que se espera de nosotros, mujeres y hombres, hombres y mujeres, roles construidos y socialmente reproducidos, siglos de coloniaje interno que atan la búsqueda de la realización individual, ojos críticos que no se miran a sí mismos, sentimientos adversos que irradian temor. La mente es lo que más tarda en transformarse, la sociedad refleja el atraso, discursos de sordos enardecen, disipan el derecho a la diversidad, hay tantas formas que es imposible nombrarlas.
Resulta irónico querer encerrar en moldes lo que siempre ha existido, lo diverso ha hecho que la sociedad avance, es muy simple, si todo fuera igual nada cambiaría, no avanzarían las ciencias ni el arte, no podríamos disfrutar de alimentos variados o vestir de muchas formas, el amor sería un acto tan aburrido que se hubiera dejado de practicar hace mucho, es irónico el hecho de que todo lo anterior se ha pretendido regular y condicionar, desde cómo amamos hasta qué comemos o vestimos. La diversidad es tan antigua como el universo, elementos diferentes dieron forma al mundo en que vivimos, pensamientos diferentes se complementan para mirar con mayor profundidad un problema, y entonces, ¿por qué se le tiene tanto temor a lo diverso, a lo que no es como se ha dicho, a lo que no encaja en moldes o hace frente a los prejuicios?
Pensar diferente contribuye al avance, discrepar es un ejercicio irrenunciable cuando de nuestra dignidad se habla, seguir pretendiendo uniformidad es irreal, el problema radica en muchos sentidos en la enseñanza que se nos imparte, no se genera un pensamiento crítico, no se posibilita someter a juicio todo lo establecido, se enseñanza a respetar y continuar con los esquemas establecidos, se olvida que todo cambia, que las ideas avanzan y se regeneran al mismo tiempo en que la sociedad va desarrollándose, se acartona el pensamiento, se enajena desde pequeños a los seres humanos, la educación juega un papel contradictorio, se dice que nos prepara para la vida pero la realidad es que nos incapacita, pues la vida, es todo menos un esquema rígido con soluciones simples. La vida humana es absolutamente la complejidad mayor sobre el universo.
El derecho del ser humano es inalienable, todos nacemos con derechos, ejercerlos es uno de ellos, poder decidir por sí mismo sus acciones y su camino, ser él quien pueda fijarse metas y sueños, luchar por alcanzarlos suena tan simple pero resulta tan difícil a veces. La regulación punitiva acompaña a la tradición, aquella que promete castigos para quien no se rija por ella, el miedo condiciona y controla. La libertad es evocada y aún no sabemos definirla, libre es en lo individual quien se valora, quien logra a pesar, de los esquemas, desarrollar su personalidad y carácter, quien sobrepasa barreras y avanza conforme sus ideas. La libertad es individual y colectiva al mismo tiempo, cada uno es inigualable y también somos una pequeña parte de un todo, la sociedad aglomera sus partículas y se constituye plural, así como exigimos para nosotros debemos de dar para los otros. Libres somos cuando avanzamos en el entendimiento veraz de nuestro valor heterogéneo y diverso. El derecho a lo diverso es humano, no hay humanidad sin diversidad.
II
Conformamos nuestras identidades acorde a cómo nos desarrollamos, tanto en términos individuales como colectivos; es sabido que una persona puede pertenecer a diferentes grupos sociales y culturales sin modificar su clase o posición económica, desde luego, esto no simplifica lo complejo del acontecer en sociedad, más bien lo agudiza. Cada uno de nosotros, crece formando su carácter y pensamiento bajo ciertos preceptos, valores morales, ideas religiosas o racionalismos científicos, todo un cuerpo intelectual que prefigura nuestro comportamiento. Moldes estrictos en algunos casos, y en otros, pensamientos libres de ataduras. Somos historia y la reflejamos.
La diversidad cultural enriquece la realidad en la geografía del orbe, los rasgos compartidos al igual que las especificidades, reafirman el carácter universal y diverso de la humanidad. Reconocer esa diversidad es un pendiente en pleno siglo XXI, que sigue obstaculizando el respeto a los derechos que todos tenemos, de ser y pensar conforme a nuestra cultura y nuestra ideología, lo diverso nos une, aunque parezca contradictorio.
Se suele ponderar la diferencia cuando se habla de las identidades, comúnmente se toma como referente lo que nos hace heterogéneos, este punto de partida exalta la separación entre culturas e individuos, sin querer o no, nos confrontamos al tiempo en que nos definimos, apuntalamos la separación, dicotomías enaltecidas que fragmentan, confrontamos géneros, nacionalidades, territorios, costumbres, tradiciones y creencias, marcamos y remarcamos al otro en vez del nosotros.
Pensar la colectividad humana es imprescindiblemente un aliciente si queremos el mejoramiento de la existencia en el mundo, no basta hablar de los derechos humanos, es urgente hablar de los Derechos de la Humanidad, Fidel Castro lo dijo en su discurso ante la ONU en 1979, la desigualdad social y su solución no pueden verse en individual, son asuntos plurales, la dispersión en diferentes demandas diluye las necesidades generales. Frente a los aspectos lacerantes de las políticas globales (injusticia, desigualdad, explotación, etc.), se necesita una colectividad que proyecte la restauración humana, sin menoscabo de las específicas necesidades, el nosotros se nutre de los numerosos mundos.
Restablecer y conformar el nosotros asume la pluralidad como hecho original, las fronteras que nos han dividido por siglos desaparecen cuando miramos la realidad desde el colectivo, los derechos humanos han servido para individualizar, los Derechos de la Humanidad asumidos como guía, llevan al reforzamiento de la dignidad del Ser, no hay individuo digno en soledad. Las identidades son reales, pero también son fronteras imaginarias que nos separan, ¿qué y quién define al otro?, ¿por qué para reconocernos partimos de las diferencias en vez de las similitudes? Las miradas antropológicas mantienen mucha carga de su origen colonizador. Emanciparnos de las ideas disgregadoras contribuye a plantear alternativas a la dispersión social, comprender el origen común, respetando lo que nos constituye, genera la posibilidad de entretejer historias comunes, que permanecen sin reconocimiento por la venda ocular de lo otro, discurso antepuesto por la segregación y la marginación.
Ideas de integración y unidad acompañan utopías humanas, confrontar la segregación que estimula el discurso del otro, con el reconocimiento de los valores e ideas comunes, cristaliza el nosotros anhelado. Imaginar la unidad posibilita la discusión de los modos en que cada uno actúa y contribuye a la integración, conjuntar las miradas en los Derechos de la Humanidad, supera a la individualización y a la división, unir e integrar son verbos en futuro próspero.
La cultura es milenaria, las identidades son de reciente interpretación, es el conocimiento compartido lo que nos ha dado las capacidades de crear, pensar y sentir, la armonía humana no radica en las fronteras militarizadas ni en las capillas llenas de feligreses. Seres humanos somos, diferentes y diversos, creadores, solidarios e imaginativos. La historia y sus lecturas proporcionan conocernos, adentrarnos a nuestras configuraciones individuales y sociales, es útil para comprender la composición y generación de la identidad del Ser.
Cristóbal León Campos es integrante del Colectivo Disyuntivas
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