Aquella solemnidad que tiempo atrás acompañaba al llamado arte de gobernar ha comenzado a decaer. Se ha roto con la estética política y hasta con ser profesional de tal ocupación. Incluso se propone que pueda accederse a la profesión sin hacer la carrera de político. Ahora resulta que se propone dispensar de los trámites para […]
Aquella solemnidad que tiempo atrás acompañaba al llamado arte de gobernar ha comenzado a decaer. Se ha roto con la estética política y hasta con ser profesional de tal ocupación. Incluso se propone que pueda accederse a la profesión sin hacer la carrera de político. Ahora resulta que se propone dispensar de los trámites para ejercer como practicante de la política. Tras cierto tiempo de letargo, es como si la política tratara de renovarse a toda prisa para adecuarse a los nuevos tiempos. Empieza a despuntar con cierto ímpetu la idea extraída del ámbito de lo comercial de que el marketing es fundamental para vender el producto político. Y en un ambiente social en el que lo virtual es objeto de culto colectivo se impone como principio que hay que promocionarse con las imágenes que puedan resultar mas atractivas para los espectadores.
Para encontrar sentido a la tendencia hay considerar que la sociedad actual, como ya adelantaba Debord, está siendo educada conforme a las reglas que rigen el espectáculo. Los educadores no son otros que las empresas capitalistas. De ahí que para entretener haya que crear cierto ambiente festivo, intrascendente en lo posible, a todos los niveles del momento social. La ingeniería creativa tiene que estar preparada para mantener un estado de fiesta permanente, fundamentalmente a base de imágenes para ver y no tocar. Al objeto de abreviar el trabajo de interpretar lo que es objeto de demanda y aliviar la tarea de pensar a las masas, se sigue la tendencia de crear la oferta desde los propios productores del espectáculo visual. Con lo que basta con suministrar los productos comerciales conforme a esa demanda prefabricada, ya que permite tener cierta garantía de que van a ser debidamente consumidos por los destinatarios. Finalmente, se trata de andar listos para adelantarse a la competencia y proveer al consumidor de todo aquello que pueda demandar de manera inconsciente y convertirlo en producto visual para sorprenderle.
La política de partidos no puede permanecer ajena a los avances del marketing empresarial, dado que buena parte de su actividad consiste en vender productos ideológicos variados en el mercado del voto. Trasladando el asunto al terreno de la política práctica de hoy en día, resulta que el meritorio que ha pasado años aprendiendo el oficio de trepar en el escalafón del partido se encuentra con que su labor no es recompensada a tenor del nuevo criterio y es desplazado del puesto al que aspiraba por una imagen ampliamente difundida en el mercado social. Las cosas han cambiado hasta el punto de que la imagen socialmente reconocida por cualquier motivo, incluso el más pueril, resulta que puede ser exportable a la función política. No importa que el portador de la imagen comercialmente utilizada en la política ignore las reglas de la profesión y seaun neófito en la práctica política, basta con que su imagen venda y los compradores potenciales le entreguen su voto y revierta positivamente en el partido que le promociona.
Entrar en valoraciones profesionales y, todavía menos, éticas sobre el valor del nuevo criterio para acceder a la carrera política, pragmáticamente no tendría demasiado sentido, puesto que en un mundo en el que se impone el espectáculo desde la panorámica comercial hay que estar a lo que vende, que no es otra cosa que lo que se publicita inteligentemente. Planteando la cuestión de manera sintética. Si colocando el icono en el establecimiento para promocionarle, los transeúntes se identifican sentimentalmente con su contenido simbólico, de manera que empatizando de alguna manera con la representación de la imagen acaba por entrar en el recinto comercial y adquirir la mercancía expuesta para venta, la estrategia mercantil es válida. Mientras que, sin colocar la imagen en el escaparate, resulta que la gente pasa de largo ajena al producto mercantil ofertado, el negocio no es viable y hay que cerrar el chiringuito. Por lo que, desde el panorama dominante, existe un alto índice de probabilidad de que el partido que camina de espaldas a esta tendencia, aunque gobierne ateniéndose a la realidad conducido por el sentido común, no tendrá futuro democrático, porque la política ha sido obligada a entregarse al espectáculo comercial demandado por las masas.
Pese a todo no deberían sonar las alarmas, porque probablemente se trate de una moda pasajera. La carrera de político sigue estando ahí debidamente estructurada y organizada, dispuesta para ser mejorada. Por lo que acaso le dé una pizca de gracia que se salten los trámites burocráticos puntualmente y se juegue con el efecto de las imágenes, dado que el fondo político elitista sigue siendo sólido. En cuanto a la clase política , se encuentra dispuesta a resistir la embestida de los iconos ocasionales, colocados para seguir la corriente a los votantes, porque está claro que los productos de moda se deslucen con el paso del tiempo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.