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Identidad, caos y revolución en el Puerto Rico de hoy

Fuentes: Rebelión

Tan pronto entré al negocio, todo el mundo se dio cuenta de que no soy gallero. Buscando romper el hielo, dije «buenos días», en un tono que parecía más de pedir perdón que de saludo. Nadie me contestó. Cinco o seis hombres sentados en la barra desayunaban lo que en cualquier otra parte de Puerto […]

Tan pronto entré al negocio, todo el mundo se dio cuenta de que no soy gallero. Buscando romper el hielo, dije «buenos días», en un tono que parecía más de pedir perdón que de saludo. Nadie me contestó. Cinco o seis hombres sentados en la barra desayunaban lo que en cualquier otra parte de Puerto Rico habría sido un almuerzo: caldo de pollo con mofongo y arroz con cabro en fricasé. Miré alrededor del negocio, buscando ocultar mi extranjerismo transparente. Con un gusto exquisito, el dueño del lugar había puesto en exhibición las fotos y figuras más llamativas. Todas, sin excepción, de gallos. Gallos de porcelana, gallos de cristal, gallos de madera, gallos en pose de campeones y fotos de gallos que fueron leyendas. Junté todas las fuerzas que pude, y en un tono que casi ni reconocí, pedí una cerveza, un caldo de gallina con mofongo y una orden de cabro en fricasé para llevar. Eran las siete de la mañana. Por una puertecita anexa a la barra, se asomó una mujer de rostro determinado, que apuntó mi pedido. El tiempo corría con una lentitud molestosa. Estaba entre verdaderos galleros. Uno de los hombres contestó su celular, y resultó ser un policía en vestimenta de civil. Alguien reportó al cuartel una pelea entre vecinos, que estuvieron en la gallera la noche anterior.

«Luego paso por allá -respondió el policía, sin dejar el plato ni levantarse de la barra-. Yo sé quiénes son. Llevan rato peleando».

Siguió comiendo tranquilo. Otro de los hombres comentó, como si nada, que la noche anterior había perdido $1,200 apostando, hasta que decidió «recoger» sus gallos y no perder más. Tan pronto la mujer me dio mi orden, pagué, di las gracias y decidí salir. Vi en los ojos de la mujer un elemento de solidaridad con mi exotismo en el lugar. Entonces otros dos policías se aparecieron al negocio. Me los encontré, de salida, en la misma puerta. No sé si me vieron lo de no ser gallero o qué, pero igual no me contestaron ni los buenos días. Para mí que también hablaban el idioma severo de los que apuestan a las peleas de gallos. Ese mismo, el lenguaje que hablan muchos habitantes de los montes de Villalba y Orocovis, Puerto Rico. Ya lo decía Palés, el gallo del trópico es «el ron de plumas que bebe la Antilla brava y tórrida».

No hay tal cosa como una cultura o identidad que no pueda comprenderse, al menos en el plano intelectual. Es cuestión de esforzarse en el análisis, como bien dice Slavoj Žižek. Aceptar lo otro, sería absolutizar lo particular, o sea, aprisionar a las personas en una definición fija de sus identidades. Yo, por ejemplo, puedo hablar de mi experiencia con la cultura de los gallos de pelea, aunque probablemente no me gane el respeto de ninguno de los bandos en controversia.

Tendría yo a lo sumo 12 años, cuando a mi primo Reuben se le ocurrió la idea de visitar la gallera de Guayama, localizada, si mal no recuerdo, en los terrenos de lo que hoy es Wal-Mart. Menores, como éramos los dos, el plan no tenía nada que ver con apostar a los gallos, mucho menos con llevar un «gallo del trópico» a la contienda. Lo que él me sugirió fue una manera fácil (y gratuita) de obtener un ave para cocinar. «A los que pierden los tiran muertos a la basura, y uno se los puede llevar», me dijo entusiasmado. «Después los cocinamos.» Poco importa que ninguno de los dos sabía cocinar ni que en el patio de mi abuela sobraban lo pollos y las gallinas. El atravesado designio me pareció sensato. En menos de dos segundos salimos para la gallera.

La verdad es que apenas pude asomarme al interior de la gallera. Una ola de ruidos y griterías me paró en seco. Lo que vi fue una muralla de espaldas apretadas unas con otras; como una versión amplificada de lo que años después habría de ver en las barras de Villalba y Orocovis. Pelea de gallos, lo que se dice pelea, no la vi. Tampoco vi a los gallos. Impresionado con la algarabía, salí corriendo del local. Mi primo salió pisándome los talones. Estaba igual de frustrado. El único gallo en el zafacón de basura había quedado como un mapo viejo, lleno de rotos e inservible para cocinar. Tal fue, sin mentir, mi primera y única experiencia con la industria «gallística» de Puerto Rico.

Digo con la «industria», porque sí había visto antes peleas de gallo. Pero todas habían sido en el patio de la casa de mi abuela, en medio de disputas entre gallos sobre el grano de maíz o el enamoramiento de las gallinas ponedoras. Eran peleas breves, en las cuales prontamente uno de los contendientes bajaba la cresta, y todo se resolvía en un cacareo poco sonoro. Y es que, en casa de mi abuela, como en la finca de mi madre, los gallos eran de esos que Luis Lloréns Torres llamaba «malinos»; o sea, más parecidos a los políticos colonialistas que a las aves de cría: «Aletea y cocoroquea muchísimo, / pero no dice nada. / No hay quien lo haga pelear».

El punto es que, ese día, no me alejé de la gallera por haber visto dos gallos desgarrándose a espuelazos. Me aparté por la locura de la gente gritando enardecida. Y si hoy en día, como se dieron cuenta los de la barra, no soy gallero, no es por una aversión particular a ese «deporte» sangriento. El asunto es que, aunque crecí en el campo, nunca me gustó la violencia en contra de los animales. Digámoslo con franqueza, la verdadera vida campesina, fuera de las canciones de Tony Croatto, es todo, menos una narración carente de violencia. No es solo la realidad del uso de los animales como instrumentos de trabajo y de carga; es también la matanza para la venta, la brutalidad y el empleo de los animales en función de las necesidades, reales o imaginadas, de los seres humanos. Eso es así en todos los países. En las «montañas de Borinquen bella» abunda la violencia. Sonará hipócrita, pues no soy vegetariano; pero en lo que toca a abusar y matar animales, siempre he practicado la objeción por conciencia y hasta la desobediencia civil. Hoy, ya de viejo, sigo la lógica de los indígenas sioux: limitarse a lo necesario para alimentarse.

Quizás me equivoque, pero creo que mi parecer sobre el asunto es más cercano a una visión holística de la naturaleza, que a una mera objeción fundada en el carácter violento de las peleas de gallos. Yo considero que lo que anda desajustado en Puerto Rico es la totalidad de nuestra conexión con el mundo natural y el enfoque egoísta que le damos a veces al sufrimiento ajeno. De ahí, la impresionante violencia que ejercemos sobre el mundo natural. Voy a dar un ejemplo, que nada (o quizás mucho) se parece a las peleas de gallos.

Apenas cuatro o cinco días después de mi visita a la región de Villalba-Orocovis, me dispuse a regresar a Estados Unidos. En el aeropuerto noté dos mujeres jóvenes que hablaban del «centro de la isla». Me acerqué interesado, y entablé una conversación que resultó iluminadora. Eran, por pura coincidencia, de la región de Villalba-Orocovis y tenían doctorados en química y genética. Iban camino a una actividad científica en el oeste de Estados Unidos para representar a la compañía de drogas medicinales en que trabajan en Puerto Rico. Por supuesto, las felicité por sus logros académicos y profesionales. Pero, entonces me puse a hablar de la contaminación ambiental derivada de las farmacéuticas en Puerto Rico, del cáncer en el sureste y de los acuíferos del norte. Mencioné que yo mismo había trabajado en una planta farmacéutica años atrás. Y hasta ahí llegó el diálogo. Me dieron el mismo «gallero look» que recibí al entrar a la barra días antes. Una de ellas me expresó que lo que yo decía no era correcto, pues «el gobierno federal tiene reglas para controlar la contaminación». Traté apresuradamente de añadir el comentario de que la contaminación ambiental es una forma de violencia en contra de la naturaleza, lo mismo que poner dos gallos a pelear, pero me quedé solo, hablando como un loco. Nada más problemático que una persona que siente su identidad rasguñada, sea un gallero o un científico que fabrica drogas medicinales en una de las muchas farmacéuticas que quedan en la isla.

Y es que, si usted analiza a fondo el asunto, no tarda en convencerse de que la industria gallística y las farmacéuticas extranjeras tienen mucho en común. Ambas son actividades económicas que generan muchos ingresos y empleos en Puerto Rico. Según algunos estimados, las peleas de gallos generan hasta 26.000 empleos. Las industrias de drogas medicinales, por su parte, significan 16.300 trabajos directos. Casi la mitad de esa empleomanía es femenina. Estamos, pues, ante dos fuentes sustanciales de sustento de nuestra gente. Quizás más importante aún, en ambos sectores domina un fuerte sentido de identidad. Con los galleros, esto se hizo visible en la marcha del 29 de enero en protesta por la ley federal que veda las peleas gallísticas. El modo en que enlazan la puertorriqueñidad con los gallos merece de por sí un estudio particular. Si no me cree, visite las barras del centro de la isla. Pero lo mismo podemos decir de los miles de empleados y empleadas de las farmacéuticas. Aunque menos visiblemente, entre ellos y ellas también predomina un sentido marcado de identidad.

De hecho, el sentido de identidad de los trabajadores y trabajadoras de las farmacéuticas fue crucial en las semanas y meses subsiguientes al huracán María. Por ejemplo, de acuerdo con expresiones hechas por los directivos de las compañías trasnacionales durante el Puerto Rico Investment Summit (marzo 2018), María fue un «no-evento» para las industrias de drogas medicinales en la isla. No se trata solamente de que algunas de ellas contaban con sus propias plantas generadoras de electricidad y con los recursos necesarios para continuar operando. Se trata, ante todo, de la increíble lealtad mostrada por los trabajadores y trabajadoras boricuas. Muchos empleados y empleadas pusieron sus trabajos por encima de la seguridad personal y el cuido de sus hogares, según lo reportado en el evento por los representantes de compañías como Abb Vie, Amgen, Eli Lilly, Johnson & Johnson Myers Squibb, AstraZeneca, Pfizer, Merck y Baxter, para mencionar tan solo algunas. Hablando sobre las operaciones industriales durante el huracán, Kerry Ingalls, vicepresidente de Amgen, señaló: «Logramos crecer como una industria». El resultado fue que, en 2018, a pesar de María, la industria farmacéutica en Puerto Rico, tuvo exportaciones ascendentes a 15 billones de dólares. Para los ejecutivos de las corporaciones transnacionales operando en Puerto Rico, los trabajadores de la isla mostraron un «espíritu de lealtad difícil de explicar». O si se quiere, un fuerte sentido de identidad con la fabricación de drogas medicinales.

Sería presumido el reprocharle a la empleomanía de las farmacéuticas el tener un sentido de identidad derivado de sus ingresos salariales. El promedio salarial en la industria es más del doble del prevaleciente en otras ramas. ¿Y qué de los galleros? También ellos tienen buenos ingresos. La gente no experimenta la ideología al margen de su vida cotidiana. El sustrato presente en ambos ejemplos, el de los galleros y los empleados de las farmacéuticas, es el mismo. Ni uno ni el otro ve su actividad como un acto de violencia en contra de la naturaleza, sino como una fuente de ingresos. ¿O es que hay mucha diferencia entre los gallos despedazados a espuelazos y la gente de Guayama enferma de cáncer? En ambos acasos, hay una completa inmersión de las personas en la ideología de la identidad particular. Eso fue lo que yo vi en el negocio en Villalba y en el aeropuerto el día de mi partida.

En realidad, existe un sustrato todavía más importante para comprender la similitud real entre las experiencias de las personas empleadas en las farmacéuticas extranjeras y los galleros. Nos referimos a la división de la sociedad en clases, de la cual el coloniaje no es sino una expresión extrema. Si el gallero protesta ante la imposición de la prohibición federal de las peleas de gallos, los empleados y empleadas de las farmacéuticas saben, como bien se indicó en el 2018 Puerto Rico Investment Summit, que sus trabajos dependen de la aceptación de salarios que son 35% más bajos que en Estados Unidos. Pero aquí no hay ni marchas ni protestas. En la industria de las drogas medicinales, lo sé por experiencia propia, no se habla ni de crear uniones (sindicatos). La lucha de clases, el referente más importante, está escondido, gracias en parte a que las campañas de sindicalización en este sector han fracasado. Pero, esto no quiere decir que el contexto del coloniaje y el dominio extranjero del país no afecte las vidas de los trabajadores y trabajadoras.

¿Cómo romper con esa visión dominante de identidades fijas e impenetrables? ¿Cómo advenir a una universalidad radical que permita la verdadera emancipación de nuestro pueblo, su unidad? Lo que es innegable es que con meramente señalarle a alguien (al Otro o la Otra) los límites de su identidad abstracta, se adelanta poco. Muy poco se logra, por ejemplo, con decirle a un gallero que las peleas de gallos son sangrientas e inhumanas, buscando inculcarle a la persona una visión universal igualmente indeterminada. Lo mismo reina para la empleomanía de las farmacéuticas. ¿No representa acaso esta actividad un acto de violencia cruda en contra del medio ambiente? El verdadero reto, en el cual seguimos fallando, es cómo estimular, desde cada perspectiva de identidad particular, una reflexión radical sobre temas universales como la protección ambiental y el respeto a la vida, incluyendo la no humana. Yo no puedo atribuirles a los galleros, como no podría hacerlo con la empleomanía de las farmacéuticas, una inhabilidad absoluta de llegar a una afirmación real de valores ideológicos universales y progresistas, incluyendo nuestro derecho a la autodeterminación e independencia.

Lo anterior no sería importante si no es por el procedimiento malo, generalizado en la izquierda, de absolutizar las identidades. De dónde sale esta práctica no lo sé, pero lo cierto es que, muy a menudo, se les atribuyen identidades fijas e inmutables a distintos sectores de la sociedad puertorriqueña en función de la conducta electoral cada cuatro años y no, como debería ser, en función de un análisis concreto de las condiciones reales en que vive la gente. (Digamos de entrada que este tipo de análisis malo proviene a veces de sectores anticoloniales que no le ven ningún valor ni efecto positivo a la participación electoral). El resultado es una visión fracturada no solo de nuestra sociedad, sino también del impacto del coloniaje sobre el pueblo. Además, se minusvaloran los «gestos emancipadores» espontáneos que, de momento en momento, son visibles a través de todo el país. Poco a poco, pues, se van categorizando sectores enteros, sean los galleros o el proletariado industrial de las farmacéuticas, como «no rescatables» para un proyecto de emancipación nacional. Con ello, la izquierda se achiquita, deviene fundamentalista e impotente.

Un buen contraejemplo es lo ocurrido durante el caos que dominó en Puerto Rico en las primeras semanas que siguieron al huracán María. No hace falta describir el desbarajuste en detalle, pues esto se ha hecho con bastante rigurosidad desde septiembre de 2017 para acá. Lo que no se ha hecho con igual rigor, en mi opinión, es mostrar cómo, a pesar de las identidades particulares, distintos sectores de la sociedad puertorriqueña mostraron «gestos emancipadores» muy análogos y, en mi opinión, rescatables para un proyecto revolucionario. Voy a hacer una comparación provocativa: la conducta de los galleros y del proletariado industrial de las compañías farmacéuticas.

El huracán María y las farmacéuticas

Sobre el funcionamiento interno de las plantas farmacéuticas y la clase obrera puertorriqueña no he visto mucho escrito. Esto no es extraño. Históricamente, se trata de un sector que funciona en todo Estados Unidos de manera cerrada y casi gansteril. Montones de leyes y de prácticas industriales protegen tanto la posición privilegiada de esa industria como sus secretos tecnológicos. El control de la clase trabajadora es fundamental, pues aquí la mecanización no avanza con la misma velocidad que lo hace en los antiguos sectores industriales.

En efecto, la industria farmacéutica estadounidense, en conjunto, forma parte de lo que se llama la «nueva economía de conocimiento», que ha venido a desplazar a la «vieja economía industrial», como resultado de la cuarta revolución tecnológica. Con el avance de la inteligencia artificial y la robotización, la economía estadounidense se ha escindido en dos sectores industriales. De un lado, un sector en que virtualmente ha desaparecido el trabajo manual (acero, automóviles, textiles, producción de medios de producción); del otro, un sector en que el trabajo manual, y en particular el intelectual, cumplen una función importante. El sector de la «nueva economía de conocimiento» genera el progreso tecnológico que desplaza al trabajo manual en las ramas industriales tradicionales.

Casi todos los estudios ubican a la industria farmacéutica al interior de la «nueva economía de conocimiento». Esto se debe dos razones. Primero, en ella la robotización tropieza con obstáculos peculiares derivados de la propia naturaleza del producto. No es que la mecanización no haya avanzado, es que el ritmo es menos acelerado. Segundo, las farmacéuticas mantienen una relación simbiótica con los sectores de las finanzas y las nuevas tecnologías electrónicas del imperio. Geográficamente, se localizan cerca de los centros urbanos, los grandes mercados de capitales y los centros de investigaciones químicas y biológicas. Por eso se dice que la fabricación de drogas medicinales es un componente orgánico del sector FTE, es decir de las finanzas, tecnología y electrónica. Su fuerza de trabajo, por supuesto, es altamente calificada, con una remuneración por encima de otras ramas, y es muy diversa. Es una de las industrias que más persigue la aglomeración geográfica de sistemas de educación universitaria pública de alta calidad.

El contraste con Puerto Rico es palpable. Ya mencionamos que los salarios en las industrias de drogas medicinales en la isla, por regla, están 35% por debajo de los que rigen en las regiones de FTE en Estados Unidos. Además, si en Puerto Rico la industria farmacéutica transnacional ha experimentado una contracción, resultante en parte de la eliminación de incentivos fiscales, en Estados Unidos continúa ocupando una posición importantísima. Ya de entrada, eso nos debería llevar a reflexionar de una manera distinta sobre los trabajadores y trabajadoras en la industria farmacéutica en la isla. En muchos sentidos, esta actividad económica no es sino una versión moderna de las viejas plantaciones y centrales de azúcar en el país. Su vitalidad, siempre a punto de ser golpeada, se funda en la explotación de una fuerza trabajadora altamente calificada y, por los estándares metropolitanos, mal pagada. Poco importa que no se trate aquí de números gigantescos de trabajadores. La combinación de tecnologías avanzadas con fuerza de trabajo barata es lo que explica que aún no se hayan ido. Significa producción de plusvalía por métodos relativos y absolutos. Puerto Rico, pues, no encaja orgánicamente en la configuración regional y estructural del capitalismo industrial estadounidense. Parafraseando a Albizu Campos, «Puerto Rico es un país doméstico en lo internacional, pero extranjero en lo nacional doméstico», un lugar singular dentro de las fronteras del imperio».

Lo cierto es que, aunque de manera desigual, el coloniaje afecta a todos los trabajadores y trabajadoras de nuestro país. Claro, rara vez tenemos una oportunidad de echar una ojeada cercana a la dinámica obrero/patronal al interior de la industria farmacéutica en nuestra isla. Pero, gracias a varias publicaciones estadounidenses especializadas en ese sector económico, sí tenemos un cuadro de lo ocurrido en ella durante e inmediatamente después del huracán María. Las descripciones, basadas en entrevistas a los principales ejecutivos, son reveladoras. El punto central fue la determinación de las compañías trasnacionales de seguir operando en medio del caos provocado por las ráfagas del huracán. Y lo lograron. Su prioridad, implementada férreamente, era que no se interrumpiera el proceso de producción, a pesar del terrible impacto general de la tormenta sobre la isla. Puerto Rico, recordemos, se especializa en la producción de 11 de las drogas medicinales más cotizadas en el mundo. De esta islita, sale el 25% de las exportaciones estadounidenses de drogas medicinales para consumo internacional. En total, se trata de 49 plantas industriales, que producen anticonceptivos, antibióticos, vasodilatadores, laxantes, insulina, tranquilizantes y otros productos.

Tres factores fueron decisivos para que se materializara el objetivo del capital transnacional en la industria farmacéutica de Puerto Rico durante el terrible evento atmosférico. Primero, los planes de contingencia de las transnacionales; es decir, lo mismo que el gobierno no tenía para la población, previsión. Algunas plantas industriales continuaron operando incluso durante los momentos más fuertes de la tormenta. Ni siquiera sufrieron interrupciones por falta de energía, pues contaban con sus propias plantas generadoras de electricidad. Segundo, el gobierno colonial, o sea, el mismo que abandonó a su suerte a la población en general, sí prestó ayuda a las operaciones industriales. Un ejemplo interesante es el de la Pfizer en Guayama. En mi pueblo, el gobierno movilizó a la población de reclusos para que repararan las verjas de seguridad de la compañía. ¿A cambio de qué? A cambio de agua potable para la prisión. O sea, que en medio de una crisis en que la gente andaba enloquecida por la calle buscando agua, la Pfizer en Guayama no solo tenía toda la que necesitaba, sino que le sobraba para repartir. En otros casos, como el de la farmacéutica Amgen, el gobierno colonial se movilizó de inmediato para mantener el suplido de agua. El tercer factor fue el «espíritu único» de la clase trabajadora, tema que ahora si requiere una consideración detallada.

Recordemos, todo esto ocurre en medio de un caos gigantesco, provocado no solo por la tormenta, sino también por la incompetencia y falta de empatía del gobierno colonial (y estadounidense) hacia las necesidades de la población puertorriqueña. ¿Y qué hicieron las plantas farmacéuticas ante este caos general? Pues, aprovecharon la ocasión para redoblar la explotación de la fuerza de trabajo boricua. Podría incluso decirse que, técnicamente, secuestraron a la empleomanía, pues buena parte de ella ni siquiera abandonó el lugar de empleo por días. Era, allí, en las plantas industriales, donde los trabajadores y trabajadoras comían, lavaban la ropa y obtenían artículos de primera necesidad, como jabón, hielo y agua. Hablando para la prensa estadounidense especializada en temas farmacéuticos, el gerente general de la Pfizer en Guayama, declaró: «A pesar de las terribles perdidas personales, la empleomanía atravesó carreteras bloqueadas por árboles, usando la poca gasolina que tenían, para llegar a la planta industrial. Pusieron los intereses de Pfizer, por encima de los propios». Y no puede uno sino preguntarse: ¿Qué es esto sino aprovechar la situación de caos general para redoblar la tasa de explotación de la clase trabajadora? ¿En qué se distingue esto de lo ocurrido no lejos de allí, en la década de los treinta del siglo XX, con las operaciones de las centrales azucareras? ¿A quién se le ocurre, sino a los capataces del gran capital transnacional, justificar estas acciones explotadoras en medio de una crisis que significó incluso la muerte para miles de personas en la isla? Tan rentable resultó el asunto del caos provocado por el huracán, que, en medio de la escasez de bienes de primera necesidad, los ejecutivos de las farmacéuticas transportaban, secretamente, por avión, cargamentos de dólares en efectivo desde Estados Unidos, para así mantener sus operaciones y pagos de suplidores. Y también de manera subrepticia movían miles de dólares en efectivo a través de toda la isla para comprar mercancías, incluyendo fuerza de trabajo barata. Mientras a la población en general se les restringió el acceso a las operaciones bancarias, incluyendo cuentas personales, las farmacéuticas crearon su propio circuito de circulación de dinero, contante y sonante. ¡Esto sí que es un ejercicio de prepotencia por parte del capital transnacional, en medio de un caos natural que destruyó la vida de miles de personas en Puerto Rico!

Es en este contexto en el que podemos valorar el citado «espíritu único» de la clase trabajadora en esta industria. Atemorizada de perder sus fuentes de ingreso, en medio de la crisis general provocada por el huracán, con un gobierno completamente desconectado de las necesidades del pueblo, y con una izquierda inmovilizada, los trabajadores y trabajadoras de las farmacéuticas actuaron con un instinto primitivo de clase; es decir, valoraron su sobrevivencia y la de sus familiares. ¡Tremendo despliegue de energía proletaria! ¡Apropiada vilmente por los intereses capitalistas, hay que añadir! Vemos, así, dicho sea de paso, cómo la «identidad particular» de ese sector privilegiado de la clase obrera, algo que antes se nos aparecía como inamovible, va relativizándose ante nuestros ojos, llenándose de contenido concreto, o si se quiere, universalizándose.

Gallos y tormenta

Lo mismo ocurrió con los galleros. Viajando por la región de Villalba-Orocovis, tierra natural de la idiosincrasia gallística, conviene detenerse a hablar con la gente acerca de septiembre de 2017 y el huracán María. En todos los relatos se escucha lo mismo: la tremenda energía social y de colaboración que desplegaron las comunidades para lidiar con el caos y, así, proveer una respuesta colectiva a los problemas más básicos. Se trata, obviamente, de un medio social fuertemente pequeñoburgués. Pero, aun así, la identidad social salió a flote. En ocasiones, esto significó la improvisación de sistemas de acueductos abiertos para el consumo general. En otras, la formación de cuadrillas de vecinos y vecinas, para limpiar escombros y abrir carreteras. Hasta el asunto de la seguridad física (amenazada por bandidos de otros lugares), adquirió una respuesta colectiva, dado el colapso de la protección policiaca. Igual ocurrió con los abastecimientos. ¿Qué representa todo esto sino la presencia viva de «gestos emancipadores», rescatables para un proyecto potencialmente revolucionario? Curiosamente, aquí todavía se habla con orgullo de la experiencia de haber resistido el huracán.

Caos y revolución

Surge aquí, por otro lado, la interrogante de cuál, si alguna, es la relación general entre las situaciones de caos social y el despliegue de «gestos emancipadores» por parte de las clases explotadas. Más aun, ¿podemos hablar del potencial revolucionario de tales situaciones? Naturalmente, a los revolucionarios y revolucionarias no nos interesa el caos por el caos mismo. No somos fascistas. No ignoramos el sufrimiento que eventos como el huracán María provocan entre los sectores más desventajados. Pero de lo que se trataría aquí es de apreciar con objetividad un hecho real e impredecible. Bajo el capitalismo, y en particular bajo el imperialismo, las situaciones de caos social (e incluso caos natural, por el efecto del calentamiento global) son periódicamente inevitables. Nadie las puede predecir al minuto. Son lo que Lenin llamaba momentos «únicos y contingentes», que obligan a la creatividad y el arrojo político de la izquierda.

Aquí nos puede ser de mucha ayuda un libro que fue escrito no desde la perspectiva revolucionaria, sino del fascismo. Se trata de la obra de un simpatizante y amigo cercano de Mussolini y los fascistas europeos en la década de los XX: Curzio Malaparte. Después de valorar, para el beneficio del fascismo, las fortalezas y debilidades de los movimientos revolucionarios en toda Europa, Malaparte recogió sus reflexiones en una fabulosa publicación titulada «La técnica del golpe de estado-Técnica de Revolución» (1931). Con un poder de observación privilegiado, este autor evaluó las situaciones de caos social imperantes en Alemania, Polonia, Italia y Rusia (1917), y arribó a una conclusión simple: En condiciones de caos social, provocadas por la razón que sea, no solo es posible, sino incluso fácil, acceder al poder político. El problema es que, por regla general, los movimientos revolucionarios no aprovechan las situaciones de caos. Hablan mucho, pero actúan poco, al menos inteligentemente.

En un sentido hay que tener estómago para leer este libro. Dice verdades que duelen. Pero, en otro sentido, resulta un texto verdaderamente iluminador, al ser una de las pocas oportunidades en que podemos mirarnos desde la óptica enemiga. Malaparte describió en detalle en este libro todo el potencial revolucionario que existía en lugares como Polonia y Alemania durante la tercera década de los XX. El problema fue que el liderato de izquierda en esos países se puso a pensar «políticamente», y no técnicamente. En situaciones de caos social y político, insiste él, resulta desatinado enfocarse en la visión programática, cuando de lo que se trata es de la táctica. ¿Cómo, de manera concreta, se toma el poder estatal? Esto, concluyó Malaparte, solo puede efectuarlo una minoría bien preparada de personas capaces de manejar los aspectos técnicos básicos del Estado: el transporte, las comunicaciones, los abastos, etc. Para acceder al poder, en coyunturas de caos, hay que abstraerse de la temática política y programática; el asunto es quién da el paso atrevido para ejercer el poder sobre un aparato estatal reducido, casi siempre, a sus funciones más elementales.

¿Qué fue lo que pasó en Rusia en octubre de 1917, país en que sí se dio una toma del poder por la izquierda? Es aquí que Malaparte revela una gran genialidad en lo que toca a la comprensión de los procesos de cambio social. Para él, Lenin era un gran estratega de la revolución; pero, pésimo en la táctica. Incluso pocos días antes de la toma del poder, Lenin expresó dudas sobre los pasos concretos necesarios para arrebatarle el estado a la burguesía, en medio del caos reinante en el país. Todo el mundo, incluso él, ponía las esperanzas en el levantamiento insurreccional de las masas por la vía «democrática», o sea, del congreso de los soviets. Malaparte, concluyó que la diferencia en octubre de 1917 fue la intervención de una de las mentes tácticas más privilegiadas en la historia del movimiento revolucionario europeo: Trotsky. Ante la interrogante de Lenin acerca de qué pasaría si los bolcheviques no tomaban el poder, Trotsky respondió que la verdadera pregunta era qué podía pasar si, en efecto, se tomaba el poder. En las condiciones reinantes en octubre de 1917 en la Rusia zarista, en que la propia clase obrera oscilaba entre apoyar a la burguesía o la revolución, Trotsky sugirió, no la confrontación militar inmediata con la derecha, sino la «toma del poder» estatal por una minoría bien entrenada de técnicos, es decir, individuos capaces de mantener en funcionamiento los aspectos esenciales del estado, como las comunicaciones, el transporte y el abastecimiento. Las demás instituciones estatales eran, al menos momentáneamente, marginales. De las conversaciones personales entre Lenin y Trotsky, a las cuales Malaparte tuvo acceso gracias a reuniones con colaboradores cercanos de ambos líderes, el pensador fascista concluyó que solo la intervención de una minoría conspirativa de técnicos al servicio de la revolución hizo posible la toma del poder por los bolcheviques el 25 de octubre. Por eso, en lo que constituye otra inferencia genial, Malaparte catalogó lo efectuado por Trotsky no como un «golpe de Estado» tradicional, sino como una «toma del poder estatal» en medio de la situación excepcional que el caos hizo posible: «El peligro comunista, del cual los estados modernos de Europa tienen que defenderse, no radica en la estrategia de Lenin, sino en las tácticas de Trotsky» (Malaparte, capítulo 1). Este acercamiento táctico, de tomar el estado para derrotar al gobierno debía, pues, considerarse como el enemigo clave del fascismo en Europa, hundido como estaba el continente en el desconcierto social de la tercera década del siglo XX.

Sí, es cierto; en Rusia existía, incluso pocos días antes de la revolución proletaria, una situación de gigantescas protestas sociales y de auto-organización de las masas. También había un movimiento político bien organizado, con un programa político desarrollado, particularmente en el aspecto estratégico. La coyuntura internacional era también favorable. Rusia era el eslabón débil de la cadena imperialista, como bien establecía la estrategia de Lenin. Pero, lo que faltaba, y esto fue lo que Trotsky inteligentemente aportó, era un grupo conspirativo y, en particular bien organizado, de técnicos capaces de correr los aspectos fundamentales y básicos del Estado. Convencer a Lenin de esto último no fue fácil, pero Trotsky lo logró. Con o sin el resto del partido bolchevique, declaró Lenin el 20 (27) de octubre de 1917, los requisitos «técnicos» para la toma del poder estaban maduros. Para entonces, él y Trotsky habían activado la minoría conspirativa de revolucionarios que habrían de tomar el poder. Únicamente la captura arriesgada, relámpago y decidida del Estado en medio del caos, dio paso a la posibilidad de una verdadera organización democrática de las masas y a un enfrentamiento con la burguesía en condiciones favorables a las clases explotadas.

Aunque resulte paradójico, el libro de Malaparte le ganó el rechazo de los fascistas a quienes él tanto admiraba y quería halagar. Mussolini reaccionó enfurecido a la publicación, expulsándolo del movimiento fascista y condenándolo al exilio. En Estados Unidos, país en que el fervor de las protestas obreras y revolucionarias se hacía entonces oír, el libro de Malaparte fue prohibido. ¿Por qué la saña? Porque el libro reveló las técnicas que podían viabilizar la toma del poder, bien por la derecha o por la izquierda. O sea, podía leerse también desde la perspectiva revolucionaria. Malaparte corrió el velo de tácticas que podían asestar un golpe al avance del propio fascismo. Un libro único, que, al mostrar las debilidades de la izquierda en países como Alemania y Polonia, resaltó no solo la genialidad de Trotsky; sino el hecho de que, con una preparación mínima, el evento de la conquista del poder por los bolcheviques podía repetirse en cualquier país capitalista en medio de una situación de caos social y político. Todo, escrito por un simpatizante del fascismo.

El poder de la utopía

El 20 de septiembre de 2017, María, un ejemplar magnífico de los huracanes del trópico, azotó a Puerto Rico. El caos que provocó está muy vivo en la memoria de los habitantes de la isla y, en no poca medida, es aún visible por todo el territorio. El gobierno y las comunicaciones colapsaron. También, la provisión de agua y comida. Miles de personas murieron. El aparato policíaco entró en crisis. El reclamo general del pueblo era para que el gobierno actuara efectivamente o, al menos, para que no entorpeciera la ayuda de emergencia que brindaban países como Cuba y Venezuela. A través de toda la isla, las comunidades pobres recurrieron a la organización espontánea para resolver cuestiones básicas como la alimentación, el abasto de agua potable y la limpieza de escombros. Todavía hoy, como indicamos, persisten los efectos del poder destructivos de ese poderoso huracán. Pero, el gobierno ha logrado en 2019 reconstituirse lo suficientemente; no para ayudar al pueblo, sino para retomar la ofensiva neoliberal que favorece a sus socios imperialistas.

No es fácil resistir la tentación de analizar lo sucedido en la isla con el huracán María, desde la óptica de las teorías de Malaparte. Una situación de caos, un gobierno colapsado, un clima general de descontento, frustración y desespero. También, de solidaridad. O sea, algunos de los elementos centrales de la fórmula de Malaparte: caos social y político, insatisfacción caótica de las masas y la posibilidad técnica para la toma del poder. Sin embargo, como dice el refranero popular, «de si se hubiera» está lleno el cementerio.

Además, nada más cómodo que evaluar el pasado, cuando la urgencia del momento ha transcurrido. El valor de la utopía es la fuerza de su persuasión en momentos de apremio. Pero eso no impide que puntualizamos aquí lo obvio: las situaciones de caos político y social en nuestra isla no son solo posibles, sino incluso probables, hasta a corto plazo. Las contradicciones de la colonia son demasiadas y muy agudas: una deuda pública exorbitante, el deterioro progresivo de muchos servicios públicos, una ofensiva neoliberal cruda y feroz, la generalización del crimen callejero, una corrupción gubernamental imparable y el desasosiego de la gente pobre. (A esto también hay que sumar la coyuntura continental de avance del frente fascista que incluye a Estados Unidos, Brasil, Argentina, Ecuador y la contrarrevolución venezolana; proyecto con el cual gobierno colonial de la isla colabora activamente.). Nadie, absolutamente nadie, puede predecir con exactitud el momento en que este cúmulo de contradicciones lleve a un colapso estructural de la colonia. Por ahora, lo visible es la crisis que avanza y el incremento en la insatisfacción caótica de las masas. En el momento crucial, por supuesto, lo que pesará es el grado en que los elementos de la fórmula de Lenin y Trotsky en octubre de 2017 estén presentes. A saber, un levantamiento de las masas, una organización (o frente radical) con un programa político que traduzca las aspiraciones de la gente a consignas pegajosas y, lo que es igualmente decisivo, un grupo conspirativo férreamente disciplinado, que esté listo para tomar en sus manos sin dilación las funciones técnicas del Estado.

Esto no quiere decir, por supuesto, que todos los esfuerzos revolucionarios tengan que ir en la misma dirección. La unidad, en un contexto como el nuestro, inquieto cual huracán del trópico, exige ante todo una visión de conjunto. Solo así lograremos convertir los diversos «gestos emancipadores» de las masas en un poderoso movimiento que derrote al imperialismo. Para ello hay que trascender, mediante una rigurosa labor teórica, la ideología malsana de las identidades inmutables. Al menos eso pienso yo, que todavía albergo la esperanza de un cambio radical en Puerto Rico.

Bibliografía:

Commonwealth of Puerto Rico (Bureau of labor Statistics) (March 2015). Census of Manufacturing Industries in Puerto Rico.
Consulta Telefónica con la División de Estadísticas del Departamento de Trabajo de Puerto Rico (12 de marzo de 2019).
Government of Puerto Rico (March 2019). Pharmaceutical Industries.
Jodis, John B. It’s the Economies, Stupid. Washington Post, November 2018.
Langhausen, Karen. Puerto Rico Pharma: Battered But Unbroken. Pharmaceutical Manufacturing. September 12, 2018.
Lenin, V. I. (1972). The Crisis Has Matured. Collected Works, Progress Publishers, Moscow, Volume 26, pp. 74-85. Malaparte, Curzio (1931). Technique Coup D’ Etat -The Technique of Revolution. Aristaeus Books: Kindle Edition.
Schopp, Carola. The Reality of Puerto Rico after Maria: Big Pharma Provides Resilience and Hope.
Genetic Engineering and Biotechnology News, May 14, 2018.
Žižek, Slavoj (2018). Like a Thief in Broad Daylight: Power in the Era of Posthumanity. London: Penguin Books.  (2017).
Žižek, Slavoj (2017). Lenin: Remembering, Repeating and Working Through. London: Verso.
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